El mayordomo la observó con calma, sus ojos inquebrantables pero no crueles, como si quisiera advertirle una última vez de las consecuencias.—Recuerde que la paciencia del señor Giovanni puede ser tan limitada como su comprensión en algunos temas. Y si llegara a enterarse de otra forma… —Bellini se permitió un suspiro contenido—, no creo que le gusten las explicaciones tardías.Elena asintió, tragando con dificultad. Sabía que debía enfrentar la situación, pero primero tenía que esperar.—Ehm… sí, yo… —balbuceó, sin saber cómo zafarse de la situación.Bellini observaba sus movimientos con atención, como si analizara cada reacción, esperando que ella ofreciera alguna explicación. Pero Elena no estaba dispuesta a confesar nada, no así, no de manera precipitada y sin tener primero las pruebas. Aparte, Giovanni debía ser el primero en saberlo. Sin embargo, la posibilidad de que Bellini hablara con Giovanni y le diera su versión, le provocaba una angustia punzante.Decidió responder con
Elena arribó al majestuoso salón de eventos de aquel prestigioso establecimiento hotelero. Durante su trayecto, su guardaespaldas, imponente y atento, la seguía a pocos pasos, asegurándose de que en todo momento estuviera protegida.Antes de salir de la mansión, había informado a Bellini sobre la invitación inesperada que le había hecho su padre, y aunque él sabía que Giovanni no asistiría debido al asunto importante que tenía pendiente, consideró prudente que Elena fuera y representara a su esposo.Por su parte, Elena experimentaba una inquietud por su resentimiento hacia su progenitor y su familia.Recordaba aquellos años en la residencia Montalvo, donde, a pesar de que Marcelo nunca la trató mal directamente, sí permitió que Verónica y Camila la humillaran constantemente.El dolor de los recuerdos persistía, y aunque quería a su padre, la herida aún no había sido cicatrizada. Para ella, las disculpas de ese hombre se habían demorado excesivamente.Le resultaba doloroso pensar que s
Fingió no escuchar y continuó caminando, decidida a no darles el gusto de responder. Pero en el fondo, aquellas palabras la lastimaban profundamente, removiendo sentimientos que preferiría ignorar. Sabía que había algo de cierto en lo que decían: su esposo no la amaba y nunca lo haría, y eso lo tenía muy claro. Se dirigió hacia el final del salón, luchando por mantener la compostura. Cuando llegó al tocador, se miró en el espejo, tratando de recuperar el aliento y calmarse. Sus ojos se le llenaron de lágrimas, pero rápidamente parpadeó para ahuyentarlas. No iba a darles el placer de verla rota, al menos no esta vez.Apoyándose en el borde del lavamanos, intentó tranquilizarse. No podía escapar de esas palabras, pero tampoco podía permitir que la destrozaran.Con un suspiro, se enderezó y comenzó a retocarse el maquillaje. Se preparó para regresar al salón.Cuando salió del tocador y se dirigió a un rincón más apartado, un lugar donde nadie de aquella mesa pudiera verla.Apoyó la es
Aunque el mareo no la hacía perder la consciencia, sus piernas parecían haberse vuelto de plomo, imposibles de controlar. Quería moverse, quería alejarse de ahí, pero su cuerpo no le respondía.En ese momento, justo antes de haberse desplomado, Marco había aparecido. Pareció casual, como si simplemente estuviera de paso; sin embargo, la coincidencia resultaba inquietante.Era extraño que él llegara precisamente en el instante en que Elena había leído aquel mensaje de amenaza. Pero ella estaba demasiado afectada para notar ese detalle.La carta en sus manos, esas palabras hirientes, pesaban más en su mente que cualquier otra cosa.—Elena —escuchó esa voz, profunda y ronca.Ella tardó en reaccionar; su mirada estaba clavada en el suelo, perdida en el sobre que había caído de sus manos momentos antes. Marco volvió a llamarla, usando un tono más suave esta vez.—¿Te sientes bien, o quieres que te lleve al hospital?Parpadeó varias veces, aún desconcertada. Al levantar la vista, se encont
La mirada de Marco se volvió aún más fría, mientras asentía en silencio. Algo en su expresión reflejaba una aceptación macabra.—Bien —asintió Marco, como si estuviera de acuerdo con ese asesinato. —Te lo dije antes, Elena… —Su voz sonaba como un eco distante y peligroso, lleno de convicción. Al escuchar su nombre en ese tono, Elena alzó la vista, cruzando sus ojos con los de él—. Este mundo no era para ti. Si pensabas permanecer, debías ser astuta y, lo más importante, fuerte.Elena sintió el golpe de sus palabras, como un recordatorio de su propia vulnerabilidad, de lo desamparada que se sentía en un mundo que le era ajeno.—Yo creí que lo decías por otra razón… —respondió, su voz reducida a un hilo, avergonzada de admitir la verdad.Marco se adelantó a contestar y sin dudar.—No. —Su tono era definitivo, sin lugar a réplica—. Tu esposo no es quien crees que es. Hay mucha oscuridad que lo persigue, demasiados enemigos… y su pasado lo afecta más de lo que imaginas. Te está arrastrand
No creía lo que había escuchado. Él la iba a ayudar a escapar de ese lugar.Pero ella se preguntaba, ¿cómo iba a hacer para que eso pasara?—Es imposible. No hay cómo pueda escapar de ese lugar —su voz salió apenas como un susurro, cargada de escepticismo y una pizca de miedo.Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero el miedo y la desconfianza se arremolinaban como una tormenta, bloqueando cualquier intento de pensamiento racional.Sabía que estaba bajo constante vigilancia, las veinticuatro horas del día, y una idea así parecía una trampa, una ilusión peligrosa.Marco observó cada una de sus reacciones. A él no parecía importarle la imposibilidad de la situación; al contrario, su seguridad era tan intensa que casi la convencía.—La palabra imposible no existe para mí, Elena —dijo Marco, con voz baja y firme. No había rastro de duda en sus palabras. Su tono era el de alguien acostumbrado a desafiar lo imposible—. Soy el único que te puede ayudar a salir de ese agujero.
A pesar de sus intentos de liberarse de su mano, él la sujetó firmemente de la muñeca, como si quisiera evitar que se fuera, o quizá como si él mismo se negara a dejarla ir; sin embargo, no era el momento de retenerla.La tensión entre ambos fue palpable, y el leve temblor en su voz reflejó su lucha interna en ese deseo de querer huir de todo lo que le rodeaba.No reparó en el guardia que, desde la esquina más oscura del lugar, vigilaba cada uno de sus movimientos.Él no interrumpió la conversación; en cambio, sin que ella se diera cuenta, el hombre tomó su teléfono y, sin dudarlo, capturó una imagen de aquel instante donde Marco se acercó más a ella.Sin perder un segundo, le envió la imagen a su jefe. La notificación llegó a Giovanni como un disparo. Al abrirla, vio a su esposa, sostenida por otro hombre.Al verla junto a Marco, un torrente de rabia comenzó a arder dentro de él, una furia visceral que lo impulsó a llamar de inmediato a su guardia para exigir explicaciones sobre la f
Giovanni, hacía a kilómetros de distancia, se encontró atrapado en una vorágine de celos y furia que le fue imposible contener. Esa foto que acababa de recibir era más letal que un golpe físico. A su alrededor, el ambiente era denso, oscuro; una habitación fría y aislada donde había arrinconado a dos hombres con claros signos de agotamiento y terror. Sus rostros reflejaban el miedo y la fatiga después de horas de interrogatorio, pero Giovanni no les prestaba atención, al menos no en ese momento.Su mente, contra toda lógica, estaba en otra parte. La imagen de Elena junto a otro hombre era una daga que se clavaba en su pecho con cada respiración. Quería concentrarse en su misión, arrancar las respuestas que necesitaba, pero los celos y la ira que hervían en su interior le impedían centrarse en nada más.Apretando los puños, tomó una respiración temblorosa. Sabía que esa tarea suya requería sangre fría, que ahora era más urgente que nunca mantener la compostura, pero el mero pensamie