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Enterprises MisuriBeth llegó temprano a la empresa, como siempre, con un café caliente en mano. Sabía exactamente cómo le gustaba a Mateo: fuerte, con apenas un toque de azúcar. Era un detalle pequeño, pero le gustaba pensar que, al menos en algo, podía anticiparse a sus necesidades.Sin embargo, al llegar a la recepción, la secretaria la miró con cierta incomodidad antes de hablar.—Señorita Beth, hay alguien en la oficina del señor Savelli.Beth frunció el ceño.—¿Quién?—No lo sé… pero se negó a dar su nombre y dijo que esperaría a Mateo.Beth no necesitó más para acelerar el paso. Su instinto le decía que no sería una simple visita de negocios.Cuando abrió la puerta, se encontró con una mujer sentada en la lujosa silla de cuero negro del CEO, con la pierna cruzada y una expresión de absoluta confianza.Era joven, alta, de rostro afilado y mirada intensa. Pero había algo más en ella, algo que le hizo erizar la piel.La mujer ni siquiera se inmutó al verla entrar. Simplemente, la e
Roma y Giancarlo se miraron, los ojos llenos de confusión y una preocupación palpable en sus rostros.La noticia era tan inesperada, tan irracional en su mente, que no podían entender cómo todo había llegado hasta ese punto.—¿Qué? Pero… ¿Cuál es la prisa, hijo? —preguntó Roma, su voz cargada de incredulidad.—No es prisa, madre. Es mi decisión, y solo vengo a notificarles, para que la respeten, por favor —respondió Mateo con una firmeza que intentaba ocultar el torbellino de emociones que le invadían.Era difícil, no solo para ellos, sino también para él. ¿Era realmente lo que quería? ¿Lo que debía hacer?Andrea, que había estado en silencio todo el tiempo, se acercó con una sonrisa cálida y ligeramente forzada, como si intentara contener una tormenta de inseguridades dentro de sí.Se inclinó hacia Mateo y tomó su mano, apretándola con suavidad, como si fuera la única forma de calmar su propio nerviosismo.—Prometo que haré que Mateo sea muy feliz a mi lado —dijo Andrea, su voz, un su
Cuando Fernanda recibió el alta médica, una mezcla de sentimientos la invadió.Estaba exhausta, agotada no solo por la enfermedad que la había arrastrado al hospital, sino también por las dudas y miedos que la acechaban constantemente.Matías, al verla tan frágil, no dudó ni un segundo en cargarla en sus brazos al salir del hospital. Ella lo miró sorprendida, queriendo resistirse a su gesto, pero en su estado no tenía fuerzas ni para protestar.—No hace falta, Matías, no es necesario —susurró, casi sin fuerzas, pero él simplemente la ignoró y la levantó con suavidad, como si de una niña pequeña se tratara.Fernanda no pudo evitar sentirse vulnerable, pero se obligó a no pensar en eso. Su mente estaba saturada de pensamientos contradictorios.Al llegar a la casa, el mismo gesto se repitió. Matías, sin darle opción, la cargó nuevamente en sus brazos, un gesto que, para ella, ahora, solo reflejaba la compasión de un hombre que ya no la amaba.Cuando finalmente llegaron a la habitación, la
Beth se levantó de golpe, como si el aire en el consultorio se hubiese vuelto irrespirable.—No puedo.El doctor la miró con seriedad.—Señorita Ramos...Pero ella ya no lo escuchaba. Salió del consultorio con el corazón desbocado, sintiendo que cada latido era un estruendo dentro de su pecho.El hospital, con su olor a desinfectante y su luz blanca implacable, la sofocaba.Caminó tambaleante por el pasillo, zigzagueando, sin fuerzas. Su mente era un torbellino de pensamientos, una mezcla de miedo, negación y desesperación.Un tumor. Un embarazo.Era una broma cruel del destino.Los ojos le ardían, pero no podía llorar. No ahí. No ahora.Llegó al estacionamiento y se detuvo un segundo para tomar aire, pero entonces sintió una presencia a su espalda.—¡Beth!Su cuerpo entero se tensó.No, era imposible. Debía ser su imaginación jugándole una mala pasada.Pero luego sintió una mano fuerte, rodear su brazo y, cuando giró, lo vio.Mateo Savelli.Su peor error. Su adicción.—¿Tú? ¿Aquí? —s
Fernanda terminó la cena en silencio, sintiendo el peso de la mirada de Matías sobre ella.—¿Te gustó? —preguntó él, con voz tranquila.Ella asintió sin mucho ánimo.—Gracias —murmuró, apartando la vista.Matías recogió los platos sin insistir, pero en lugar de volver a la mesa, se acercó a ella con una determinación inquietante.—Es hora de darte un baño.Fernanda negó de inmediato, alejándose un poco.—No quiero.—Lo siento, pero lo haré de todos modos —dijo él con una leve sonrisa—. Mi esposa necesita un baño.Antes de que ella pudiera replicar, Matías la tomó en brazos.Fernanda sintió un escalofrío recorrerle la espalda, más por la cercanía de su cuerpo que por el inesperado gesto.Al llegar al baño, notó que la bañera ya estaba lista, con agua caliente y sales aromáticas flotando en la superficie.—Me has estado esperando —susurró ella con ironía.Él no respondió. En cambio, la bajó con suavidad y sus manos, firmes, pero delicadas, comenzaron a deslizarse por su ropa, despojándol
El padre de Beth estaba frente a ese hombre, con su hijo Humberto a su lado. La tensión en la habitación se sentía densa, sofocante.—Ayúdeme —dijo con voz firme, sosteniendo un cheque en la mano—. Les daré ahora mismo ciento cincuenta mil dólares.El viejo sonrió con burla, como si el dinero ya le perteneciera.—No, padre, no necesitamos esto —protestó Humberto, cruzándose de brazos.—¡Cállate, mocoso! —le espetó su padre con un tono autoritario—. Claro que acepto.Bruno Félix esbozó una sonrisa complacida y deslizó el cheque sobre la mesa.—Saben lo que deben hacer, ¿verdad?El viejo asintió sin titubear.—Bien. Mañana vayan a buscar a Beth a las diez de la mañana. No trabaja ese día.Bruno se levantó con gran seguridad de un hombre que acababa de sellar su buen trato.Cuando se marchó, Humberto volvió a alzar la voz.—Padre, esto es un error. No necesitamos ese dinero. Tengo a una rica a mi disposición en la universidad.El hombre lo miró con desprecio.—¡Cállate, tonto! Esa chica e
Andrea dio un paso al frente, alzando la barbilla con altivez mientras su mirada destilaba desprecio.—¡Te vas a largar de la vida de mi hombre! —espetó con voz cortante—. Porque él será mi esposo, y tú solo eres una cazafortunas barata, una cualquiera que jamás ha logrado nada por sí misma.Chasqueó los dedos frente al rostro de Beth con aire de superioridad, como si ni siquiera la considerara una persona digna de su tiempo.Beth sintió cómo la ira le subía por la garganta, ahogándola. Apretó los puños, sus uñas se clavaron en sus palmas, tratando de contenerse, de no caer en el juego de Andrea. Pero entonces, la mujer sonrió con burla y susurró:—Qué lástima… Pero supongo que los hombres como Mateo solo te usan y luego te desechan, ¿no?Ese fue el punto de quiebre.Beth levantó la mano y, sin pensarlo, abofeteó a Andrea con tanta fuerza que la mujer cayó al suelo.—¡Ah! —gritó la mujer, sujetándose la mejilla con las uñas perfectamente arregladas.Beth respiraba agitada, sintiendo có
Beth salió de la oficina con pasos firmes, pero apenas pudo dar unos cuantos antes de encontrarse de frente con Andrea.Su sonrisa burlona la esperaba, como una trampa cuidadosamente colocada.—Fuiste despedida, ¿verdad? —canturreó con veneno en la voz—. Ahora ya sabes quién es la dueña de Mateo. Tú siempre fuiste una simple amante, Beth. Nunca serás una esposa.Beth sostuvo su mirada sin parpadear. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero no se permitiría temblar frente a ella.—¿Es así como puedes tener a Mateo de vuelta, Annia? —dijo con un tono suave, casi divertido, pero lo suficientemente filoso para cortar el aire—. Haciéndote pasar por otra persona... fingiendo ser Andrea. Solo un idiota podría creer que realmente eres ella.El rostro de Andrea perdió todo rastro de color.Su expresión pasó de la burla a la tensión absoluta, sus labios se entreabrieron, pero ninguna palabra salió de ellos.Beth sonrió, disfrutando cada segundo de su reacción.—¿Qué pasó? ¿Tu amante te salió d