Al día siguiente, Elena fue a su consulta con el médico que revisaba su problema de la lesión de su muñeca, y aprovechó para ir a buscar los resultados de la prueba que le había hecho el otro médico días atrás. Su guardia se mantuvo callado y algo alejado cuando ella fue ahí a recoger los análisis. Elena se había apresurado antes a despejar cualquier posible sospecha y, con una sonrisa forzada, le explicó que solo había recogido unas medicinas y una radiografía, instrucciones que el médico le había dado. Así, el hombre se lo creyó. El hombre no iba a tener información para entregarle a Giovanni. Fue algo astuta y guardó rápido el sobre en su bolso cuando se lo entregaron. Apenas lo metió en su bolsa, su corazón comenzó a latir con fuerza, y la ansiedad se le enredó en la garganta como una serpiente invisible que no la dejaba respirar. De regreso a la mansión, apenas cruzaron el umbral, el mayordomo la interceptó en el vestíbulo. Con su porte serio y su impecable traje oscuro, le i
El papel en su bolsillo se sentía como un hierro ardiente, pero el motivo de la ira de Giovanni no era el que ella temía. ¿Qué sabía él? ¿Qué había visto?Suplicaba mentalmente que él no lo haya notado.—Giovanni… —comenzó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.Él dio un paso más cerca, sus ojos fijos en su esposa, como si estuviera descifrando cada gesto, cada respiración contenida. Elena sintió que la intensidad de su mirada la atravesaba, analizando cada uno de sus secretos.¿Estaba dispuesta a contarle lo del bebé? Sin embargo, pensaba que él ya lo sabía o al menos lo intuía.—¿Realmente no tienes nada que decirme? —su tono, bajo y letal, estaba cargado de insinuaciones.Le estaba dando tiempo a que se explicara, pero ella no sabía qué responderle.Elena trató de mantener la compostura, aunque por dentro sentía cómo la ansiedad crecía como una marea imparable. Su mente trabajaba rápido, buscando una salida, una respuesta que no lo alertara, pero antes de que pudie
Sin aviso, la empujó contra la pared y apretó su cuerpo contra el de ella, sus labios bajando hacia su cuello mientras sus dedos se deslizaban hasta su cintura, apretándola con un deseo apenas contenido. Su tacto era posesivo, y Elena no entendió por qué eso le excitaba hasta el punto de dejarla sin aliento.Y aparte de la rabia, era por los celos que lo consumían por dentro, una oscuridad y algo primitivo que despertaba en ese hombre peligroso, le provocaba a ella una mezcla de miedo y deseo. Giovanni la observaba con esa intensidad que parecía consumirla, despojándola de cualquier defensa, de cualquier argumento.— ¿Creíste que podrías desafiarme y salir impune? No tienes idea de cuánto me perteneces, Elena —murmuró, acercándose aún más. Sus dedos rozaron su mejilla, deslizándose con lentitud hacia su cuello. Era un toque apenas perceptible, pero con la suficiente firmeza para que ella supiera que no había escapatoria—. Y te voy a recordar a quién perteneces… una y otra vez, hasta
Elena se despertó como siempre lo hacía: con la cama vacía a su lado. El frío de la mañana se colaba por la ventana entreabierta, y la falta de calor a su lado era un recordatorio brutal de la ausencia de Giovanni. Se dejó caer contra la almohada, un suspiro de frustración escapándose de sus labios. ¿Cuándo llegaría el día en que él se quedara a su lado, que compartieran el calor de sus cuerpos durante la noche? Era un deseo casi infantil, un anhelo que había comenzado a parecer un chiste cruel. Giovanni no era un hombre que mostrara ese tipo de afecto, y cada día que pasaba sin su presencia se sentía más sola. Después de una ducha rápida, se puso un vestido cómodo que acentuaba su figura esbelta. Su mente divagaba entre recuerdos y sueños mientras se miraba en el espejo, tratando de convencerse de que todo estaba mejorando entre ellos. ¿Y si le contaba sobre el bebé que estaban esperando?Algo en ella hizo que se imaginara una escena bonita de ellos tres juntos, viviendo todo como
A la mañana siguiente, Giovanni ordenó eliminar todas las flores del jardín, dejándolo como un terreno árido y desolado. Aquellas plantas habían llenado el espacio de color y energía, y ahora no quedaba rastro de esa vibrante vida.Elena estaba confinada en esas cuatro paredes de su habitación. Lo que más temía de su esposo ya se había hecho realidad. Una punzada de ira y resentimiento empezó a florecer en su interior.«¿Por qué me trata como a una prisionera?», se preguntó.Sí, había desobedecido su orden de no merodear más allá de los límites establecidos, pero esa también era su casa, o al menos quería sentirla así.Cuando el sonido de unas máquinas resonó desde la parte trasera de la mansión, Elena se acercó a la ventana y, apartando la cortina, miró hacia afuera. Sus ojos se abrieron con sorpresa. El hermoso jardín que había contemplado alguna vez ya no existía; solo quedaba tierra suelta y huecos desordenados.¿Acaso eso era un nuevo castigo?Apretó los puños, deseando golpear
—Recordé que no tenías cómo llegar a mí, así que decidí venir hasta ti —murmuró él, con esa confianza inquebrantable que siempre lo rodeaba. Se había acercado tanto que su pecho casi rozaba su espalda. Elena sintió su presencia, intensa y firme, como si él reclamara el espacio a su alrededor sin pedir permiso.Por un instante, permaneció inmóvil, los músculos tensos, conteniendo el aliento. Era consciente de cada centímetro y esa cercanía la inquietaba.—Algo me dijo que necesitabas un héroe —susurró él, con una media sonrisa que reflejaba algo más allá de simple simpatía. En el espejo, sus miradas se cruzaron, y la conexión fue inmediata, como un hilo invisible y cargado de tensión que los unía en silencio.—No sé de qué hablas —logró responder, esforzándose por mantener un tono indiferente. Dio un paso hacia el secador de manos y trató de apartarse de él, de recuperar su espacio personal y, sobre todo, su control. Pero Marco la siguió, ubicándose nuevamente detrás de ella, como s
En la empresa Montalvo, se encontraba Marcelo en su oficina con su abogado, quien le detallaba la situación en voz firme, pero cautelosa. Las persianas medio cerradas dejaban entrar una luz tenue, reflejando el aire de inquietud que comenzaba a asentarse en el despacho.—Señor, la situación es delicada. Ahora que su hija está casada, entra en efecto una cláusula del testamento que usted no consideró cuando ella se casó —explicó el abogado, sin perder la compostura, aunque evidentemente incómodo. Sabía que esa información pondría a Marcelo en una posición comprometida, y más aún, sabía el poder que Giovanni Romagnoli podía tener si lograba obtener una copia de aquel documento o incluso si conseguía el original.Marcelo apretó la mandíbula, sintiendo la presión de la situación. La existencia del testamento, prácticamente enterrada bajo el peso de su influencia y los sobornos que había ofrecido, se suponía que era un secreto inviolable. Había invertido demasiado en asegurarse de que na
Elena yacía en la cama, con el cuerpo cubierto por una fina manta que apenas le daba calor. No comía bien desde hacía días, y aunque la sirvienta le llevaba la comida tres veces al día, ella rechazaba cada plato sin siquiera mirarlo. Al principio fue una muestra de resistencia, un acto de rebeldía contra Giovanni, quien la había sumido en un mundo de soledad y control. Pero ahora, esa aparente rebelión estaba comenzando a afectarla de una forma que nunca previó. El hambre y la debilidad se estaban apoderando de ella, su energía se desvanecía y, lo peor de todo, empezaba a temer por la vida de su bebé.Las sombras comenzaban a oscurecer la habitación, y Elena apenas tuvo fuerzas para moverse cuando la sirvienta mayor entró, esta vez con una bandeja de sopa caliente. Era un caldo suave, especialmente preparado para alguien que apenas podía masticar. Pero Elena solo negó con la cabeza, apartando la vista de la bandeja.—Señora, al menos tomé un sorbo —insistió la sirvienta en voz baja,