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Los ojos de Matías se endurecieron con una frialdad que jamás antes había mostrado.Su mirada se clavó en la mujer frente a él con un desprecio que la hizo estremecer.—¡Maldita sea, Laura! —rugió, con la voz cargada de furia y desdén—. ¿No he terminado contigo? ¿No te ha quedado claro que entre tú y yo todo acabó? ¡Déjame vivir en paz!Laura sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Nunca había imaginado escuchar esas palabras de los labios de Matías.Sus ojos se llenaron de lágrimas, reflejando desesperación y agonía.—¡Matías, no seas cruel! —suplicó, con la voz quebrada—. Soy una mujer al borde de la muerte, ¿por qué eres tan despiadado conmigo? ¡Te amo, te he amado siempre! Soy tuya, Matías...Desesperada, Laura dirigió su mirada a Fernanda y cayó de rodillas junto a la camilla donde ella reposaba.—Por favor, Fernanda —imploró, con los ojos llenos de lágrimas—, deja a mi hombre en paz. Déjame ser feliz con él. Matías me ama, lo sabes bien. Solo se casó contigo por despech
—Hola, Fernanda, ¿cómo estás? —preguntó Roma, con la voz temblando ligeramente mientras intentaba ocultar la preocupación en sus ojos.Fernanda levantó la mirada y, forzando una sonrisa, intentó esconder el dolor que se reflejaba en su rostro.—Yo... bien, gracias por venir. No debieron haberse preocupado —respondió, con una voz quebrada, casi inaudible.—¿Cómo no íbamos a preocuparnos? —dijo Giancarlo, luego miró a Matías con rabia, mientras la frustración y el enojo se desbordaban en su tono—. ¿Por qué no la cuidaste mejor, Matías? ¡Nunca dejaría que tu madre sufriera un accidente! ¿Por qué no la llevaste en tu auto? ¿Eh?Matías, avergonzado y derrotado, bajó la mirada, incapaz de sostenerla.—Fue solo un accidente —musitó Fernanda como si esas palabras pudieran calmar la tormenta que se desataba a su alrededor, intentó intervenir para calmar la situación, aunque su voz ya temblaba por la tensión en el aire.—Papá, por favor... no es el momento —dijo, con una mezcla de tristeza y des
—¡No me voy a divorciar, madre! ¡No voy a perder a Fernanda, la voy a recuperar, aunque me cueste lo que me cueste!Roma lo miró con sorpresa, incapaz de ocultar el miedo que sentía. Los ojos de su hijo reflejaban una determinación que no podía comprender. ¿Cómo podía estar tan seguro de algo tan destructivo?—¿Y cómo lo harás? —preguntó Roma, su voz temblando con la preocupación—. Ella ya no te quiere, no insistas. Déjala ir, por favor.Matías no vaciló ni un segundo. Su rabia y su dolor eran palpables, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad.—No lo haré, ni por ti, ni por nadie. Quiero a Fernanda, madre. Yo estoy enamorándome de ella… ¡Y no la voy a perder!Roma no supo qué responder. Se quedó en silencio, mirando la fuerza con la que su hijo defendía, algo que, para ella, ya era imposible de salvar.Matías se alejó dejando a su madre aún sorprendida por su actuar.—¿Crees que lograré ser feliz, Giancarlo? —Roma lo miró a los ojos, sus palabras saliendo casi en un su
Enterprises MisuriBeth llegó temprano a la empresa, como siempre, con un café caliente en mano. Sabía exactamente cómo le gustaba a Mateo: fuerte, con apenas un toque de azúcar. Era un detalle pequeño, pero le gustaba pensar que, al menos en algo, podía anticiparse a sus necesidades.Sin embargo, al llegar a la recepción, la secretaria la miró con cierta incomodidad antes de hablar.—Señorita Beth, hay alguien en la oficina del señor Savelli.Beth frunció el ceño.—¿Quién?—No lo sé… pero se negó a dar su nombre y dijo que esperaría a Mateo.Beth no necesitó más para acelerar el paso. Su instinto le decía que no sería una simple visita de negocios.Cuando abrió la puerta, se encontró con una mujer sentada en la lujosa silla de cuero negro del CEO, con la pierna cruzada y una expresión de absoluta confianza.Era joven, alta, de rostro afilado y mirada intensa. Pero había algo más en ella, algo que le hizo erizar la piel.La mujer ni siquiera se inmutó al verla entrar. Simplemente, la e
Roma y Giancarlo se miraron, los ojos llenos de confusión y una preocupación palpable en sus rostros.La noticia era tan inesperada, tan irracional en su mente, que no podían entender cómo todo había llegado hasta ese punto.—¿Qué? Pero… ¿Cuál es la prisa, hijo? —preguntó Roma, su voz cargada de incredulidad.—No es prisa, madre. Es mi decisión, y solo vengo a notificarles, para que la respeten, por favor —respondió Mateo con una firmeza que intentaba ocultar el torbellino de emociones que le invadían.Era difícil, no solo para ellos, sino también para él. ¿Era realmente lo que quería? ¿Lo que debía hacer?Andrea, que había estado en silencio todo el tiempo, se acercó con una sonrisa cálida y ligeramente forzada, como si intentara contener una tormenta de inseguridades dentro de sí.Se inclinó hacia Mateo y tomó su mano, apretándola con suavidad, como si fuera la única forma de calmar su propio nerviosismo.—Prometo que haré que Mateo sea muy feliz a mi lado —dijo Andrea, su voz, un su
Cuando Fernanda recibió el alta médica, una mezcla de sentimientos la invadió.Estaba exhausta, agotada no solo por la enfermedad que la había arrastrado al hospital, sino también por las dudas y miedos que la acechaban constantemente.Matías, al verla tan frágil, no dudó ni un segundo en cargarla en sus brazos al salir del hospital. Ella lo miró sorprendida, queriendo resistirse a su gesto, pero en su estado no tenía fuerzas ni para protestar.—No hace falta, Matías, no es necesario —susurró, casi sin fuerzas, pero él simplemente la ignoró y la levantó con suavidad, como si de una niña pequeña se tratara.Fernanda no pudo evitar sentirse vulnerable, pero se obligó a no pensar en eso. Su mente estaba saturada de pensamientos contradictorios.Al llegar a la casa, el mismo gesto se repitió. Matías, sin darle opción, la cargó nuevamente en sus brazos, un gesto que, para ella, ahora, solo reflejaba la compasión de un hombre que ya no la amaba.Cuando finalmente llegaron a la habitación, la
Beth se levantó de golpe, como si el aire en el consultorio se hubiese vuelto irrespirable.—No puedo.El doctor la miró con seriedad.—Señorita Ramos...Pero ella ya no lo escuchaba. Salió del consultorio con el corazón desbocado, sintiendo que cada latido era un estruendo dentro de su pecho.El hospital, con su olor a desinfectante y su luz blanca implacable, la sofocaba.Caminó tambaleante por el pasillo, zigzagueando, sin fuerzas. Su mente era un torbellino de pensamientos, una mezcla de miedo, negación y desesperación.Un tumor. Un embarazo.Era una broma cruel del destino.Los ojos le ardían, pero no podía llorar. No ahí. No ahora.Llegó al estacionamiento y se detuvo un segundo para tomar aire, pero entonces sintió una presencia a su espalda.—¡Beth!Su cuerpo entero se tensó.No, era imposible. Debía ser su imaginación jugándole una mala pasada.Pero luego sintió una mano fuerte, rodear su brazo y, cuando giró, lo vio.Mateo Savelli.Su peor error. Su adicción.—¿Tú? ¿Aquí? —s
Fernanda terminó la cena en silencio, sintiendo el peso de la mirada de Matías sobre ella.—¿Te gustó? —preguntó él, con voz tranquila.Ella asintió sin mucho ánimo.—Gracias —murmuró, apartando la vista.Matías recogió los platos sin insistir, pero en lugar de volver a la mesa, se acercó a ella con una determinación inquietante.—Es hora de darte un baño.Fernanda negó de inmediato, alejándose un poco.—No quiero.—Lo siento, pero lo haré de todos modos —dijo él con una leve sonrisa—. Mi esposa necesita un baño.Antes de que ella pudiera replicar, Matías la tomó en brazos.Fernanda sintió un escalofrío recorrerle la espalda, más por la cercanía de su cuerpo que por el inesperado gesto.Al llegar al baño, notó que la bañera ya estaba lista, con agua caliente y sales aromáticas flotando en la superficie.—Me has estado esperando —susurró ella con ironía.Él no respondió. En cambio, la bajó con suavidad y sus manos, firmes, pero delicadas, comenzaron a deslizarse por su ropa, despojándol