Me desperté a las seis de la mañana para tener tiempo de todo. Según G****e Maps la universidad quedaba a casi cincuenta minutos de mi ubicación y tenía mi primera clase a las nueve. Me di una ducha rápida y aprovechando el buen tiempo de esa mañana y el sol que se colaba por la por la enorme ventana del cuarto, decicí ponerme un vestido primaveral. Me lo subí por las piernas y la tela ajustada verde se hizo a mis simples curvas y el escote me apretó el pecho sin sujetador. Por si el tiempo variaba al pasar el día, me coloqué una chaqueta vaquera y fui dando saltos por la habitación para meterme en mis zapatillas casuales mientras metía mis libros del día en la mochila de clase. Cuando lo tuve todo listo y me hube arreglado la cara y el pelo, abrí la puerta de la habitación y me asomé caminando casi de puntillas hacia las escaleras. > No se escuchaba nada, todavía no había gente trabajando ni en la cocina ni en ninguna parte. La casa se sintió muy sola de repente y no s
Me desperté demasiado tarde porque esa cama me abrazaba demasiado bien. Estaba completamente sola y correteé por toda la casa en pijama y descalza. Cuando bajé a la cocina para hacerme un simple café, encontré una nota escrita a mano en el centro de la isla, tuve que trepar para llegar a cogerla y conocía poco la letra de Enzo, todo era digitalizado, pero tenía una letra cursiva y algo chapuza, aún así leí: Si no te arreglas con la cafetera hay café frío en la nevera. Lo entendí en cuanto me acerqué a la máquina, tenía tantos botones que decidí no tocarla más y me cogí uno de los cafés fríos de la nevera. Tampoco había visto nunca una nevera tan llena con tantas cosas. Y era alta, y los cafés estaban arriba, pero había uno sólo en una de las baldas más bajas. Sonreí y me lo fui bebiendo mientras paseaba por la casa sintiéndome dueña de algo así por unas horas. Encontré una puerta medio secreta tras las escaleras y cuando la abrí se alumbraron otras escaleras hacia abajo. Pisé lentame
El sábado fue un día tranquilo y durante el desayuno Enzo me preguntó por el dinero. —Me lo he quitado ya de encima, por lo menos lo de Rusia. —¿Y tu madre? —No quiero saber nada de ella. Tuve la necesidad de preguntarle a él por su vida privada, no sabía nada sobre él y desde que se me cruzaron las ganas por conocerle más, eso rondó mi cabeza sin parar. Convivir con Enzo era un lujo, sobre todo después de haber pasado por Evan. Era un hombre tranquilo, no dejaba cosas por medio, ni me gritaba. Pasamos todo el día juntos, no salimos de la mansión y aún cuando cuando le dije que tenía que hacer tareas de la universidad, nos sentamos en una mesa del jardín y se pasó horas mirándome y se interesó por lo que hacía. Nadie hacía eso por mi. —¿No tienes otra cosa mejor que hacer? —le pregunté. Me estiré hasta uno de mis rotuladores de colores y sentí su mano tirarme del pelo al que llevaba tiempo dándole vueltas entre sus dedos. —No —admitió. Seguí repasando mis apuntes. —¿Ech
El domingo me desperté en la cama y me desperté bastante tarde. La mansión entera estaba en silencio cuando bajé a la cocina y uno de los cafés fríos estaba para mi en una de las baldas más bajas de la nevera. Me mordí el labio recordando la madrugada de esa noche. Mi secreto en ese momento era que empezaba a sentir demasiado por mi jefe. Con el café frío en la mano subí al cuarto y me senté en el escritorio. Encendí mi ordenador para empezar a buscar. En menos de dos meses finalizaría el curso y tenía que darme prisa en empezar mi trabajo final. Cómo era obvio y el primer trabajo serio que escribía, lo hice sobre Rusia porque me moría de ganas de quejarme. Todas mis cosas estaban en ruso, era mucho más fácil entenderlo para mí, pero me esforzaba en buscar cosas en inglés y más de una vez tuve que usar el traductor o el diccionario de sinónimos. Durante mis horas de estudio, me puse los cascos, me gustaba el ruido o tal vez era porque esa era mi forma de
Quedé con Tory por la mañana, tras desayunar, y antes de salir él me dio esa tarjeta prepago. —Gasta lo que quieras, y cómpra ropa para cuando quieras. Asentí, sabiendo que compraría lo más barato para sacarme del apuro. —¿Dónde iremos? Para saber la ocasión. —Al club de golf de la primera vez. Tory nos interrumpió cuando tocó el intercomunicador y el sonido llenó la casa. Estábamos en la entrada de la mansión y Enzo se acercó a tocar el botón. —¿Quién? —bramó. —Venga, capullo, abre que hoy es día de tíos. Era Markus y de fondo escuché la risa de Tory. Hicimos un intercambio. Yo me monté en su coche y Markus entró en la mansión. Ambas nos despedimos desde el descapotable y durante horas sólo charlamos de su viaje, me contó cosas que no necesitaba saber sobre su relación y cuando se calmó de hablar de México, empezó a ayudarme a buscar vestidos y, por el camino, ella se llenó de bolsas hasta que yo encontré uno. Me metí en el prodor y me coloqué aquel vestido de un tono m
El lunes empecé el día de una forma increible porque durante el desayuno Enzo me avisó de que la inversión había subido y me alegró demasiado porque recuperé un poco todo lo robado y perdido. Además, por la tarde teníamos el evento y tendría algo de tiempo para volver a la mansión y descansar antes de irnos. Me monté en su deportivo y él me dejó en el campus justo frente a mi facultad. Agarré mi mochila y el día se me pasó de lo más fluído. Ni me enteré de cómo corrían las horas hasta que pasó. Dio mi última hora y cuando terminó, salí del edificio caminando hasta el lugar dónde Enzo me encontraba. Pero algo pasó. Si aquel grupo de chicos no se me hubiera cruzado, si yo no hubiera reoplado y me hubiera dado la vuelta para coger el otro camino de tierra que atravesaba el campus, tal vez no nos hubiéramos encontrado. Pero pasó. Ella estaba ahí, perdida en la universidad sujetando un mapa del campus y algunos papeles en la mano. Me costó reconocerla porque estaba impoluta con esos vaque
Enzo me miró y levantó la cabeza detrás de mi; a la mujer ya algo desaliñada por el pijama con los ojos rojos por estar a punto de llorar. O no, quién sabe. Mi madre era rara. Me acerqué a él y le cogí por el brazo para irnos. —Vámonos —dije. Ella aceleró y me cogió a mí del brazo tirándo dentro de la habitación. —Por favor, por favor, por favor. No te vayas. Quédate. Por favor. Tiré de mi brazo y ella me soltó. Enzo enseguida me rodeó con sus brazos y se alejó de la barandilla del pasillo para cubrirme con su cuerpo. La miró mal, como si quisiera matarla y me echó el brazo por el cuepo escondiéndome detrás de él. Le apreté las uñas sobre la camisa. —Déjalo —dije. Ella me miró con los ojos tan negros... —Por favor... —me suplicó y entonces le miró a él—. Yo —empezó con un inglés bastante penoso y nos señaló a ambas. Enzo asintió y su mano se apretó en mi. No dejó de mirarla cuando lo adivinó. —Es tu madre. Yo asentí y tiré de nuevo de su brazo. —Vámonos —repetí.
La mujer, que no debía tener más de cuarenta años, me miró algo sorprendida pero me dejó pasar y señaló el diván. —Túmbate, por favor —me pidió. ¿Tumbada? Me tumbé y ella se sentó en una silla a mi lado con una libreta. Me preguntó mi nombre para llevar un registro y me costó veinte minutos abrirme del todo. Jamás había ido antes a un psicóloco y no sabía que era tan abrumador. —¿Sabes qué es el perdón? —Si intentas que perdone a mi madre vas fatal. Ella sonrió. —Perdonarla es algo para ti. Te dejará libre. —Ella debería perdonarme a mi por todo lo que me ha hecho. Último capítulo