Giovanni miraba su reflejo en la ventana del auto, sus ojos oscurecidos por una mezcla de furia y frustración. No le sorprendía que Elena estuviera embarazada; en el fondo, lo había anticipado. Después de todo, nunca había tomado precauciones cuando estaba con ella, en parte por su arrogancia, y en parte porque la idea de dejar su huella en ella le resultaba posesiva.Sin embargo, que ella estuviera embarazada en este momento, y además lejos de él, lo desquiciaba. Un impulso posesivo se encendió en su pecho, un deseo incontrolable de que ella estuviera donde él pudiera vigilarla, donde nadie pudiera interferir en lo que ahora consideraba suyo.Llamó a su chofer y le indicó, con tono seco, que lo llevara directamente a la mansión de Vittorio, su socio y, según él, el único que podría darle una pista sobre el paradero de Marco, su sobrino y el supuesto captor de Elena. Giovanni no necesitaba anunciarse para aparecer en la casa de Vittorio; sin embargo, algo en su mirada indicaba que e
No entendía nada; Marco no se había molestado en explicarle los detalles de su plan. Minutos después de mostrarle una parte de la cabaña, la condujo a la habitación que sería su alcoba, donde le dijo que pasaría la mayor parte del tiempo.Elena seguía agotada físicamente, pero lo que más la desgastaba era que todos terminaran por encerrarla. Y aunque sabía que era por una buena razón, ya que el hombre estaba tratando de ayudarla, no dejaba de sentir una sensación extraña.Era como si algo le advirtiera que algo peor estaba por suceder.En ese momento, alguien llamó a la puerta de la habitación.—Adelante —respondió Elena.Elena se quedó en silencio cuando el hombre de Marco le dejó una charola con un plato de comida sobre la pequeña mesa de la habitación y salió sin mirar atrás.Miró el contenido, los olores no la atraían, y el cansancio en su cuerpo se sumaba al peso de una angustia creciente. No tenía apetito, ni siquiera ganas de probar bocado, a pesar de que sabía que necesitaba a
Esa noche, Marco se sentó en la penumbra de su despacho, con una mirada fría y calculadora, mientras marcaba el número de Giovanni. Sabía que ese momento llegaría, y no podía ocultar la satisfacción que sentía al poder amenazar a su propio rival.Giovanni respondió al primer timbrazo, como si hubiera estado esperando esa llamada desde el mismo momento en que dejó la mansión de Vittorio.—¡Devuélveme a mi esposa ahora mismo, cabrón! —escupió Giovanni con un tono cargado de rabia y frustración.Marco, sin inmutarse, sonrió y respondió con una calma exasperante:—Tranquilo, Romagnoli. No esperaba que me recibieras con tanta agresividad, creí que ella no te importaba tanto. ¿Es que acaso no sabes saludar? —La indiferencia en su voz solo sirvió para encender aún más la furia en Giovanni, que sentía cada palabra de Marco como un insulto personal.El corazón de Giovanni latía con fuerza descontrolada, apretando el teléfono con una mano hasta que sus nudillos se volvieron blancos.—¡No juegue
Al día siguiente, Marco se dispuso a ejecutar la jugada final que hará que Giovanni caiga. Dio instrucciones precisas para que su hombre fuera a buscar a Elena y la llevara hasta el salón principal. Quería asegurarse de que escuchara cada palabra que su esposo estaba a punto de decir. A la hora exacta, con el teléfono en la mano y una sonrisa en el rostro.Un leve golpeteo en la puerta le anunció la llegada de su hombre de confianza, el cual traía a Elena. Ella entró al salón con pasos vacilantes y su expresión denotaba confusión.La noche anterior, los pensamientos y las dudas la habían mantenido en vela. Aunque estaba a kilomentros de distancia de Giovanni, la inquietud de estar lejos de su esposo y de todo lo que habían compartido le dolía más de lo que habría querido admitir. Marco percibió su incertidumbre al instante y, sin perder tiempo, decidió llevar adelante su estrategia.Cuando Elena entró en la habitación, sus pasos dudosos reflejaban la tensión que la situación le gener
Giovanni quedó en silencio al otro lado, pero antes de que pudiera responder, Marco cortó la llamada. El salón quedó sumido en un silencio pesado, roto solo por los sollozos ahogados de Elena. La mirada de Marco se suavizó momentáneamente, o al menos, eso quiso aparentar, mientras ella trataba de recomponerse.—Lamento que tuvieras que oírlo así, Elena —dijo Marco, con un tono de falsa compasión—, pero creo que era necesario. Ahora ya ves cómo son las cosas. Giovanni nunca pensó en ti; a él solo le importa lo que puede obtener.Elena se giró hacia él, con las mejillas húmedas y los ojos llenos de una tristeza desgarradora.—No sabía que… —intentó hablar, pero el nudo en su garganta le impedía continuar—. No sabía que él quería eso de mí. Pensé que…—Giovanni es así, siempre ha pensado solo en su beneficio —. Suavizó su tono y le colocó una mano en el hombro—. Entiendo que esto es difícil, creías que él al menos se interesaba por ti, pero a veces es mejor abrir los ojos. Puedes confiar
Cinco años atrás. El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo. Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno. Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral. En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia. Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida. —Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupa
Actualmente.Habían pasado cinco años desde la boda de Marcelo y Verónica, y la vida en la mansión Montalvo se había convertido en una pesadilla para Elena. La casa, que una vez llenaba el espacio de risas y música, ahora era un lugar opresivo controlado por las manipulaciones y mentiras que Verónica manejaba. Por fin entendió las palabras de Camila. —¡Elena! —La voz aguda de Ana resonó en el comedor, era la sirvienta más leal de Verónica. —¿Por qué el desayuno no está todavía listo? Los sirvientes no pueden hacer todo, ¡necesito que tú también ayudes! Elena bajó la mirada, mordiéndose la lengua para contener la réplica que ardía en su interior. —Lo siento. Terminaré de limpiar la cocina y me encargaré de traerles el desayuno a la mesa. Verónica, con su vestido de tono aperlado de seda perfectamente planchado y su cabello rubio impecable, la observó con desdén. —No culpes a Ana, hija. Ella también quiere ejercitarte. Estás demasiado flaca. Elena está acostumbrada a la falsa co
Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación.—Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad.—¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba…—¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO!Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo.—¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello.Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento.—¡No! Miente, yo no le he pegado.—Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo.—¡No! ¡Era de mi madre!—¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la ha