Me desperté en el hospital de madrugada, casi cuando ya se hacía de día y lo primero en lo que pensé fue en el dinero que encima tendría que pagar por ello. Tuve un desmayo común por estrés y ansiedad y la única recomendación médica aparte de relajarme un poco fue que me tomara unas pastillas porque, además, desarrollaba anemia, algo bastante común. Me dejaron un par de horas en inspección porque seguía muy pálida y estuve a punto de decirles que era por mi nacionalidad, pero sí, estába pálida y me resigné a mirar el techo mientras escuchaba parlotear a una mujer mayor que había tumbada en la cama al otro lado de la pequeña habitación. —Te trajo un señor —me contó con ese tembleque de señora mayor—. Se fue por la noche muy tarde cuando te trajeron a la habitación, se parecía a mi difunto marido. Encima me tocó escuchar los delirios de una mujer anciana. Había pasado toda la noche allí y me habían sacado sangre para unos análisis rápidos a los que esperé hasta las cuatro de la tar
Se sentó en el borde de la cama amasándome el culo hundiendo sus dedos en mi piel. Empecé a tirar de su camisa, quitándole los botones con una destreza que me sorprendió a mi misma. Me movió las caderas al rítmo que él quería sobre su regazo, sintiendo más y más como el bulto bajo sus pantalones rozaba con mi entrepierna sobre la ropa. Solté un jadeo en su boca llegando a los últimos botones de su camisa que se encondían por la camisa de sus pantalones; tiré de ellos y logré desabrocharle la camisa. Me moría por alejarme y descubrir si tenía esos músculos que tanto se estaban notando bajo mis dedos, se notaba que tenía abdominales marcados tal vez no cómo si hiciera ejercicio todos los días pero estaba musculado y ya me estaba calentando demasiado. Ardía por verle pero no quise romper el beso, por suerte él lo hizo. Agarró el dobladillo de mi camiseta y me besó con mucha más fuerza, juntando su lengua con la mía antes de alejarse apenas unos centímetr
Yo me cubrí con la sábana arrugada y él se levantó de la cama tirando el preservato y colocándose los calzoncillos de nuevo. No volvió a la cama, abrió los cajones del armario y me tiró un conjunto de ropa interior que ni conjuntaba. Me lo puse y cuando me estaba abrochando el sujetador a toda prisa para quitarle mi ropa de entre las manos, llamaron a la puerta con los nudillos. Me levanté consiguiendo encajarme el enganche y joder, ¡me acababa de acostar con Enzo! Me agaché para coger una vieja camiseta de manga corta que se había salido de mi maleta y me la puse estirándola hasta medio muslo. —¿Qué coño haces? —me preguntó sujetando uno de mis sujetadores en la mano. —Abrir, han llamado —me estiré y le quité mi prenda de la mano—. Y deja de toquetear mis cosas. —Te acabo de follar, no me hables de tocar tus cosas. Puse los ojos en blanco y arrastré los pies pasando sobre la ropa tirada del suelo hasta la puerta. Tiré del pomo y el hombre tras la puerta me dio un repaso desc
La planta baja era lo esperable: una cocina inmensa, un salón inmenso con una barra de bar y mucho alcohol, y hasta el baño era inmenso. No me soltó la mano en ningún momento, ni cuando me paseó por las habitaciones del segundo piso y sus baños privados. Giramos en un par de esquinas, muchas habitaciones eran para guardar cosas y estaban vacías, muy simples, pero de la nada y al girar en una esquina muy privada, empujó una puerta blanca y la habitación era más grande que las otras, la cama tenía unas sábanas grises muy bien extendidas y las paredes eran grises oscuras dándo un tono más acogedor a la estancia. Supe enseguida que era su habitación porque tenía ese olor suyo. Y la cama era demasiado grande, como tres de matrimonio juntas. —No me quejo si prefieres quedarte en esta habitación —comentó. —Tampoco te pases. Soltó un bufido camuflando una risa y sonreí siguiéndole hasta la habitación más cercana a la suya. Mis cosas estaban allí y tenía un escritorio, la cama seguía siend
Me desperté a las seis de la mañana para tener tiempo de todo. Según G****e Maps la universidad quedaba a casi cincuenta minutos de mi ubicación y tenía mi primera clase a las nueve. Me di una ducha rápida y aprovechando el buen tiempo de esa mañana y el sol que se colaba por la por la enorme ventana del cuarto, decicí ponerme un vestido primaveral. Me lo subí por las piernas y la tela ajustada verde se hizo a mis simples curvas y el escote me apretó el pecho sin sujetador. Por si el tiempo variaba al pasar el día, me coloqué una chaqueta vaquera y fui dando saltos por la habitación para meterme en mis zapatillas casuales mientras metía mis libros del día en la mochila de clase. Cuando lo tuve todo listo y me hube arreglado la cara y el pelo, abrí la puerta de la habitación y me asomé caminando casi de puntillas hacia las escaleras. > No se escuchaba nada, todavía no había gente trabajando ni en la cocina ni en ninguna parte. La casa se sintió muy sola de repente y no s
Me desperté demasiado tarde porque esa cama me abrazaba demasiado bien. Estaba completamente sola y correteé por toda la casa en pijama y descalza. Cuando bajé a la cocina para hacerme un simple café, encontré una nota escrita a mano en el centro de la isla, tuve que trepar para llegar a cogerla y conocía poco la letra de Enzo, todo era digitalizado, pero tenía una letra cursiva y algo chapuza, aún así leí: Si no te arreglas con la cafetera hay café frío en la nevera. Lo entendí en cuanto me acerqué a la máquina, tenía tantos botones que decidí no tocarla más y me cogí uno de los cafés fríos de la nevera. Tampoco había visto nunca una nevera tan llena con tantas cosas. Y era alta, y los cafés estaban arriba, pero había uno sólo en una de las baldas más bajas. Sonreí y me lo fui bebiendo mientras paseaba por la casa sintiéndome dueña de algo así por unas horas. Encontré una puerta medio secreta tras las escaleras y cuando la abrí se alumbraron otras escaleras hacia abajo. Pisé lentame
El sábado fue un día tranquilo y durante el desayuno Enzo me preguntó por el dinero. —Me lo he quitado ya de encima, por lo menos lo de Rusia. —¿Y tu madre? —No quiero saber nada de ella. Tuve la necesidad de preguntarle a él por su vida privada, no sabía nada sobre él y desde que se me cruzaron las ganas por conocerle más, eso rondó mi cabeza sin parar. Convivir con Enzo era un lujo, sobre todo después de haber pasado por Evan. Era un hombre tranquilo, no dejaba cosas por medio, ni me gritaba. Pasamos todo el día juntos, no salimos de la mansión y aún cuando cuando le dije que tenía que hacer tareas de la universidad, nos sentamos en una mesa del jardín y se pasó horas mirándome y se interesó por lo que hacía. Nadie hacía eso por mi. —¿No tienes otra cosa mejor que hacer? —le pregunté. Me estiré hasta uno de mis rotuladores de colores y sentí su mano tirarme del pelo al que llevaba tiempo dándole vueltas entre sus dedos. —No —admitió. Seguí repasando mis apuntes. —¿Ech
El domingo me desperté en la cama y me desperté bastante tarde. La mansión entera estaba en silencio cuando bajé a la cocina y uno de los cafés fríos estaba para mi en una de las baldas más bajas de la nevera. Me mordí el labio recordando la madrugada de esa noche. Mi secreto en ese momento era que empezaba a sentir demasiado por mi jefe. Con el café frío en la mano subí al cuarto y me senté en el escritorio. Encendí mi ordenador para empezar a buscar. En menos de dos meses finalizaría el curso y tenía que darme prisa en empezar mi trabajo final. Cómo era obvio y el primer trabajo serio que escribía, lo hice sobre Rusia porque me moría de ganas de quejarme. Todas mis cosas estaban en ruso, era mucho más fácil entenderlo para mí, pero me esforzaba en buscar cosas en inglés y más de una vez tuve que usar el traductor o el diccionario de sinónimos. Durante mis horas de estudio, me puse los cascos, me gustaba el ruido o tal vez era porque esa era mi forma de