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Andrea dio un paso al frente, alzando la barbilla con altivez mientras su mirada destilaba desprecio.—¡Te vas a largar de la vida de mi hombre! —espetó con voz cortante—. Porque él será mi esposo, y tú solo eres una cazafortunas barata, una cualquiera que jamás ha logrado nada por sí misma.Chasqueó los dedos frente al rostro de Beth con aire de superioridad, como si ni siquiera la considerara una persona digna de su tiempo.Beth sintió cómo la ira le subía por la garganta, ahogándola. Apretó los puños, sus uñas se clavaron en sus palmas, tratando de contenerse, de no caer en el juego de Andrea. Pero entonces, la mujer sonrió con burla y susurró:—Qué lástima… Pero supongo que los hombres como Mateo solo te usan y luego te desechan, ¿no?Ese fue el punto de quiebre.Beth levantó la mano y, sin pensarlo, abofeteó a Andrea con tanta fuerza que la mujer cayó al suelo.—¡Ah! —gritó la mujer, sujetándose la mejilla con las uñas perfectamente arregladas.Beth respiraba agitada, sintiendo có
Beth salió de la oficina con pasos firmes, pero apenas pudo dar unos cuantos antes de encontrarse de frente con Andrea.Su sonrisa burlona la esperaba, como una trampa cuidadosamente colocada.—Fuiste despedida, ¿verdad? —canturreó con veneno en la voz—. Ahora ya sabes quién es la dueña de Mateo. Tú siempre fuiste una simple amante, Beth. Nunca serás una esposa.Beth sostuvo su mirada sin parpadear. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero no se permitiría temblar frente a ella.—¿Es así como puedes tener a Mateo de vuelta, Annia? —dijo con un tono suave, casi divertido, pero lo suficientemente filoso para cortar el aire—. Haciéndote pasar por otra persona... fingiendo ser Andrea. Solo un idiota podría creer que realmente eres ella.El rostro de Andrea perdió todo rastro de color.Su expresión pasó de la burla a la tensión absoluta, sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos.Beth sonrió, disfrutando cada segundo de su reacción.—¿Qué pasó? ¿Tu amante te salió d
Matías tomó la mano de Fernanda con una firmeza que la sorprendió, haciendo que ella lo mirara con desconcierto.—¡¿Qué haces?! —exclamó, viendo cómo él la arrastraba sin dar tiempo para respuestas.—Vendrás conmigo, acabaremos con esto —respondió él, su voz fría y autoritaria.Fernanda dudó un instante, sus pensamientos chocando entre la confusión y la rabia.Pero, al final, su curiosidad y su desesperación la empujaron a ceder. Se puso un abrigo.Al llegar a la sala, Fernanda vio las rosas en la mesa.Matías, con un gesto de desprecio, tomó el ramo y lo arrojó al cesto de basura sin pensarlo dos veces.—¡¿Por qué tiras mis rosas?! —gritó Fernanda, la ira surgiendo como un volcán dentro de ella.—Si quieres rosas, mañana llenaré la casa de ellas —respondió él, con un tono frío que helaba el aire. Luego, sus ojos se clavaron en ella—. Pero no permitiré que mi esposa reciba rosas de otro hombre.Fernanda soltó una risa amarga, casi burlona.—Casi exesposa —dijo con dureza.Matías la mir
—¡Déjame en paz! —gritó Beth, las manos temblorosas, mientras se apartaba de Bruno, su respiración agitada—. ¡No sé nada! ¡Savelli me ha expulsado de la empresa! No puedo hacer nada.Bruno la agarró con brutalidad, sus dedos como apretando su cuello, y ella vio en sus ojos una furia tan profunda que le heló la sangre.Las lágrimas caían sin cesar de su rostro, pero no le importaba. No había piedad en él.—¡Si no me ayudas, mataré a tu familia! —bramó, su voz llena de odio y desesperación.Beth luchaba por respirar, pero sus palabras eran un susurro ahogado.—¡Mátalos, no me importa! —respondió, incapaz de ocultar el rencor y el dolor que la ahogaban.Bruno apretó aún más su agarre, sus dedos marcando su piel. Un brillo de rabia iluminó su rostro.—¡Bien! —dijo, como si se tratara de una resolución—. Entonces, te mataré a ti ahora. Pero antes… disfrutaré de tu cuerpo caliente.Beth sintió que el mundo se desmoronaba.El hombre la empujó al suelo con tal fuerza que casi perdió el conocim
Matías despertó en la mañana, solo en esa cama.Se dio cuenta de que Fernanda no estaba a su lado. Se levantó rápidamente, buscando su rastro por toda la casa. Nada. Llamó su teléfono, pero ella no respondió.Un mensaje apareció en la pantalla:«¿Qué quieres?»Le envió otro:«¿Dónde estás?»«No eres mi dueño, puedo ir donde quiera. ¿Tienes miedo de que haya ido a ver a mi amante?»Esa respuesta lo enloqueció. Sintió cómo la rabia crecía dentro de él, y entonces, en medio de la confusión y la ira, le vino una idea.Sonrió, estuvo seguro de donde estaba, y comenzó a prepararse para ir tras ella.***En el hospital, Fernanda se encontraba junto a su padre, que estaba dormido después de la última quimioterapia. Le dolía verlo tan frágil, tan vulnerable.—No me mires así, hija —dijo su padre con una sonrisa débil—. Estoy bien. El cáncer hizo metástasis, pero el doctor dice que estoy mejorando. No voy a perder esta batalla.Fernanda se contuvo, y aunque quería llorar, le sonrió, intentando n
—¿Quién te crees que eres? Eres un imbécil —exclamó Fernanda, empujándolo con todas sus fuerzas.Matías sonrió, una sonrisa llena de desafío, mientras sus ojos brillaban con deseo.Se acercó a su rostro, demasiado cerca, y ella sintió que su cuerpo reaccionaba involuntariamente. No podía evitarlo, su respiración se volvía más errática y sus manos, aunque temblorosas, empujaban su pecho para mantener la distancia.Pero él no se detuvo, tomándola de las muñecas con firmeza y apartándolas de su cuerpo.En ese momento, sus labios tomaron posesión de los de ella, y no encontró resistencia.Fernanda, en su lucha interna, terminó cediendo. Nunca pudo negarse a Matías, no desde la primera vez.Besó su cuello, y supo que estaba perdida. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaban en la cama, y él, con manos grandes y calientes, comenzó a despojarla de su ropa.Cada toque suyo la quemaba, y Fernanda sentía como su propio deseo se avivaba.Sus respiraciones se entrelazaban, sus cuerpos se buscaban c
—¡Yo…!Bruno se acercó rápidamente a ella, pero el sonido del teléfono rompió la tensión. Beth lo miró con desesperación.—¡Es Mateo Savelli! —pensó, sintiendo que, por alguna razón, era su única oportunidad. Pensó en cómo podía manipular la situación para salir airosa. Su mente corría mientras trataba de encontrar las palabras correctas—. Déjame responderlo, sin mí no podrás conseguir lo que quieres.El hombre la observó por un momento, evaluando la situación. Finalmente, asintió y dio un paso atrás.Beth respiró hondo y contestó rápidamente.—Hola.—¿Por qué no me has llamado? —la voz de Mateo sonaba frustrada al otro lado de la línea.—Eh… he estado ocupada, pero, ¿necesitas algo? —respondió, tratando de mantener la calma.—No me hables con ese desdén. ¿Ya conseguiste un empleo nuevo?—No… sigo buscando. —El miedo era palpable en su voz, pero intentó mantener una postura firme.—Bien. Tal vez pueda darte un trabajo como afanadora del edificio, ¿qué te parece?Las palabras de Mateo l
Beth no pudo rechazarlo, y el beso la envolvió con una intensidad inesperada.Sus labios se encontraron con desesperación, como si ese momento fuera el único en el mundo.El sabor de su boca la hizo perderse, y cuando sus manos recorrieron su cuerpo por encima de la tela de la ropa, todo lo demás pareció desvanecerse.La pasión era pura, arrolladora, y en ese instante, se sintió como si todo lo que había sucedido hasta ahora fuera insignificante.El deseo la estaba consumiendo por completo, y cuando sintió que estaba a punto de entregarse, de dejarse arrastrar por la corriente de lo prohibido, la puerta se abrió de golpe.—¡Mateo! —la voz de Andrea fue como una orden inquebrantable, un eco de dolor que cortó la atmósfera pesada entre ellos.Mateo se separó de Beth de inmediato, el rojo de la vergüenza, tiñendo su rostro hasta las raíces del cabello.Miró a Andrea, y sin decir una palabra, vio cómo ella se alejaba con lágrimas desbordando sus ojos. Algo en su expresión se rompió.—¡Vete