Alan y Mar se quedaron mirándose, impresionados ante la reclamación de Lizetta mientras esta golpeaba el capó con las palmas abiertas. —¡Pero te has vuelto loca! —gruñó Alan bajando del coche y Mar hizo lo mismo. —¡No, no estoy loca, estoy furiosa! —gritó ella—. ¡Retira la denuncia, mi padre está en la cárcel por tu culpa...! —¡No, tu padre está en la cárcel porque es un ladrón! —rugió Alan avanzando hacia ella. No tenía idea de que lo habían capturado. Ciertamente había pagado unos buenos boletos de avión para que eso pasara, pero con todo el asunto del juicio, Mar, Michael y la llegada de la nena no había tenido tiempo de llamar a los detectives para preguntarles qué tan bien iba la cacería. Sin embargo por la mirada enojada de Lizetta era un clarísimo indicio de que había salido muy bien. ¡Así que el director Wayland estaba en la cárcel! —Nadie me ha notificado que tu padre haya sido detenido. Pero si realmente lo encontraron, estaré encantado de averiguarlo —siseó. —¡Si lo
—¿Estás lista? —Alan tomó la mano de Mar en aquel estacionamiento y respiraron profundamente, dándose valor el uno al otro. Habían pasado tres días desde que se habían enterado del arresto de Wayland, y de repente la vorágine de lo que sucedía había desviado su atención por un momento. Sin embargo allí estaban, en el estacionamiento de aquel edificio de oficinas, listos para enfrentar juntos un desafío más. —Oye, lo vamos a conseguir, somos buenas personas —aseguró Alan besando el dorso de su mano y Mar asintió. —Sí, vamos a conseguirlo —murmuró acercándose para darle un beso en los labios que estremeció al médico de pies a cabeza—. ¿Seguro que no quieres usar la silla? —No, así estoy bien... —¡Alan, solo faltan un par de semanas para tu operación! —insistió ella—. No quiero descuidarme ni un solo segundo, necesito que estés bien. Por favor. —Lo sé, amor, pero solo subiremos y bajaremos en ascensor, ni siquiera voy a caminar mucho. Vamos —respondió él bajando de la camioneta y a
No sabían cuál de los dos estaba más aterrado, pero Mar y Alan corrieron a toda velocidad hacia la casa, con los corazones latiendo es sus oídos. No había tiempo para pensar, solo para actuar.Mar atravesó la barrera de policías buscando desesperada alrededor. La pesadilla se había vuelto realidad: porque esas patrullas que estaban estacionadas afuera de su casa solo podían significar una cosa.—¿¡Dónde están mis hijos!? —le gritó a la niñera apenas la vio—. ¿¡Dónde están Michael y Jana!? ¿¡Dónde!?La niñera miró a Mar con lágrimas en los ojos. Era una señora mayor, buena y amable que estaba al borde del colapso por desesperación.—Solo fui a buscar dinero para el carro del helado... —sollozó—. No recuerdo si cerré bien la puerta... ¡Señora Mar le juro que yo no quería que nada malo les pasara...! ¡Cuando regresé Jana le gritaba al auto de helados...!Mar siguió la dirección de su mirada y vio a la pequeña sentada llorando en un rincón, mientras una agente de policía junto a ella inte
Mareada. Aterrada. Furiosa.Mar podía describir de muchas maneras aquellos sentimientos que la embargaban, pero sin dudas el peor de todos era la duda de no saber cómo estaba su hijo.—Nena, escúchame —le pidió Alan tomándola por los hombros—. Esto es lo más difícil que vas a hacer en tu vida, pero necesito que te quedes aquí.—¿Quéeee...? ¡No! ¡No puedes pedirme eso! —exclamó Mar con los ojos llenos de lágrimas.—Por eso te digo que es difícil, pero tienes que quedarte aquí. Mis padres vendrán a acompañarte, Gus y Connor no se moverán de aquí. Pero por favor tienes que quedarte, porque yo necesito preocuparme solo por Mitch y no puedo si tú vas conmigo.Mar sintió que temblaba y que algo dentro de ella se rompía lentamente, como rasgándole el alma poquito a poquito.—¿Vas a ir a Nueva York? —le preguntó.—Sí. Voy a ir a buscar a nuestro hijo y no regresaré sin él —sentenció con voz grave mientras la abrazaba y dejaba un beso ligero y lleno de fe en sus labios.Un minuto después prepa
Mitch se despertó aturdido. Había ido a buscar helado para su hermanita y de repente aquella mujer lo estaba arrastrando dentro del camión de helados. Él había intentado gritar, pero toda la voz se le había ido al ver a Sandor frente a él. En su pequeña mente de tres años no entendía mucho, solo que aquel era un hombre al que debía tenerle mucho miedo.Luego había hecho lo que todo niño sabía hacer: patear, morder, llorar y gritar, hasta que una bofetada lo había mandado al suelo. Se había hecho un ovillo y se había quedado allí, en un rincón del camión en movimiento hasta que este se había detenido.Después fue un pinchazo en uno de sus brazos y luego nada más, solo oscuridad y mucho sueño por lo que parecían largos y largos días. Sin embargo solo fueron horas, horas de vuelo desde Los Ángeles a Nueva York en que lo mantuvieron dormido para poder pasarlo por las aduanas en el vuelo privado, lo mismo que planeaba hacer luego para sacarlo del país.Pero primero tenía que mostrarlo, pri
Kainn solo creía en la amabilidad de su propia familia, así que era muy consciente de que lo que sea que Nhora Vantchev le había dicho no era por ayudarlo, sino por no tener ni una sola deuda con él que pudiera impedir atacarlo en el futuro. Por supuesto esperaba que eso no pasara, pero aún así era capaz de confiar en la información que le daba. —¿De verdad me veo como un camarero? —preguntó Alan quitándose la pajarita, porque el jefe del servicio de catering ni siquiera lo había mirado a la cara para mandarlo a una de las áreas de atención a los invitados. —Tú, no sé, pero a mí me pusieron tres copas en las manos antes de que alcanzara a entrar siquiera en el salón —gruñó Kainn—. Puto racismo. Se deshicieron de las bandejas sin que nadie los viera y Alan sacó una hoja de papel donde habían hecho un croquis feo siguiendo las indicaciones de Nhora. Habían logrado colarse gracias al servicio de comidas, porque a Nhora le habían avisado que Sandor pretendía hacer la presentación de Mic
Sacar a Sandor a patadas de su despacho no era la primera vez que lo hacía, pero ser incapaz de controlar cuánto le pegaba sí. En los últimos tiempos su salud no estaba bien, y a pesar de que Brima no estaba muy seguro de su competencia, había esperado que los años que le quedaban serían suficientes para entrenar a un buen líder, aunque eso significara que Sandor debiera ocupar su lugar por un tiempo.Sin embargo saber que había tatuado al niño y que le hablaba con tanto desparpajo sobre ser el siguiente en la línea y amenazar con un arma a uno de sus subordinados más fieles..."Dios, tiene que ser un maldit0 enfermo", gruñó para sí mismo mientras pensaba en cómo podría presentar al niño a la ceremonia que lo anunciaría al mundo como el heredero del Clan Drakon. Se arrodilló frente a la silla donde estaba sentado su nieto, miró al muchacho de cabello castaño claro con los ojos serios y pensó muy bien en qué iba a decirle.—Eres un niño muy listo, sé que no tienes miedo ni debes tenerl
Alan había hecho un juramento, el mismo que hacían todos los médicos de usar sus conocimientos únicamente en función del bien y para salvar vidas. No era labor suya juzgar quién merecía vivir o no, mucho menos usar lo que sabía para matar a alguien, sin embargo ¿qué se debía hacer cuando el hecho de permitirle vivir a un hombre ponía en peligro a las personas que amaba? Si hubiera sido cualquier otro hombre lo habría denunciado a la policía, pero ni Sandor ni Brima Dragonov eran hombres comunes, ninguno iría a la cárcel y era más probable que los hicieran desaparecer a que les permitieran recuperar a Michael. Alan lo había pensado durante cada hora que no tenía a su hijo en sus brazos, y no podía imaginar ni una sola forma en la que salir de aquella situación que no fuera de la manera más drástica posible. —Hijo de put@ —siseó Sandor intentando levantarse, pero estaba tan débil que no podía—. ¿Qué me hicist...? ¿Qué me inyectaste...? Se tambaleó contra una pared y luego volvió a ca