Esa noche, Giovanni cruzó la puerta de la habitación sin aviso, encontrando a Elena en el momento justo en que se disponía a ponerse su camisón. La sorpresa la dejó estática; con la respiración entrecortada, sintió cómo el calor subía por sus mejillas mientras sus brazos se cruzaban instintivamente sobre su pecho, apenas cubierto por la ropa interior.—Giovanni… —murmuró, apenas consiguiendo pronunciar su nombre mientras lo miraba con una mezcla de desconcierto y expectación.Él no respondió. Su mirada oscura la recorrió lentamente, desde sus piernas desnudas hasta detenerse en sus pechos, apreciando cada detalle sin disimulo. Los segundos parecían interminables, y el silencio solo intensificaba la tensión. En un instante, Giovanni rompió la distancia entre ellos, rodeándola con un brazo firme que la atrajo hacia él. El brusco choque de sus cuerpos provocó un jadeo en Elena, pero ella no pudo articular ninguna palabra.Sin mediar más palabras, él acercó sus labios y atrapó los de e
La noche había sido una sombra interminable para ambos. Giovanni no regresó a la habitación. En lugar de eso, pasó las horas resolviendo los asuntos de la amenaza y asegurándose de que Fran, quien para él era más que un simple trabajador, estuviera bien atendido. El pensamiento de perder a alguien tan leal y valioso encendía una furia fría en él, una furia que necesitaba ser domada con acciones precisas, no con palabras.Por su parte, Elena esperó en vano. Se abrazó a las sábanas mientras las primeras horas de la madrugada se iban consumiendo, deseando oír los pasos de Giovanni de vuelta. Pero los minutos se alargaban sin fin, y cuando se dio cuenta, el cielo comenzaba a clarear. Incapaz de dormir, las imágenes de aquella noche de terror se le aparecían en destellos: ese hombre encima de ella mientras la forzaba a mantenerse quieta en la cama.Cerraba los ojos con fuerza, como si pudiera expulsar esos recuerdos de su mente, pero nada le servía.Con el primer rayo de sol, ya estaba
El mayordomo la observó con calma, sus ojos inquebrantables pero no crueles, como si quisiera advertirle una última vez de las consecuencias.—Recuerde que la paciencia del señor Giovanni puede ser tan limitada como su comprensión en algunos temas. Y si llegara a enterarse de otra forma… —Bellini se permitió un suspiro contenido—, no creo que le gusten las explicaciones tardías.Elena asintió, tragando con dificultad. Sabía que debía enfrentar la situación, pero primero tenía que esperar.—Ehm… sí, yo… —balbuceó, sin saber cómo zafarse de la situación.Bellini observaba sus movimientos con atención, como si analizara cada reacción, esperando que ella ofreciera alguna explicación. Pero Elena no estaba dispuesta a confesar nada, no así, no de manera precipitada y sin tener primero las pruebas. Aparte, Giovanni debía ser el primero en saberlo. Sin embargo, la posibilidad de que Bellini hablara con Giovanni y le diera su versión, le provocaba una angustia punzante.Decidió responder con
Elena arribó al majestuoso salón de eventos de aquel prestigioso establecimiento hotelero. Durante su trayecto, su guardaespaldas, imponente y atento, la seguía a pocos pasos, asegurándose de que en todo momento estuviera protegida.Antes de salir de la mansión, había informado a Bellini sobre la invitación inesperada que le había hecho su padre, y aunque él sabía que Giovanni no asistiría debido al asunto importante que tenía pendiente, consideró prudente que Elena fuera y representara a su esposo.Por su parte, Elena experimentaba una inquietud por su resentimiento hacia su progenitor y su familia.Recordaba aquellos años en la residencia Montalvo, donde, a pesar de que Marcelo nunca la trató mal directamente, sí permitió que Verónica y Camila la humillaran constantemente.El dolor de los recuerdos persistía, y aunque quería a su padre, la herida aún no había sido cicatrizada. Para ella, las disculpas de ese hombre se habían demorado excesivamente.Le resultaba doloroso pensar que s
Fingió no escuchar y continuó caminando, decidida a no darles el gusto de responder. Pero en el fondo, aquellas palabras la lastimaban profundamente, removiendo sentimientos que preferiría ignorar. Sabía que había algo de cierto en lo que decían: su esposo no la amaba y nunca lo haría, y eso lo tenía muy claro. Se dirigió hacia el final del salón, luchando por mantener la compostura. Cuando llegó al tocador, se miró en el espejo, tratando de recuperar el aliento y calmarse. Sus ojos se le llenaron de lágrimas, pero rápidamente parpadeó para ahuyentarlas. No iba a darles el placer de verla rota, al menos no esta vez.Apoyándose en el borde del lavamanos, intentó tranquilizarse. No podía escapar de esas palabras, pero tampoco podía permitir que la destrozaran.Con un suspiro, se enderezó y comenzó a retocarse el maquillaje. Se preparó para regresar al salón.Cuando salió del tocador y se dirigió a un rincón más apartado, un lugar donde nadie de aquella mesa pudiera verla.Apoyó la es
Aunque el mareo no la hacía perder la consciencia, sus piernas parecían haberse vuelto de plomo, imposibles de controlar. Quería moverse, quería alejarse de ahí, pero su cuerpo no le respondía.En ese momento, justo antes de haberse desplomado, Marco había aparecido. Pareció casual, como si simplemente estuviera de paso; sin embargo, la coincidencia resultaba inquietante.Era extraño que él llegara precisamente en el instante en que Elena había leído aquel mensaje de amenaza. Pero ella estaba demasiado afectada para notar ese detalle.La carta en sus manos, esas palabras hirientes, pesaban más en su mente que cualquier otra cosa.—Elena —escuchó esa voz, profunda y ronca.Ella tardó en reaccionar; su mirada estaba clavada en el suelo, perdida en el sobre que había caído de sus manos momentos antes. Marco volvió a llamarla, usando un tono más suave esta vez.—¿Te sientes bien, o quieres que te lleve al hospital?Parpadeó varias veces, aún desconcertada. Al levantar la vista, se encont
La mirada de Marco se volvió aún más fría, mientras asentía en silencio. Algo en su expresión reflejaba una aceptación macabra.—Bien —asintió Marco, como si estuviera de acuerdo con ese asesinato. —Te lo dije antes, Elena… —Su voz sonaba como un eco distante y peligroso, lleno de convicción. Al escuchar su nombre en ese tono, Elena alzó la vista, cruzando sus ojos con los de él—. Este mundo no era para ti. Si pensabas permanecer, debías ser astuta y, lo más importante, fuerte.Elena sintió el golpe de sus palabras, como un recordatorio de su propia vulnerabilidad, de lo desamparada que se sentía en un mundo que le era ajeno.—Yo creí que lo decías por otra razón… —respondió, su voz reducida a un hilo, avergonzada de admitir la verdad.Marco se adelantó a contestar y sin dudar.—No. —Su tono era definitivo, sin lugar a réplica—. Tu esposo no es quien crees que es. Hay mucha oscuridad que lo persigue, demasiados enemigos… y su pasado lo afecta más de lo que imaginas. Te está arrastrand
No creía lo que había escuchado. Él la iba a ayudar a escapar de ese lugar.Pero ella se preguntaba, ¿cómo iba a hacer para que eso pasara?—Es imposible. No hay cómo pueda escapar de ese lugar —su voz salió apenas como un susurro, cargada de escepticismo y una pizca de miedo.Su mente intentaba procesar lo que acababa de oír, pero el miedo y la desconfianza se arremolinaban como una tormenta, bloqueando cualquier intento de pensamiento racional.Sabía que estaba bajo constante vigilancia, las veinticuatro horas del día, y una idea así parecía una trampa, una ilusión peligrosa.Marco observó cada una de sus reacciones. A él no parecía importarle la imposibilidad de la situación; al contrario, su seguridad era tan intensa que casi la convencía.—La palabra imposible no existe para mí, Elena —dijo Marco, con voz baja y firme. No había rastro de duda en sus palabras. Su tono era el de alguien acostumbrado a desafiar lo imposible—. Soy el único que te puede ayudar a salir de ese agujero.