CAPÍTULO 35. Un trato
Alan se quedó mudo, con el corazón latiendo a toda prisa y los ojos muy abiertos por el desconcierto. El hombre estaba parado firme como una roca en la puerta de su casa, con los puños apretados mientras una niña pequeña lloraba entre los dos.

—Lyle Weston, ¿te acuerdas de mí? ¡Soy el viudo de tu amante!

—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Alan entre dientes, intentando mantener la calma.

—¡Encontré fotos tuyas entre las cosas de Soraia! ¡Encontré todo y le hice una prueba de paternidad a mis hijos, y ahora resulta que Jana no es mía! —escupió el hombre con rabia—. ¡¿O vas a decirme que es mentira?! ¿¡Te atreves a negarme que te acostabas con mi mujer!?

La mirada de Alan subió hasta Mar, que los veía abrumada, y luego negó con cansancio.

—No, no lo voy a negar, pero no tenía idea de que estuviera casada y mucho menos de que tuviera hijos —declaró con toda sinceridad—. De cualquier manera, esta no es la forma de tratar a una niña que no tiene la culpa de nada. ¿Sabes el daño
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