El despacho de Giovanni estaba impregnado de una calma tensa, tan pesada que parecía aplastar el aire mientras el sonido monótono de una llamada telefónica llenaba el silencio, interrumpido solo por la respiración agitada del hombre al otro lado de la línea.—¿Qué quieres decir con que no pudiste conseguir la copia del testamento? —Giovanni preguntó, su voz rasposa, filtrando irritación y desesperación a partes iguales. Estaba sentado en su silla de cuero, los dedos tamborileando sobre su mesa de escritorio con impaciencia, esperando una respuesta que le ayudara a entender el desastre que se estaba gestando.Su abogado usó un tono calmado, pero era evidente que se sentía incómodo por la reacción furiosa de su cliente. —Lo siento, señor Romagnoli, pero los abogados de Marcelo Montalvo se adelantaron. No sé cómo lo hicieron, pero han logrado obtener el testamento de la madre de la señora Elena antes que nosotros. No… pude hacer nada para evitarlo.Giovanni apretó la mandíbula con fuer
Giovanni salió de su casa, con el rostro sombrío y el corazón cargado de dudas. El mensaje de Marco rondaba su mente como una sombra, llenándolo de desconfianza. ¿Por qué le enviaría la ubicación? ¿Por qué ahora? ¿Qué estaría tramando? Apenas había alcanzado el camino de entrada cuando uno de sus hombres apareció frente a él, agitado y con el rostro sudoroso, deteniéndolo en seco.—Señor… —jadeó el guardia, apenas recuperando el aliento—. Tenemos al tipo que atacó a Frank. Está amarrado y amordazado en el sitio que usted ya conoce. ¿Qué hacemos con él?Giovanni frunció el ceño, en silencio por un momento, evaluando las implicaciones de esta información. Su intuición le decía que ese ataque no había sido un incidente aislado; sus sospechas estaban en solo una persona. Sus pensamientos pronto volvieron a centrarse en Elena, a quien necesitaba encontrar. Sin embargo, no podía pasar por alto esta amenaza.—Por ahora, solo encárgate de interrogarlo —respondió con severamente, mientras su
Cinco años atrás. El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo. Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno. Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral. En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia. Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida. —Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupa
Actualmente.Habían pasado cinco años desde la boda de Marcelo y Verónica, y la vida en la mansión Montalvo se había convertido en una pesadilla para Elena. La casa, que una vez llenaba el espacio de risas y música, ahora era un lugar opresivo controlado por las manipulaciones y mentiras que Verónica manejaba. Por fin entendió las palabras de Camila. —¡Elena! —La voz aguda de Ana resonó en el comedor, era la sirvienta más leal de Verónica. —¿Por qué el desayuno no está todavía listo? Los sirvientes no pueden hacer todo, ¡necesito que tú también ayudes! Elena bajó la mirada, mordiéndose la lengua para contener la réplica que ardía en su interior. —Lo siento. Terminaré de limpiar la cocina y me encargaré de traerles el desayuno a la mesa. Verónica, con su vestido de tono aperlado de seda perfectamente planchado y su cabello rubio impecable, la observó con desdén. —No culpes a Ana, hija. Ella también quiere ejercitarte. Estás demasiado flaca. Elena está acostumbrada a la falsa co
Cuando Verónica y Ana finalmente llegaron a la sala de música, encontraron a Camila en el suelo, sujetándose la cara con la mano mientras las lágrimas seguían cayendo de sus ojos.—Señorita, ¿qué le pasa? —Ana ayudó a Camilla a levantarse con cara de preocupación.—Elena, ¿qué has hecho ahora? —inquirió Verónica con frialdad.—¡No es así! —balbuceó Elena, luchando por reprimir sus lágrimas y el dolor físico que sentía en su muñeca—. Yo no hice nada malo, solo estaba…—¡Mamá! Elena estaba tocando el piano y no me ha dejado exponerla, ¡ME HA PEGADO!Elena acababa de levantarse cuando sintió un dolor punzante en la cara y fue empujada al suelo.—¡Qué insolente! Veo que te has dejado mimar por Marcello.Verónica se frotó la mano, había sido demasiado fuerte con ese golpe hace un momento.—¡No! Miente, yo no le he pegado.—Cuando vuelva tu padre se lo contaré, el piano debería haberlo tirado hace tiempo.—¡No! ¡Era de mi madre!—¡Tu madre sólo puedo ser yo! Ahora... Ana enciérrala en la ha
Esa noche Marcelo por fin llegó a casa, llevaba tres días seguidos en la oficina.Y Verónica esperaba a su marido en el salón todas las noches, corriendo en cuanto oía abrirse la puerta.—Hola, querido —. Lo beso primero—. Déjame ver tu cara. Estás demacrado.—Hay demasiadas cosas pasando en la empresa últimamente, algunos problemas…—Tienes que cuidarte, o me preocuparé… aunque las cosas en casa han... Nada, olvídalo.—¿De qué se trata? —inquirió el hombre mientras se quitaba el saco. Verónica lo ayudó un poco como una esposa atenta.—Se trata de Elena. Ha estado comportándose muy mal últimamente. Ya no sé qué hacer con ella.—¿Qué ha pasado ahora? —escudriñó Marcelo, con un tono cansado, al tiempo que se giró para ver a su esposa.—Hoy la encontramos tocando el piano otra vez —respondió Verónica—. No me quiso hacer caso, incluso Camila le recordó que está prohibido entrar a ese salón, pero ella simplemente nos ignoró. Incluso golpeó a Camila con sus manos, aunque su muñeca también r
—Estoy buscando una esposa —reveló Giovanni con una mirada calculadora—. Quizás podríamos llegar a un acuerdo diferente. En lugar de un cincuenta por ciento, podría ser un treinta por ciento. La empresa seguiría siendo tuya, y si me caso con una de tus hijas, eso nos convertiría en familia.Marcelo sintió que el aire se volvía más denso. La propuesta del italiano era inesperada e inapropiada. No podía pedirle a una de sus hijas que aceptará convertirse en la esposa de ese hombre.—Eso ya es algo muy serio —respondió Marcelo con cautela—. Necesito pensarlo y hablarlo muy seriamente con mi familia.El italiano lo observó por un momento antes de asentir.—Comprendo, Marcelo. Cómo te dije antes, te daré dos días para que me des una respuesta, no más. Tú decides si desaprovechas esta gran oportunidad.El hombre asintió, se sentía más presionado que antes.Luego de despedirse, salió de allí y regresó a su mansión.Tenía pensado primero hablar de ese asunto con su esposa.Cerró la puerta de
El tiempo se acababa. Marcelo, con el corazón latiendo en su pecho, se dirigió a la sala donde Giovanni Romagnoli lo esperaba. Habían pasado dos días desde la aterradora propuesta, y ahora enfrentaba la decisión más difícil de su vida. Al acercarse al vestíbulo, sus pasos se detuvieron al ver a Verónica, quien lo esperaba con los brazos cruzados y una expresión de furia en su rostro.—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Verónica—. ¿Qué le responderás a ese hombre?Verónica lo miró, su rostro endurecido. Sabía la respuesta, pero quería oírla de los labios de Marcelo.—La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa…—No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija!Marcelo se frotó la sien, sintiendo el peso de la situación, aplastándolo. Sabía que Verónica nunca lo perdonaría si sacrificaba a Camila, pero ¿qué otra opción tenían?—No