El llanto de mi hija
Guillermo y yo llegamos al hospital. Como solía hacer, él tomaba mi mano mientras mirábamos a nuestro alrededor. Me llamaba la atención que cada vez que salíamos de casa, él se comportaba de manera extraña. Parecía temer que alguien conocido nos viera o, en el peor de los casos, que yo pudiera escapar de su lado.

Sin embargo, al mismo tiempo, intentaba no dejar que esas suposiciones llenaran mi mente de pensamientos negativos. Después de todo, desde que desperté del coma, la primera persona que vi fue él. Desde entonces, su único propósito era cuidarme, llenarme de atenciones y amor.

Aunque no había una foto que demostrara que él era realmente mi esposo, como me dijo al despertar, no tenía a nadie más en quien confiar aparte de mi psiquiatra.

Mi memoria estaba en blanco, y Guillermo era la única persona en la que podía apoyarme. Caminamos por un largo pasillo hasta llegar al consultorio del psiquiatra. Había dos pacientes antes que yo, esperando desde hacía un buen rato.

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