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—Todavía no puedo creer que Mateo sea tan tonto para casarse con Andrea ahora mismo —dijo Matías, cruzado de brazos, mientras observaba a Fernanda arreglarse frente al espejo.Ella no respondió de inmediato.Se limitó a ajustar el último broche de su vestido y luego tomó aire antes de ir al cuarto de baño. Necesitaba un momento para sí misma, para calmar los pensamientos que la atormentaban.Matías, sin embargo, permaneció en la habitación. Se dejó caer en el borde de la cama con un suspiro, tamborileando los dedos sobre su rodilla.Algo le inquietaba, una sensación extraña en el pecho, pero no lograba identificar qué era. Para distraerse, comenzó a revisar el cajón de la cómoda.Sin esperarlo, sus dedos toparon con un sobre sellado con el logotipo de una clínica privada. Frunció el ceño, lo sacó y, con curiosidad, rompió el sello.Cuando sus ojos se posaron en el nombre de la paciente, el aire abandonó sus pulmones de golpe. Su corazón comenzó a martillarle en el pecho.Fernanda.Las
—¡¿Qué dices, Mateo?! Yo no he hecho nada, ¿cómo puedes hacerme esto? Si Annia estuviera viva…Mateo se echó a reír, pero su risa no era de diversión, sino de burla, de desprecio.—¡Pero si tú eres Annia! —rugió, señalándola con furia—. ¡Annia no está muerta! ¡Que todo el mundo lo sepa! ¡Eres una repulsiva mentirosa!El salón se llenó de murmullos ahogados, jadeos de sorpresa.Los invitados miraban a la mujer que, hasta hace unos segundos, parecía una novia radiante y segura de sí misma. Ahora, en cambio, su rostro estaba pálido como el de un cadáver.En ese momento, las puertas del recinto se abrieron de golpe.Los padres de Mateo entraron, acompañados por Beth y Tory. Pero no venían solos.Con ellos estaba un hombre de expresión endurecida y un niño pequeño de no más de cuatro años, que al ver a la novia corrió hacia ella con los brazos extendidos.—¡Mamá! —gritó con una vocecita aguda y emocionada.El aire pareció desaparecer del salón. Un silencio absoluto cayó sobre todos mientras
Mateo llevó a Beth de vuelta a la mansión Savelli, sin pronunciar palabra en todo el trayecto. El ambiente en el auto estaba cargado de una tensión palpable.Beth sentía su corazón acelerado, resonando con el eco de las palabras de Mateo en su mente.«Te amo, Mateo, pero, ¿de qué sirve? Si muero, si el destino decide arrebatarnos este amor, ¿qué quedará de nosotros?»Un nudo en su garganta se hizo más fuerte.Pero aun así, había algo en lo profundo de su ser que deseaba aferrarse a la esperanza.Lo único que le importaba ahora era su hijo, el pequeño que llevaba dentro de ella, un bebé que debía nacer sano y salvo.Eso era todo lo que le quedaba, o eso pensaba.El sol comenzaba a caer lentamente cuando Mateo la dejó en la mansión y se fue a su departamento, dejándola en un silencio profundo, plagado de pensamientos oscuros.***Al día siguiente, la mansión Savelli estaba llena de nerviosismo.Matías y Fernanda habían decidido reunir a toda la familia para darles una noticia.Todos se s
En la fiesta de aniversario…Matías y Fernanda viajaron juntos en su coche, la luna iluminaba el camino, pero el ambiente dentro del vehículo era denso, pesado.Matías no podía evitar mirar de vez en cuando a Fernanda, su preocupación aún latente.La vida había dado tantos giros inesperados, y ahora, al ver a su esposa embarazada, su corazón latía con más fuerza que nunca.—¿Cómo te sientes? —preguntó Matías, con suavidad, mientras conducía, intentando suavizar la tensión que se había formado entre ellos durante el viaje—. ¿No tienes algún antojo, algo que te gustaría comer?Fernanda soltó una pequeña risa, una risa que apenas tocó el aire, como si se estuviera forzando a sí misma a estar bien.—Por milésima vez, no… y estoy bien. No tienes que tratarme como si estuviera enferma, Matías, de verdad, estoy bien —respondió, pero sus palabras sonaban un poco vacías.Matías la miró, con una sonrisa tímida, pero su mirada era seria, cargada de preocupaciones no dichas.Le tomó la mano con de
Fernanda intentaba llamar a los Savelli, pero cada vez que marcaba, la llamada caía en la bandeja de voz.Nadie respondía. El reloj parecía moverse más lentamente, el tiempo se volvía una carga insoportable. Estaba sola con su angustia.«¿Por qué nadie contesta?», pensaba, mientras el miedo se apoderaba de su pecho.Matías tenía que estar bien, ella no podía soportar la idea de perderlo.—Matías, por favor, tienes que estar bien. Sus palabras eran un susurro, una plegaria al viento, mientras se aferraba al teléfono con las manos temblorosas.***En la fiesta, el bullicio se intensificaba, la música se elevaba, las risas llenaban el aire, pero entre los ecos de la celebración, algo no encajaba.Aria y Tory estaban a punto de presentar su sorpresa para Roma y Giancarlo, pero en el fondo, todo parecía estar al borde del abismo.—¡Atención, atención! —anunció Aria, con una sonrisa que no lograba ocultar la tensión que sentía en su interior. —Tenemos un regalo especial para nuestros padres.
Laura fue llevada por la policía, su rostro pálido reflejaba el miedo de haber caído en sus propias mentiras.El peso de lo que había hecho comenzaba a hundirla, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.Mientras la arrastraban por los pasillos de la comisaría, las puertas de la familia Savelli se cerraban tras ellos, sellando un destino irreversible.Mateo y Beth se acercaron rápidamente a Giancarlo y Roma, sus ojos llenos de pánico y preocupación.—Papá, mamá… ¡Debemos ir al hospital! Matías se puso mal, ¡es grave! —dijo Mateo, con la voz entrecortada, como si cada palabra le costara salir.Roma sintió un estremecimiento, recorrer su cuerpo, un terror incontrolable se apoderó de ella. El corazón de la madre latía de manera violenta, como si quisiera salir disparado de su pecho.—¡Giancarlo, mi hijo! —gritó Roma, casi perdiendo el aliento.Giancarlo, con los ojos tan oscuros como la desesperación misma, la contuvo con firmeza. Su mano, tan sólida y protectora, la sostuvo.—Nuestr
Giancarlo llegó a la comisaría con una determinación helada.Las pruebas estaban en sus manos, y aunque su rostro permanecía impasible, su interior hervía con una furia contenida.La mujer que había causado tanto daño a su familia debía pagar, y él no descansaría hasta que lo hiciera.Su único pensamiento era verla allí, frente a él, para que entendiera el precio de sus acciones.Cuando lo dejaron entrar a la sala de visitas, el aire estaba cargado de tensión.La puerta se cerró detrás de él con un estrépito seco que pareció resonar en el fondo de su alma.Su mirada era fija, como si todo lo que importara fuera esa mujer, la responsable de que su hijo estuviera al borde de la muerte.Mientras tanto, Laura, sentada en su celda, comenzaba a pensar que, tal vez, pronto podría salir.Creía que las circunstancias cambiarían a su favor. Pero la puerta de su celda se abrió con una brusquedad que la sacó de su ensueño.—Tienes una visita —dijo el guardia sin más explicaciones.El corazón de La
Días después.Beth y Matías estaban en el consultorio del doctor, esperando los últimos resultados. La atmósfera estaba cargada de ansiedad. El tic-tac del reloj en la pared parecía ralentizarse, como si cada segundo se alargara a propósito para atormentarla.El doctor hojeó los papeles con un gesto serio antes de levantar la mirada.—Todo está en orden. Nos vemos el lunes a las seis de la mañana, Beth. A las diez en punto inicia la operación.Beth asintió con un nudo en la garganta. Apretó las manos sobre su regazo, sintiendo cómo el miedo le oprimía el pecho. ¿Sería este el final? ¿O solo un nuevo comienzo?Mateo tomó su mano con firmeza, transmitiéndole un calor reconfortante. Ella lo miró, buscando en sus ojos una certeza que nadie podía darle.Salieron del hospital en silencio. El sol de la tarde pintaba el cielo de tonos dorados, pero Beth solo podía pensar en la oscuridad que la acechaba.Subió al auto y fijó la vista en el paisaje. Su reflejo en la ventana le devolvió la imagen