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—¿Quién te crees que eres? Eres un imbécil —exclamó Fernanda, empujándolo con todas sus fuerzas.Matías sonrió, una sonrisa llena de desafío, mientras sus ojos brillaban con deseo.Se acercó a su rostro, demasiado cerca, y ella sintió que su cuerpo reaccionaba involuntariamente. No podía evitarlo, su respiración se volvía más errática y sus manos, aunque temblorosas, empujaban su pecho para mantener la distancia.Pero él no se detuvo, tomándola de las muñecas con firmeza y apartándolas de su cuerpo.En ese momento, sus labios tomaron posesión de los de ella, y no encontró resistencia.Fernanda, en su lucha interna, terminó cediendo. Nunca pudo negarse a Matías, no desde la primera vez.Besó su cuello, y supo que estaba perdida. En un abrir y cerrar de ojos, ya estaban en la cama, y él, con manos grandes y calientes, comenzó a despojarla de su ropa.Cada toque suyo la quemaba, y Fernanda sentía como su propio deseo se avivaba.Sus respiraciones se entrelazaban, sus cuerpos se buscaban c
—¡Yo…!Bruno se acercó rápidamente a ella, pero el sonido del teléfono rompió la tensión. Beth lo miró con desesperación.—¡Es Mateo Savelli! —pensó, sintiendo que, por alguna razón, era su única oportunidad. Pensó en cómo podía manipular la situación para salir airosa. Su mente corría mientras trataba de encontrar las palabras correctas—. Déjame responderlo, sin mí no podrás conseguir lo que quieres.El hombre la observó por un momento, evaluando la situación. Finalmente, asintió y dio un paso atrás.Beth respiró hondo y contestó rápidamente.—Hola.—¿Por qué no me has llamado? —la voz de Mateo sonaba frustrada al otro lado de la línea.—Eh… he estado ocupada, pero, ¿necesitas algo? —respondió, tratando de mantener la calma.—No me hables con ese desdén. ¿Ya conseguiste un empleo nuevo?—No… sigo buscando. —El miedo era palpable en su voz, pero intentó mantener una postura firme.—Bien. Tal vez pueda darte un trabajo como afanadora del edificio, ¿qué te parece?Las palabras de Mateo l
Beth no pudo rechazarlo, y el beso la envolvió con una intensidad inesperada.Sus labios se encontraron con desesperación, como si ese momento fuera el único en el mundo.El sabor de su boca la hizo perderse, y cuando sus manos recorrieron su cuerpo por encima de la tela de la ropa, todo lo demás pareció desvanecerse.La pasión era pura, arrolladora, y en ese instante, se sintió como si todo lo que había sucedido hasta ahora fuera insignificante.El deseo la estaba consumiendo por completo, y cuando sintió que estaba a punto de entregarse, de dejarse arrastrar por la corriente de lo prohibido, la puerta se abrió de golpe.—¡Mateo! —la voz de Andrea fue como una orden inquebrantable, un eco de dolor que cortó la atmósfera pesada entre ellos.Mateo se separó de Beth de inmediato, el rojo de la vergüenza, tiñendo su rostro hasta las raíces del cabello.Miró a Andrea, y sin decir una palabra, vio cómo ella se alejaba con lágrimas desbordando sus ojos. Algo en su expresión se rompió.—¡Vete
—¡Brindemos! —dijo Beth, con una sonrisa forzada que intentaba esconder el nerviosismo que sentía.Extendió la copa con temblorosas manos, que el hombre recibió con una mirada hambrienta y un gesto de satisfacción.Él sonrió y bebió el trago de un solo sorbo, con rapidez.Beth observaba cómo el líquido se deslizaba por su garganta, como si el destino estuviera sellado en ese pequeño gesto.—¿Qué te parece si hacemos algo más excitante? —dijo Bruno, acercándose con descaro, rozando su cuerpo con el suyo.El aliento caliente de él le acarició la piel, y Beth sintió que su corazón se detenía por un momento.El terror la envolvió como una sombra oscura.—No… por favor… —susurró Beth, pero el hombre ya había dado el siguiente paso.De repente, él la soltó, su expresión cambiando bruscamente al darse cuenta de que algo no estaba bien.Beth pudo ver en su rostro la confusión mezclada con la sorpresa.El hombre tropezó, mareado por el veneno que Beth había colocado discretamente en su copa.—¡
Mateo, aterrorizado, la levantó en sus brazos con una rapidez que no pensó, como si su vida dependiera de ella.Su corazón latía desbocado, golpeando su pecho con fuerza, mientras sentía el peso de la angustia y el pánico atenazándole la garganta.La llevó rápidamente a la cama, con la piel sudorosa y el rostro pálido de Beth, reflejando una fragilidad que jamás había visto en ella.Su miedo era palpable, y su voz temblaba cuando ordenó con firmeza.—¡Llamen a un médico, rápido! —dijo, su voz grave, cargada de desesperación.Con manos temblorosas, acarició el rostro de Beth, el contacto apenas tocando su piel.Un estremecimiento recorrió su cuerpo al sentir la frialdad de su piel.Nunca la había visto tan vulnerable, tan débil. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.—Beth… ¿Nunca te vi tan débil? —susurró, la angustia presionándole el pecho.Sentía que el aire se le escapaba con cada latido de su corazón.No pasó mucho tiempo antes de que el médico llegara.Entró rápidamente, con
De pronto, la mano de Mateo se cerró con furia sobre el cuello de Andrea, apretando con tanta fuerza que sentía que le faltaba el aire.—¡¿Eres Annia?! —su voz estaba llena de rabia contenida, su respiración agitada.Andrea luchó por mantener la calma, pero el miedo la invadió, y una sensación de ahogo se instaló en su pecho.Todo su cuerpo estaba tenso, como si pudiera quebrarse en cualquier momento.No podía dejar que él descubriera la verdad, no aún, porque tenía miedo.—¡No! —respondió, pero su voz se rompió en un chillido apenas audible, un sonido de desesperación que apenas alcanzó a escapar.Él la soltó de golpe, pero su mirada... esa mirada lo decía todo. No le creía.Andrea sintió cómo un escalofrío le recorría la columna vertebral. El sudor comenzó a cubrir su frente, y su mente luchaba para encontrar algo, cualquier cosa, que pudiera calmarlo.Los ojos de Mateo no dejaban de examinarla, profundizando en cada uno de sus movimientos, buscando señales de mentira.Y Andrea lo sa
Matías estaba en su despacho, la luz tenue de la tarde colándose a través de las persianas.El sonido del papel al ser volteado y las hojas que crujían al ser examinadas llenaban el espacio vacío.Estaba a punto de terminar, mientras firmaba unos contratos.Cuando esa mujer irrumpió repentina en la oficina.No había tocado. No había avisado. La mujer irrumpió sin más, y una ola de rabia recorrió su cuerpo como un torrente violento.—¡Maldita sea, Laura! —exclamó, levantándose abruptamente de su silla. La furia lo consumió al instante, pero su voz, tensa y llena de desprecio, fue lo único que logró salir. —¿Qué diablos quieres? ¿Quién te dejó entrar después de lo que hiciste?Laura, con los ojos vidriosos y el rostro pálido, no dijo una palabra.En lugar de contestar, se dejó caer de rodillas ante él, el sonido de su caída resonó como una súplica silenciada.Y entonces, sin previo aviso, la vio aferrarse a sus piernas, su cuerpo tembloroso, las manos presionadas con desesperación.—¡Per
Fernanda salió del hospital con el corazón oprimido.Condujo sin rumbo fijo, con la mirada nublada por las lágrimas. No podía seguir engañándose, no podía seguir luchando contra lo inevitable.Creía que Matías nunca la amó como ella lo hizo. Y, si quería sobrevivir a esta tormenta, tenía que arrancarlo de su corazón.Cuando llegó a casa, Roma estaba esperándola en la sala. Apenas la vio, se puso de pie con preocupación.—Fernanda, ¿qué pasa? ¿Estás bien?Fernanda intentó contenerse, pero al ver la mirada preocupada de Roma, todo su autocontrol se derrumbó.Sus labios temblaron y su pecho se agitó antes de que su fortaleza se hiciera añicos. Se cubrió el rostro con ambas manos y sollozó, dejando escapar todo el dolor que llevaba dentro.—Lo siento, Roma… lo intenté todo, pero… —su voz se quebró—. Matías no me ama. Y yo… yo debo dejar de amarlo si quiero sobrevivir.Roma sintió un nudo en el estómago al ver a Fernanda tan destrozada. Conocía bien ese dolor, el vacío de amar sin ser corre