TRES MESES DESPUÉS
Mar abrió los ojos despacio, se sentó en la cama y se quedó viendo una chancla como si estuviera en piloto automático, porque definitivamente su cerebro no lograba arrancar bien todavía. Miró a su lado y sintió una opresión horrible en el pecho mientras veía dormir a Michael; su pequeño había estado tosiendo toda la noche y ella había hecho lo posible por hacerlo sentir mejor, pero sin tener medicamentos a mano, eso resultaba bastante difícil.
Quería quedarse con él y acurrucarlo todo el día, pero por desgracia debía trabajar, así que Michael debía quedarse en la guardería.
Lo dejó dormir un rato más mientras iba a la cocina por café, el único desayuno que de momento podía permitirse para ella. La habían ayudado a mudarse a Los Ángeles y ya no se llamaba Marina, ahora era Mar Guerrero, asistente del director de un prestigioso hospital, que a pesar de ser privado no pagaba mucho a puestos como el suyo.
Los últimos tres meses habían sido un infierno para ella. Muchas de las marcas en su cuerpo todavía no habían sanado del todo, y sabía que había otras heridas, más profundas e intangibles que jamás se irían. Pero lo peor era saber que Michael había visto todo, había estado llorando todo el tiempo, y Mar podía notar la forma en que se había cerrado a los demás, como un polluelo intentando volver al cascarón.
—Oye, príncipe, tenemos que despertar ya, mi ángel —le dijo y lo vio abrir los ojitos con un gesto cansado y triste. Ni siquiera esperó respuesta porque sabía que no la obtendría—. Vamos, arriba. Hoy vas a tener un gran día, mi amor. Vas a hacer muchos amiguitos y vas a aprender cosas lindas en el jardín de niños, ¿verdad que sí?
El pequeño arrastró los pies hasta el banquito del baño y cepilló torpemente sus dientecitos sin pronunciar ningún sonido. Mar lo ayudó a vestirse y estaban dejando el departamento cuando una señora ancha y maciza la detuvo antes de llegar a las escaleras.
—Señora Guerrero, se acerca el cobro de la renta. ¡Espero que no se atrase este mes! —le dijo con molestia.
—Buenos días, señora Smith. No se preocupe, estoy por cobrar en el hospital, apenas reciba mi cheque le pagaré la renta —dijo Mar con ansiedad.
—¡Eso espero! Recuerde lo que siempre le digo, yo la caridad la hago solo en la iglesia.
Mar apretó los dientes porque sabía que ni la iglesia podía ayudar a personas tan faltas de compasión como la señora Smith, pero solo se despidió y cargó a su hijo mientras esperaban el autobús. La guardería quedaba a diez calles del hospital, y esas tenía que hacerlas caminando, porque el dinero que le daba justo para pagar la renta, apenas le permitía pagar los autobuses para que su hijo no tuviera que caminar.
—Hoy vamos a hacer algo lindo cuando mami termine de trabajar, mi vida —le dijo al niño agachándose frente a él y ajustando su pequeña bufanda—. Te amo, mi ángel, ¡con todo mi corazón!
Michael le echó los brazos al cuello, pero un acceso de tos lo hizo separarse y Mar sintió que temblaba mientras lo ayudaba a que le pasara. Sin embargo sabía que era algo que no se iría. El tiempo estaba cambiando y también la salud de su hijo.
Mar se limpió un par de lágrimas recordando que el medio hermano de Michael también tenía alergias severas, y no le extrañaba que fuera algo genético. Se apresuró a llegar al hospital, sabiendo muy bien qué medicina necesitaba, pero también sabía que eran medicamentos restringidos que no le darían fácilmente.
Sus pies la llevaron directamente al ala de pediatría, y después de ver que no había nadie en el cubículo de suministros, se quedó temblorosa delante del estante de los medicamentos de urgencia. No quería robar aquel frasco, sabía que podía perder el único trabajo que tenía, pero no había dinero para pagarlo, y poner a Michael en su seguro médico no era una opción. Había podido cambiar legalmente su nombre, pero no el de su hijo, y no podía permitir que Sandor los encontrara por estar en el sistema de salud.
Abrió la vitrina y alargó la mano para tomar el frasco cuando una voz se alzó tras ella, dejándola petrificada.
—¿La puedo ayudar en algo? —La pregunta parecía amable pero el tono no.
Mar se dio la vuelta y vio a un médico que no conocía. Debía tener unos treinta y cinco años, y cualquier otra mujer habría babeado en el acto por lo atractivo que era... pero no ella.
—Yo... solo estaba ayudando al doctor de guardia —murmuró quitando la mano del frasco mientras aquel hombre la miraba con curiosidad—. Me pidió que le alcanzara una medicina.
—¿Usted trabaja en el hospital?
—S... sí...
—¿Me dice su nombre, por favor? —insistió él y Mar retrocedió.
—Mire yo solo estaba tratando de ayudar al doctor... pero ya mejor que venga una enfermera a buscarla, verdad... no sea que yo me confunda... Con permiso, buen día...
Pasó junto al médico, que solo la miró con preocupación mientras se marchaba. Era su primer día en el hospital después de la última misión de la OMS y con lo primero que se encontraba Alan era con aquella mujer tan nerviosa.
Se dirigió a la vitrina y sacó el frasco corrido de lugar.
"Levocetirizina pediátrica de alta concentración... esto lleva prescripción médica", pensó arrugando el ceño. Sin embargo aquel era un día importante para él, y no tenía mucho tiempo para la curiosidad, así que dejó el frasco en su lugar y siguió su ronda.
Mar, por su parte, se apresuró a llegar a su escritorio con el corazón acelerado, sin saber que los tres minutos que tardaba en correr desde el ala de pediatría iban a valerle otro mal trago.
—¡Otra vez tarde, señora Guerrero! —exclamó el señor Preston, distinguido subdirector del hospital, haciendo que se sobresaltara.
—¡Señor Preston! No, solo estaba... viendo si la máquina de café estaba lista, pero aquí estoy —intentó justificarse ella.
—Pues eso sí se lo creo, porque no entiendo cómo alguien como... usted, puede ser la asistente del director —respondió él con un tono de desprecio.
Mar apretó los labios con un gesto de entereza porque sabía que a aquel hombre le gustaba desquitarse con la vida provocándola, y no le iba a dar el gusto de despedirla.
—¿Quiere que le haga un café? —preguntó sin seguirle el juego.
—Bueno... estoy seguro de que eso sí sabes hacerlo bien, apuesto a que si trabajaras como chacha en alguna casa de blancos te iría mejor que aquí.
Mar se volvió bruscamente.
—¿Perdón?
—Ya sabes, cocinar, planchar, limpiar... cualquier actividad que mantenga la cabeza abajo y las caderas arriba —añadió Preston con sorna—. Estoy seguro de que tu patrón se portaría muy bien contigo y tu… chasis trasero.
Mar no podía creer lo que escuchaba. Literalmente la mitad de la población de Los Ángeles estaba compuesta por latinos y todavía había gente retrógrada como Preston.
—Usted sabe que eso es discriminación, ¿verdad? —siseó.
—Tienes razón, mi culpa, si no quieres hacer los trabajos que le corresponden a tu género bien podrías... no sé, podar césped —replicó el hombre.
Mar apretó los puños con impotencia.
—Pues qué pena que le moleste que a mí me venga de fábrica el bronceado que usted tiene que pagar, pero me gusta mucho mi puesto. Ahora ¿vino a hacer algo productivo, o solo a descargar sus muchas frustraciones con la venezolana nalgona?
Preston la miró como si fuera una cucaracha y se acercó a ella con gesto amenazante.
—Deberías ser más amable si quieres conservar tu puesto —espetó—. No olvides el poder que tengo en este hospital.
Pero antes de que Mar pudiera responderle, los pasos en el corredor hicieron que Preston se alejara de ella.
El Director Wayland llegó con su amabilidad natural y saludó a los dos.
—Señor, buenos días —respondió Mar.
—Wayland, me alegro de que llegaras, tenemos cosas de qué hablar —se adelantó Preston.
El director hizo un gesto de asentimiento y amablemente le pidió a Mar que les llevara café a su oficina.
Mientras lo preparaba, ella no pudo evitar escuchar la molestia del subdirector al cerrar la puerta.
—No entiendo tu capricho en mantenerla como tu asistente, Wayland. ¿Te la estás tirando?
—¿Pero qué dices, Preston? ¿Estás loco?
—¿Y qué quieres que piense? ¡Es una inmigrante, para algo tiene que servir!
Un silencio profundo se hizo por un instante.
—La señora Guerrero ya es americana, y aunque no lo fuera, no te recomiendo hacer esos comentarios frente a nadie más, Preston, no está bien.
—Entonces despídela. Siempre está llegando tarde, no hace horas extras y...
—Tiene un niño pequeño, y yo no tengo por qué exigirle horas extra a una asistente —replicó el director.
—¡Pues claro, si es que a eso vienen! ¡Cuando menos lo esperes se embarazará de trillizos y vivirá de la seguridad social! ¡Como todos los suyos! ¡Alguien así solo le da mala imagen a este lugar, Wayland! —sentenció—. Los dueños mayoritarios del hospital son ingleses, ¿sabes la mala imagen que nos da tener gente como ella de cara al público? —gruñó—. Ya sé que eres de corazón blando, pero si fueras un hombre inteligente deberías ir buscando una buena excusa para despedirla. ¡Solo es una advertencia!
Mar temblaba de rabia mientras buscaba una bandeja y la ponía sobre la encimera donde estaba la máquina de café.Preston era un maldito xenófobo y racista, pero por desgracia como él había miles de personas en el mundo, y todo emigrante debía estar dispuesto a afrontar las consecuencias cuando salía de su país natal.Los ojos le ardían de tanto aguantar las lágrimas. No podía darse el lujo de perder aquel trabajo, ni siquiera podía responderle por las cochinadas que le había insinuado, pero después de todo lo que le había pasado en los últimos meses, no podía quedarse con aquella impotencia dentro.El aroma dulzón del café llenó el aire y Mar sirvió las dos pulcras tazas blancas. Preparó los dos cafés con la diligencia que era habitual en ella, pero antes de ir al despacho del director a llevar la bandeja miró atentamente una de las tazas... la de Preston.Las persianas plásticas del despacho solo estaban desplegadas a medias, y no había nadie alrededor. Levantó aquella taza y carrasp
Alan corrió con aquel niño en brazos mientras tras él escuchaba el llanto angustiado y bajo de la mujer. Podía imaginar su desesperación, porque era de todo menos un médico insensible, pero cuando llegaron a la sala de Urgencias y pidió a gritos una camilla y asistencia, solo puedo girarse hacia una enfermera y ordenar.—¡Quédate con la mamá!—¡No, espera... mi hijo...! ¡Tiene alergias... por favor...! ¡Déjame entrar! —sollozó Mar y él la tomó por los hombros con firmeza.—¡Mírame a los ojos! Tu hijo necesita un médico, a mí. Luego te necesitará a ti. Yo iré primero y te llamaré ¿de acuerdo? —Mar temblaba entre sus manos—. ¡¿De acuerdo?!—¡Sí... sí...! Por favor ayúdalo... —suplicó angustiada y Alan le hizo un gesto a la enfermera para que se quedara con ella.Entró al cubículo y ya un residente con experiencia lo estaba asistiendo.—Parece alergia estacional. Vías tapadas pero no hay erupción en los conductos... —comenzó a explicarle mientras Alan comenzaba a ventilarlo y revisarlo.
Mar oyó que llamaban a la puerta y se quedó helada. Sabía que la casera llegaría en cualquier momento, pero no esperaba que lo hiciera esa misma noche. Estaba preparando la cena para Michael, y el aroma llenaba su pequeño departamento de cuarenta metros cuadrados. Apenas había espacio para los dos, pero en Los Ángeles las rentas eran caras si no querías vivir en un barrio demasiado peligroso.Mar sintió que el corazón le latía en la garganta mientras abría lentamente la puerta.—Señora Smith, buenas noches —saludó con voz temblorosa—. ¿Cómo puedo ayudarla?—Vine por al alquiler —respondió la mujer con tono gélido mientras alargaba la mano y Mar apretó los labios.—Lo lamento, señora Smith... no tengo el dinero todavía pero...—Esa no es una respuesta adecuada señora Guerrero —escupió la mujer—. Sabe que no puedo permitirlo.A Mar se le hizo un nudo en el estómago. Había temido ese momento pero ahora que había llegado se sentía completamente impotente.—Lo... lo sé —dijo Mar y su voz e
Mar no entendía lo que estaba sucediendo. Las medicinas de Michael estaban allí, en la palma de su mano, mientras frente a ella el doctor Alan Parker parecía nervioso.—Qué... ¿Qué quiere que haga? —preguntó recomponiéndose de inmediato mientras guardaba los frascos en sus bolsillos.Él tomó una de sus manos, entrelazando sus dedos con un gesto que la dejó sin aliento. Se dieron la vuelta y vieron al director del hospital acercándose a ellos. Su expresión era incrédula y descompuesta. Se detuvo a unos pasos de distancia, señalándolos indistintamente a uno y a otro como si no pudiera creerlo.—¿Ustedes...? ¿En serio? ¿Pero cuándo? ¡Mar está aquí desde hace solo dos meses y no me había hablado de ti!Mar sintió que la respiración le faltaba de repente.—No queríamos decir nada porque sabíamos que no deberíamos trabajar juntos —le explicó Alan con ecuanimidad—. Pero ahora que las cosas se formalicen buscaremos la forma de hacerlo funcionar, se lo aseguro. Mar es mi prometida y pronto ser
Mar se quedó mirando a un punto fijo sobre el uniforme de color celeste que llevaba Alan bajo la bata. "La alianza de los desesperados". Sonaba hasta épico, pero la verdad era que los dos estaban en circunstancias bastante difíciles. Él por no querer casarse y ella por no tener cómo sobrevivir sin que alguien la ayudara. —Yo... no estoy segura, doctor. Esto parece cosa de novela romántica de esas que se enredan y todo el mundo acaba muerto al final —murmuró Mar. —Eso no es una novela romántica, es una película de terror. —¿No son lo mismo? —se encogió ella de hombros y Alan suspiró. —Escucha, no te voy a obligar a nada. Si no quieres, mañana le digo a Wayland que terminamos y veo cómo me escapo de la malcriada de su hija, aunque es probable que no termine consiguiendo el puesto como director —sentenció él. Mar apretó los labios. No confiaba en el doctor, realmente no confiaba en nadie, pero no era como si tuviera demasiadas opciones frente a ella. Michael necesitaba aquella med
Por un segundo, un solo segundo, todo el vademécum de amargas experiencias de Alan Parker explotaron en su cabeza.¿Para qué quería Mar más dinero? ¿Estaba pensando en romper el acuerdo que habían hecho?—Te estoy haciendo una pregunta, Mar —insistió—. ¡Te dije que me haría cargo de las medicinas de tu hijo! ¡¿Por qué vendiste tu cabello?!—¡Porque las medicinas no son la única responsabilidad que tengo, doctor! —exclamó ella nerviosa y miró de nuevo alrededor porque no conseguía llamarlo por su nombre, y se suponía que en pareja debían tratarse con familiaridad—. Cuando Preston me negó el adelanto, usé el dinero de la renta para pagar el tratamiento de un mes y la casera iba a echarme. ¡No puedo tener a mi hijo en la calle y... esto fue lo que apareció! Así que tomé la oportunidad.—Ah—murmuró Alan retrocediendo.De repente se le hizo demasiado obvio que la situación de Mar era mucho más difícil de lo que él pensaba. Posiblemente estaría lidiando sola con un montón de problemas finan
Mar puso las dos manos a escasos centímetros frente al pecho de Alan, haciéndolo detenerse en su camino hacia la puerta del subdirector.—¡Alan, espera! —le pidió con ansiedad—. No puedes hacer esto...—¿¡Ah no!? ¿Y Preston sí puede agredirte? —siseó él.—¡No, claro que no! Pero yo puedo defenderme sola. Soy capaz de gritar más fuerte de lo que parece —sentenció.Alan se quedó observándola por un segundo, sin conseguir descifrarla. Era evidente que se sentía mal, entonces ¿por qué no quería que la defendiera?—¿Qué fue lo que pasó? —gruñó molesto porque ni siquiera se había detenido a preguntar, no le importaba. En ese momento era un toro de lidia que solo veía la amenaza y la amenaza era Preston—. ¿Por qué te agredió?—Porque piensa que soy tu espía —respondió Mar con calma.—¡¿Cómo?!—Preston cree que entré aquí como tu espía. Cree que quieres hacer lo mismo que hacen otros directores, que al llegar a un puesto cambian la administración completa y se traen a sus propios equipos. Pie
Mar estaba en su escritorio, mirando la pantalla con expresión abstraída, cuando la asistente del subdirector entró apurada.—¡Mar! ¡Mar! —la llamó la mujer mientras se acercaba.Ella levantó la cabeza y la miró con preocupación.—¿Qué pasa, Olivia? —preguntó.—El subdirector quiere verte ahora mismo. Está... feliz, eso me da mala espina. Y encima el Jefe de Pediatría llegó gritando así que será mejor que vayas.Mar se dio cuenta entonces de que probablemente le hubieran llevado ya los análisis y que en el despacho de Preston la estaría esperando un regaño, tres humillaciones y siete amenazas. Se levantó lentamente de su asiento y echó a andar con los labios apretados.Olivia la acompañó de vuelta y se veía tan nerviosa como ella.Mar trató de permanecer calmada pero ciertamente ni siquiera había imaginado con lo que iba a encontrarse.El doctor Harris estaba allí con cara de gravemente ofendido mientras que el subdirector parecía absurdamente feliz mientras le extendía una hoja.—Señ