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Matías corría por el estacionamiento, sus pasos resonando con urgencia, su respiración entrecortada.El corazón le latía con fuerza en el pecho, un nudo en su garganta.—¡Fernanda, por favor! —gritó, pero las palabras no parecían alcanzar su destino.Ella ya estaba subiendo a su auto, ignorando su llamada, su desesperación.Detrás de él, Laura, con la voz quebrada, lo llamó con un dolor casi palpable en su tono.—¡Matías, ayúdame, me siento tan mal!Pero Matías no se detuvo ni un segundo. No podía. No ahora.Fernanda lo necesitaba. Era ella la que estaba perdiendo.Era ella la que le daba el aire que respiraba.—¡Fernanda, espera!Exhaló con desesperación, alcanzándola justo cuando ya había puesto el motor en marcha.Corrió hasta su ventana, las manos temblorosas.—¡Fernanda, no lo que estás pensando! No la besé, fue ella, ella me besó a la fuerza. Te lo juro, no quiero a Laura, no te voy a dejar, no quiero perderte.Fernanda lo miró con los ojos llenos de furia, y bajó del auto, de re
En el hospitalMatías estaba en la sala de espera, caminando de un lado a otro, con las manos temblorosas y el corazón a punto de salirse del pecho.No podía quedarse quieto.Cada segundo, sin noticias de Fernanda se le hacía eterno. Su mente no dejaba de repasar la escena una y otra vez: el golpe, la sangre, el miedo en los ojos de su esposa antes de perder el conocimiento.Un nudo se formó en su garganta. Nadie le decía nada. Nadie se acercaba a darle la información que tanto necesitaba.—¡¿Por qué nadie me dice cómo está mi esposa?! —exclamó con desesperación, dirigiéndose a la enfermera que pasaba por ahí.—Los médicos siguen atendiéndola, señor Savelli, le informaremos en cuanto tengamos noticias —respondió la mujer con voz calmada, pero Matías apenas la escuchó.Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera y enterró el rostro entre sus manos. Nunca en su vida había sentido tanto pánico.***Dentro de la habitación, Fernanda abrió los ojos de golpe, sintiendo un dolor pu
—¡Annia! —gritó Mateo, su voz quebrada por la incredulidad y la desesperación que lo ahogaban.La mujer delante de él no reaccionó. O tal vez no escuchó, o peor aún, simplemente lo ignoró.Cada segundo que pasaba, Mateo sentía que el aire se le escapaba, y un escalofrío recorría su espalda.Todo en ella era tan inconfundiblemente Annia: el cabello oscuro cayendo en ondas suaves sobre sus hombros, el brillo misterioso en sus ojos, los labios delicados que tantas veces había besado con fervor en el pasado.Pero algo no encajaba.Había algo en su mirada, algo frío, distante, que desbordaba la calidez que alguna vez había conocido.Era como si la mujer frente a él estuviera hecha de hielo, ajena a todo lo que alguna vez compartieron. Mateo titubeó, sin poder comprender.El corazón le martilleaba en el pecho con fuerza, como si quisiera escapar de su cuerpo.Con cada paso que daba hacia ella, su mente gritaba que algo no estaba bien, que aquello que veía no era posible.—¿Me hablas a mí? —
Beth empujó al hombre con todas sus fuerzas, pero él la sujetó con más brutalidad, atrapándola contra la pared.—¡Aléjate de mí! —gritó con furia, su voz quebrándose de indignación—. ¡No quiero nada de ti, imbécil! ¡Ni dinero, ni favores, ni absolutamente nada! ¡Nunca voy a traicionar a Mateo Savelli!Los ojos del hombre brillaron con una mezcla de burla y desprecio.—Eres una tonta si crees que ese hombre te dará un lugar en su vida —soltó con veneno—. ¡Solo eres su amante! No eres nada. Créeme, harás lo que yo diga… quieras o no.El sonido de unos pasos apresurados interrumpió el tenso momento.—¡Voy a llamar a la policía! —la voz del conserje tronó en el pasillo.Bruno soltó a Beth al instante, sus ojos oscuros evaluando la situación. Gruñó algo entre dientes antes de girar sobre sus talones y largarse.Beth dejó escapar un tembloroso suspiro, sus piernas cediendo por un momento.—Gracias… —susurró al conserje antes de dirigirse a su habitación, con el pecho oprimido y el miedo aun
Los ojos de Matías se endurecieron con una frialdad que jamás antes había mostrado.Su mirada se clavó en la mujer frente a él con un desprecio que la hizo estremecer.—¡Maldita sea, Laura! —rugió, con la voz cargada de furia y desdén—. ¿No he terminado contigo? ¿No te ha quedado claro que entre tú y yo todo acabó? ¡Déjame vivir en paz!Laura sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Nunca había imaginado escuchar esas palabras de los labios de Matías.Sus ojos se llenaron de lágrimas, reflejando desesperación y agonía.—¡Matías, no seas cruel! —suplicó, con la voz quebrada—. Soy una mujer al borde de la muerte, ¿por qué eres tan despiadado conmigo? ¡Te amo, te he amado siempre! Soy tuya, Matías...Desesperada, Laura dirigió su mirada a Fernanda y cayó de rodillas junto a la camilla donde ella reposaba.—Por favor, Fernanda —imploró, con los ojos llenos de lágrimas—, deja a mi hombre en paz. Déjame ser feliz con él. Matías me ama, lo sabes bien. Solo se casó contigo por despech
—Hola, Fernanda, ¿cómo estás? —preguntó Roma, con la voz temblando ligeramente mientras intentaba ocultar la preocupación en sus ojos.Fernanda levantó la mirada y, forzando una sonrisa, intentó esconder el dolor que se reflejaba en su rostro.—Yo... bien, gracias por venir. No debieron haberse preocupado —respondió, con una voz quebrada, casi inaudible.—¿Cómo no íbamos a preocuparnos? —dijo Giancarlo, luego miró a Matías con rabia, mientras la frustración y el enojo se desbordaban en su tono—. ¿Por qué no la cuidaste mejor, Matías? ¡Nunca dejaría que tu madre sufriera un accidente! ¿Por qué no la llevaste en tu auto? ¿Eh?Matías, avergonzado y derrotado, bajó la mirada, incapaz de sostenerla.—Fue solo un accidente —musitó Fernanda como si esas palabras pudieran calmar la tormenta que se desataba a su alrededor, intentó intervenir para calmar la situación, aunque su voz ya temblaba por la tensión en el aire.—Papá, por favor... no es el momento —dijo, con una mezcla de tristeza y des
—¡No me voy a divorciar, madre! ¡No voy a perder a Fernanda, la voy a recuperar, aunque me cueste lo que me cueste!Roma lo miró con sorpresa, incapaz de ocultar el miedo que sentía. Los ojos de su hijo reflejaban una determinación que no podía comprender. ¿Cómo podía estar tan seguro de algo tan destructivo?—¿Y cómo lo harás? —preguntó Roma, su voz temblando con la preocupación—. Ella ya no te quiere, no insistas. Déjala ir, por favor.Matías no vaciló ni un segundo. Su rabia y su dolor eran palpables, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad.—No lo haré, ni por ti, ni por nadie. Quiero a Fernanda, madre. Yo estoy enamorándome de ella… ¡Y no la voy a perder!Roma no supo qué responder. Se quedó en silencio, mirando la fuerza con la que su hijo defendía, algo que, para ella, ya era imposible de salvar.Matías se alejó dejando a su madre aún sorprendida por su actuar.—¿Crees que lograré ser feliz, Giancarlo? —Roma lo miró a los ojos, sus palabras saliendo casi en un su
Enterprises MisuriBeth llegó temprano a la empresa, como siempre, con un café caliente en mano. Sabía exactamente cómo le gustaba a Mateo: fuerte, con apenas un toque de azúcar. Era un detalle pequeño, pero le gustaba pensar que, al menos en algo, podía anticiparse a sus necesidades.Sin embargo, al llegar a la recepción, la secretaria la miró con cierta incomodidad antes de hablar.—Señorita Beth, hay alguien en la oficina del señor Savelli.Beth frunció el ceño.—¿Quién?—No lo sé… pero se negó a dar su nombre y dijo que esperaría a Mateo.Beth no necesitó más para acelerar el paso. Su instinto le decía que no sería una simple visita de negocios.Cuando abrió la puerta, se encontró con una mujer sentada en la lujosa silla de cuero negro del CEO, con la pierna cruzada y una expresión de absoluta confianza.Era joven, alta, de rostro afilado y mirada intensa. Pero había algo más en ella, algo que le hizo erizar la piel.La mujer ni siquiera se inmutó al verla entrar. Simplemente, la e