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Mateo no podía dejar de caminar de un lado a otro, sus pasos rápidos y descontrolados resonaban en el suelo de mármol de su pent-house.El dolor lo atravesaba con cada latido de su corazón, una rabia ciega que lo quemaba por dentro, que lo arrastraba en un torbellino de desesperación y angustia. Su mente estaba llena de recuerdos, pero ninguno tan punzante como el de aquella noche.Lanzó el florero al suelo, su cristal estalló en mil pedazos.Las lámparas cayeron con estruendo, las fotos que tanto había cuidado se rompieron bajo sus pies.No sentía nada más que ese vacío absoluto, ese vacío que solo se llena con rabia, dolor y una tristeza que lo devoraba.«¡Ella me engañó! ¡Me traicionó!», pensó con furia.Imaginarla con otro lo volvía loco, le provocaba una sensación de querer estar muerto.Los recuerdos llegaron con fuerza, uno tras otro, como un torrente imparable.Recordó la primera vez que Beth fue suya, cuando todo entre ellos comenzó a desmoronarse, cuando ella negó una y otra
Matías la llevaba en brazos, apretándola contra su pecho como si fuera lo único que realmente le perteneciera.La sacó de la fiesta sin importar las miradas, los murmullos, ni las voces que se alzaban detrás de ellos, burlonas y sorprendidas. La furia que ardía en su pecho era más fuerte que cualquier reproche.—¡Actúas como un loco celoso, Matías! —gritó Fernanda, luchando por zafarse de su agarre.—Sí, ¿y qué? —respondió él, la voz grave y rota por la rabia—. Estoy celoso. Eres mía, y no voy a soportar que nadie, nadie, se acerque a ti.—¡Eres un loco tóxico! —su voz se quebró, pero la furia en sus ojos seguía siendo feroz—. Él es solo un amigo.Él la bajó de un golpe, la hizo mirar su rostro, y en sus ojos brillaba algo más que celos: era un miedo visceral.—¿Amigo? —dijo con un tono mordaz—. Ese hombre no te ve como una amiga. ¿Acaso no has visto su mirada? Siente algo por ti, Fernanda. Y no voy a permitir que ni siquiera te toque.Las palabras de Matías caían como puñales, pero Fe
—Eres una maldita… Lo pagarás, ¡lo pagarás caro! —La voz de Beth se quebró, llena de rabia, mientras sus ojos destilaban furia.Andrea no dijo nada, pero un brillo de desafío se reflejaba en su mirada.—Ya verás quién ganará, Beth —Andrea dejó escapar una risa amarga—. Eso te pasa por ponerte por encima de tu lugar. ¡Perra!Andrea soltó una carcajada mientras un hombre se acercaba y la ataba con fuerza. La violencia con la que lo hacía no era más que una extensión de su desprecio.—Ya saben lo que tienen que hacer. —dijo AndreaEl hombre les dirigió una mirada fría a sus compañeros.En ese momento, el sonido de motores rugiendo por las calles se escuchó a lo lejos, seguido por el eco de pasos que se acercaban.Los hombres subían por las escaleras hacia el techo de un edificio, y, a medida que se acercaban, el sudor frío empezó a recorrer la espalda de Beth. Los habían atado a las sillas con cinta en la boca, y sus ojos se cruzaron con los de Andrea, quienes compartían la misma sensació
Andrea estaba fuera de sí.La furia la consumía, y las lágrimas de rabia caían sin cesar por su rostro, como un torrente imparable.La impotencia de la situación le quemaba el pecho. Cada músculo de su cuerpo temblaba de la furia contenida. El dolor de la traición se unía a la rabia, formando una mezcla devastadora. No podía creer lo que sucedía.Los secuestradores empezaron a desatarle las manos y los pies, quitándole la cinta de la boca, pero ella no dijo nada. Solo los miró con odio en los ojos.De pronto, los guardias de Mateo irrumpieron en la habitación con una violencia inusitada, golpeando a los hombres sin piedad.Andrea se quedó paralizada por un instante, su cuerpo temblaba de miedo y confusión, pero antes de que pudiera reaccionar, fue tomada de los brazos por dos de los guardias y arrastrada hacia la salida.—¡Suéltenme! —gritó, su voz llena de desesperación y furia.—Señorita, tenemos la orden del señor Savelli de llevarla sana y salva a su casa —respondió uno de los guar
—¿Vas a chantajearme con un hijo para que me case contigo? —su voz sonó grave, tensa, como si las palabras le costaran más de lo que quería admitir.Beth lo miró fijamente, su respiración un poco entrecortada, como si el peso de la situación la aplastara.Bajó la mirada, su rostro reflejando una mezcla de vulnerabilidad y determinación.—Sí, lo haré —respondió con una calma tensa, sus palabras colisionando en el aire, pesadas, imponentes.Un destello de duda cruzó los ojos de Mateo, pero en cuanto sus miradas se encontraron de nuevo, todo lo demás pareció desvanecerse.—¿Tanto me amas, Beth? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta, su voz, apenas un susurro, como si temiera escucharla.Ella tragó saliva, su cuerpo, rebelándose ante las emociones que luchaban por liberarse.Pensó por un momento, como si las palabras que estaban por salir de su boca pudieran cambiarlo todo.«Voy a morir si esto no termina bien, y si lo hago, no me importa nada», pensó, con una extraña calma en su interio
El aire parecía volverse espeso, como si se hubiera detenido por completo, inmóvil, suspendido en un instante de desesperación.La mención de Annia lo hizo todo aún más doloroso, más profundo, como si el pasado de Mateo estallara en su rostro.Beth sintió cómo el dolor en su pecho se multiplicaba, se expandía hasta apoderarse de su mente, de su cuerpo.De pronto, Mateo se abalanzó con furia, saltando hacia Andrea en un impulso desesperado.Los ojos de Beth se abrieron con horror, un grito escapó de su garganta, y todo se volvió borroso.Vio cómo ambos luchaban, cómo la pistola cambiaba de manos.Su mente estalló cuando un disparo resonó en la habitación.El tiempo pareció detenerse, la oscuridad se apoderó de su vista por un instante.Beth tembló de miedo.Mateo retrocedió un paso, su rostro contorsionado por la angustia.Andrea cayendo lentamente al suelo,—¡Annia! —su voz fue un rugidoMinutos después, la sirena de la ambulancia cortó la quietud, su sonido penetrante y perturbador.L
—¡Madre, ahora no! ¡Tengo que irme!La voz de Mateo resonaba en el pasillo, llena de urgencia y determinación, pero Roma lo detuvo de nuevo, extendiendo la mano con un gesto que, aunque firme, reflejaba una desesperación apenas disimulada.—¿Para ir a lastimar a la única mujer que te ama?Las palabras golpearon a Mateo con fuerza, y por un instante, titubeó.Su mirada se desvió hacia el suelo, la incertidumbre reflejada en sus ojos, pero pronto se enderezó.Negó con la cabeza, como si esas palabras no pudieran alcanzarlo.—No, ¡voy a detenerla! ¡Voy a salvar a la mujer que amo!Roma cerró los ojos con dolor, sintiendo cómo una punzada de tristeza le atravesaba el corazón.La rabia se mezcló con un sentimiento de decepción.Se acercó un paso más y, con voz quebrada, cuestionó:—¿Es así como te enseñé a amar a una mujer?Mateo la miró, el orgullo y el amor que sentía por ella mezclándose con la vergüenza.Un suspiro profundo escapó de sus labios mientras sentía cómo las palabras de su ma
Roma y Giancarlo se encontraban a punto de salir del hospital cuando el doctor los detuvo.Estaban ya por irse, pero escucharon las palabras del doctor, bastante tensos.—Señora Savelli, el estado de Andrea, ha mejorado, ha despertado —dijo el médico, con una expresión reservada.—Quiero verla —respondió Roma, sin titubear, su voz cargada de determinación.Giancarlo la miró, preocupado, pero sabía que no podía detenerla.Tomó su mano con suavidad, en un intento de calmarla.—Amor, no lo hagas... —susurró, casi suplicante.Roma lo miró a los ojos con firmeza, sin vacilar en su decisión.—Quiero verla. Déjame hacerlo, Giancarlo. Necesito hacerlo. —su voz tembló por un instante, pero estaba decidida.Giancarlo la dejó ir, resignado. Sabía que nada la haría cambiar de opinión.Cuando Roma entró en la habitación, sus ojos se posaron inmediatamente sobre la mujer que estaba en la cama.Andrea estaba débil, frágil, pero sus ojos seguían brillando con esa maldad silenciosa.Para Roma, esa muje