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El aire parecía volverse espeso, como si se hubiera detenido por completo, inmóvil, suspendido en un instante de desesperación.La mención de Annia lo hizo todo aún más doloroso, más profundo, como si el pasado de Mateo estallara en su rostro.Beth sintió cómo el dolor en su pecho se multiplicaba, se expandía hasta apoderarse de su mente, de su cuerpo.De pronto, Mateo se abalanzó con furia, saltando hacia Andrea en un impulso desesperado.Los ojos de Beth se abrieron con horror, un grito escapó de su garganta, y todo se volvió borroso.Vio cómo ambos luchaban, cómo la pistola cambiaba de manos.Su mente estalló cuando un disparo resonó en la habitación.El tiempo pareció detenerse, la oscuridad se apoderó de su vista por un instante.Beth tembló de miedo.Mateo retrocedió un paso, su rostro contorsionado por la angustia.Andrea cayendo lentamente al suelo,—¡Annia! —su voz fue un rugidoMinutos después, la sirena de la ambulancia cortó la quietud, su sonido penetrante y perturbador.L
—¡Madre, ahora no! ¡Tengo que irme!La voz de Mateo resonaba en el pasillo, llena de urgencia y determinación, pero Roma lo detuvo de nuevo, extendiendo la mano con un gesto que, aunque firme, reflejaba una desesperación apenas disimulada.—¿Para ir a lastimar a la única mujer que te ama?Las palabras golpearon a Mateo con fuerza, y por un instante, titubeó.Su mirada se desvió hacia el suelo, la incertidumbre reflejada en sus ojos, pero pronto se enderezó.Negó con la cabeza, como si esas palabras no pudieran alcanzarlo.—No, ¡voy a detenerla! ¡Voy a salvar a la mujer que amo!Roma cerró los ojos con dolor, sintiendo cómo una punzada de tristeza le atravesaba el corazón.La rabia se mezcló con un sentimiento de decepción.Se acercó un paso más y, con voz quebrada, cuestionó:—¿Es así como te enseñé a amar a una mujer?Mateo la miró, el orgullo y el amor que sentía por ella mezclándose con la vergüenza.Un suspiro profundo escapó de sus labios mientras sentía cómo las palabras de su ma
Roma y Giancarlo se encontraban a punto de salir del hospital cuando el doctor los detuvo.Estaban ya por irse, pero escucharon las palabras del doctor, bastante tensos.—Señora Savelli, el estado de Andrea, ha mejorado, ha despertado —dijo el médico, con una expresión reservada.—Quiero verla —respondió Roma, sin titubear, su voz cargada de determinación.Giancarlo la miró, preocupado, pero sabía que no podía detenerla.Tomó su mano con suavidad, en un intento de calmarla.—Amor, no lo hagas... —susurró, casi suplicante.Roma lo miró a los ojos con firmeza, sin vacilar en su decisión.—Quiero verla. Déjame hacerlo, Giancarlo. Necesito hacerlo. —su voz tembló por un instante, pero estaba decidida.Giancarlo la dejó ir, resignado. Sabía que nada la haría cambiar de opinión.Cuando Roma entró en la habitación, sus ojos se posaron inmediatamente sobre la mujer que estaba en la cama.Andrea estaba débil, frágil, pero sus ojos seguían brillando con esa maldad silenciosa.Para Roma, esa muje
El aire en la habitación del hospital se tornó espeso cuando el médico rompió el silencio con su veredicto.—Bien, la cirugía se programará dentro de veinte días. Es lo más rápido que podemos proceder, necesitamos prepararlo todo. Mientras tanto, vendrá la obstetra para realizar un nuevo ultrasonido y evaluar el estado del bebé.Después de eso, será dada de alta, pero deberá regresar para más consultas.Beth asintió en silencio, como si la noticia apenas pudiera asentarse en su mente.Su mano descansó sobre su vientre con un gesto inconsciente, mientras el miedo la invadía. Mateo, por su parte, no apartó la mirada del médico.Había esperado una solución inmediata, algo que detuviera el peligro de golpe, pero ahora tenía que enfrentarse a la incertidumbre.Minutos después, la obstetra llegó con su equipo.La camilla, el monitor, el gel frío que tantas mujeres recordaban con mezcla de emoción y ansiedad.Beth sintió su estómago revolverse.Mateo permanecía de pie, con las manos en los bo
—¡Padre! ¿Qué haces? No intervengas, yo cuidaré de Beth y de mi hijo.La voz de Mateo se alzó, intentando sonar firme, pero había algo en su mirada, en su postura, que delataba su inseguridad.Giancarlo, en cambio, no tenía ninguna duda.Su expresión era la de un hombre al borde del estallido, un volcán conteniendo su furia.—¡Cállate! —bramó con un tono que hizo eco en las paredes de la habitación.Beth, desde su lugar en la cama, se estremeció.Sus ojos, cargados de agotamiento y dolor, se posaron en Mateo, suplicantes, como si él pudiera hacer algo para calmar la tormenta que se desataba.Pero Mateo ni siquiera podía calmar la suya.—¡Ya basta! —intervino una voz más serena, pero firme. Era la voz de Roma, con el rostro sereno y la mirada preocupada solo por Beth—. Alteran a Beth con su discusión. Giancarlo, lleva a Mateo afuera.El hombre no lo pensó dos veces.Atrajo a su hijo con brusquedad, tomándolo por el brazo con una fuerza que no permitía resistencia.Mateo, aunque molesto,
Mateo subió al auto sin hacer preguntas.No tenía idea de a dónde iban, pero no le importaba. Apretó los labios y se quedó en silencio. No quería más peleas con su padre, no hoy.El peso de todo lo que había ocurrido lo asfixiaba, y aunque una parte de él quería exigir respuestas, otra solo quería hundirse en su propia miseria.El auto avanzó por la ciudad, pero Mateo apenas veía las luces pasar. Su mente estaba en otro lugar, atrapada entre el resentimiento, la confusión y el dolor.***En el hospitalRoma tomó la mano de Beth con dulzura, sus dedos cálidos y firmes.—No estás sola, Beth —susurró, con esa voz serena que siempre inspiraba confianza—. Ahora tienes a tu bebé, y también me tienes a mí. Los cuidaré siempre. Serás para mí como otra hija.Los ojos de Beth se llenaron de lágrimas. Sus labios temblaron antes de formar una sonrisa frágil.Nunca había sentido un calor así. La ternura de Roma contrastaba con el vacío que había llevado toda su vida.Su madre había muerto después d
—Te liberaré, pero si le dices algo a Annia, juro que acabaré contigo —dijo Giancarlo, su voz grave y peligrosa.—¡No diré nada, señor! Lo juro... ella es una maldita. La odio... ¡Abandonó a su propio hijo! No la quiero en mi vida, nunca... nunca más —el hombre se apresuró a responder, su tono lleno de desesperación y rabia, como si todo lo que había acumulado en años de sufrimiento estuviera por explotar.Hizo un gesto con la mano, ordenando que el hombre y su hijo fueran sacados del país de inmediato.Giancarlo y Mateo salieron del lugar.Giancarlo observó a Mateo con una mezcla de desdén y resignación, sabiendo que el joven estaba al borde de la locura.Cuando Mateo salió, Giancarlo lo siguió, sin poder dejar de sentir la tensión en el aire.El joven estaba tan furioso como él mismo cuando se dejaba consumir por la ira.No podía permitir que tomara decisiones impulsivas, sobre todo ahora.—¡Mateo! ¿A dónde vas? —llamó Giancarlo, su voz, intentando encontrar la autoridad que solo el
Mateo besó a Beth con ternura, como si ese gesto fuera lo único que pudiera salvarla.—Por favor, no te mueras, te lo prohíbo. Te quiero a mi lado, siempre a mi lado, Beth... No puedo vivir sin ti. —susurró, su voz quebrada por la angustia.Ella, agotada por el dolor y la fiebre, cerró los ojos lentamente, incapaz de responder, y cayó en un sueño profundo.Mateo, al ver su rostro sereno, pero pálido, sintió un nudo en la garganta.A pesar de su esfuerzo por ser fuerte, las lágrimas comenzaron a brotar sin poder detenerlas.Era una tormenta de dolor, desesperación y miedo, todo en uno.Salió de la habitación, tratando de no hacer ruido, como si el menor movimiento pudiera romper el frágil equilibrio que aún mantenía entre ellos. Se acercó a la ventana, su vista fija en el horizonte, pero sin ver nada más que sombras.Las lágrimas caían por su rostro, y no pudo evitar pensar en lo que había hecho, en lo que había causado.—Madre... —murmuró, entre sollozos. La voz de Roma, suave, pero fi