Me tomé el fin de semana, no tuve resultados en la búsqueda de mudarme porque no podría lidiar con eso más todo el dinero que aún debía. Tuve insomnio y las cosas no podían ir nada bien con Evan, pero cuando llegó el domingo por la noche se precoupó.
Entró por la puerta del apartamento arrastrando la maleta, eran las nueve de la noche y yo ya estaba tumbada en el sofá agotada. Era otro día en el que mi madre no me cogía el teléfono, otro día que pasaba enfadada por tener que retrasar mi vida libre...
—Oye —Evan se acercó y se agachó delante de mi en el sofá. Me quitó el pelo de la cara—. ¿Estás bien, nena?
—Sí —mentí—. ¿Qué tal tu viaje?
Y cómo era de esperarme empezó a hablar de lo suyo. Se puso de pie y no dejó de parlotear y yo cerré los ojos para dormir. Cuando me desperté, Evan seguía durmiendo y aunque intenté levantarle para decirle que iría a trabajar, ni se movió del colchón así que salí de sus brazos que me rodeaban.
La empresa no estaba tan concurrida durante las vacaciones y Enzo, en realidad, jamás estaba ajetreado, creo que pasaba tiempo en la empresa porque se debía aburrir en su casa. Trabajaba la mitad de la gente y no había clientes, se notaba el ambiente de las vacaciones.
En cuanto me senté tras el mostrador en la última planta, saqué un poco los pies de los tacones y encendí el ordenador. Saltaron un montón de mensajes de correo electrónico que necesitaban ser respondidos y me puse a ello, también me puse a quitar el fondo de pantalla tan ridículo que Jasmine le puso monitor. Cómo tenía todo el día para trabajar, no lo hice tan rápido a cómo trabajaba normalmente.
Sobre las once de la mañana escuché el sonido agudo del ascensor al llegar a la planta y en lo que las puertas se abrían escuché a Markus decir:
—¿Desde cuándo coño tú vienes por las mañanas?
Lo dejé correr y seguí tecleando en el ordenador para cuando los dos salieron del ascensor y me miraron.
—Oh... —soltó Markus con gracia—. Está aquí tu "mujer". Buenos días, Kate.
Apreté los labios y agité la cabeza.
—Buenos días.
Volví a meter la cabeza en mis tareas y sé que Markus volvió al ascensor porque Enzo se acercó solo hasta apoyar las manos en el mostrador.
—¿Y tus vacaciones? —me preguntó.
—Te dije el viernes que vendría.
—¿Va todo bien?
Asentí, aunque cualquiera que me mirara sabría que mentía.
—No tienes nada por hoy, ¿es que tú no te tomas vacaciones?
—Ven a mi despacho —me ordenó.
Metí los pies correctamente en los tacones y le seguí muy de cerca. Me abrió la puerta de su despacho dejándome entrar primero. Estuve tentada a tirarme en el sofá que descansaba pegado a la pared, pero en su lugar caminé y me senté recta en la silla acolchada frente a su escritorio. Le vi quitarse la americana y la lanzó de aquella manera al sofá. La camisa blanca se le pegaba a los músculos y parecía que se rompería con la flexión de sus brazos. Abrió un pequeño mueble con botellas y sacó dos vasos de whisky junto a la botella.
—Es pronto para beber —dije.
Pasó de mi. Puso los vasos en su escritorio y se hizo a su silla sirviéndonos el whisky. Me empujó el vaso y lo observé. El problema era que tuviera ganas de bebérmelo, seguro que así empezó mi madre, incluso Evan.
—¿Quieres hablar de lo que sea que te pase?
—No eres psicólogo.
—Esto es mi empresa, quiero que mis trabajadores estén bien.
Reprimí una risa.
—¿Desde cuándo eres tú el que se encarga de eso?
—Desde que me sale de los cojones.
Junté las cejas y me crucé de brazos aplastándome contra el respaldo. Nuestra relación era más relajada, pero no estaba para soltar todos mis problemas a un hombre cómo él. Ni siquiera se lo decía al chico con el que dormía.
—¿Qué quieres? —terminé preguntando con cansancio.
—Cómo habrás visto en mi agenda tengo una cena de empresa el miércoles —empezó, y asentí—. Vas a venir.
Levanté las cejas.
—¿En calidad de qué? —dudé.
Abrió su cartera y sacó de nuevo esa tarjeta prepago. Ya me respondí yo sola: En calidad de esposa falsa.
—Van a firmar los contraros pero no dejan de tocar los cojones y quieren que asistamos una ceja. Mi mujer y yo.
—Ese no era el favor.
Le dio vueltas a su vaso de whisky en la mano y quité la vista de las cajas negras envueltas en lazos. Sus ojos negros dieron en los míos y le aguanté la mirada. Podía salir bien, podía volverlo ha hacer, a mentir, a fingir...
—¿Cuánto quieres? —repitió. Tuve un deja vú.
Y él no se arruinaría, jamás lo haría, no notaría ni el cambio en su cuenta del banco. Y me lo debía porque gracias a mi ayuda estaba consiguiendo a unos clinientes forrados de dinero.
Me relamí los labios buscando las palabras. No quería sonar fría, el dinero era algo muy personal, pero Enzo lo ofrecía muy fácil y a mi me resolvería la vida...
Cogí aire y me froté la frente. No le costaría poner un seis y tres ceros seguidos, pero era demasiado, ni siquiera yo me creía que conseguiría el dinero tan fácil.
—Dos mil.
Me puse nerviosa ante la opción de que se negara. Sólo me quedarían tres mil para quitarme el problema principal de encima, el último que tenía. La boca me supo hasta mal.
Enzo me miró y se tragó todo el whisky. No se le hizo muy difícil sacar el talonario y firmarme un cheque con dos mil dólares. Alargué la mano para cogerlo y exhalé intentando tranquilizar lo rápido que me iba el corazón.
—Gracias —susurré. Joder, eso me venía genial.
Enzo me hizo un gesto de cabeza.
—Tienes el resto del día libre, ve a comprarte algo nuevo y quédate lo que sobre. ¿Necesitas que llame a Analía?
—No —negé lo más rápido que pude—. Terminaré el trabajo ahora y...
—Puedes salir ya, Kate. Sé que no hay mucho que hacer.
Sonreí de verdad.
—Gracias, Enzo. —Empujé la silla y me alisé la falda de tubo negra—. Hasta mañana.
Agitó la cabeza y estuve a punto de celebrarlo en cuanto cerré la puerta de su despacho. Cogí mis cosas y ordené el mostrador volviendo al ascensor. Ya no iba al garaje y cuando pasé frente a recepción encontré en mi bolso la tarjeta de acceso con el coche.
—¿Ya no vienes en coche? —me preguntó una de las mujeres.
—No.
La noté curiosa pero yo salí más deprisa de la empresa hacia la parada del autobús. Lo primero que hice fue ingresar los dos mil dólares en la cuenta de la institución y pagar lo que me cobraron por el cambio de moneda. Pero ya quedaba menos y eso me animó ligeramente para ir a comprar. Jamás toqué más dinero del que necesité, al final yo tenía zapatos en casa y un bolso negro al que quise ceñirme para comprarme únicamente un vestido bastante simple y largo con un corte en la pierna, apenas usé sesenta dólares en él.
Escondí la tarjeta para cuando volví a casa y escuché gritos mucho antes de llegar a nuestra planta. Empujé la puerta que daba a las escaleras y y vi a nuestro vecino de enfrente con la bata puesta y esperando frente a nuestra puerta.
—Demasiado tiempo os llevo escuchando discutir, esto es lo que faltaba en edificio —me soltó—. Controla a tu novio.
—Que te jodan —solté.
Él me ignoró y volvió a meterse en su apartamento. Yo saqué las llaves y escuché las voces de sus padres y a Evan histérico. Empujé la puerta y todo se quedó en silencio. Evan respiraba agitado, volvía a haber cervezas apiladas en la mesa del salón y una caja de pizza vacía también. Se estaba convirtiendo en mi padrastro, algo que yo odiaba.
—¿Se puede saber qué pasa? Se escuchan gritos desde las escaleras.
Evan atravesó furioso la sala hasta ponerse delante de mi y tirar en la mesa de la entrada un folleto.
—¿Tú sabes de esta m****a? —me bramó—. ¿Te crees que soy un puto borracho?
Olía cómo si lo fuera. Levanté la mirada, a sus padres mirándonos. ¿Iban a llevárselo? Vale que bebía mucho pero no sé si hasta el punto de considerarle un alcohólico.
—Sólo hemos venido a darle una charla —dijo su madre.
—Una puta charla porque creéis que soy un alcohólico. ¡No lo soy, joder! ¿Tú crees que bebo tanto? —me preguntó.
—Bebes demasiado, Evan.
—Que te jodan, Kate —me bramó—. Yo bebo de la hostia y tu te follas a tu jefe, ¿quieres que te de yo a ti una puta charla sobre cómo no abrir las piernas?
Levanté la mano y le crucé la cara. No sé quién coño se creía, bueno sí, Evan borracho era así.
—¡Evan! —le regañaron sus padres.
Le cogí por la barbilla y sus ojos verdes y dilatados me miraron cuando le sujeté con fuerza.
—A mi no me hablas así, gilipollas. Si el alcohol te sienta tan mal deja de beber porque ya pareces parte del sofá.
Soltó una risa y se sacudió de mi agarre pisando fuerte hacia la cocina. Abrió los cajones, los desordenó y sus padres me miraron disculpándose con la mirada. Agité la cabeza, daba igual, Evan se convirtió en eso el solo. Sacó una libreta de un cajón dejándolos todos abiertos y la abrió, y me la puso delante de la cara, y supe lo que era.
—¿Qué coño es esto? ¿Menos Evan? ¿Has buscado apartamentos? ¡¿Qué cojones es esto?! ¿Quieres largarte? Pues a tomar por culo, Kate, yo pago el triple que tú a este apartamento y si tan poco te gusta ya sabes dónde está la jodida puerta.
Apreté los labios. Iba a irme de todas formas, por eso justo yo jamás pude deshacerme al completo de mis ahorros. Y me di cuenta de que era mucho más fácil que él me echara de casa a que yo decidiera irme por mi cuenta.
Sí, me fui.
Atravesé pisando fuerte hacia nuestra habitación. Cerré de un portazo y la discusión con sus padres volvió. Les escuché decirle que me pidiera perdón, que nadie jamás le aguantaría cómo yo lo hice. No, no lo haría, sólo una estúpida hubiera aguantado tanto a cómo yo. ¡Qué tonta! Estaba claro que me explotaría en la cara tarde o temprano y no pudo ser en peor momento.
Saqué mi maleta bajo la cama, era grande, tuve que meter todas mis cosas desde Rusia. Ni siquiera la doblé, tiré de las perchas y lancé todo a mi maleta. Su madre entró llorando y me intentó convencer de quedarme con Evan. Yo seguí aplastando cosas en mi maleta repartiendo los zapatos también en mi mochila de la universidad.
—Por favor, por favor, Kate —me pidió entre llantos.
Ni siquiera quería llorar, sólo quería irme y alejarme de todo. Era algo de lo que ya estaba mentalizada. Cerré la maleta, me costó bastante porque ella intentaba impedírmelo pero lo consgeuí y la cogí del asa colgándome además la mochila a la espalda y cogiendo unos pocos bolsos que tenía y cargándomelos en los brazos. Tampoco gasté saliva. Cogí el cargador de mi teléfono y me lo guardé en uno de los bolsos empezando a salir del apartamento. Era horroroso, Evan era un capullo de m****a y no esperaba lidiar con él jamás.
Me miró, parecía derrotado y cuando alcancé la puerta él corrió.
—Joder, lo siento nena, lo siento.
Negué con la cabeza e intenté tirar del pomo, pero puso el pie.
—Evan, déjame salir.
—Nena...
—Y no me llames así, siempre lo he odiado, es ridículo y tu eres un capullo al que ya no aguanto más. Demasiado que me he quedado, gracias por largarme.
Evan empezó a negar y jamás creí verlo llorar, pero empezó a llorar y me abrazó por la cintura cayendo de rodillas al suelo. Me apretó el corazón pero no iba a pasar. Me deshice de su agarre y conseguí abrir levemente la puerta. Empujé la maleta hacia el pasillo y el vecino cotilla allí estaba.
—¿Y tú qué coño miras? —le bramé con el potente acento que me salió.
Se encerró de nuevo en la puerta y yo pateé mi maleta con el pie colándome por el hueco de la puerta. Lo escuché llamarme, jadeando entre lágrimas, pero no me di la vuelta. Llegué a las escaleras y la maleta se me escurrió de las manos rodando escaleras abajo y yo me coloqué la mochila y me ajusté los bolsos a los hombros. Fue un siplicio llegar a la calle, todavía era pronto, eran las seis de la tarde y no tenía ni idea de dónde ir. Me senté en mi maleta junto a la carretera en la acera tan inestable frente al edificio. <<¿Y ahora qué?>> Empecé a caminar con pesadez por las calles, si tuviera amigas... Pero no lo hacía y busqué en G****e Maps un hotel barato que pudiera hospedarme por las noches que me hiciera falta. Estaba a una hora caminando, iba con los tacones del trabajo y me cambié en mitad de la calle preparándome para una larga caminata.
No fue tan malo, caminar, poder pensar, respirar con claridad y con una carga menos.
Al día siguiente me desperté a tiempo. metí toda mi ropa en el armario de la habitación de hotel y por gracia divina había una plancha que pude usar para quitarle las arrugas a un pantalón de traje que tenía y a una blusa blanca con pequeños puntos negros. Me calcé los tacones simples negros, esos que eran tan iguales al resto que tenía. Me miré frente al espejo e intenté sonreír pero aún fingiendo quedaba horrorosa. Vi el vestido, el negro y largo para la cena del día siguiente, lo colgué del armario y eso me recordó asegurarme de que llevaba la tarjeta para devolvérsela a Enzo. Me colgué el bolso y mi día ya empezó mal cuando se me olvidó que ya no tenía coche y que necesitaba coger el autobús, autobús que se fue delante de mi cara y tuve que esperar diez minutos al siguiente. Ya llevaba media hora de retraso cuando aparecí apurada por las puertas giratorias de la empresa y estuve a punto de romperme un pie. Corrí a los ascensores y me peiné con los dedos frente al e
El martes por la mañana me desperté con un mensaje de Enzo dándome el día libre de trabajo y me recordó que pasaría por mi a las siete. Eso me dejó muchas horas muertas en las que no supe qué hacer. Organicé mis clases que empezaban de nuevo a la siguiente semana; debía decirle a Enzo que mi horaría de trabajo volvería al de siempre, sólo de tarde. Empecé a darme una ducha a las tres de la tarde, pasé tiempo bajo el agua templada, el suficiente cómo para mentalizarme de que volvería a ser la esposa falsa de Enzo. Salí envuelta en una toalla y con el tiempo que me quedaba me tomé una buena media hora para maquillarme lo mejor que yo sabía mientras el pelo se me secaba, volví a ponerme el pijama y cuando dieron las siete menos cuarto me metí en el vestido. Parecía mentira que pudiera verme así de elegante. El vestido negro me llegaba por los gemelos y el corte en la pierna era de lo más sexy y refinado a la vez. Me gustó la imagen que me regaló el espejo, sobre todo con ese escote en
Enzo me esperó detrás de la silla a que me colgara el bolso y volvió a rodearme con su brazo por la cintura. Beber con un grupo de señores bastante mayores no era uno de mis mejores planes para las vacaciones, pero no tenía otro mejor. Me dejé llevar através de las grandes puertas abiertas de cristal que daban a un paseo junto al mirador del mar. Era precioso y pocas veces había tenido vistas tan bonitas del mar. Más allá, a pocos metros, había una zona de fiesta. Era una tarima de madera enorme con música, una barra de alcohol y un par de mesas altas para acomodarte y charlar. Había buen ambiente y por gracia no era todo gente de lo más mayor, había un par de personas que rondarían entre mi edad y la de Enzo. Nos hicimos a la barra, Enzo me empujó con suavidad hasta que me puso delante de él entre la barra y su cuerpo y gracias a eso me alejó de las muejeres que ya parecían a punto de secuestrarme para hablar de más cosas aburridas. No lo hice aposta pero estaba algo cansada ya y
El jueves dormí hasta tarde, hasta que me empezó a sonar el teléfono. Restregué la cara por la almohada y abrí un ojo mirando al reloj que colgaba de la pared junto a la ventana. Eran las tres de la tarde y alargué la mano hasta coger mi teléfono de la mesilla, tiré de él y el cargador se desenchufó de la pared, lo saqué y acepté la llamada aún adormilada. —¿Diga? —murmuré con la voz un poco ronca. Se escuchaba una respiración agitada, demasiado, y me dio un escalofrío, ¿era el inicio de una película de terror? Creo que fue peor, hubiera preferido a un tipo enmascarado amenazándome. —Cariño... Pateé la fina sábana de mi cuerpo y me senté contra el cabecero, cerciorándome de que era real y no un sueño. ¡Una semana después se dignaba a aparecer! —¿Cuál es tu puto problema, mamá? ¿Estás jodidamente loca o qué coño te pasa? Respiró más agitada y escuché el traqueteo del vidrio. Hice cálculos mentales, allí debía ser de madrugada, pasadas las dos. No podía llamarme a esa hora par
El viernes volví a llegar a la empresa en autobús, esa vez a tiempo y en cuanto atravesé las puertas giratorias, Monique, una de las chicas de recepción, me llamó. Me esperé cualquier cosa sobre Enzo. —Te acaba de llegar un envío, está en tu puesto de trabajo —me dijo y me guiñó el ojo. Fruncí el ceño. ¿Algo? ¿A mí? Pensé que seguramente sería algo de Enzo, algo que necesitaría colocar o algo relacionado con su cambio de muebles en el despacho. Subí inquieta, presintiendo que la realidad no era nada de eso. Subí algo impaciente en el ascensor y me paralicé cuando vi el ramo de flores sobre mi mostrador. Algo se me removió por dentro, una pequeña parte de mi fantaseó con que fueran de mi jefe. Me acerqué a pasos pequeños y cogí la tarjeta que había sobre ellas. "Siento ser un capullo. Asistiré a rehab y esta es la única forma de decírtelo. Te quiero y espero que podamos arreglar las cosas." Suspiré y hundí la cabeza entre las manos. A veces me seguía recordando al Evan del que
Otro día de trabajo, volví a lo mismo, a correr de un lado a otro y llegué a la empresa algo apurada por perder el autobús. Me lancé a sentarme en mi taburete tras el mostrador. Una semana de vuelta a la rutina y me di cuenta de que Enzo no contrató a otra secretaria y que no era necesario, no tenía tanto lío y yo sola pude hacer en una tarde lo necesario. Era miércoles de nuevo y sólo deseaba que llegara el fin de semana para tener dos días sin tener que evitar a Evan y podría seguir buscando soluciones a todo, además, me llegaba la paga del mes ya dentro de poco y podría devolver algo más de dinero, antes de que decidieran empezar a cobrarme intereses por deber. —Has llegado tarde. Levanté la cabeza sobre el escritorio y me pasé el pelo por detrás de las orejas. Cerré la taquilla bajo el mostrador con el pie y cogí aire. —Ya, ¿tú sabías que al autobusista le da igual que corras para coger el autobús? —Conductor de autobuses —dijo. Junté las cejas. —¿Qué? Enzo me miró y se
Me desperté en el hospital de madrugada, casi cuando ya se hacía de día y lo primero en lo que pensé fue en el dinero que encima tendría que pagar por ello. Tuve un desmayo común por estrés y ansiedad y la única recomendación médica aparte de relajarme un poco fue que me tomara unas pastillas porque, además, desarrollaba anemia, algo bastante común. Me dejaron un par de horas en inspección porque seguía muy pálida y estuve a punto de decirles que era por mi nacionalidad, pero sí, estába pálida y me resigné a mirar el techo mientras escuchaba parlotear a una mujer mayor que había tumbada en la cama al otro lado de la pequeña habitación. —Te trajo un señor —me contó con ese tembleque de señora mayor—. Se fue por la noche muy tarde cuando te trajeron a la habitación, se parecía a mi difunto marido. Encima me tocó escuchar los delirios de una mujer anciana. Había pasado toda la noche allí y me habían sacado sangre para unos análisis rápidos a los que esperé hasta las cuatro de la tar
Se sentó en el borde de la cama amasándome el culo hundiendo sus dedos en mi piel. Empecé a tirar de su camisa, quitándole los botones con una destreza que me sorprendió a mi misma. Me movió las caderas al rítmo que él quería sobre su regazo, sintiendo más y más como el bulto bajo sus pantalones rozaba con mi entrepierna sobre la ropa. Solté un jadeo en su boca llegando a los últimos botones de su camisa que se encondían por la camisa de sus pantalones; tiré de ellos y logré desabrocharle la camisa. Me moría por alejarme y descubrir si tenía esos músculos que tanto se estaban notando bajo mis dedos, se notaba que tenía abdominales marcados tal vez no cómo si hiciera ejercicio todos los días pero estaba musculado y ya me estaba calentando demasiado. Ardía por verle pero no quise romper el beso, por suerte él lo hizo. Agarró el dobladillo de mi camiseta y me besó con mucha más fuerza, juntando su lengua con la mía antes de alejarse apenas unos centímetr