Las Vegas estuvieron bien, pero no había nada a cómo estar los tres juntos, sobre todo en nuestras primeras navidades juntos con Aleshka gateando de un lado a otro y entre regalos.Mi graduación y final de carrera dio justo dos días antes del cumpleaños número uno de nuestra hija y tenía pensado ir sólo a por el diploma y el título; pero Enzo fue, estaba de pie con nuestra hija en brazos detrás de todas las sillas y viéndome subir a la tarima y completando esa etapa de mi vida.—Enhorabuena —me dijo el rector de la UCLA y me sacudió la mano.—Gracias.Intenté no pasar vergüenza al caerme con los tacones bajando de la tarima, y por suerte no lo hic
—¡Mamá! ¡Papá! Enzo me miró, sudado y desnudo sobre mi y vi la duda entre si contestar o fingir que no estábamos y seguir con lo nuestro. —¡Están llamando fuera! Se acabó allí. Enzo se echó de mala gana a mi lado y recogió su ropa del suelo. Se levantó los calzoncillos, su erección se notaba demasiado y me mordí los labios. —No me mires así porque me duele la polla. Me tiró la lencería al lado y cuando me levanté de la cama y se me cayó la sábana, se tocó la polla sobre la ropa. Yo también quería terminar lo que empezamos y más cuando era sexo de cumpleaños, de su treinta y cinco cumpleaños. En lugar de ponerme la lencería cogí su camiseta del suelo y
Trabajar y estudiar. Esa era mi vida. Salía de la universidad y corría a mi pequeño apartamento para comer algo y cambiarme antes de aparecer por la empresa y sentarme tras el mostrador de la última planta. Allí arriba sólo estaba mi mostrador y un despacho amplio y único, el de Enzo, mi jefe, el jefe de todos. Parecía el jefe del mundo, creía que podía controlarlo porque tenía un temperamento y un caracter lleno de seguridad que conquistaba lo que quisiera. Me pasaba las tardes organizándole la agenda, cogiendo sus llamadas y respondiendo a sus correos electrónicos profesionales. Jamás me interesé en las inversiones, lo mío era el periodismo aunque con el paso de los años me di cuenta de que no era realmente lo mío; sólo quería quejarme de las censuras de Rusia y yo ya no estaba allí. Me resignaba a termianr escribiendo columnas aburridas en periódicos que nadie leería, o a ser secretariade Enzo toda mi vida. El ascensor sonó al llegar a la planta y planté mi sonrisa, la que sie
Al día siguiente volví a rutina y después de clases, cuando pasé por el apartamento para cambiarme y comer, Evan no estaba así que pude relajarme sin tener que aguantarle mucho. Me enfundé en otra falda de tubo marrón sobre las rodillas y acomodé por dentro una camiseta de manga corta blanca y alisé la americana a conjunto con la falda en la percha antes de ponérmela. Me recogí el pelo en una coleta, como todos los días, aún así el largo de mi cabellera negra me tocaba los hombros. Tuve que recoger las cervezas vacías de la mesa de la cocina y saqué la basura a punto de explotar. Como mucho, por lo menos tenía coche (más dinero gastado), no era un coche increíble pero me llevaba del apartamento al campus y a la empresa. Tenía una tarjeta para el parking exclusivo y una plaza de garaje privada. Todo el mundo en la empresa tenía coches mucho mejores que el mío, algunos no los entendía porque eran coches demasiado caros para la única utilidad que tenían: ir de un lugar a otro. —Buen
El martes empecé a prepararme por la mañana, recibí un mensaje al teléfono, privado, de Enzo. Él jamás se comunicó conmigo por teléfono, todo era correo elecrónico y llamadas de trabajo. Se presentaría en el apartamento sobre las cinco de la tarde y ya se me hechaba el tiempo encima. —Te preparas demasaido para ver sólo a tus compañeros, ¿no? Le miré através del espejo del baño mientras me rizaba un poco las puntas del pelo. Estaba ya al caer y no quería sacar el collar de su caja hasta que Evan no me viera, lo guardé en mi bolso para ponérmelo de camino. Me la hubiera liado si hubiera visto esa joya. —Es que Enzo nos llevará a un club de golf. Sabes cómo se visten todos en la empresa, no quiero ir como me visto para la universidad. Asintió, se cruzó de brazos en el marco de la puerta y me repasó con los ojos. Le vi sonreír y se puso detrás de mi abrazándome la cintura. Apoyó su barbilla en mi hombro y cerré los ojos un segundo imaginando que era el principio. Pero no lo era y ya
—¿Podemos ir a por algo de beber? —pedí. —Necesito alcohol —dijo él a la vez. Nos miramos y se me escapó una fina risa. Juntos nos encaminamos a la barra tan grande que escondía a cinco camareros pendientes de la gente que les pedía. —Señor Ross. Enzo frenó y apreté los labios. Le escuché quejarse muchas veces de eso, odiaba eso de "Señor". Giré la cabeza y un hombre junto a su mujer caminaron hasta estar delante de nosotros. Debían tener cincuenta años y caminaban enganchados del brazo como nosotros. Ella me miró y me dio una sonrisa que tuve que devolver. —No sabía que vendría acompañado —dijo el hombre y se inlcinó levemente casi en una reverencia. Hubiera soltado algo pero me repetí que cerrar la bo
—Por ahí —señalé un lado del establecimiento. Enzo giró y tiró del freno de mano en el aparcamiento. No íbamos vestidos para estar allí, las mesas estaban algo vacías porque era tarde y cerrarían en una hora y media así que quedaba la gente que apuraba sus cenas y un par de parejas que pedían para una cena rápida. Sé que llamábamos la atención, yo con mi vestido tan perfecto y su americana por los hombros y él tan atractivo con su traje y esa camisa blanca que se le ajustaba a los brazos duros que tenía. Pedí la cena, tiras de pollo suficiente para los dos, una hamburguesa que Enzo quería y algunas nuggets además, y agua, mucha agua, tenía la lengua necesitada de ello. Mientras la cena salía caminé hasta un asiento alejado del resto y estuve a punto de quedarme descalza y subir los pies al asiento. Llegaré en un par de horas. Le respondí a Evan. Él no taró en aparecer tecleando, sorpresivamente escrubió bien, sin letras raras por el efecto de las cervezas. No te preocupes nena
El jueves llegó rápido y Evan se levantó animado y mucho antes que yo. Me despertó con besos en la espalda y unas caricias en los hombros. —Los hermanos están esperándome en el coche abajo —me dijo. —Vale —murmuré contra la almohada. Me desperecé un poco y giré en la cama sentándome contra el cabecero y la fina sábana cubriéndome los pechos desnudos. Evan se inclinó y me apoyó la mano en la mejilla dándome un beso cómo los de la noche pasada. —He encontrado esto sobre el televisor —dijo pegado a mis labios y se sacó mi tanga de lencería del bolsillo de los vaqueros—. Te quedaban de muerte. Sonreí levemente y estiré la mano atrapándolos. —No tardaste en quitármelos. —Porque me gustas mucho más desnuda, eres la hostia de sexy. Me dejó una última caricia en la mejilla y se alejó para recoger su maleta del suelo y ponerse una gorra de beísbol hacia atrás ocultándose el jaleo de pelo que tenía. —Disfruta del viaje, pero no te pases. Evan asintió y volvió a darme un beso r