Mar oyó que llamaban a la puerta y se quedó helada. Sabía que la casera llegaría en cualquier momento, pero no esperaba que lo hiciera esa misma noche. Estaba preparando la cena para Michael, y el aroma llenaba su pequeño departamento de cuarenta metros cuadrados. Apenas había espacio para los dos, pero en Los Ángeles las rentas eran caras si no querías vivir en un barrio demasiado peligroso.
Mar sintió que el corazón le latía en la garganta mientras abría lentamente la puerta.
—Señora Smith, buenas noches —saludó con voz temblorosa—. ¿Cómo puedo ayudarla?
—Vine por al alquiler —respondió la mujer con tono gélido mientras alargaba la mano y Mar apretó los labios.
—Lo lamento, señora Smith... no tengo el dinero todavía pero...
—Esa no es una respuesta adecuada señora Guerrero —escupió la mujer—. Sabe que no puedo permitirlo.
A Mar se le hizo un nudo en el estómago. Había temido ese momento pero ahora que había llegado se sentía completamente impotente.
—Lo... lo sé —dijo Mar y su voz era apenas un susurro—. Por favor déjeme explicarle...
—No hay nada que explicar, no soy una organización benéfica, bonita —escupió secamente la casera dejando de lado todos los formalismos—. No puedo mantener a la gente viviendo aquí si no pagan el alquiler. Tienes que darme el dinero o tú y tu hijo tendrán que largarse.
A Mar se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Por favor, solo deme unos días —suplicó con la voz entrecortada. No lo tengo, pero lo conseguiré. Sé que casi siempre me atraso pero nunca he dejado de pagarle ¿verdad? ¿Verdad?
La casera negó con la cabeza y se cruzó de brazos con molestia.
—Déjame ponerte algo en claro: Hay decenas de inquilinos menos molestos que desearían este apartamento. No hay ningún contrato entre nosotras, así que si no tienes el dinero en dos días, los mandaré a sacar aunque tengan que hacerlo por la fuerza. ¿Entendido?
A Mar se le apretó el pecho. Sabía que la casera no tenía que aguantar sus problemas y no tendría compasión con ellos, pero no podía soportar la idea de que la echaran a la calle con su hijo. Michael ya había sufrido demasiado.
—Le prometo que tendré su dinero en dos días —respondió y la casera se marchó con expresión visiblemente molesta.
Mar cerró la puerta secándose las lágrimas para que Michael no la viera llorar. Le habían dado una prórroga, pero aquella ventaja solo temporal. Tenía dos días para encontrar la manera de pagar el alquiler, o ella y su hijo se quedarían en la calle.
Sin embargo, como los infiernos son siempre personales, a casi diez millas de allí y en una casa completamente diferente a aquel modesto departamento, Alan Parker lidiaba con el fuego del suyo.
Estaba entre la espada y la pared. Y mientras Gus intentaba que llegara a una conclusión sin incendiar el mundo.
—¡Qué difícil es ser tu mejor amigo! —suspiró Gus.
—¡Y tomarme el whisky también!, ¿verdad? —rio Alan mientras se dejaba caer en el sofá.
—Pues sí.
—¿Qué crees que debería hacer con respecto al hospital? —preguntó Alan indeciso.
—Mira, tienes todas las habilidades y experiencia necesarias para hacer un excelente trabajo, pero es un hecho que todo depende del apoyo del director Wayland —explicó Gus—. Aunque te soy honesto, podrías ahorrarte todo este teatro si quisieras, después de todo eres el...
—¡Eso no importa! Entrar al cargo por imposición no es la solución, Gus, porque para empezar no quiero que nadie sepa quién soy, ni siquiera los de la junta, para eso tengo un representante —replicó Alan.
—Pues entonces no te queda otra opción que seguirle el juego a Wayland. El viejo debe tener bien metidas sus manos en el presupuesto del hospital, lo mismo que el tal Preston —le aseguró su amigo—. Debe ser difícil para él renunciar a un ingreso como ese a menos...
—A menos que tenga controlado al siguiente director —terminó Alan—. Te juro que puedo presentir algo turbio aquí, Gus, pero no sé qué es. Para empezar me gustaría saber cuánto les pagan a los empleados, porque no puedo entender que el sueldo de una asistente no alcance para cubrir los gastos de una madre soltera.
Gus se quedó en silencio un momento mientras reflexionaba.
—¿Alguien en particular, me imagino?
Alan asintió con gesto sombrío.
—Sí, una mujer del trabajo, no le alcanza para la medicina de su hijo y la verdad es que no es una enfermedad tan rara ni mucho menos... —respondió él pensativo—. Solo es alergia pero no puede costearla.
—¿A lo mejor tiene gastos innecesarios?
Alan negó recordando a Mar. Era una mujer muy hermosa, pero no se arreglaba mucho, siempre vestía en tonos oscuros y ropa simple.
—No, se nota que es muy sencilla. No le vi ni un solo lujo encima.
—Entonces la detallaste...
—¡Gus no empieces! —le advirtió Alan levantando un dedo acusador, pero antes de que le soltara su diatriba de que no quería volver a ver a otra mujer en su vida, su teléfono comenzó a sonar y él respondió de inmediato.
—Director Wayland. ¿Cómo puedo ayudarlo? ¡Claro...! Por supuesto, será un honor. Sí... sí... En media hora está bien. Lo veo allá entonces. Muchas gracias por la invitación.
Colgó el teléfono y Gus lo miró con curiosidad.
—¿Invitación?
—Una cena entre colegas —respondió Alan—. Veremos qué quiere ahora.
Se arregló con rapidez y media hora después entraba a aquel restaurante al que lo había invitado el director, sin embargo un Wayland muy diferente era quien lo estaba esperando.
—Lizzeta, qué agradable sorpresa —murmuró él saludando y mirando alrededor—. ¿Tu padre?
—Papá no pudo venir, urgencia de último minuto en el hospital, así que me pidió que viniera yo en su lugar —respondió Lizetta y Alan le pescó la mentira al vuelo, porque entre maquillaje y peinado aquella mujer probablemente habría estado con un estilista desde el día anterior.
Sin embargo ser descortés no era una opción, así que se sentaron a cenar como dos personas educadas, más o menos hasta que Lizetta se echó hacia adelante y acarició su mano.
—Alan, creo que las cosas son bastante claras entre los dos ¿no es así? —murmuró.
—Lo siento, yo no veo nada claro. ¿A qué te refieres? —respondió él.
—Bueno... tú eres un médico respetado, candidato a un puesto importante, y yo soy una mujer educada en las costumbres más tradicionales. Estudié en un internado en Inglaterra, fui a la Universidad, conozco a casi todo el gremio médico de Los Ángeles. Soy justo el tipo de mujer que tú necesitas.
"Mantenida, floja y malcriada. ¡Claro que sí! ¡No me jodas!", pensó Alan forzando una sonrisa.
—Es obvio que nos gustamos y que mi padre estaría muy feliz si te decidieras a formalizar un compromiso conmigo —declaró Lizetta y él carraspeó.
—¿Un compromiso?
—No espero menos —sentenció ella y Alan apretó los puños, buscando una salida.
Ni de broma se casaría con una mujer así. O sea con ninguna ¡pero con ella menos!
—Lizetta lo lamento mucho, creo que ha habido una confusión... porque yo ya estoy comprometido.
La mujer lo miró como si le hubiera echado encima un balde de agua fría.
—¿Qué...? Pero mi papá me dijo… bueno... él creyó que estabas soltero...
—Todavía, pero me casaré dentro de muy poco —mintió Alan—. Tú eres una mujer espectacular, Lizzeta, y tienes razón, hay mucha química entre nosotros, pero realmente estoy enamorado de mi prometida... Lo lamento.
El resto de la cena fue incómoda y silenciosa, pero al menos Lizetta no hizo un escándalo.
No con él. Pero al otro día apenas entró por la puerta del hospital, Alan recibió una llamada urgente del director para que se presentara inmediatamente en la oficina.
Intentó respirar profundo, porque sabía que le exigiría explicaciones por rechazar a su hija. Lizetta probablemente ya le habría contado todo, así que era demasiado tarde para rectificar o cambiar la historia, no le quedaría más remedio que repetir la misma mentira.
—¡¿Comprometido?! —exclamó Wayland cuando lo vio entrar—. ¿Cómo es que estás comprometido y no me lo dijiste?
Alan intentó forzar una sonrisa inocente.
—Lo lamento, Director Wayland, es que no creí que mi vida privada fuera relevante para el cargo al que me estoy postulando —contestó Alan encogiéndose de hombros—. Y cuando usted me dijo que una esposa sería de ayuda pues... decidí proponerle matrimonio a mi novia. Digo, ya pensaba hacerlo, esto solo aceleró las cosas.
Wayland lo miró como si le estuvieran creciendo otro par de brazos.
—Bueno... ¡es que no me lo esperaba… no me lo creo! ¡Lizetta es muy aventada, seguro te dijo algo que no te gustó y por eso trataste de quitártela de encima! —rezongó el director—. ¡Pero te aseguro que es una buena chica! ¡No habría en el mundo mejor esposa para ti que ella...! ¡Deberían intentarlo al menos...!
—Director Wayland estoy seguro de que Lizetta es perfecta, pero es que yo amo a mi prometida —respondió Alan haciendo acopio de paciencia—. Tenemos una relación fuerte, y de verdad quiero casarme con ella.
Wayland hizo un gesto de incomprensión y lo increpó.
—¡Pues exijo saber quién es! ¡Debe ser una buena mujer, amable y dedicada para ser la esposa del director de un hospital como este!
Alan se metió las manos en los bolsillos de la bata con frustración y por esas cosas que tiene el destino sus dedos se cerraron sobre los frascos de medicina que había sacado el día anterior para el hijo de Mar. De repente fue como si una lucecita se encendiera en su cerebro y asintió.
—Pues la verdad es que usted la conoce —dijo en un intento desesperado—. Y estoy seguro de que la aprecia porque es una mujer valiente y trabajadora.
Wayland arrugó el ceño sin comprender.
—No entiendo... ¿la conozco?
—Sí, porque trabaja en este hospital, con usted.
—¿Trabaja aquí? —preguntó el director sorprendido.
—Así es, por eso no le había dicho, para que no creyera que había ningún tipo de relación inapropiada en el trabajo, pero ya que nos vamos a casar creo que no es problema que usted lo sepa, se trata de Mar.
El director Waylan abrió mucho los ojos por la sorpresa y luego señaló afuera, a la mujer que acababa de llegar y estaba acomodando las cosas en su escritorio.
—¿Esa Mar…?
Alan miró en la dirección que señalaba y asintió.
—Esa misma... Si me da un momento, ahora voy a buscarla para que acabemos de hablar. Permítame un minuto.
El director cayó sentado en su silla mientras Alan salía. Pero más sorprendida se quedó Mar cuando el médico tiró de su brazo para ponerla de espaldas a la ventana del despacho y le puso en las manos aquellos frascos.
—Necesito que me sigas la corriente —le dijo y ella miró con ojos desorbitados las medicinas.
—¿Qué... qué es esto...? Doctor...
—Es Alan ahora, y necesito que me ayudes. Me dijiste que podía pedirte cualquier cosa, bueno... ¡esto es cualquier cosa! Ahí viene el director, solo… ¡sígueme la corriente!
Mar no entendía lo que estaba sucediendo. Las medicinas de Michael estaban allí, en la palma de su mano, mientras frente a ella el doctor Alan Parker parecía nervioso.—Qué... ¿Qué quiere que haga? —preguntó recomponiéndose de inmediato mientras guardaba los frascos en sus bolsillos.Él tomó una de sus manos, entrelazando sus dedos con un gesto que la dejó sin aliento. Se dieron la vuelta y vieron al director del hospital acercándose a ellos. Su expresión era incrédula y descompuesta. Se detuvo a unos pasos de distancia, señalándolos indistintamente a uno y a otro como si no pudiera creerlo.—¿Ustedes...? ¿En serio? ¿Pero cuándo? ¡Mar está aquí desde hace solo dos meses y no me había hablado de ti!Mar sintió que la respiración le faltaba de repente.—No queríamos decir nada porque sabíamos que no deberíamos trabajar juntos —le explicó Alan con ecuanimidad—. Pero ahora que las cosas se formalicen buscaremos la forma de hacerlo funcionar, se lo aseguro. Mar es mi prometida y pronto ser
Mar se quedó mirando a un punto fijo sobre el uniforme de color celeste que llevaba Alan bajo la bata. "La alianza de los desesperados". Sonaba hasta épico, pero la verdad era que los dos estaban en circunstancias bastante difíciles. Él por no querer casarse y ella por no tener cómo sobrevivir sin que alguien la ayudara. —Yo... no estoy segura, doctor. Esto parece cosa de novela romántica de esas que se enredan y todo el mundo acaba muerto al final —murmuró Mar. —Eso no es una novela romántica, es una película de terror. —¿No son lo mismo? —se encogió ella de hombros y Alan suspiró. —Escucha, no te voy a obligar a nada. Si no quieres, mañana le digo a Wayland que terminamos y veo cómo me escapo de la malcriada de su hija, aunque es probable que no termine consiguiendo el puesto como director —sentenció él. Mar apretó los labios. No confiaba en el doctor, realmente no confiaba en nadie, pero no era como si tuviera demasiadas opciones frente a ella. Michael necesitaba aquella med
Por un segundo, un solo segundo, todo el vademécum de amargas experiencias de Alan Parker explotaron en su cabeza.¿Para qué quería Mar más dinero? ¿Estaba pensando en romper el acuerdo que habían hecho?—Te estoy haciendo una pregunta, Mar —insistió—. ¡Te dije que me haría cargo de las medicinas de tu hijo! ¡¿Por qué vendiste tu cabello?!—¡Porque las medicinas no son la única responsabilidad que tengo, doctor! —exclamó ella nerviosa y miró de nuevo alrededor porque no conseguía llamarlo por su nombre, y se suponía que en pareja debían tratarse con familiaridad—. Cuando Preston me negó el adelanto, usé el dinero de la renta para pagar el tratamiento de un mes y la casera iba a echarme. ¡No puedo tener a mi hijo en la calle y... esto fue lo que apareció! Así que tomé la oportunidad.—Ah—murmuró Alan retrocediendo.De repente se le hizo demasiado obvio que la situación de Mar era mucho más difícil de lo que él pensaba. Posiblemente estaría lidiando sola con un montón de problemas finan
Mar puso las dos manos a escasos centímetros frente al pecho de Alan, haciéndolo detenerse en su camino hacia la puerta del subdirector.—¡Alan, espera! —le pidió con ansiedad—. No puedes hacer esto...—¿¡Ah no!? ¿Y Preston sí puede agredirte? —siseó él.—¡No, claro que no! Pero yo puedo defenderme sola. Soy capaz de gritar más fuerte de lo que parece —sentenció.Alan se quedó observándola por un segundo, sin conseguir descifrarla. Era evidente que se sentía mal, entonces ¿por qué no quería que la defendiera?—¿Qué fue lo que pasó? —gruñó molesto porque ni siquiera se había detenido a preguntar, no le importaba. En ese momento era un toro de lidia que solo veía la amenaza y la amenaza era Preston—. ¿Por qué te agredió?—Porque piensa que soy tu espía —respondió Mar con calma.—¡¿Cómo?!—Preston cree que entré aquí como tu espía. Cree que quieres hacer lo mismo que hacen otros directores, que al llegar a un puesto cambian la administración completa y se traen a sus propios equipos. Pie
Mar estaba en su escritorio, mirando la pantalla con expresión abstraída, cuando la asistente del subdirector entró apurada.—¡Mar! ¡Mar! —la llamó la mujer mientras se acercaba.Ella levantó la cabeza y la miró con preocupación.—¿Qué pasa, Olivia? —preguntó.—El subdirector quiere verte ahora mismo. Está... feliz, eso me da mala espina. Y encima el Jefe de Pediatría llegó gritando así que será mejor que vayas.Mar se dio cuenta entonces de que probablemente le hubieran llevado ya los análisis y que en el despacho de Preston la estaría esperando un regaño, tres humillaciones y siete amenazas. Se levantó lentamente de su asiento y echó a andar con los labios apretados.Olivia la acompañó de vuelta y se veía tan nerviosa como ella.Mar trató de permanecer calmada pero ciertamente ni siquiera había imaginado con lo que iba a encontrarse.El doctor Harris estaba allí con cara de gravemente ofendido mientras que el subdirector parecía absurdamente feliz mientras le extendía una hoja.—Señ
Wayland tenía el ceño fruncido y estaba entre incrédulo y pensativo. ¿En qué momento y quién había despedido a su asistente? No sabía, pero lo cierto era que Alan Parker sonaba determinado.—¿Estás bromeando? —gruñó Harris—. ¿Quieres que pierda tiempo haciéndote el maldito examen...?—Tú estás muy seguro de ir y abrirle la cabeza a esa niña, ¿no? ¿No eres capaz de esperarte una hora más para asegurarte de no matarla? ¿O es tu ego el que no te lo permite? —replicó Alan.El jefe de Pediatría avanzó hacia él con rabia pero Wayland alargó su brazo entre los dos para detenerlo.—Estos conflictos no son buenos para el hospital, Alan, tú mejor que nadie deberías saberlo...—Estoy seguro de que son mejores que una demanda millonaria por negligencia médica, sobre todo cuando se está advirtiendo —sentenció Alan—. Usted mejor que nadie debería saberlo, director Wayland. ¿No es así?El director tomó una larga inspiración, no tenía una forma limpia de resolver aquello sin ofender a uno de los dos,
—¿Quiere repetir eso por favor, doct... Alan? —murmuró Mar como si le acabara de decir que se quitara la ropa sobre el escritorio.—Escucha, no pensé que fuéramos a llegar a esto pero es evidente que Wayland quiere asegurarse —suspiró Alan—. Si llegan a casa y no ven nada tuyo ni de Michael van a empezar a sospechar.Mar abrió y cerró la boca varias veces, como si estuviera a punto de soltar una excusa pero honestamente su cerebro no la acompañaba.—No creo que eso tenga algo que ver. No todas las parejas viven juntas antes de casarse...—¿Crees que alguien se trague ese cuento? —replicó Alan—. No somos novios virginales, ¿crees que viajaría de África hasta aquí por una mujer con la que no duermo?—Parece que usted mismo se está respondiendo —siseó ella.—¡Mar!—¡Tú! Perdón, tú. Tú mismo te estás respondiendo —murmuró Mar.—Mira sé que no es lo ideal, pero creo que somos adultos civilizados y podemos sacrificar un poco de privacidad de los dos para conseguir lo que queremos. ¿Verdad?
Alan se detuvo en el umbral de la puerta. Mar estaba parada en medio de la habitación, contoneándose de un pie a otro para ver si aquel movimiento calmaba a su hijo, que se aferraba a su pecho. Escuchó la tos del niño, y aquel jadeo bajo de cuando no podía respirar bien.Mar tenía los ojos hinchados y enrojecidos de tanto intentar contener las lágrimas pero finalmente algunas se le escapaban.—No entiendo qué pasa... le di su medicina...Alan se acercó a ella acariciando arriba y abajo la espaldita de Michael para ayudarlo con la tos.—El clima está cambiando y los niños con alergia lo sienten más. Dame un minuto enseguida vuelvo.Alan bajó a uno de los cuartos que usaba de depósito. Ahí guardaba muchas cosas que le enviaban de donación, pero por más que buscó no logró encontrar ningún nebulizador. Tomó las llaves del auto y así mismo se fue a la farmacia más cercana, y si la dependienta se asombró, se aseguró de solo venderle lo que pedía y ni chistar. Con ver a aquel monumento en pi