A la mañana siguiente, Giovanni ordenó eliminar todas las flores del jardín, dejándolo como un terreno árido y desolado. Aquellas plantas habían llenado el espacio de color y energía, y ahora no quedaba rastro de esa vibrante vida.Elena estaba confinada en esas cuatro paredes de su habitación. Lo que más temía de su esposo ya se había hecho realidad. Una punzada de ira y resentimiento empezó a florecer en su interior.«¿Por qué me trata como a una prisionera?», se preguntó.Sí, había desobedecido su orden de no merodear más allá de los límites establecidos, pero esa también era su casa, o al menos quería sentirla así.Cuando el sonido de unas máquinas resonó desde la parte trasera de la mansión, Elena se acercó a la ventana y, apartando la cortina, miró hacia afuera. Sus ojos se abrieron con sorpresa. El hermoso jardín que había contemplado alguna vez ya no existía; solo quedaba tierra suelta y huecos desordenados.¿Acaso eso era un nuevo castigo?Apretó los puños, deseando golpear
—Recordé que no tenías cómo llegar a mí, así que decidí venir hasta ti —murmuró él, con esa confianza inquebrantable que siempre lo rodeaba. Se había acercado tanto que su pecho casi rozaba su espalda. Elena sintió su presencia, intensa y firme, como si él reclamara el espacio a su alrededor sin pedir permiso.Por un instante, permaneció inmóvil, los músculos tensos, conteniendo el aliento. Era consciente de cada centímetro y esa cercanía la inquietaba.—Algo me dijo que necesitabas un héroe —susurró él, con una media sonrisa que reflejaba algo más allá de simple simpatía. En el espejo, sus miradas se cruzaron, y la conexión fue inmediata, como un hilo invisible y cargado de tensión que los unía en silencio.—No sé de qué hablas —logró responder, esforzándose por mantener un tono indiferente. Dio un paso hacia el secador de manos y trató de apartarse de él, de recuperar su espacio personal y, sobre todo, su control. Pero Marco la siguió, ubicándose nuevamente detrás de ella, como s
En la empresa Montalvo, se encontraba Marcelo en su oficina con su abogado, quien le detallaba la situación en voz firme, pero cautelosa. Las persianas medio cerradas dejaban entrar una luz tenue, reflejando el aire de inquietud que comenzaba a asentarse en el despacho.—Señor, la situación es delicada. Ahora que su hija está casada, entra en efecto una cláusula del testamento que usted no consideró cuando ella se casó —explicó el abogado, sin perder la compostura, aunque evidentemente incómodo. Sabía que esa información pondría a Marcelo en una posición comprometida, y más aún, sabía el poder que Giovanni Romagnoli podía tener si lograba obtener una copia de aquel documento o incluso si conseguía el original.Marcelo apretó la mandíbula, sintiendo la presión de la situación. La existencia del testamento, prácticamente enterrada bajo el peso de su influencia y los sobornos que había ofrecido, se suponía que era un secreto inviolable. Había invertido demasiado en asegurarse de que na
Elena yacía en la cama, con el cuerpo cubierto por una fina manta que apenas le daba calor. No comía bien desde hacía días, y aunque la sirvienta le llevaba la comida tres veces al día, ella rechazaba cada plato sin siquiera mirarlo. Al principio fue una muestra de resistencia, un acto de rebeldía contra Giovanni, quien la había sumido en un mundo de soledad y control. Pero ahora, esa aparente rebelión estaba comenzando a afectarla de una forma que nunca previó. El hambre y la debilidad se estaban apoderando de ella, su energía se desvanecía y, lo peor de todo, empezaba a temer por la vida de su bebé.Las sombras comenzaban a oscurecer la habitación, y Elena apenas tuvo fuerzas para moverse cuando la sirvienta mayor entró, esta vez con una bandeja de sopa caliente. Era un caldo suave, especialmente preparado para alguien que apenas podía masticar. Pero Elena solo negó con la cabeza, apartando la vista de la bandeja.—Señora, al menos tomé un sorbo —insistió la sirvienta en voz baja,
Se encontraba agotada, débil y con un sueño abrumador; aun así, estaba considerando seriamente las palabras de Marco.¿Aceptará?—No tengo fuerzas para mantenerme de pié, mis piernas están débiles—le dijo, aunque eso podría sonar cómo una excusa, era muy cierto.—Eso ya lo tengo resuelto.Marco se dio la vuelta y volvió a abrir la puerta de la habitación. Tuvo una breve conversación con el hombre que estaba fuera vigilando y, tras cerrarla nuevamente, se acercó a Elena.A pesar de su cansancio, la sorpresa la invadió.Seguía sin entender por qué Marco hacía algo como eso; estaba arriesgando su vida. Después de todo lo que Elena había presenciado en esa casa y de hasta dónde era capaz de llegar su esposo, una parte de ella temía por el hombre que intentaba ayudarla.—Lo he pensado bien —comenzó. En el fondo, deseaba darle otra respuesta, marcharse y no volver nunca, a menos que Giovanni cambiara, pero sabía que eso nunca ocurriría—. No pondré más vidas en peligro.Marco la observó, con
—¡¿Por qué nadie me avisó nada?! —rugió Giovanni al otro lado de la línea.Había llamado a casa para saber cómo iban las cosas. El personal ni siquiera se había molestado en informarle sobre el estado de su esposa.Desde que Elena dejó de alimentarse bien, él no había recibido ninguna noticia. Estaba fuera de la ciudad nuevamente y aprovechaba cada momento libre para preguntar, principalmente por ella.No le agradaba haberla dejado de esa forma. Sabía que Elena aún estaría asustada por lo que había presenciado en el cobertizo. Aunque no era la primera vez que veía un cuerpo herido o sin vida, esas escenas seguían traumatizándola, especialmente porque su propio esposo era responsable de esos actos brutales.—Señor... yo desconocía que la señora no estaba comiendo adecuadamente —respondió Bellini. Aunque había un ligero temblor en su voz, mantuvo una postura firme y el tono sereno.—¡Te la dejé a cargo! —continuó gritando—. ¡Tenías que haber supervisado cada detalle! ¡Son todos unos ine
—¿Dónde estamos? —preguntó Elena al ver la fachada de una cabaña grande y antigua al final del camino.No había nada más en ese lugar. Estaban a kilómetros de la civilización, rodeados solo de árboles altos y hierbas; probablemente también hubiera animales peligrosos, por lo que salir de allí sin un auto no era una opción segura.—Es donde te quedarás por ahora —respondió Marco.Ambos se mantuvieron en silencio durante el trayecto. Elena no hizo muchas preguntas; su mente seguía enfocada en Giovanni. Se preguntaba si él ya se habría enterado de su desaparición o si tal vez aún no se había preocupado por su paradero.Elena creía que su esposo la había olvidado, que por eso no había tenido contacto con él esos días que estuvo ausente. Duró varios días lejos de casa sin recibir una sola llamada suya.«Nunca le importé, y es posible que tampoco te quiera a ti», pensó, acariciándose el vientre.Volvió a observar la vista frente a ella. La cabaña de madera era alta, pero le daba un aire de
Giovanni miraba su reflejo en la ventana del auto, sus ojos oscurecidos por una mezcla de furia y frustración. No le sorprendía que Elena estuviera embarazada; en el fondo, lo había anticipado. Después de todo, nunca había tomado precauciones cuando estaba con ella, en parte por su arrogancia, y en parte porque la idea de dejar su huella en ella le resultaba posesiva.Sin embargo, que ella estuviera embarazada en este momento, y además lejos de él, lo desquiciaba. Un impulso posesivo se encendió en su pecho, un deseo incontrolable de que ella estuviera donde él pudiera vigilarla, donde nadie pudiera interferir en lo que ahora consideraba suyo.Llamó a su chofer y le indicó, con tono seco, que lo llevara directamente a la mansión de Vittorio, su socio y, según él, el único que podría darle una pista sobre el paradero de Marco, su sobrino y el supuesto captor de Elena. Giovanni no necesitaba anunciarse para aparecer en la casa de Vittorio; sin embargo, algo en su mirada indicaba que e