No creía lo que había escuchado. Él la iba a ayudar a escapar de ese lugar.Pero ella se preguntaba, ¿cómo iba a hacer para que eso pasara?—Es imposible. No hay cómo pueda escapar de ese lugar —su voz salió apenas como un susurro, cargada de escepticismo y una pizca de miedo.Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero el miedo y la desconfianza se arremolinaban como una tormenta, bloqueando cualquier intento de pensamiento racional.Sabía que estaba bajo constante vigilancia, las veinticuatro horas del día, y una idea así parecía una trampa, una ilusión peligrosa.Marco observó cada una de sus reacciones. A él no parecía importarle la imposibilidad de la situación; al contrario, su seguridad era tan intensa que casi la convencía.—La palabra imposible no existe para mí, Elena —dijo Marco, con voz baja y firme. No había rastro de duda en sus palabras. Su tono era el de alguien acostumbrado a desafiar lo imposible—. Soy el único que te puede ayudar a salir de ese agujero.
A pesar de sus intentos de liberarse de su mano, él la sujetó firmemente de la muñeca, como si quisiera evitar que se fuera, o quizá como si él mismo se negara a dejarla ir; sin embargo, no era el momento de retenerla.La tensión entre ambos fue palpable, y el leve temblor en su voz reflejó su lucha interna en ese deseo de querer huir de todo lo que le rodeaba.No reparó en el guardia que, desde la esquina más oscura del lugar, vigilaba cada uno de sus movimientos.Él no interrumpió la conversación; en cambio, sin que ella se diera cuenta, el hombre tomó su teléfono y, sin dudarlo, capturó una imagen de aquel instante donde Marco se acercó más a ella.Sin perder un segundo, le envió la imagen a su jefe. La notificación llegó a Giovanni como un disparo. Al abrirla, vio a su esposa, sostenida por otro hombre.Al verla junto a Marco, un torrente de rabia comenzó a arder dentro de él, una furia visceral que lo impulsó a llamar de inmediato a su guardia para exigir explicaciones sobre la f
Giovanni, hacía a kilómetros de distancia, se encontró atrapado en una vorágine de celos y furia que le fue imposible contener. Esa foto que acababa de recibir era más letal que un golpe físico. A su alrededor, el ambiente era denso, oscuro; una habitación fría y aislada donde había arrinconado a dos hombres con claros signos de agotamiento y terror. Sus rostros reflejaban el miedo y la fatiga después de horas de interrogatorio, pero Giovanni no les prestaba atención, al menos no en ese momento.Su mente, contra toda lógica, estaba en otra parte. La imagen de Elena junto a otro hombre era una daga que se clavaba en su pecho con cada respiración. Quería concentrarse en su misión, arrancar las respuestas que necesitaba, pero los celos y la ira que hervían en su interior le impedían centrarse en nada más.Apretando los puños, tomó una respiración temblorosa. Sabía que esa tarea suya requería sangre fría, que ahora era más urgente que nunca mantener la compostura, pero el mero pensamie
Al día siguiente, Elena fue a su consulta con el médico que revisaba su problema de la lesión de su muñeca, y aprovechó para ir a buscar los resultados de la prueba que le había hecho el otro médico días atrás. Su guardia se mantuvo callado y algo alejado cuando ella fue ahí a recoger los análisis. Elena se había apresurado antes a despejar cualquier posible sospecha y, con una sonrisa forzada, le explicó que solo había recogido unas medicinas y una radiografía, instrucciones que el médico le había dado. Así, el hombre se lo creyó. El hombre no iba a tener información para entregarle a Giovanni. Fue algo astuta y guardó rápido el sobre en su bolso cuando se lo entregaron. Apenas lo metió en su bolsa, su corazón comenzó a latir con fuerza, y la ansiedad se le enredó en la garganta como una serpiente invisible que no la dejaba respirar. De regreso a la mansión, apenas cruzaron el umbral, el mayordomo la interceptó en el vestíbulo. Con su porte serio y su impecable traje oscuro, le i
El papel en su bolsillo se sentía como un hierro ardiente, pero el motivo de la ira de Giovanni no era el que ella temía. ¿Qué sabía él? ¿Qué había visto?Suplicaba mentalmente que él no lo haya notado.—Giovanni… —comenzó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.Él dio un paso más cerca, sus ojos fijos en su esposa, como si estuviera descifrando cada gesto, cada respiración contenida. Elena sintió que la intensidad de su mirada la atravesaba, analizando cada uno de sus secretos.¿Estaba dispuesta a contarle lo del bebé? Sin embargo, pensaba que él ya lo sabía o al menos lo intuía.—¿Realmente no tienes nada que decirme? —su tono, bajo y letal, estaba cargado de insinuaciones.Le estaba dando tiempo a que se explicara, pero ella no sabía qué responderle.Elena trató de mantener la compostura, aunque por dentro sentía cómo la ansiedad crecía como una marea imparable. Su mente trabajaba rápido, buscando una salida, una respuesta que no lo alertara, pero antes de que pudie
Sin aviso, la empujó contra la pared y apretó su cuerpo contra el de ella, sus labios bajando hacia su cuello mientras sus dedos se deslizaban hasta su cintura, apretándola con un deseo apenas contenido. Su tacto era posesivo, y Elena no entendió por qué eso le excitaba hasta el punto de dejarla sin aliento.Y aparte de la rabia, era por los celos que lo consumían por dentro, una oscuridad y algo primitivo que despertaba en ese hombre peligroso, le provocaba a ella una mezcla de miedo y deseo. Giovanni la observaba con esa intensidad que parecía consumirla, despojándola de cualquier defensa, de cualquier argumento.— ¿Creíste que podrías desafiarme y salir impune? No tienes idea de cuánto me perteneces, Elena —murmuró, acercándose aún más. Sus dedos rozaron su mejilla, deslizándose con lentitud hacia su cuello. Era un toque apenas perceptible, pero con la suficiente firmeza para que ella supiera que no había escapatoria—. Y te voy a recordar a quién perteneces… una y otra vez, hasta
Elena se despertó como siempre lo hacía: con la cama vacía a su lado. El frío de la mañana se colaba por la ventana entreabierta, y la falta de calor a su lado era un recordatorio brutal de la ausencia de Giovanni. Se dejó caer contra la almohada, un suspiro de frustración escapándose de sus labios. ¿Cuándo llegaría el día en que él se quedara a su lado, que compartieran el calor de sus cuerpos durante la noche? Era un deseo casi infantil, un anhelo que había comenzado a parecer un chiste cruel. Giovanni no era un hombre que mostrara ese tipo de afecto, y cada día que pasaba sin su presencia se sentía más sola. Después de una ducha rápida, se puso un vestido cómodo que acentuaba su figura esbelta. Su mente divagaba entre recuerdos y sueños mientras se miraba en el espejo, tratando de convencerse de que todo estaba mejorando entre ellos. ¿Y si le contaba sobre el bebé que estaban esperando?Algo en ella hizo que se imaginara una escena bonita de ellos tres juntos, viviendo todo como
A la mañana siguiente, Giovanni ordenó eliminar todas las flores del jardín, dejándolo como un terreno árido y desolado. Aquellas plantas habían llenado el espacio de color y energía, y ahora no quedaba rastro de esa vibrante vida.Elena estaba confinada en esas cuatro paredes de su habitación. Lo que más temía de su esposo ya se había hecho realidad. Una punzada de ira y resentimiento empezó a florecer en su interior.«¿Por qué me trata como a una prisionera?», se preguntó.Sí, había desobedecido su orden de no merodear más allá de los límites establecidos, pero esa también era su casa, o al menos quería sentirla así.Cuando el sonido de unas máquinas resonó desde la parte trasera de la mansión, Elena se acercó a la ventana y, apartando la cortina, miró hacia afuera. Sus ojos se abrieron con sorpresa. El hermoso jardín que había contemplado alguna vez ya no existía; solo quedaba tierra suelta y huecos desordenados.¿Acaso eso era un nuevo castigo?Apretó los puños, deseando golpear