Aunque el mareo no la hacía perder la consciencia, sus piernas parecían haberse vuelto de plomo, imposibles de controlar. Quería moverse, quería alejarse de ahí, pero su cuerpo no le respondía.En ese momento, justo antes de haberse desplomado, Marco había aparecido. Pareció casual, como si simplemente estuviera de paso; sin embargo, la coincidencia resultaba inquietante.Era extraño que él llegara precisamente en el instante en que Elena había leído aquel mensaje de amenaza. Pero ella estaba demasiado afectada para notar ese detalle.La carta en sus manos, esas palabras hirientes, pesaban más en su mente que cualquier otra cosa.—Elena —escuchó esa voz, profunda y ronca.Ella tardó en reaccionar; su mirada estaba clavada en el suelo, perdida en el sobre que había caído de sus manos momentos antes. Marco volvió a llamarla, usando un tono más suave esta vez.—¿Te sientes bien, o quieres que te lleve al hospital?Parpadeó varias veces, aún desconcertada. Al levantar la vista, se encont
La mirada de Marco se volvió aún más fría, mientras asentía en silencio. Algo en su expresión reflejaba una aceptación macabra.—Bien —asintió Marco, como si estuviera de acuerdo con ese asesinato. —Te lo dije antes, Elena… —Su voz sonaba como un eco distante y peligroso, lleno de convicción. Al escuchar su nombre en ese tono, Elena alzó la vista, cruzando sus ojos con los de él—. Este mundo no era para ti. Si pensabas permanecer, debías ser astuta y, lo más importante, fuerte.Elena sintió el golpe de sus palabras, como un recordatorio de su propia vulnerabilidad, de lo desamparada que se sentía en un mundo que le era ajeno.—Yo creí que lo decías por otra razón… —respondió, su voz reducida a un hilo, avergonzada de admitir la verdad.Marco se adelantó a contestar y sin dudar.—No. —Su tono era definitivo, sin lugar a réplica—. Tu esposo no es quien crees que es. Hay mucha oscuridad que lo persigue, demasiados enemigos… y su pasado lo afecta más de lo que imaginas. Te está arrastrand
No creía lo que había escuchado. Él la iba a ayudar a escapar de ese lugar.Pero ella se preguntaba, ¿cómo iba a hacer para que eso pasara?—Es imposible. No hay cómo pueda escapar de ese lugar —su voz salió apenas como un susurro, cargada de escepticismo y una pizca de miedo.Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero el miedo y la desconfianza se arremolinaban como una tormenta, bloqueando cualquier intento de pensamiento racional.Sabía que estaba bajo constante vigilancia, las veinticuatro horas del día, y una idea así parecía una trampa, una ilusión peligrosa.Marco observó cada una de sus reacciones. A él no parecía importarle la imposibilidad de la situación; al contrario, su seguridad era tan intensa que casi la convencía.—La palabra imposible no existe para mí, Elena —dijo Marco, con voz baja y firme. No había rastro de duda en sus palabras. Su tono era el de alguien acostumbrado a desafiar lo imposible—. Soy el único que te puede ayudar a salir de ese agujero.
A pesar de sus intentos de liberarse de su mano, él la sujetó firmemente de la muñeca, como si quisiera evitar que se fuera, o quizá como si él mismo se negara a dejarla ir; sin embargo, no era el momento de retenerla.La tensión entre ambos fue palpable, y el leve temblor en su voz reflejó su lucha interna en ese deseo de querer huir de todo lo que le rodeaba.No reparó en el guardia que, desde la esquina más oscura del lugar, vigilaba cada uno de sus movimientos.Él no interrumpió la conversación; en cambio, sin que ella se diera cuenta, el hombre tomó su teléfono y, sin dudarlo, capturó una imagen de aquel instante donde Marco se acercó más a ella.Sin perder un segundo, le envió la imagen a su jefe. La notificación llegó a Giovanni como un disparo. Al abrirla, vio a su esposa, sostenida por otro hombre.Al verla junto a Marco, un torrente de rabia comenzó a arder dentro de él, una furia visceral que lo impulsó a llamar de inmediato a su guardia para exigir explicaciones sobre la f
Giovanni, hacía a kilómetros de distancia, se encontró atrapado en una vorágine de celos y furia que le fue imposible contener. Esa foto que acababa de recibir era más letal que un golpe físico. A su alrededor, el ambiente era denso, oscuro; una habitación fría y aislada donde había arrinconado a dos hombres con claros signos de agotamiento y terror. Sus rostros reflejaban el miedo y la fatiga después de horas de interrogatorio, pero Giovanni no les prestaba atención, al menos no en ese momento.Su mente, contra toda lógica, estaba en otra parte. La imagen de Elena junto a otro hombre era una daga que se clavaba en su pecho con cada respiración. Quería concentrarse en su misión, arrancar las respuestas que necesitaba, pero los celos y la ira que hervían en su interior le impedían centrarse en nada más.Apretando los puños, tomó una respiración temblorosa. Sabía que esa tarea suya requería sangre fría, que ahora era más urgente que nunca mantener la compostura, pero el mero pensamie
Al día siguiente, Elena fue a su consulta con el médico que revisaba su problema de la lesión de su muñeca, y aprovechó para ir a buscar los resultados de la prueba que le había hecho el otro médico días atrás. Su guardia se mantuvo callado y algo alejado cuando ella fue ahí a recoger los análisis. Elena se había apresurado antes a despejar cualquier posible sospecha y, con una sonrisa forzada, le explicó que solo había recogido unas medicinas y una radiografía, instrucciones que el médico le había dado. Así, el hombre se lo creyó. El hombre no iba a tener información para entregarle a Giovanni. Fue algo astuta y guardó rápido el sobre en su bolso cuando se lo entregaron. Apenas lo metió en su bolsa, su corazón comenzó a latir con fuerza, y la ansiedad se le enredó en la garganta como una serpiente invisible que no la dejaba respirar. De regreso a la mansión, apenas cruzaron el umbral, el mayordomo la interceptó en el vestíbulo. Con su porte serio y su impecable traje oscuro, le i
El papel en su bolsillo se sentía como un hierro ardiente, pero el motivo de la ira de Giovanni no era el que ella temía. ¿Qué sabía él? ¿Qué había visto?Suplicaba mentalmente que él no lo haya notado.—Giovanni… —comenzó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.Él dio un paso más cerca, sus ojos fijos en su esposa, como si estuviera descifrando cada gesto, cada respiración contenida. Elena sintió que la intensidad de su mirada la atravesaba, analizando cada uno de sus secretos.¿Estaba dispuesta a contarle lo del bebé? Sin embargo, pensaba que él ya lo sabía o al menos lo intuía.—¿Realmente no tienes nada que decirme? —su tono, bajo y letal, estaba cargado de insinuaciones.Le estaba dando tiempo a que se explicara, pero ella no sabía qué responderle.Elena trató de mantener la compostura, aunque por dentro sentía cómo la ansiedad crecía como una marea imparable. Su mente trabajaba rápido, buscando una salida, una respuesta que no lo alertara, pero antes de que pudie
Sin aviso, la empujó contra la pared y apretó su cuerpo contra el de ella, sus labios bajando hacia su cuello mientras sus dedos se deslizaban hasta su cintura, apretándola con un deseo apenas contenido. Su tacto era posesivo, y Elena no entendió por qué eso le excitaba hasta el punto de dejarla sin aliento.Y aparte de la rabia, era por los celos que lo consumían por dentro, una oscuridad y algo primitivo que despertaba en ese hombre peligroso, le provocaba a ella una mezcla de miedo y deseo. Giovanni la observaba con esa intensidad que parecía consumirla, despojándola de cualquier defensa, de cualquier argumento.— ¿Creíste que podrías desafiarme y salir impune? No tienes idea de cuánto me perteneces, Elena —murmuró, acercándose aún más. Sus dedos rozaron su mejilla, deslizándose con lentitud hacia su cuello. Era un toque apenas perceptible, pero con la suficiente firmeza para que ella supiera que no había escapatoria—. Y te voy a recordar a quién perteneces… una y otra vez, hasta