Enzo me esperó detrás de la silla a que me colgara el bolso y volvió a rodearme con su brazo por la cintura. Beber con un grupo de señores bastante mayores no era uno de mis mejores planes para las vacaciones, pero no tenía otro mejor. Me dejé llevar através de las grandes puertas abiertas de cristal que daban a un paseo junto al mirador del mar. Era precioso y pocas veces había tenido vistas tan bonitas del mar. Más allá, a pocos metros, había una zona de fiesta. Era una tarima de madera enorme con música, una barra de alcohol y un par de mesas altas para acomodarte y charlar. Había buen ambiente y por gracia no era todo gente de lo más mayor, había un par de personas que rondarían entre mi edad y la de Enzo. Nos hicimos a la barra, Enzo me empujó con suavidad hasta que me puso delante de él entre la barra y su cuerpo y gracias a eso me alejó de las muejeres que ya parecían a punto de secuestrarme para hablar de más cosas aburridas. No lo hice aposta pero estaba algo cansada ya y
El jueves dormí hasta tarde, hasta que me empezó a sonar el teléfono. Restregué la cara por la almohada y abrí un ojo mirando al reloj que colgaba de la pared junto a la ventana. Eran las tres de la tarde y alargué la mano hasta coger mi teléfono de la mesilla, tiré de él y el cargador se desenchufó de la pared, lo saqué y acepté la llamada aún adormilada. —¿Diga? —murmuré con la voz un poco ronca. Se escuchaba una respiración agitada, demasiado, y me dio un escalofrío, ¿era el inicio de una película de terror? Creo que fue peor, hubiera preferido a un tipo enmascarado amenazándome. —Cariño... Pateé la fina sábana de mi cuerpo y me senté contra el cabecero, cerciorándome de que era real y no un sueño. ¡Una semana después se dignaba a aparecer! —¿Cuál es tu puto problema, mamá? ¿Estás jodidamente loca o qué coño te pasa? Respiró más agitada y escuché el traqueteo del vidrio. Hice cálculos mentales, allí debía ser de madrugada, pasadas las dos. No podía llamarme a esa hora par
El viernes volví a llegar a la empresa en autobús, esa vez a tiempo y en cuanto atravesé las puertas giratorias, Monique, una de las chicas de recepción, me llamó. Me esperé cualquier cosa sobre Enzo. —Te acaba de llegar un envío, está en tu puesto de trabajo —me dijo y me guiñó el ojo. Fruncí el ceño. ¿Algo? ¿A mí? Pensé que seguramente sería algo de Enzo, algo que necesitaría colocar o algo relacionado con su cambio de muebles en el despacho. Subí inquieta, presintiendo que la realidad no era nada de eso. Subí algo impaciente en el ascensor y me paralicé cuando vi el ramo de flores sobre mi mostrador. Algo se me removió por dentro, una pequeña parte de mi fantaseó con que fueran de mi jefe. Me acerqué a pasos pequeños y cogí la tarjeta que había sobre ellas. "Siento ser un capullo. Asistiré a rehab y esta es la única forma de decírtelo. Te quiero y espero que podamos arreglar las cosas." Suspiré y hundí la cabeza entre las manos. A veces me seguía recordando al Evan del que
Otro día de trabajo, volví a lo mismo, a correr de un lado a otro y llegué a la empresa algo apurada por perder el autobús. Me lancé a sentarme en mi taburete tras el mostrador. Una semana de vuelta a la rutina y me di cuenta de que Enzo no contrató a otra secretaria y que no era necesario, no tenía tanto lío y yo sola pude hacer en una tarde lo necesario. Era miércoles de nuevo y sólo deseaba que llegara el fin de semana para tener dos días sin tener que evitar a Evan y podría seguir buscando soluciones a todo, además, me llegaba la paga del mes ya dentro de poco y podría devolver algo más de dinero, antes de que decidieran empezar a cobrarme intereses por deber. —Has llegado tarde. Levanté la cabeza sobre el escritorio y me pasé el pelo por detrás de las orejas. Cerré la taquilla bajo el mostrador con el pie y cogí aire. —Ya, ¿tú sabías que al autobusista le da igual que corras para coger el autobús? —Conductor de autobuses —dijo. Junté las cejas. —¿Qué? Enzo me miró y se
Me desperté en el hospital de madrugada, casi cuando ya se hacía de día y lo primero en lo que pensé fue en el dinero que encima tendría que pagar por ello. Tuve un desmayo común por estrés y ansiedad y la única recomendación médica aparte de relajarme un poco fue que me tomara unas pastillas porque, además, desarrollaba anemia, algo bastante común. Me dejaron un par de horas en inspección porque seguía muy pálida y estuve a punto de decirles que era por mi nacionalidad, pero sí, estába pálida y me resigné a mirar el techo mientras escuchaba parlotear a una mujer mayor que había tumbada en la cama al otro lado de la pequeña habitación. —Te trajo un señor —me contó con ese tembleque de señora mayor—. Se fue por la noche muy tarde cuando te trajeron a la habitación, se parecía a mi difunto marido. Encima me tocó escuchar los delirios de una mujer anciana. Había pasado toda la noche allí y me habían sacado sangre para unos análisis rápidos a los que esperé hasta las cuatro de la tar
Se sentó en el borde de la cama amasándome el culo hundiendo sus dedos en mi piel. Empecé a tirar de su camisa, quitándole los botones con una destreza que me sorprendió a mi misma. Me movió las caderas al rítmo que él quería sobre su regazo, sintiendo más y más como el bulto bajo sus pantalones rozaba con mi entrepierna sobre la ropa. Solté un jadeo en su boca llegando a los últimos botones de su camisa que se encondían por la camisa de sus pantalones; tiré de ellos y logré desabrocharle la camisa. Me moría por alejarme y descubrir si tenía esos músculos que tanto se estaban notando bajo mis dedos, se notaba que tenía abdominales marcados tal vez no cómo si hiciera ejercicio todos los días pero estaba musculado y ya me estaba calentando demasiado. Ardía por verle pero no quise romper el beso, por suerte él lo hizo. Agarró el dobladillo de mi camiseta y me besó con mucha más fuerza, juntando su lengua con la mía antes de alejarse apenas unos centímetr
Yo me cubrí con la sábana arrugada y él se levantó de la cama tirando el preservato y colocándose los calzoncillos de nuevo. No volvió a la cama, abrió los cajones del armario y me tiró un conjunto de ropa interior que ni conjuntaba. Me lo puse y cuando me estaba abrochando el sujetador a toda prisa para quitarle mi ropa de entre las manos, llamaron a la puerta con los nudillos. Me levanté consiguiendo encajarme el enganche y joder, ¡me acababa de acostar con Enzo! Me agaché para coger una vieja camiseta de manga corta que se había salido de mi maleta y me la puse estirándola hasta medio muslo. —¿Qué coño haces? —me preguntó sujetando uno de mis sujetadores en la mano. —Abrir, han llamado —me estiré y le quité mi prenda de la mano—. Y deja de toquetear mis cosas. —Te acabo de follar, no me hables de tocar tus cosas. Puse los ojos en blanco y arrastré los pies pasando sobre la ropa tirada del suelo hasta la puerta. Tiré del pomo y el hombre tras la puerta me dio un repaso desc
La planta baja era lo esperable: una cocina inmensa, un salón inmenso con una barra de bar y mucho alcohol, y hasta el baño era inmenso. No me soltó la mano en ningún momento, ni cuando me paseó por las habitaciones del segundo piso y sus baños privados. Giramos en un par de esquinas, muchas habitaciones eran para guardar cosas y estaban vacías, muy simples, pero de la nada y al girar en una esquina muy privada, empujó una puerta blanca y la habitación era más grande que las otras, la cama tenía unas sábanas grises muy bien extendidas y las paredes eran grises oscuras dándo un tono más acogedor a la estancia. Supe enseguida que era su habitación porque tenía ese olor suyo. Y la cama era demasiado grande, como tres de matrimonio juntas. —No me quejo si prefieres quedarte en esta habitación —comentó. —Tampoco te pases. Soltó un bufido camuflando una risa y sonreí siguiéndole hasta la habitación más cercana a la suya. Mis cosas estaban allí y tenía un escritorio, la cama seguía siend