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Matías estaba en su despacho, la luz tenue de la tarde colándose a través de las persianas.El sonido del papel al ser volteado y las hojas que crujían al ser examinadas llenaban el espacio vacío.Estaba a punto de terminar, mientras firmaba unos contratos.Cuando esa mujer irrumpió repentina en la oficina.No había tocado. No había avisado. La mujer irrumpió sin más, y una ola de rabia recorrió su cuerpo como un torrente violento.—¡Maldita sea, Laura! —exclamó, levantándose abruptamente de su silla. La furia lo consumió al instante, pero su voz, tensa y llena de desprecio, fue lo único que logró salir. —¿Qué diablos quieres? ¿Quién te dejó entrar después de lo que hiciste?Laura, con los ojos vidriosos y el rostro pálido, no dijo una palabra.En lugar de contestar, se dejó caer de rodillas ante él, el sonido de su caída resonó como una súplica silenciada.Y entonces, sin previo aviso, la vio aferrarse a sus piernas, su cuerpo tembloroso, las manos presionadas con desesperación.—¡Per
Fernanda salió del hospital con el corazón oprimido.Condujo sin rumbo fijo, con la mirada nublada por las lágrimas. No podía seguir engañándose, no podía seguir luchando contra lo inevitable.Creía que Matías nunca la amó como ella lo hizo. Y, si quería sobrevivir a esta tormenta, tenía que arrancarlo de su corazón.Cuando llegó a casa, Roma estaba esperándola en la sala. Apenas la vio, se puso de pie con preocupación.—Fernanda, ¿qué pasa? ¿Estás bien?Fernanda intentó contenerse, pero al ver la mirada preocupada de Roma, todo su autocontrol se derrumbó.Sus labios temblaron y su pecho se agitó antes de que su fortaleza se hiciera añicos. Se cubrió el rostro con ambas manos y sollozó, dejando escapar todo el dolor que llevaba dentro.—Lo siento, Roma… lo intenté todo, pero… —su voz se quebró—. Matías no me ama. Y yo… yo debo dejar de amarlo si quiero sobrevivir.Roma sintió un nudo en el estómago al ver a Fernanda tan destrozada. Conocía bien ese dolor, el vacío de amar sin ser corre
Mateo se cubrió el rostro con las manos, tratando de contener la furia que lo consumía.—¡¿De verdad estás haciendo esto?! —rugió, mirando a Cyton con el ceño fruncido—. Señor Cyton, espero que no siga con esta mujer como asistente. Está completamente desquiciada. Si insiste en mantenerla en su plantilla, Enterprises Misuri nunca volverá a hacer negocios con usted.Cyton bajó la vista, incómodo por la amenaza velada.Pero Beth no estaba dispuesta a quedarse callada. Con la mirada encendida por la rabia, dio un paso adelante y, sin pensarlo dos veces, soltó con una voz firme:—¡No es necesario que me despida, renuncio!Empujó bruscamente a Andrea, quien soltó un grito ahogado, y se alejó con pasos firmes.Mateo la miró, sorprendido por su reacción.Algo en su pecho se removió con violencia, y sin pensarlo dos veces, fue tras ella.—¡Mateo! —gritó Andrea, pero él la ignoró por completo.Beth caminaba apresurada por la acera, con el corazón latiéndole con fuerza.Su mente era un caos, su
Cuando Beth abrió los ojos, lo primero que vio fue esa habitación fría y clínica, llena de luces brillantes que lastimaban su visión. Su mente aún estaba embotada por la tormenta de pensamientos que la acosaban, pero la mirada de él, Mateo, atravesó todo su ser con una intensidad tan penetrante que el miedo la envolvió instantáneamente.—¡Mateo! —susurró, su voz quebrada por la angustia.Él no contestó de inmediato.Sus ojos brillaban con una rabia incontrolable, y Beth sintió como si su piel ardiera bajo la intensidad de su mirada.Cada palabra que él pronunció estaba cargada de furia, de algo más profundo, algo que no podía comprender del todo.—¡¿Por qué quieres abortar a mi hijo, Beth?! — gritó, sus palabras resonando en la habitación como un eco que le perforaba el pecho.Un escalofrío recorrió el cuerpo de Beth, y por un instante, se quedó paralizada, sin saber cómo responder. Nunca esperó que él lo supiera.El temor se apoderó de ella, pero al mismo tiempo, una rabia silenciosa
Mateo no podía dejar de caminar de un lado a otro, sus pasos rápidos y descontrolados resonaban en el suelo de mármol de su pent-house.El dolor lo atravesaba con cada latido de su corazón, una rabia ciega que lo quemaba por dentro, que lo arrastraba en un torbellino de desesperación y angustia. Su mente estaba llena de recuerdos, pero ninguno tan punzante como el de aquella noche.Lanzó el florero al suelo, su cristal estalló en mil pedazos.Las lámparas cayeron con estruendo, las fotos que tanto había cuidado se rompieron bajo sus pies.No sentía nada más que ese vacío absoluto, ese vacío que solo se llena con rabia, dolor y una tristeza que lo devoraba.«¡Ella me engañó! ¡Me traicionó!», pensó con furia.Imaginarla con otro lo volvía loco, le provocaba una sensación de querer estar muerto.Los recuerdos llegaron con fuerza, uno tras otro, como un torrente imparable.Recordó la primera vez que Beth fue suya, cuando todo entre ellos comenzó a desmoronarse, cuando ella negó una y otra
Matías la llevaba en brazos, apretándola contra su pecho como si fuera lo único que realmente le perteneciera.La sacó de la fiesta sin importar las miradas, los murmullos, ni las voces que se alzaban detrás de ellos, burlonas y sorprendidas. La furia que ardía en su pecho era más fuerte que cualquier reproche.—¡Actúas como un loco celoso, Matías! —gritó Fernanda, luchando por zafarse de su agarre.—Sí, ¿y qué? —respondió él, la voz grave y rota por la rabia—. Estoy celoso. Eres mía, y no voy a soportar que nadie, nadie, se acerque a ti.—¡Eres un loco tóxico! —su voz se quebró, pero la furia en sus ojos seguía siendo feroz—. Él es solo un amigo.Él la bajó de un golpe, la hizo mirar su rostro, y en sus ojos brillaba algo más que celos: era un miedo visceral.—¿Amigo? —dijo con un tono mordaz—. Ese hombre no te ve como una amiga. ¿Acaso no has visto su mirada? Siente algo por ti, Fernanda. Y no voy a permitir que ni siquiera te toque.Las palabras de Matías caían como puñales, pero Fe
—Eres una maldita… Lo pagarás, ¡lo pagarás caro! —La voz de Beth se quebró, llena de rabia, mientras sus ojos destilaban furia.Andrea no dijo nada, pero un brillo de desafío se reflejaba en su mirada.—Ya verás quién ganará, Beth —Andrea dejó escapar una risa amarga—. Eso te pasa por ponerte por encima de tu lugar. ¡Perra!Andrea soltó una carcajada mientras un hombre se acercaba y la ataba con fuerza. La violencia con la que lo hacía no era más que una extensión de su desprecio.—Ya saben lo que tienen que hacer. —dijo AndreaEl hombre les dirigió una mirada fría a sus compañeros.En ese momento, el sonido de motores rugiendo por las calles se escuchó a lo lejos, seguido por el eco de pasos que se acercaban.Los hombres subían por las escaleras hacia el techo de un edificio, y, a medida que se acercaban, el sudor frío empezó a recorrer la espalda de Beth. Los habían atado a las sillas con cinta en la boca, y sus ojos se cruzaron con los de Andrea, quienes compartían la misma sensació
Andrea estaba fuera de sí.La furia la consumía, y las lágrimas de rabia caían sin cesar por su rostro, como un torrente imparable.La impotencia de la situación le quemaba el pecho. Cada músculo de su cuerpo temblaba de la furia contenida. El dolor de la traición se unía a la rabia, formando una mezcla devastadora. No podía creer lo que sucedía.Los secuestradores empezaron a desatarle las manos y los pies, quitándole la cinta de la boca, pero ella no dijo nada. Solo los miró con odio en los ojos.De pronto, los guardias de Mateo irrumpieron en la habitación con una violencia inusitada, golpeando a los hombres sin piedad.Andrea se quedó paralizada por un instante, su cuerpo temblaba de miedo y confusión, pero antes de que pudiera reaccionar, fue tomada de los brazos por dos de los guardias y arrastrada hacia la salida.—¡Suéltenme! —gritó, su voz llena de desesperación y furia.—Señorita, tenemos la orden del señor Savelli de llevarla sana y salva a su casa —respondió uno de los guar