El viernes por la mañana había llegado, y Elena ya estaba en el auto, rumbo al panteón. Giovanni se encontraba sentado a su lado, aparentando estar concentrado en su móvil. Sin embargo, de vez en cuando desviaba la mirada hacia ella, observando cómo sus manos se movían inquietas sobre su regazo. La notaba más nerviosa de lo que había imaginado, considerando que había sido ella quien insistió en visitar la tumba de su madre.Giovanni no entendía del todo su reacción. Después de todo, le había concedido lo que tanto había pedido, aunque a él le desagradaba la idea. Los panteones no eran sitios que frecuentaba, le traían recuerdos que prefería mantener enterrados. Incluso la memoria de su propia madre era algo que evitaba enfrentar.El silencio en el coche era denso, y Giovanni no era el tipo de hombre que ofreciera palabras de consuelo. No le nacía. No era su estilo, y tampoco pensaba empezar en ese momento. De repente rompió el mutismo, pero su tono seguía siendo frío y calculado, como
El silencio en el auto se hizo aún más pesado cuando salieron del panteón. Elena no sabía cómo interpretar los gestos de Giovanni, especialmente después de la inesperada visita a la tumba de su madre. Había algo en la forma en que él le había ofrecido las flores, como si quisiera ser considerado pero manteniendo una frialdad que lo envolvía constantemente. El viaje continuaba y, tal como Giovanni le había dicho, se dirigían a otro destino. Elena no había preguntado a dónde iban; sentía que cualquier pregunta quedaría sin respuesta o, peor aún, recibiría una respuesta cortante que no le ayudaría a sentirse mejor. Prefirió dejar que el misterio siguiera su curso.Durante las siguientes horas, el paisaje fue cambiando. Pasaron de las calles de la ciudad a un escenario más rural, con árboles altos y caminos cada vez más angostos. Elena miraba por la ventana, tratando de adivinar hacia dónde se dirigían. Cuando finalmente llegaron, lo que vio la dejó sin aliento. Estaban en medio de un b
Esa noche, Giovanni cruzó la puerta de la habitación sin aviso, encontrando a Elena en el momento justo en que se disponía a ponerse su camisón. La sorpresa la dejó estática; con la respiración entrecortada, sintió cómo el calor subía por sus mejillas mientras sus brazos se cruzaban instintivamente sobre su pecho, apenas cubierto por la ropa interior.—Giovanni… —murmuró, apenas consiguiendo pronunciar su nombre mientras lo miraba con una mezcla de desconcierto y expectación.Él no respondió. Su mirada oscura la recorrió lentamente, desde sus piernas desnudas hasta detenerse en sus pechos, apreciando cada detalle sin disimulo. Los segundos parecían interminables, y el silencio solo intensificaba la tensión. En un instante, Giovanni rompió la distancia entre ellos, rodeándola con un brazo firme que la atrajo hacia él. El brusco choque de sus cuerpos provocó un jadeo en Elena, pero ella no pudo articular ninguna palabra.Sin mediar más palabras, él acercó sus labios y atrapó los de e
La noche había sido una sombra interminable para ambos. Giovanni no regresó a la habitación. En lugar de eso, pasó las horas resolviendo los asuntos de la amenaza y asegurándose de que Fran, quien para él era más que un simple trabajador, estuviera bien atendido. El pensamiento de perder a alguien tan leal y valioso encendía una furia fría en él, una furia que necesitaba ser domada con acciones precisas, no con palabras.Por su parte, Elena esperó en vano. Se abrazó a las sábanas mientras las primeras horas de la madrugada se iban consumiendo, deseando oír los pasos de Giovanni de vuelta. Pero los minutos se alargaban sin fin, y cuando se dio cuenta, el cielo comenzaba a clarear. Incapaz de dormir, las imágenes de aquella noche de terror se le aparecían en destellos: ese hombre encima de ella mientras la forzaba a mantenerse quieta en la cama.Cerraba los ojos con fuerza, como si pudiera expulsar esos recuerdos de su mente, pero nada le servía.Con el primer rayo de sol, ya estaba
El mayordomo la observó con calma, sus ojos inquebrantables pero no crueles, como si quisiera advertirle una última vez de las consecuencias.—Recuerde que la paciencia del señor Giovanni puede ser tan limitada como su comprensión en algunos temas. Y si llegara a enterarse de otra forma… —Bellini se permitió un suspiro contenido—, no creo que le gusten las explicaciones tardías.Elena asintió, tragando con dificultad. Sabía que debía enfrentar la situación, pero primero tenía que esperar.—Ehm… sí, yo… —balbuceó, sin saber cómo zafarse de la situación.Bellini observaba sus movimientos con atención, como si analizara cada reacción, esperando que ella ofreciera alguna explicación. Pero Elena no estaba dispuesta a confesar nada, no así, no de manera precipitada y sin tener primero las pruebas. Aparte, Giovanni debía ser el primero en saberlo. Sin embargo, la posibilidad de que Bellini hablara con Giovanni y le diera su versión, le provocaba una angustia punzante.Decidió responder con
Elena arribó al majestuoso salón de eventos de aquel prestigioso establecimiento hotelero. Durante su trayecto, su guardaespaldas, imponente y atento, la seguía a pocos pasos, asegurándose de que en todo momento estuviera protegida.Antes de salir de la mansión, había informado a Bellini sobre la invitación inesperada que le había hecho su padre, y aunque él sabía que Giovanni no asistiría debido al asunto importante que tenía pendiente, consideró prudente que Elena fuera y representara a su esposo.Por su parte, Elena experimentaba una inquietud por su resentimiento hacia su progenitor y su familia.Recordaba aquellos años en la residencia Montalvo, donde, a pesar de que Marcelo nunca la trató mal directamente, sí permitió que Verónica y Camila la humillaran constantemente.El dolor de los recuerdos persistía, y aunque quería a su padre, la herida aún no había sido cicatrizada. Para ella, las disculpas de ese hombre se habían demorado excesivamente.Le resultaba doloroso pensar que s
Fingió no escuchar y continuó caminando, decidida a no darles el gusto de responder. Pero en el fondo, aquellas palabras la lastimaban profundamente, removiendo sentimientos que preferiría ignorar. Sabía que había algo de cierto en lo que decían: su esposo no la amaba y nunca lo haría, y eso lo tenía muy claro. Se dirigió hacia el final del salón, luchando por mantener la compostura. Cuando llegó al tocador, se miró en el espejo, tratando de recuperar el aliento y calmarse. Sus ojos se le llenaron de lágrimas, pero rápidamente parpadeó para ahuyentarlas. No iba a darles el placer de verla rota, al menos no esta vez.Apoyándose en el borde del lavamanos, intentó tranquilizarse. No podía escapar de esas palabras, pero tampoco podía permitir que la destrozaran.Con un suspiro, se enderezó y comenzó a retocarse el maquillaje. Se preparó para regresar al salón.Cuando salió del tocador y se dirigió a un rincón más apartado, un lugar donde nadie de aquella mesa pudiera verla.Apoyó la es
Aunque el mareo no la hacía perder la consciencia, sus piernas parecían haberse vuelto de plomo, imposibles de controlar. Quería moverse, quería alejarse de ahí, pero su cuerpo no le respondía.En ese momento, justo antes de haberse desplomado, Marco había aparecido. Pareció casual, como si simplemente estuviera de paso; sin embargo, la coincidencia resultaba inquietante.Era extraño que él llegara precisamente en el instante en que Elena había leído aquel mensaje de amenaza. Pero ella estaba demasiado afectada para notar ese detalle.La carta en sus manos, esas palabras hirientes, pesaban más en su mente que cualquier otra cosa.—Elena —escuchó esa voz, profunda y ronca.Ella tardó en reaccionar; su mirada estaba clavada en el suelo, perdida en el sobre que había caído de sus manos momentos antes. Marco volvió a llamarla, usando un tono más suave esta vez.—¿Te sientes bien, o quieres que te lleve al hospital?Parpadeó varias veces, aún desconcertada. Al levantar la vista, se encont