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Dos meses después.El día del bautizo de los bebés había llegado. Roma apenas podía contener la emoción. La iglesia estaba decorada con flores blancas, y la luz de las velas añadía un aire solemne a la ceremonia.Cuando el sacerdote derramó el agua bendita sobre las cabezas de los pequeños, Roma sintió que su corazón se llenaba de amor y gratitud.—Adriana, Ariadna y Benjamín —susurró Giancarlo, observando a los bebés dormidos en sus cunas después de la ceremonia.Roma miró sus diminutos rostros, tan inocentes y frágiles, y sintió que el mundo era un lugar mejor solo porque ellos existían.La familia estaba radiante. El sonido de las copas chocando marcó el brindis.—Brindemos por la felicidad y la unión de nuestra familia —dijo Giancarlo con emoción en la voz.Las risas y el murmullo de felicitaciones llenaron el salón mientras todos alzaban sus copas.***En el jardín, bajo la luz tenue de la luna, Tory y Joel caminaban en silencio, sintiendo la cercanía del otro.—¿Estás emocionada
El hombre corrió a una puerta de trebejos, su corazón latía con violencia dentro de su pecho.Detrás, ocultos de miradas indiscretas, encontró los garrafones de gasolina que había traído disfrazado de guardia. Todo había salido según su plan: nadie sospechó de él al entrar.Con una frialdad escalofriante, comenzó a vaciar la gasolina por todo el segundo piso. El fuerte aroma a combustible impregnó el aire, se filtró por las rendijas del suelo y las paredes. Sus manos temblaban de ansiedad, pero no de arrepentimiento.Encendió un fósforo, lo observó bailar en la punta de sus dedos durante un segundo, luego lo dejó caer. La llama cobró vida con un rugido hambriento.Sonrió.—Es ahora o nunca, Victoria, eras mi boleto a una buena vida, y no dejar de serlo, aunque no lo quieras.Giró sobre sus talones y corrió. Sabía que, en cuestión de minutos, todo estaría envuelto en llamas.***Abajo, la fiesta estaba en su apogeo. La música retumbaba en las paredes, las risas y las conversaciones se e
Roma y Giancarlo llegaron al hospital en un estado de desesperación palpable. Sus corazones latían al ritmo frenético del miedo, y cada segundo que pasaba sin noticias sobre su hija sentía como una eternidad. El aire en el hospital estaba cargado de tensión, y no podían dejar de pensar en lo peor.Al llegar, vieron a los padres de Joel. Lourdes, la madre de Joel, los miró con ojos llenos de angustia, casi como si ya estuviera preparada para lo peor.—¿Cómo están? —preguntó Roma, su voz temblorosa.—¡No nos han dicho nada! —respondió Lourdes, su rostro marcado por el dolor y la incertidumbre.Roma intentó mantener la calma, pero la ansiedad la estaba devorando por dentro. Solo quería ver a su hija, abrazarla, asegurarle que todo estaría bien. Pero de repente, el sonido de pasos apresurados la hizo volverse. Un doctor apareció, con una expresión seria, pero al mismo tiempo reconfortante.—Sus hijos están bien. Tuvieron una conmoción, pero nada grave. Pueden verlos, están con la policía.
El entierro de Humberto fue desolador. La tarde estaba gris, como si el cielo estuviera por romper en una lluvia.La mayoría de las sillas estaban vacías, y la tumba de Humberto parecía tragarse el poco brillo de la vida que quedaba en ese lugar.Sin embargo, Tory y Joel no podían no asistir, incluso si era alguien que les dañó.No era por él, no por el hombre que había sido un desastre en sus vidas, sino por su cuñada, Beth, que, aunque aún no lo admitiera, estaba rota por dentro.Tory y Joel caminaban tomados de la mano, mirando la tumba mientras el viento helado les acariciaba el rostro.Era como si la misma naturaleza estuviera compadeciéndose de lo sucedido.Los ojos de Tory se llenaron de dolor, pero se mantenía fuerte, por su hermana, por la familia.—Es una lástima... —murmuró Tory, su voz quebrándose apenas—. Terminó tan mal. En realidad, esto es el resultado de sus decisiones, de sus errores. Espero que Dios le perdone.Joel apretó su mano con fuerza, como si quisiera transmi
Beth estaba vistiéndose de novia. El suave tejido del vestido acariciaba su piel, pero su corazón latía con fuerza, casi desbocado. Se miró en el espejo y, por primera vez, se vio diferente. No era solo una mujer vestida de blanco, era una prometida, una futura esposa, alguien a punto de comenzar una nueva vida. La emoción le apretó el pecho con fuerza, como si todo su pasado quisiera alcanzarla en ese momento.Pensó en su hermano menor, en lo que había sufrido, en la vida injusta que le había tocado. Él no pudo escapar de la miseria, no tuvo oportunidad de soñar con algo mejor. Luego, su mente voló hasta Humberto, otra víctima de la crueldad de su padre, alguien que también había sido arrastrado por el dolor y el abuso.Una lágrima silenciosa descendió por su mejilla."Yo sí logré liberarme", pensó. "Yo sí alcanzaré la felicidad."Respiró hondo y alzó el rostro, obligándose a sonreír. No debía permitirse la tristeza en un día como ese. Fue entonces cuando vio a Roma reflejada en el es
Roma y Giancarlo no podían dejar de mirarse, ambos con el corazón latiendo de forma distinta ese día.Había nervios en el aire, sí, pero también un dejo de nostalgia que se pegaba al pecho como si fuera un perfume imposible de ignorar.Ese día, despedían a Tory.El reloj marcaba las cinco de la tarde y los últimos rayos del sol atravesaban las cortinas de la casa Savelli, tiñendo las paredes de un dorado melancólico. Afuera, la familia se movía con sigilo, preparando la fiesta sorpresa.Pero adentro, Roma sentía una mezcla de orgullo y un leve temblor en el alma. Su hija menor se iba... y aunque era por una buena razón, eso no aliviaba del todo el vacío anticipado que ya empezaba a instalarse.Mientras tanto, Tory y Joel cerraban las últimas maletas. La emoción del viaje se mezclaba con una ansiedad que ni uno ni otro lograba disimular.—¿Estás lista? —preguntó Joel, mirándola con ternura.—Lista no sé si estoy… pero decidida, sí —respondió ella, exhalando hondo.Al llegar a casa, algo
El día siguiente amaneció más silencioso de lo habitual.El vuelo de Tory y Joel saldría por la noche. Las maletas estaban listas, la emoción contenida bajo una capa de calma.Sin embargo, los hermanos Savelli tenían un último plan. Uno que llevaban días organizando sin que sus padres sospecharan.Muy temprano, tocaron la puerta de la habitación de Roma y Giancarlo con una energía inusual para un domingo.—¡Despierten, papá, mamá! ¡Vamos a desayunar todos juntos!Roma frunció el ceño, pero sonrió mientras se vestía con tranquilidad.Había algo raro en esa súbita coordinación familiar.Durante el desayuno, intercambiaron miradas cómplices que no pasaron desapercibidas.—¿Qué están tramando? —preguntó Giancarlo con media sonrisa, mientras observaba cómo Aria bajaba la mirada, mordiéndose el labio como si escondiera una risa.—Papá, mamá… —dijo Aria al fin—. Queremos hacer un picnic. Uno especial. Todos juntos. Para despedir a nuestra hermanita como se merece.Roma los miró con ternura.A
—¡Te lo suplico, Alonzo, ven al cumpleaños de Benjamín! ¡Él es tu hijo! Está muy enfermo, ¡todo lo que quiere es verte! Podría ser la última vez… —la voz de Roma quebró, su garganta se cerró y sus ojos se llenaron de lágrimas contenidas, pero no las dejaba caer.No podía. No frente a él. No frente al hombre que había sido su amor, su vida, su todo. Y ahora… era un desconocido que la rechazaba, que la miraba con desdén.Roma Valenti estaba de rodillas en el suelo, aferrada a las piernas de ese hombre, incapaz de levantarse, como si su cuerpo no le respondiera, como si la indignidad de esa situación la hubiera atrapado por completo.Pero lo peor no era eso. A pesar de todo, ella haría lo que fuera por su hijo, por eso estaba ahí.En lo más profundo de su ser, Roma sabía que se había perdido a sí misma en el amor por Alonzo.Y ahora, estaba dispuesta a quemarse hasta el último aliento por su hijo, por Benjamín, quien no merecía vivir sin el padre que tanto lo necesitaba.—¡No te cansarás