Trabajar y estudiar. Esa era mi vida.
Salía de la universidad y corría a mi pequeño apartamento para comer algo y cambiarme antes de aparecer por la empresa y sentarme tras el mostrador de la última planta. Allí arriba sólo estaba mi mostrador y un despacho amplio y único, el de Enzo, mi jefe, el jefe de todos. Parecía el jefe del mundo, creía que podía controlarlo porque tenía un temperamento y un caracter lleno de seguridad que conquistaba lo que quisiera.
Me pasaba las tardes organizándole la agenda, cogiendo sus llamadas y respondiendo a sus correos electrónicos profesionales. Jamás me interesé en las inversiones, lo mío era el periodismo aunque con el paso de los años me di cuenta de que no era realmente lo mío; sólo quería quejarme de las censuras de Rusia y yo ya no estaba allí. Me resignaba a termianr escribiendo columnas aburridas en periódicos que nadie leería, o a ser secretariade Enzo toda mi vida.
El ascensor sonó al llegar a la planta y planté mi sonrisa, la que siempre decía la gente que se debía llevar al trabajo y la que siempre intentaba poner. Pasaba una cantidad aburrida de horas a solas tras el mostrador y sólo cuando alguien me veía sonreía así. Nadie estaba realmente tan feliz y mucho menos lo estaba yo.
—Buenas tardes —canturreé.
Enzo me dio esa mirada que siempre me daba cuando me veía. Era un hombre alto y aunque siempre lo veía en traje, notaba que tenía que tener un buen cuerpo lleno de músculos increíbles; por no hablar de que era un hombre atractivo de por si, con unos rasgos muy marcados y masculinos y esa barba corta y oscura que a veces descuidaba un poco. Eso y su pelo negro y ondulado que le tapaba las orejas, y esos ojos oscuros... Era atractivo. Un par de veces tuve que escuchar como mujeres de su edad venían a buscarle y ellas gritaban dentro de su despacho reclamándole cosas que a él no le importaban nada. Llevaba un año trabajando para él y siempre se sabía lo mínimo de su vida íntima a parte de lo que se escuchaba entre el personal interesado por los hombres: que era un soltero de oro (literalmente) Estaba forrado.
—¿Siempre sonríes tanto? —me preguntó.
—Hay que venir con buena actitud al trabajo, algo que por lo que veo tú hoy no prácticas.
Enzo era un hombre también muy serio, pocas veces sonreía y aunque era un buen jefe, era intimidante.
—Tengo un día de m****a.
—¿Quieres un café? —ofrecí.
—Quiero un whisky.
No esperaba más. Él entró en su despacho y yo me pasé un par de horas organizando papeles, reuniones... también respondí a unos mensajes de Evan. No estaba segura de porqué seguía con él, supongo que porque era lo único que tenía en Estados Unidos. No logré muchas amistades, todo el mundo era muy falso y las pocas amigas que tuve en algún momento no se interesaron en mi sinceridad con respecto a su amistad tan tóxica. Evan, sin embargo, fue un buen novio durante el primer año, después nos mudamos juntos para compartir gastos y la rutina y las discusiones se hicieron un asco.
El teléfono me sonó sobre el mostrador con el número en pantalla del teléfono del despacho de Enzo.
—Ekaterina Kozlov, ¿en qué puedo ayudarte? —bromeé.
—Ven a mi despacho, tengo que hablar contigo.
Colgué el teléfono y salté de mi taburete alto encaminándome a su despacho. Giré el pomo de plata y empujé la puerta pasando a aquel despacho con vistas a Los Ángeles. Me encataba, a veces cuando hablámamos sobre su agenda me gustaba arrastrar una silla hasta que podía mirar toda la ciudad.
Él estaba detrás de su enorme escritorio de madera de roble oscura, sin la americana que estaba tirada en el sofá junto a la puerta y se había revuelto el pelo de tanto pasarse las manos por él. Además, tenía la botella de whisky junto a unos papeles.
—¿Todo bien? —le pregunté.
Enzo y yo teníamos una buena relación, no nos consideraba amigos ni mucho menos pero él pasaba de los tuteos y al final no era tan mayor, sólo tenía treinta años.
—Siéntate.
Arrastré la silla frente a su escritorio y me alisé la falda de tubo antes de sentarme. No iba a echarme, hacía bien mi trabajo y él lo decía amenudo. ¿Qué quería?
—¿Necesitas la agenda o...?
—¿Cuánto quieres si te pido hacer un trabajo extra?
<<¿Perdona?>> Yo no era Jasmine u otras secretarias que pudo tener en el pasado. Sí, era guapo y un innegable atractivo sexual, ¿pero de qué hablaba? Ni de coña.
—No sé que clase de secretarias tenías antes pero yo no...
—No hablo de sexo.
—Más te vale —solté y con esas frases bruscas mi acento era mucho más notorio.
Él se inclinó y apoyó los codos en su escritorio entrelazando las manos.
—Tengo una reunión importante de la hostia en una semana. Unos tíos religiosos de cojones quieren meter su dinero en inversiones.
—Eso está bien, ¿quieres que organice la reunión?
—Será en un club de golf exclusivo.
—No veo el problema, se te da bien traer gente a la empresa.
—Son religiosos —repitió.
Dudé y levanté las cejas encogiéndome de hombros.
—¿Y qué? ¿Esperas tatuarte a Jesucristo en la frente?
—No, espero que te hagas pasar por mi esposa.
<<¿Por su qué?>> Ni siquiera me lo creí, me entró la risa hasta que vi que me miraba con total seriedad y me cortó la fantasía. Joder, lo dijo enserio. Dijo "mi esposa". Yo. Fingir. Matrimonio.
—Joder —solté en ruso— ¿lo dices enserio?
Lo primero que aprendí en inglés fueron malas palabras, ya sabía bastante cuando salí de Rusia pero en Estados Unidos perfeccioné sobre todo el lenguaje más informal. De vez en cuando, cuando me sorprendía o cuando se me olvidaba, hablaba en mi idioma y se me quedaban mirando raro.
—Será jodidamente fácil si ven esa m****a. Quieren hacer sus inversiones de dinero en un negocio familiar. Algo así, la cosa es que se fian de los matrimonios.
—¿Y eso qué tiene que ver para esta locura? Prefiero que te hagas lo de Jesucristo en la frente, o aprende a rezar y suéltaselo en la cara, o tú finge que tu esposa está en casa. Además, mentir es pecado, no estarán contentos contigo si se enteran. ¡Ni siquiera creo en Dios!
—Yo tampoco. Te pagaré lo que te queda de universidad, ¿qué son, dos años más?
—¿Qué? Oh, has bebido de la hostia, Enzo.
Frunció el ceño y se inclinó más sobre la mesa. Su cuerpo era ancho y alto, y con ese gesto facial me recordó al mafioso de una película.
—¿Y tú desde cuándo hablas así? —me preguntó.
—Desde que me pides que sea tu esposa de mentira para que unos tíos inviertan contigo. Estás loco. Además, ¿qué tiene que ver creer en Dios con el matrimonio? ¿No puedes fingir que crees en Dios tú solo?
Vi un atisbo de sonrisa asomar sus labios.
—¿Cuánto, Kate? —me chantajeó.
—¡Nada! Oh, por Dios...
—Eso es lo que necesito que digas.
—No... —chasqueé la lengua y me llevé las manos a la cara echándome sobre el respaldo de la silla.
—Cubriré los gastos de tus estudios, todos. Lo que te quede de universidad.
¿Fingir ser la esposa de alguien? Ni siquiera creía en el matrimonio... Pero que un millonario me ayudara con la universidad... Para Enzo el dinero no era problema, ni siquiera notarçia que su cuenta del banco cambiaba si me ayudaba con esos gastos...Podría ahorrar más y así dejar a Evan y poder irme a vivir yo sola. No cobraba mal, de echo Enzo era bastante generoso con los pagos, pero la universidad sin una beca era muy cara y gastaba otro tanto de mi dinero en mantener a mi madre.
—¿Dos años? —dudé tras unos minutos.
Él asintió.
—Pagaré todo lo que te quede de estudios.
Apreté los labios. Era tentador y mi madre ya volvía a pedirme dinero para sus tratamientos y terapias.
—Quiero que firmes un papel.
—Lo que quieras.
Igual la idea no era la mejor. ¿Una mujer? Él podría conseguir a otra, y gratis, y a una de verdad, pero si iba a ayudarme con más dinero... Un beneficio mutuo, ayuda por ayuda... No obejeté más. Aún si creía que era una idea de m****a, le dejé seguir.
Sacó un papel del cajón de su escritorio y empezó a escribir.
—Espera —le frené y puse la mano sobre el papel—. ¿Tengo que aprender a rezar o mierdas de esas? Soy la persona más atea del mundo.
—Sólo quiero que me acompañes.
—Vale. Fírmalo.
Lo firmó y me lo pasó. Yo firmé y los dos estrechamos la mano con ese pacto que podía salir o demasiado bien o demasiado mal.
—¿Quieres un whisky? —me preguntó poniéndose de pie.
—Sí, lo necesito.
Necesité bastantes whiskys para entenderlo todo. Me sirvió un vaso y me quedé sentada ahí un buen rato, bebiendo en silencio con él.
—Te compraré un anillo y te daré dinero para que te compres ropa.
—Yo tengo ropa.
No me hizo ni caso, abrió su cartera y deslizó una tarjeta blanca por la mesa.
—Es una tarjeta prepago, ingresaré dinero y te comprarás lo que te de la gana para la reunión, si sobra puedes quedártelo. Yo te recogeré de tu casa, ¿eso le molestará a tu novio?
—¿Me preguntas si le molestará que me haga pasar por tu mujer? No, qué va —ironicé—. De todas formas le da igual.
—¿Tenéis problemas?
—A veces quiero se trage una cerveza caducada y le carcoma un gusano por dentro.
Torció una sonrisa y le salió un hoyuelo bastante mono. Íbamos por el tercer vaso de whisky y pasado el rato extraño de la proposición, estábamos siendo más casuales que profesionales.
—No es tan difícil dejar a un capullo.
Sí lo era. Evan pagaba más parte del apartamento porque sus padres le pagaban la universidad y no tenía muchos más gastos así que lo que le sobraba se lo gastaba en cervezas y fiestas; a mi el dinero se me iba por todas partes.
—Da igual, no tiene importancia.
Todavía no asimilaba del todo lo que estaba pasando y ese día volví al apartamento con una sensación de extrañeza que me hizo hacer cosas mecánicas. Dejé mi bolso colgado del perchero de la entrada y me saqué los tacones en la entrada pasando de largo por el salón hasta la habitación.
—Hola, nena —me saludó Evan cuando el salió de la cocina y yo iba hacia el cuarto. Su mano se apoyó en mi cintura y me besó—. Llevo todo el día sin verte...
"Nena" era algo que odiaba, sonaba ridiculo y no estaba para pensar en eso, ni en eso ni en la forma en que su mano bajó hasta mi culo y me lo apretó arrimándose a mi. Le empujé por el pecho.
—No tengo ganas, Evan.
Me siguió por detrás y me azotó el culo cuando pasé por delante de él al cuarto. La cama estaba revuelta de nuevo y me hizo resoplar. Tuve que colocar las almohadas y estirar de nuevo las sábanas. Resoplé de nuevo y solté mis tacones en el zapatero del armario.
—¿Qué te pasa? Estás rara.
Dudé de si decírselo pero sabía que se habría enfadado y tendría que soportarle una semana entera jodiendo y fastidiando. No quería aguantarlo tanto. No tenía ni por qué enterarse.
—Nada, el trabajo y la universidad.
No era mentira del todo, los estudios y el trabajo me quitaban mucho tiempo. Me esforzaba al máximo en los dos para tener lo mejor: el mejor futuro y la mejor eficiencia.
—Yo ya he terminado, estoy de vacaciones, ¿a tí cuánto te queda?
Se lo dije, tres veces, pero a veces sabía que hablaba y no me escuchaba, sólo asentía con la cabeza como si lo hiciera.
—Esta es la última semana.
Cruzó la habitación y sus brazos me envolvieron por la cintura. Me quitó la coleta y sus labios se apoyaron en mi cuello. Evan era de mi altura, era un chico guapo, el prototipo de lo que todas soñamos de pequeñas: rubio, ojos claros, delgado pero con un cuerpo levemente trabajado.
Le conocí en cuanto llegué a Estados Unidos con dieciocho años, ya teníamos veinte, el segundo año de universidad y las vacaciones de primavera. Las necesitaba. Eran sólo dos semanas libres pero Evan tenía un viaje de pesca organizado con sus amigos durante cuatro días y eso me era suficiente. Y se iría para cuando la reunión era, sería algo fácil de olvidar y de pasar por alto. Vacaciones de Evan, del trabajo, con un sólo compromiso entre medias... sonaba increíble para poder pensar con claridad lo que sería de mi vida. ¿De verdad quería (o podía) aguantar más tiempo ese estilo de vida? No. Necesitaba vivir lo que fui a buscar a Estados Unidos: la libertad.
Al día siguiente volví a rutina y después de clases, cuando pasé por el apartamento para cambiarme y comer, Evan no estaba así que pude relajarme sin tener que aguantarle mucho. Me enfundé en otra falda de tubo marrón sobre las rodillas y acomodé por dentro una camiseta de manga corta blanca y alisé la americana a conjunto con la falda en la percha antes de ponérmela. Me recogí el pelo en una coleta, como todos los días, aún así el largo de mi cabellera negra me tocaba los hombros. Tuve que recoger las cervezas vacías de la mesa de la cocina y saqué la basura a punto de explotar. Como mucho, por lo menos tenía coche (más dinero gastado), no era un coche increíble pero me llevaba del apartamento al campus y a la empresa. Tenía una tarjeta para el parking exclusivo y una plaza de garaje privada. Todo el mundo en la empresa tenía coches mucho mejores que el mío, algunos no los entendía porque eran coches demasiado caros para la única utilidad que tenían: ir de un lugar a otro. —Buen
El martes empecé a prepararme por la mañana, recibí un mensaje al teléfono, privado, de Enzo. Él jamás se comunicó conmigo por teléfono, todo era correo elecrónico y llamadas de trabajo. Se presentaría en el apartamento sobre las cinco de la tarde y ya se me hechaba el tiempo encima. —Te preparas demasaido para ver sólo a tus compañeros, ¿no? Le miré através del espejo del baño mientras me rizaba un poco las puntas del pelo. Estaba ya al caer y no quería sacar el collar de su caja hasta que Evan no me viera, lo guardé en mi bolso para ponérmelo de camino. Me la hubiera liado si hubiera visto esa joya. —Es que Enzo nos llevará a un club de golf. Sabes cómo se visten todos en la empresa, no quiero ir como me visto para la universidad. Asintió, se cruzó de brazos en el marco de la puerta y me repasó con los ojos. Le vi sonreír y se puso detrás de mi abrazándome la cintura. Apoyó su barbilla en mi hombro y cerré los ojos un segundo imaginando que era el principio. Pero no lo era y ya
—¿Podemos ir a por algo de beber? —pedí. —Necesito alcohol —dijo él a la vez. Nos miramos y se me escapó una fina risa. Juntos nos encaminamos a la barra tan grande que escondía a cinco camareros pendientes de la gente que les pedía. —Señor Ross. Enzo frenó y apreté los labios. Le escuché quejarse muchas veces de eso, odiaba eso de "Señor". Giré la cabeza y un hombre junto a su mujer caminaron hasta estar delante de nosotros. Debían tener cincuenta años y caminaban enganchados del brazo como nosotros. Ella me miró y me dio una sonrisa que tuve que devolver. —No sabía que vendría acompañado —dijo el hombre y se inlcinó levemente casi en una reverencia. Hubiera soltado algo pero me repetí que cerrar la bo
—Por ahí —señalé un lado del establecimiento. Enzo giró y tiró del freno de mano en el aparcamiento. No íbamos vestidos para estar allí, las mesas estaban algo vacías porque era tarde y cerrarían en una hora y media así que quedaba la gente que apuraba sus cenas y un par de parejas que pedían para una cena rápida. Sé que llamábamos la atención, yo con mi vestido tan perfecto y su americana por los hombros y él tan atractivo con su traje y esa camisa blanca que se le ajustaba a los brazos duros que tenía. Pedí la cena, tiras de pollo suficiente para los dos, una hamburguesa que Enzo quería y algunas nuggets además, y agua, mucha agua, tenía la lengua necesitada de ello. Mientras la cena salía caminé hasta un asiento alejado del resto y estuve a punto de quedarme descalza y subir los pies al asiento. Llegaré en un par de horas. Le respondí a Evan. Él no taró en aparecer tecleando, sorpresivamente escrubió bien, sin letras raras por el efecto de las cervezas. No te preocupes nena
El jueves llegó rápido y Evan se levantó animado y mucho antes que yo. Me despertó con besos en la espalda y unas caricias en los hombros. —Los hermanos están esperándome en el coche abajo —me dijo. —Vale —murmuré contra la almohada. Me desperecé un poco y giré en la cama sentándome contra el cabecero y la fina sábana cubriéndome los pechos desnudos. Evan se inclinó y me apoyó la mano en la mejilla dándome un beso cómo los de la noche pasada. —He encontrado esto sobre el televisor —dijo pegado a mis labios y se sacó mi tanga de lencería del bolsillo de los vaqueros—. Te quedaban de muerte. Sonreí levemente y estiré la mano atrapándolos. —No tardaste en quitármelos. —Porque me gustas mucho más desnuda, eres la hostia de sexy. Me dejó una última caricia en la mejilla y se alejó para recoger su maleta del suelo y ponerse una gorra de beísbol hacia atrás ocultándose el jaleo de pelo que tenía. —Disfruta del viaje, pero no te pases. Evan asintió y volvió a darme un beso r
Me tomé el fin de semana, no tuve resultados en la búsqueda de mudarme porque no podría lidiar con eso más todo el dinero que aún debía. Tuve insomnio y las cosas no podían ir nada bien con Evan, pero cuando llegó el domingo por la noche se precoupó. Entró por la puerta del apartamento arrastrando la maleta, eran las nueve de la noche y yo ya estaba tumbada en el sofá agotada. Era otro día en el que mi madre no me cogía el teléfono, otro día que pasaba enfadada por tener que retrasar mi vida libre... —Oye —Evan se acercó y se agachó delante de mi en el sofá. Me quitó el pelo de la cara—. ¿Estás bien, nena? —Sí —mentí—. ¿Qué tal tu viaje? Y cómo era de esperarme empezó a hablar de lo suyo. Se puso de pie y no dejó de parlotear y yo cerré los ojos para dormir. Cuando me desperté, Evan seguía durmiendo y aunque intenté levantarle para decirle que iría a trabajar, ni se movió del colchón así que salí de sus brazos que me rodeaban. La empresa no estaba tan concurrida durante las v
Al día siguiente me desperté a tiempo. metí toda mi ropa en el armario de la habitación de hotel y por gracia divina había una plancha que pude usar para quitarle las arrugas a un pantalón de traje que tenía y a una blusa blanca con pequeños puntos negros. Me calcé los tacones simples negros, esos que eran tan iguales al resto que tenía. Me miré frente al espejo e intenté sonreír pero aún fingiendo quedaba horrorosa. Vi el vestido, el negro y largo para la cena del día siguiente, lo colgué del armario y eso me recordó asegurarme de que llevaba la tarjeta para devolvérsela a Enzo. Me colgué el bolso y mi día ya empezó mal cuando se me olvidó que ya no tenía coche y que necesitaba coger el autobús, autobús que se fue delante de mi cara y tuve que esperar diez minutos al siguiente. Ya llevaba media hora de retraso cuando aparecí apurada por las puertas giratorias de la empresa y estuve a punto de romperme un pie. Corrí a los ascensores y me peiné con los dedos frente al e
El martes por la mañana me desperté con un mensaje de Enzo dándome el día libre de trabajo y me recordó que pasaría por mi a las siete. Eso me dejó muchas horas muertas en las que no supe qué hacer. Organicé mis clases que empezaban de nuevo a la siguiente semana; debía decirle a Enzo que mi horaría de trabajo volvería al de siempre, sólo de tarde. Empecé a darme una ducha a las tres de la tarde, pasé tiempo bajo el agua templada, el suficiente cómo para mentalizarme de que volvería a ser la esposa falsa de Enzo. Salí envuelta en una toalla y con el tiempo que me quedaba me tomé una buena media hora para maquillarme lo mejor que yo sabía mientras el pelo se me secaba, volví a ponerme el pijama y cuando dieron las siete menos cuarto me metí en el vestido. Parecía mentira que pudiera verme así de elegante. El vestido negro me llegaba por los gemelos y el corte en la pierna era de lo más sexy y refinado a la vez. Me gustó la imagen que me regaló el espejo, sobre todo con ese escote en