El despacho de Giovanni estaba impregnado de una calma tensa, tan pesada que parecía aplastar el aire mientras el sonido monótono de una llamada telefónica llenaba el silencio, interrumpido solo por la respiración agitada del hombre al otro lado de la línea.—¿Qué quieres decir con que no pudiste conseguir la copia del testamento? —Giovanni preguntó, su voz rasposa, filtrando irritación y desesperación a partes iguales. Estaba sentado en su silla de cuero, los dedos tamborileando sobre su mesa de escritorio con impaciencia, esperando una respuesta que le ayudara a entender el desastre que se estaba gestando.Su abogado usó un tono calmado, pero era evidente que se sentía incómodo por la reacción furiosa de su cliente. —Lo siento, señor Romagnoli, pero los abogados de Marcelo Montalvo se adelantaron. No sé cómo lo hicieron, pero han logrado obtener el testamento de la madre de la señora Elena antes que nosotros. No… pude hacer nada para evitarlo.Giovanni apretó la mandíbula con fuer
Giovanni salió de su casa, con el rostro sombrío y el corazón cargado de dudas. El mensaje de Marco rondaba su mente como una sombra, llenándolo de desconfianza. ¿Por qué le enviaría la ubicación? ¿Por qué ahora? ¿Qué estaría tramando? Apenas había alcanzado el camino de entrada cuando uno de sus hombres apareció frente a él, agitado y con el rostro sudoroso, deteniéndolo en seco.—Señor… —jadeó el guardia, apenas recuperando el aliento—. Tenemos al tipo que atacó a Frank. Está amarrado y amordazado en el sitio que usted ya conoce. ¿Qué hacemos con él?Giovanni frunció el ceño, en silencio por un momento, evaluando las implicaciones de esta información. Su intuición le decía que ese ataque no había sido un incidente aislado; sus sospechas estaban en solo una persona. Sus pensamientos pronto volvieron a centrarse en Elena, a quien necesitaba encontrar. Sin embargo, no podía pasar por alto esta amenaza.—Por ahora, solo encárgate de interrogarlo —respondió con severamente, mientras su
Las patrullas, los bomberos y hasta una ambulancia habían llegado al lugar, intentando aplacar el desastre que se había desatado minutos atrás. Giovanni no perdió tiempo y, sin pedir indicaciones, comenzó a buscar a Elena junto a sus hombres por todos los alrededores del bosque. Quería al menos encontrar alguna señal de que ella había logrado escapar. Esperaba descubrir huellas, rastros, alguna pista que le indicara que había huido de aquel sitio con vida, que había corrido para protegerse, para salvar su vida y a su hijo que lleva en su vientre.Pero no encontró absolutamente nada, ni un solo indicio de que Elena había estado allí. La frustración empezó a tensar sus músculos y a nublarle la mente. Regresó entonces a la zona destruida, donde una vez se erguía la cabaña que ahora solo era un montón de escombros carbonizados y cenizas.Un oficial de policía se le acercó con expresión seria y algo de compasión reflejada en sus ojos. Giovanni lo observó de reojo, molesto, sin interés en r
—¡Mamá, papá! —La voz de Camila Montalvo resonó como un trueno en la estancia, irrumpiendo en la calma superficial que reinaba en la mansión.La joven, con el rostro encendido por la agitación, llevaba un periódico en las manos. Su andar apresurado dejaba traslucir la gravedad del asunto. Sin mediar más palabras, se acercó a su padre, Marcelo Montalvo, y le extendió el periódico.—¿Qué pasa, hija? ¿Por qué tanto alboroto? —inquirió Verónica desde su lugar, estaba acomodada con las piernas cruzadas en un sofá de diseño exclusivo, hojeando una revista de sociedad con fingido desinterés.—Mira esto, mamá. No podía creerlo cuando lo leí —dijo Camila, señalando una página en particular mientras Marcelo tomaba el periódico.El rostro del hombre se transformó en un lienzo de incredulidad y horror al leer las palabras que vinculaban el nombre de su hija Elena con la palabra “desaparecida”. Su piel palideció y sus manos temblaron como hojas sacudidas por el viento.—¡Querido, ¿te sientes bien?
—Cariño… —murmuró Verónica con un tono suave y calculado. Elegir bien sus palabras siempre había sido su fortaleza, y esta vez no era la excepción. Quería tranquilizarlo, o al menos, ganar algo de tiempo. —No te angusties por esa noticia. Si ella no aparece…Marcelo la interrumpió bruscamente, como si no pudiera contener la rabia que llevaba en su interior.—Si Elena no aparece, los que estaremos perdidos seremos nosotros —dijo con una voz cargada de enojo más que de tristeza, como si las palabras fueran un látigo que golpeaba el aire. —¿De verdad no comprendes la gravedad del problema? Si ella no aparece, lo perderemos todo, Verónica. Ese maldito infeliz nos dejará en la calle.Ella negó con incredulidad.—No, querido. Ese monstruo no puede hacer eso. Se supone que tú conseguiste el testamento. Lo tienes, ¿verdad?—Así es, pero ¿de qué nos va a servir ahora? Ese documento era útil antes, no en este momento.—Claro que nos sirve —intentó darle esperanza, aunque no estaba al tanto de t
El hombre, con las manos temblorosas y la mirada cargada de temor, observaba a Giovanni con nerviosismo. Había llegado con la mala noticia de que el prisionero que retenían contra su voluntad había muerto. —¡¿Cómo demonios se murió antes de tiempo?! —rugió Giovanni, furioso, golpeando con el puño cerrado la superficie del escritorio. Su mandíbula estaba rígida, y sus ojos ardían con una mezcla de rabia y frustración.Otro de sus hombres, con el rostro serio y un aire de preocupación, se atrevió a intervenir: —Al parecer, su pulmón quedó demasiado dañado. Por eso no resistió —explicó, su voz cargada de precaución al ver la creciente ira de su jefe—. Después de que se desmayó, no volvió a despertar. Intentamos despertarlo, pero no lo conseguimos.Las palabras golpearon a Giovanni como un jarro de agua fría. Cerró los ojos un momento, pasándose una mano por el cabello en un gesto desesperado, mientras su mente trabajaba a toda velocidad. ¿Cómo iba a obtener el nombre de la persona que h
El reloj en la pared del salón principal marcaba las diez de la mañana cuando el resonar del timbre de la puerta principal interrumpió el silencioso ajetreo en la mansión Romagnoli. Bellini caminó hacia la entrada con su porte habitual de impecable y solemne. Al abrir, se encontró con un hombre de porte sobrio y mirada penetrante.—Buenos días, soy el detective Lorenzo Bruni. Estoy aquí para hablar con el señor Giovanni Romagnoli —dijo el hombre de modo formal.Bellini lo miró con una expresión seria, su rostro permanecía inmutable salvo por un ligero parpadeo que delataba su sorpresa. Frente a él estaba un hombre de complexión robusta, vestido con un abrigo oscuro y una mirada que transmitía una mezcla de autoridad y cansancio. La mención de que era un detective encendió una alarma en su interior. ¿Qué hacía un detective en la mansión Romagnoli?—¿Puedo saber para qué busca al señor? —preguntó, cauteloso pero directo. Observaba cada gesto del hombre, evaluando si debía confiar en él
Lorenzo sostuvo su mirada con firmeza, manteniendo una postura profesional frente a la creciente hostilidad de Giovanni.—No estoy insinuando nada, señor Romagnoli. Lo que estoy diciendo es que, en estos casos, iniciamos investigando a las personas más cercanas a la víctima para obtener más información y entender el entorno que la rodeaba. Es un procedimiento estándar. Nunca acusamos a nadie sin pruebas contundentes; simplemente hacemos las preguntas necesarias.Giovanni lo observó con el ceño profundamente fruncido, su mandíbula apretada con fuerza mientras asimilaba aquellas palabras. Aunque no quería admitirlo, lo que el detective decía tenía sentido. Sin embargo, lejos de tranquilizarlo, ese razonamiento solo intensificaba su enojo y alimentaba la sensación de impotencia que lo invadía, como si una sombra amenazante comenzara a cernirse sobre él.—Usted no me hizo ninguna pregunta a mí; sonaba más como una acusación directa —respondió Giovanni, aferrándose a las palabras anteriore