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Beth se levantó de golpe, como si el aire en el consultorio se hubiese vuelto irrespirable.—No puedo.El doctor la miró con seriedad.—Señorita Ramos...Pero ella ya no lo escuchaba. Salió del consultorio con el corazón desbocado, sintiendo que cada latido era un estruendo dentro de su pecho.El hospital, con su olor a desinfectante y su luz blanca implacable, la sofocaba.Caminó tambaleante por el pasillo, zigzagueando, sin fuerzas. Su mente era un torbellino de pensamientos, una mezcla de miedo, negación y desesperación.Un tumor. Un embarazo.Era una broma cruel del destino.Los ojos le ardían, pero no podía llorar. No ahí. No ahora.Llegó al estacionamiento y se detuvo un segundo para tomar aire, pero entonces sintió una presencia a su espalda.—¡Beth!Su cuerpo entero se tensó.No, era imposible. Debía ser su imaginación jugándole una mala pasada.Pero luego sintió una mano fuerte, rodear su brazo y, cuando giró, lo vio.Mateo Savelli.Su peor error. Su adicción.—¿Tú? ¿Aquí? —s
Fernanda terminó la cena en silencio, sintiendo el peso de la mirada de Matías sobre ella.—¿Te gustó? —preguntó él, con voz tranquila.Ella asintió sin mucho ánimo.—Gracias —murmuró, apartando la vista.Matías recogió los platos sin insistir, pero en lugar de volver a la mesa, se acercó a ella con una determinación inquietante.—Es hora de darte un baño.Fernanda negó de inmediato, alejándose un poco.—No quiero.—Lo siento, pero lo haré de todos modos —dijo él con una leve sonrisa—. Mi esposa necesita un baño.Antes de que ella pudiera replicar, Matías la tomó en brazos.Fernanda sintió un escalofrío recorrerle la espalda, más por la cercanía de su cuerpo que por el inesperado gesto.Al llegar al baño, notó que la bañera ya estaba lista, con agua caliente y sales aromáticas flotando en la superficie.—Me has estado esperando —susurró ella con ironía.Él no respondió. En cambio, la bajó con suavidad y sus manos, firmes, pero delicadas, comenzaron a deslizarse por su ropa, despojándol
El padre de Beth estaba frente a ese hombre, con su hijo Humberto a su lado. La tensión en la habitación se sentía densa, sofocante.—Ayúdeme —dijo con voz firme, sosteniendo un cheque en la mano—. Les daré ahora mismo ciento cincuenta mil dólares.El viejo sonrió con burla, como si el dinero ya le perteneciera.—No, padre, no necesitamos esto —protestó Humberto, cruzándose de brazos.—¡Cállate, mocoso! —le espetó su padre con un tono autoritario—. Claro que acepto.Bruno Félix esbozó una sonrisa complacida y deslizó el cheque sobre la mesa.—Saben lo que deben hacer, ¿verdad?El viejo asintió sin titubear.—Bien. Mañana vayan a buscar a Beth a las diez de la mañana. No trabaja ese día.Bruno se levantó con gran seguridad de un hombre que acababa de sellar su buen trato.Cuando se marchó, Humberto volvió a alzar la voz.—Padre, esto es un error. No necesitamos ese dinero. Tengo a una rica a mi disposición en la universidad.El hombre lo miró con desprecio.—¡Cállate, tonto! Esa chica e
Andrea dio un paso al frente, alzando la barbilla con altivez mientras su mirada destilaba desprecio.—¡Te vas a largar de la vida de mi hombre! —espetó con voz cortante—. Porque él será mi esposo, y tú solo eres una cazafortunas barata, una cualquiera que jamás ha logrado nada por sí misma.Chasqueó los dedos frente al rostro de Beth con aire de superioridad, como si ni siquiera la considerara una persona digna de su tiempo.Beth sintió cómo la ira le subía por la garganta, ahogándola. Apretó los puños, sus uñas se clavaron en sus palmas, tratando de contenerse, de no caer en el juego de Andrea. Pero entonces, la mujer sonrió con burla y susurró:—Qué lástima… Pero supongo que los hombres como Mateo solo te usan y luego te desechan, ¿no?Ese fue el punto de quiebre.Beth levantó la mano y, sin pensarlo, abofeteó a Andrea con tanta fuerza que la mujer cayó al suelo.—¡Ah! —gritó la mujer, sujetándose la mejilla con las uñas perfectamente arregladas.Beth respiraba agitada, sintiendo có
Beth salió de la oficina con pasos firmes, pero apenas pudo dar unos cuantos antes de encontrarse de frente con Andrea.Su sonrisa burlona la esperaba, como una trampa cuidadosamente colocada.—Fuiste despedida, ¿verdad? —canturreó con veneno en la voz—. Ahora ya sabes quién es la dueña de Mateo. Tú siempre fuiste una simple amante, Beth. Nunca serás una esposa.Beth sostuvo su mirada sin parpadear. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero no se permitiría temblar frente a ella.—¿Es así como puedes tener a Mateo de vuelta, Annia? —dijo con un tono suave, casi divertido, pero lo suficientemente filoso para cortar el aire—. Haciéndote pasar por otra persona... fingiendo ser Andrea. Solo un idiota podría creer que realmente eres ella.El rostro de Andrea perdió todo rastro de color.Su expresión pasó de la burla a la tensión absoluta, sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos.Beth sonrió, disfrutando cada segundo de su reacción.—¿Qué pasó? ¿Tu amante te salió d
Matías tomó la mano de Fernanda con una firmeza que la sorprendió, haciendo que ella lo mirara con desconcierto.—¡¿Qué haces?! —exclamó, viendo cómo él la arrastraba sin dar tiempo para respuestas.—Vendrás conmigo, acabaremos con esto —respondió él, su voz fría y autoritaria.Fernanda dudó un instante, sus pensamientos chocando entre la confusión y la rabia.Pero, al final, su curiosidad y su desesperación la empujaron a ceder. Se puso un abrigo.Al llegar a la sala, Fernanda vio las rosas en la mesa.Matías, con un gesto de desprecio, tomó el ramo y lo arrojó al cesto de basura sin pensarlo dos veces.—¡¿Por qué tiras mis rosas?! —gritó Fernanda, la ira surgiendo como un volcán dentro de ella.—Si quieres rosas, mañana llenaré la casa de ellas —respondió él, con un tono frío que helaba el aire. Luego, sus ojos se clavaron en ella—. Pero no permitiré que mi esposa reciba rosas de otro hombre.Fernanda soltó una risa amarga, casi burlona.—Casi exesposa —dijo con dureza.Matías la mir
—¡Déjame en paz! —gritó Beth, las manos temblorosas, mientras se apartaba de Bruno, su respiración agitada—. ¡No sé nada! ¡Savelli me ha expulsado de la empresa! No puedo hacer nada.Bruno la agarró con brutalidad, sus dedos como apretando su cuello, y ella vio en sus ojos una furia tan profunda que le heló la sangre.Las lágrimas caían sin cesar de su rostro, pero no le importaba. No había piedad en él.—¡Si no me ayudas, mataré a tu familia! —bramó, su voz llena de odio y desesperación.Beth luchaba por respirar, pero sus palabras eran un susurro ahogado.—¡Mátalos, no me importa! —respondió, incapaz de ocultar el rencor y el dolor que la ahogaban.Bruno apretó aún más su agarre, sus dedos marcando su piel. Un brillo de rabia iluminó su rostro.—¡Bien! —dijo, como si se tratara de una resolución—. Entonces, te mataré a ti ahora. Pero antes… disfrutaré de tu cuerpo caliente.Beth sintió que el mundo se desmoronaba.El hombre la empujó al suelo con tal fuerza que casi perdió el conocim
Matías despertó en la mañana, solo en esa cama.Se dio cuenta de que Fernanda no estaba a su lado. Se levantó rápidamente, buscando su rastro por toda la casa. Nada. Llamó su teléfono, pero ella no respondió.Un mensaje apareció en la pantalla:«¿Qué quieres?»Le envió otro:«¿Dónde estás?»«No eres mi dueño, puedo ir donde quiera. ¿Tienes miedo de que haya ido a ver a mi amante?»Esa respuesta lo enloqueció. Sintió cómo la rabia crecía dentro de él, y entonces, en medio de la confusión y la ira, le vino una idea.Sonrió, estuvo seguro de donde estaba, y comenzó a prepararse para ir tras ella.***En el hospital, Fernanda se encontraba junto a su padre, que estaba dormido después de la última quimioterapia. Le dolía verlo tan frágil, tan vulnerable.—No me mires así, hija —dijo su padre con una sonrisa débil—. Estoy bien. El cáncer hizo metástasis, pero el doctor dice que estoy mejorando. No voy a perder esta batalla.Fernanda se contuvo, y aunque quería llorar, le sonrió, intentando n