—¡Marina! —el grito de su compañera en la puerta del pequeño laboratorio médico la hizo saltar—. ¡Marina, apúrate!
—¿Qué pasó? —preguntó asustada.
—¡Acaban de admitir en Urgencias a un niño pequeño de una guardería cercana, y cuando vi el apellido...! ¡Es ese impronunciable... como el de tu hijo...!
—¿Dragonov? —se llevó al pecho una mano temblorosa.
—¡Sí, ese, corre!
Marina sintió que el corazón se le aceleraba mientras corría hacia la entrada del hospital. Sí, su hijo de tres años tenía ese apellido raro porque aunque su marido había nacido en Estados Unidos, sus padres eran búlgaros. Mientras el ascensor bajaba las lágrimas saltaban en sus ojos por temor de que a su pequeño Michael le hubiera pasado algo.
Pero apenas las puertas se abrieron, la distrajo el sonido de una voz familiar procedente de la sala de espera. Se detuvo en seco en aquella esquina y escuchó. Era la voz de su marido, que estaba hablando con otra mujer.
—¿Cómo se te ocurrió traerlo aquí, Nora? ¡Este es un hospital de quinta! ¡Nuestro hijo merece más que esto!
La mujer, a todas luces distinguida y muy adinerada, se encogió de hombros.
—¡¿Y qué querías que hiciera?! Aquí lo trajo la ambulancia —replicó—. Pero ya estoy tramitando el traslado a un hospital privado. ¡Créeme, no me hace ninguna gracia que Kristof esté en este… nido de pulgas!
Marina sintió que las piernas le fallaban y se cubrió la boca para no gritar. ¿Sándor había tenido una aventura? ¡No, era mucho más que eso! Estaba vestido como un ejecutivo, traje a medida, zapatos caros y llevaba… ¡llevaba una alianza de bodas en el dedo! ¿Aquella mujer era… su esposa?
—Está bien, cariño, solo vamos a sacar a nuestro hijo de aquí lo más pronto posible, recuerda que es el heredero de dos imperios importantes, no debemos permitir que esté en un lugar como este.
Marina sintió que se ahogaba. Sandor jamás se había casado con ella porque supuestamente su amor era más grande que un papel, pero ahora sabía la verdad: no podía casarse con ella ¡porque ya estaba casado!
Se dio la vuelta y corrió hacia el mostrador principal.
—¿Dónde está el niño que acaba de llegar? ¿Kristof Dragonov?
Al verla con el uniforme del hospital enseguida se apresuraron a indicarle.
—Llegó con una alergia severa, cubículo 5 de Urgencias.
Marina avanzó por el pasillo, con el corazón latiéndole con fuerza y la mente dándole vueltas. Tenía el corazón destrozado pero necesitaba ver a aquel niño con sus propios ojos.
Y solo tuvo que verlo una vez. Apenas se acercó a la puerta supo que ese niño era el medio hermano de su hijo. Tenían la misma edad, los mismos ojos color miel con detalles verdes.
Una ola de desesperación invadió su pecho y las lágrimas comenzaron a caer sin control mientras se alejaba de allí. Recogió su bolso y le pidió a una de sus compañeras que la cubriera. Pasó por su hijo a la guardería y trató de mantener la calma mientras hacía aquellas maletas.
Sandor llegó en la noche, tal como esperaba, y su rostro se transfiguró al ver aquello. Michael, de tres añitos, jugaba en su corral, pero Marina literalmente tenía maletas en la puerta.
—¿Qué es esto, Marina? —gruñó molesto porque ya había tenido un día bastante malo con Nora.
—¿Me lo ibas a decir alguna vez? —replicó ella—. ¿O creíste que ibas a tener otra familia sin que yo me enterara jamás? ¿Cómo pudiste mantenerlo oculto todos estos años?
La expresión de Sandor fue sorprendida por un segundo, pero luego se transformó en una máscara de ira.
—No sabes lo que estás diciendo.
—¡Sí lo sé, te escuché hablando con tu otra mujer… con tu esposa, Sandor! —le gritó Marina—. ¡Tienes una esposa y otro hijo! ¡Y estoy segura de que con ellos te quedas casi toda la semana mientras yo estúpidamente pensaba que estabas de viaje por trabajo!
Sandor dio un portazo y se acercó a ella con un gesto furioso.
—¿Y qué? ¿Qué te importa si tengo esposa? ¿Qué tiene de malo? ¡Puedo mantenerlas a las dos! —escupió con frustración. Normalmente lograba controlar su mal carácter pero jamás había permitido que una mujer le levantara la voz.
—¡Pues si ella te lo quiere aguantar es su puto problema! ¡Pero yo no lo haré! ¡Te vas de esta casa ahora mismo, porque esto no te lo voy a perdonar nunca, Sandor! ¡Nunca!
Estaba señalando furiosamente la puerta cuando sintió la presión de la mano del hombre sobre su muñeca y cómo retorcía su brazo para llevarlo a su espalda.
—¡A mí me hablas bajito, zorra! —le escupió con rabia—. ¿Crees que puedes sobrevivir sin mí? ¡Bien! ¡Entonces te largas! ¡Pero te largas sola porque mi hijo se queda conmigo! —gruñó llevándola a la puerta de la casa y echándola afuera mientras el niño comenzaba a llorar al escuchar los gritos.
Marina se revolvió y golpeó la madera con todas sus fuerzas.
—¡No puedes quitarme a mi hijo! —le gritó desesperada—. ¡Abre la m*****a puerta, Sandor o voy a ir a decirle a tu esposa que soy tu amante, y no creo que eso te guste!
La puerta se abrió violentamente y lo que asomó ya no fue un hombre sino un monstruo.
—¡¿Me estás amenazando, infeliz?! ¿¡Cómo te atreves!?
—¡Yo soy capaz de hacer lo que sea por mi hijo...!
—Entonces también puedes aguantar a su padre —siseó Sandor agarrándola del cabello y metiéndola bruscamente al departamento—. ¡Esta es mi casa, ese es mi hijo y tú eres mi mujer, y eso solo va a cambiar cuando yo quiera!
—¡Suéltame! ¡Vete! ¡Suéltame! ¡No me toques! Yo ya no soy nada tuyo...
La bofetada la hizo caer al suelo y Marina gimió de dolor cuando su cabeza golpeó contra una de las patas de la mesa. Su vista se nubló, pero no tanto como para no ver a Sandor sacarse el cinturón.
—¡Tú harás lo que yo te diga, cuando yo te diga! —ladró él levantándola por el cabello y lanzándola sobre el sofá antes de dejar caer el primer golpe de aquel cinturón sobre ella—. ¡Me vas a servir la m*****a comida en mi mesa! ¡Te vas a abrir de piernas en mi cama! ¡Porque para eso esta es mi casa y tú eres mía! ¿Entendiste?
Marina gritaba con el cuerpo hecho un ovillo y la cabeza oculta entre las manos, pero nada, absolutamente iba a poder protegerla ya. La noche fue larga, horrible y nebulosa mientras su hijo lloraba en el corral y ella intentaba sobrevivir al monstruo en que se había convertido su marido.
Ya ni siquiera tenía lágrimas al día siguiente cuando él se levantó.
—Voy a estar unos días con Nora. El fin de semana estaré de regreso y procura estar más cooperativa o lo vas a pasar peor —le advirtió largándose de allí.
Marina pestañeó despacio, pero no habían pasado ni cinco minutos después de aquel portazo cuando escuchó de nuevo el chirrido de la bisagra y la voz espantada de la señora Lucrecia, su vecina.
—¡Marina… Marina por Dios! ¿Qué pasó?
—Michael… Mi… Michael…
Lucrecia la ayudó a vestirse como pudo y cargó al niño mientras con mucho esfuerzo la ayudaba a levantarse. Tomó un bolso del closet y bajaron a la calle, deteniendo un taxi al instante.
—¡A la clínica más cercana, por favor! ¡Rápido! —pidió y el taxista se apresuró a llevarlos.
Cuando bajaron en la entrada ya casi no podía caminar, pero de inmediato varias enfermeras se acercaron corriendo y una mujer joven y decidida tomó a Michael de los brazos de Lucrecia.
—Mi nombre es Emma —le dijo mientras se llevaban a Marina—. Por favor dígame qué pasó.
Cinco minutos después y luego de escuchar lo que Lucrecia le contaba, Emma abrazó más fuerte al niño.
—Aquí estarán a salvo, señora Lucrecia, se lo aseguro. Esta clínica es patrocinada por la fundación Great Soul, nosotros nos haremos cargo a partir de ahora. —Se giró hacia una de las asistentes y le pidió—: Llama a la Directora, por favor, necesitamos a Kali aquí de inmediato.
Después de eso el tiempo se dilató extrañamente para Marina. En aquella cama de hospital y rodeada de gente, no fue capaz de reaccionar en varios días. Solo le llegaban fragmentos de órdenes y pláticas.
"...A Los Ángeles, esta noche..."
"...Alan va a regresar pronto..."
"...Papeles nuevos... legalmente ella puede cambiar de nombre, pero el niño no…"
"...Yo también confío en Alan para protegerlos..."
"...El bebé durmió aquí... este va a ser un trauma horrible para él…"
"...Alan los cuidará bien..."
"...Sella su expediente médico, que nadie pueda verlo..."
"...Alan no puede saber..."
"...Alan..."
"...Alan..."
"...Alan..."
¿Quién diablos era Alan?
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Alan intentaba contener aquel llanto desesperado. No podía creer que junto a él, en aquel avión de la OMS, llevara el ataúd de su prometida. Pensó en los muchos planes que habían hecho, en su futuro juntos, en las palabras que habían pronunciado y en las esperanzas que habían compartido.
—No puedo creer que esto esté pasando... —murmuró mientras el dolor lo consumía.
—Ella era una buena mujer, y una excelente doctora —dijo Gus, su mejor amigo poniéndole una mano en el hombro.
Soraia y él se habían conocido seis meses atrás al inicio de la misión en Médicos Sin Fronteras. La pasión había surgido con fuerza y los dos estaban listos para casarse apenas regresaran. En lugar de eso, Alan volvía a Los Ángeles con su cuerpo, Soraia había muerto de una fiebre que ni siquiera habían llegado a diagnosticar a tiempo.
—Creí que pasaríamos el resto de nuestras vidas juntos, que tendríamos una hermosa boda —sollozó—, y en lugar de eso ahora deben estar llamando a su hermano para darle la noticia...
Cuando el avión por fin se detuvo en el aeropuerto Alan rayaba en la desesperación. Las puertas se abrieron y en el hangar vio a un hombre con dos niños de tres y cinco años, que lloraban también. Mientras descargaban el ataúd Alan se acercó a ellos y tendió su mano.
—De verdad lo siento —murmuró—. Usted debe ser el hermano de Soraia...
El hombre se limpió la cara y negó.
—No, el hermano de Soraia todavía está en camino, yo soy su esposo.
Alan se quedó petrificado y Gus, detrás de él, contuvo el aliento.
—¿Disculpe... esposo? —preguntó Alan con voz ahogada.
—Sí, yo soy... era su esposo, estos son nuestros hijos: Jana y Joey —respondió el hombre en un sollozo y Gus se adelantó.
—Nuestro más sentido pésame, señor —dijo de prisa—. Lamentamos mucho su pérdida, de verdad... Con permiso.
Tiró del brazo de Alan y lo llevó como un autómata hasta el primer bar que encontró en la carretera a la salida del aeropuerto.
—Ella... ella tenía...
—Esposo e hijos —lo ayudó Gus poniendo una botella frente a él y lo dejó descargar todo el odio y el rencor que ya no podía descargar contra ella porque estaba muerta.
Y en ese momento Gus lo supo: Alan Parker jamás había tenido mucha suerte en el amor, pero esto… esto lo pagaría cualquier mujer que en adelante se cruzara en su camino.
TRES MESES DESPUÉSMar abrió los ojos despacio, se sentó en la cama y se quedó viendo una chancla como si estuviera en piloto automático, porque definitivamente su cerebro no lograba arrancar bien todavía. Miró a su lado y sintió una opresión horrible en el pecho mientras veía dormir a Michael; su pequeño había estado tosiendo toda la noche y ella había hecho lo posible por hacerlo sentir mejor, pero sin tener medicamentos a mano, eso resultaba bastante difícil.Quería quedarse con él y acurrucarlo todo el día, pero por desgracia debía trabajar, así que Michael debía quedarse en la guardería.Lo dejó dormir un rato más mientras iba a la cocina por café, el único desayuno que de momento podía permitirse para ella. La habían ayudado a mudarse a Los Ángeles y ya no se llamaba Marina, ahora era Mar Guerrero, asistente del director de un prestigioso hospital, que a pesar de ser privado no pagaba mucho a puestos como el suyo.Los últimos tres meses habían sido un infierno para ella. Muchas
Mar temblaba de rabia mientras buscaba una bandeja y la ponía sobre la encimera donde estaba la máquina de café.Preston era un maldito xenófobo y racista, pero por desgracia como él había miles de personas en el mundo, y todo emigrante debía estar dispuesto a afrontar las consecuencias cuando salía de su país natal.Los ojos le ardían de tanto aguantar las lágrimas. No podía darse el lujo de perder aquel trabajo, ni siquiera podía responderle por las cochinadas que le había insinuado, pero después de todo lo que le había pasado en los últimos meses, no podía quedarse con aquella impotencia dentro.El aroma dulzón del café llenó el aire y Mar sirvió las dos pulcras tazas blancas. Preparó los dos cafés con la diligencia que era habitual en ella, pero antes de ir al despacho del director a llevar la bandeja miró atentamente una de las tazas... la de Preston.Las persianas plásticas del despacho solo estaban desplegadas a medias, y no había nadie alrededor. Levantó aquella taza y carrasp
Alan corrió con aquel niño en brazos mientras tras él escuchaba el llanto angustiado y bajo de la mujer. Podía imaginar su desesperación, porque era de todo menos un médico insensible, pero cuando llegaron a la sala de Urgencias y pidió a gritos una camilla y asistencia, solo puedo girarse hacia una enfermera y ordenar.—¡Quédate con la mamá!—¡No, espera... mi hijo...! ¡Tiene alergias... por favor...! ¡Déjame entrar! —sollozó Mar y él la tomó por los hombros con firmeza.—¡Mírame a los ojos! Tu hijo necesita un médico, a mí. Luego te necesitará a ti. Yo iré primero y te llamaré ¿de acuerdo? —Mar temblaba entre sus manos—. ¡¿De acuerdo?!—¡Sí... sí...! Por favor ayúdalo... —suplicó angustiada y Alan le hizo un gesto a la enfermera para que se quedara con ella.Entró al cubículo y ya un residente con experiencia lo estaba asistiendo.—Parece alergia estacional. Vías tapadas pero no hay erupción en los conductos... —comenzó a explicarle mientras Alan comenzaba a ventilarlo y revisarlo.
Mar oyó que llamaban a la puerta y se quedó helada. Sabía que la casera llegaría en cualquier momento, pero no esperaba que lo hiciera esa misma noche. Estaba preparando la cena para Michael, y el aroma llenaba su pequeño departamento de cuarenta metros cuadrados. Apenas había espacio para los dos, pero en Los Ángeles las rentas eran caras si no querías vivir en un barrio demasiado peligroso.Mar sintió que el corazón le latía en la garganta mientras abría lentamente la puerta.—Señora Smith, buenas noches —saludó con voz temblorosa—. ¿Cómo puedo ayudarla?—Vine por al alquiler —respondió la mujer con tono gélido mientras alargaba la mano y Mar apretó los labios.—Lo lamento, señora Smith... no tengo el dinero todavía pero...—Esa no es una respuesta adecuada señora Guerrero —escupió la mujer—. Sabe que no puedo permitirlo.A Mar se le hizo un nudo en el estómago. Había temido ese momento pero ahora que había llegado se sentía completamente impotente.—Lo... lo sé —dijo Mar y su voz e
Mar no entendía lo que estaba sucediendo. Las medicinas de Michael estaban allí, en la palma de su mano, mientras frente a ella el doctor Alan Parker parecía nervioso.—Qué... ¿Qué quiere que haga? —preguntó recomponiéndose de inmediato mientras guardaba los frascos en sus bolsillos.Él tomó una de sus manos, entrelazando sus dedos con un gesto que la dejó sin aliento. Se dieron la vuelta y vieron al director del hospital acercándose a ellos. Su expresión era incrédula y descompuesta. Se detuvo a unos pasos de distancia, señalándolos indistintamente a uno y a otro como si no pudiera creerlo.—¿Ustedes...? ¿En serio? ¿Pero cuándo? ¡Mar está aquí desde hace solo dos meses y no me había hablado de ti!Mar sintió que la respiración le faltaba de repente.—No queríamos decir nada porque sabíamos que no deberíamos trabajar juntos —le explicó Alan con ecuanimidad—. Pero ahora que las cosas se formalicen buscaremos la forma de hacerlo funcionar, se lo aseguro. Mar es mi prometida y pronto ser
Mar se quedó mirando a un punto fijo sobre el uniforme de color celeste que llevaba Alan bajo la bata. "La alianza de los desesperados". Sonaba hasta épico, pero la verdad era que los dos estaban en circunstancias bastante difíciles. Él por no querer casarse y ella por no tener cómo sobrevivir sin que alguien la ayudara. —Yo... no estoy segura, doctor. Esto parece cosa de novela romántica de esas que se enredan y todo el mundo acaba muerto al final —murmuró Mar. —Eso no es una novela romántica, es una película de terror. —¿No son lo mismo? —se encogió ella de hombros y Alan suspiró. —Escucha, no te voy a obligar a nada. Si no quieres, mañana le digo a Wayland que terminamos y veo cómo me escapo de la malcriada de su hija, aunque es probable que no termine consiguiendo el puesto como director —sentenció él. Mar apretó los labios. No confiaba en el doctor, realmente no confiaba en nadie, pero no era como si tuviera demasiadas opciones frente a ella. Michael necesitaba aquella med
Por un segundo, un solo segundo, todo el vademécum de amargas experiencias de Alan Parker explotaron en su cabeza.¿Para qué quería Mar más dinero? ¿Estaba pensando en romper el acuerdo que habían hecho?—Te estoy haciendo una pregunta, Mar —insistió—. ¡Te dije que me haría cargo de las medicinas de tu hijo! ¡¿Por qué vendiste tu cabello?!—¡Porque las medicinas no son la única responsabilidad que tengo, doctor! —exclamó ella nerviosa y miró de nuevo alrededor porque no conseguía llamarlo por su nombre, y se suponía que en pareja debían tratarse con familiaridad—. Cuando Preston me negó el adelanto, usé el dinero de la renta para pagar el tratamiento de un mes y la casera iba a echarme. ¡No puedo tener a mi hijo en la calle y... esto fue lo que apareció! Así que tomé la oportunidad.—Ah—murmuró Alan retrocediendo.De repente se le hizo demasiado obvio que la situación de Mar era mucho más difícil de lo que él pensaba. Posiblemente estaría lidiando sola con un montón de problemas finan
Mar puso las dos manos a escasos centímetros frente al pecho de Alan, haciéndolo detenerse en su camino hacia la puerta del subdirector.—¡Alan, espera! —le pidió con ansiedad—. No puedes hacer esto...—¿¡Ah no!? ¿Y Preston sí puede agredirte? —siseó él.—¡No, claro que no! Pero yo puedo defenderme sola. Soy capaz de gritar más fuerte de lo que parece —sentenció.Alan se quedó observándola por un segundo, sin conseguir descifrarla. Era evidente que se sentía mal, entonces ¿por qué no quería que la defendiera?—¿Qué fue lo que pasó? —gruñó molesto porque ni siquiera se había detenido a preguntar, no le importaba. En ese momento era un toro de lidia que solo veía la amenaza y la amenaza era Preston—. ¿Por qué te agredió?—Porque piensa que soy tu espía —respondió Mar con calma.—¡¿Cómo?!—Preston cree que entré aquí como tu espía. Cree que quieres hacer lo mismo que hacen otros directores, que al llegar a un puesto cambian la administración completa y se traen a sus propios equipos. Pie