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Beth detuvo el beso, separando ligeramente su rostro del de Mateo.Sus ojos brillaban con una mezcla de confusión y asombro, como si lo que acababa de pasar estuviera más allá de su comprensión.—¿Amante? ¿Yo…?La sonrisa de Mateo se tornó suave, casi burlona, como si se divirtiera al ver el desconcierto de Beth.—¿Qué? ¿Me tienes miedo?La mano de Mateo se deslizó lentamente por el rostro de Beth, acariciando con ternura su mejilla magullada, una sensación que la desconcertaba profundamente.Beth cerró los ojos por un momento, como buscando refugio en su mente, y luego lo miró fijamente, su corazón latiendo desbocado.—¿Eres... casado? —preguntó, una pregunta susurrada, casi con miedo a la respuesta.Mateo comenzó a reír, un sonido cálido que llenó la habitación, y negó con la cabeza.—No, por ahora. Entonces... ¿Aceptas?Beth no pudo evitar mirar aquellos ojos oscuros, llenos de una intensidad inquietante.Su mente luchaba por comprender, pero el dolor por su hermano aún la consumía
—¡Déjame! —gritó Fernanda, la voz quebrada, mientras su cuerpo se tambaleaba, luchando por encontrar estabilidad.La habitación giraba a su alrededor, una danza borrosa de luces y sombras que la hacía sentir perdida en un laberinto sin salida.El alcohol en su sistema la dejaba vulnerable, una sensación de estar flotando, de no tener control.Y él, Matías, ahí a su lado, tan cercano, tan imponente, solo intensificaba esa fragilidad que sentía. El peso de su cercanía, la oprimía, la ahogaba.De repente, cayeron sobre la cama, su respiración entrecortada como si su pecho intentara escapar de algo que la ahogaba más allá de lo físico.Los brazos de Matías, firmes y decididos, la sujetaron con una fuerza inquebrantable.Intentó empujarlo, pero la torpeza de sus movimientos solo la hacía sentir más indefensa.Él no cedió, como si supiera que sus luchas no tenían ninguna fuerza real contra él.Sus miradas se encontraron en medio de aquella batalla de voluntades, dos fuerzas opuestas que choc
Las manos de Fernanda temblaban, sus dedos apenas podían sujetar el teléfono.Se sentó en la banca del hospital.El aire frío le calaba los huesos, pero no era el frío lo que la paralizaba. Una nube de ansiedad le nublaba la mente. Las preguntas se amontonaban como una tormenta imposible de calmar.«¿Qué haré? Estoy embarazada. No quiero atar a Matías con un bebé. Él no me ama, nunca lo ha hecho, pero... ¿Podrá amar a su hijo?»El pánico la envolvía. Las palabras se le atoraban en la garganta, y su vientre, tan frágil, parecía una prisión.Su mano se movió instintivamente hacia su abdomen, tocando la vida que aún no entendía por completo.«Dios mío... Tendré un hijo...»Era la primera vez que la idea de la maternidad la golpeaba con tal intensidad, y no estaba preparada para lo que sentía.Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero las tragó rápidamente.Se levantó de la banca con pesadez, el corazón agitado, y comenzó a caminar sin rumbo.No tenía fuerzas para regresar a su casa, pero
Matías corría por el estacionamiento, sus pasos resonando con urgencia, su respiración entrecortada.El corazón le latía con fuerza en el pecho, un nudo en su garganta.—¡Fernanda, por favor! —gritó, pero las palabras no parecían alcanzar su destino.Ella ya estaba subiendo a su auto, ignorando su llamada, su desesperación.Detrás de él, Laura, con la voz quebrada, lo llamó con un dolor casi palpable en su tono.—¡Matías, ayúdame, me siento tan mal!Pero Matías no se detuvo ni un segundo. No podía. No ahora.Fernanda lo necesitaba. Era ella la que estaba perdiendo.Era ella la que le daba el aire que respiraba.—¡Fernanda, espera!Exhaló con desesperación, alcanzándola justo cuando ya había puesto el motor en marcha.Corrió hasta su ventana, las manos temblorosas.—¡Fernanda, no lo que estás pensando! No la besé, fue ella, ella me besó a la fuerza. Te lo juro, no quiero a Laura, no te voy a dejar, no quiero perderte.Fernanda lo miró con los ojos llenos de furia, y bajó del auto, de re
En el hospitalMatías estaba en la sala de espera, caminando de un lado a otro, con las manos temblorosas y el corazón a punto de salirse del pecho.No podía quedarse quieto.Cada segundo, sin noticias de Fernanda se le hacía eterno. Su mente no dejaba de repasar la escena una y otra vez: el golpe, la sangre, el miedo en los ojos de su esposa antes de perder el conocimiento.Un nudo se formó en su garganta. Nadie le decía nada. Nadie se acercaba a darle la información que tanto necesitaba.—¡¿Por qué nadie me dice cómo está mi esposa?! —exclamó con desesperación, dirigiéndose a la enfermera que pasaba por ahí.—Los médicos siguen atendiéndola, señor Savelli, le informaremos en cuanto tengamos noticias —respondió la mujer con voz calmada, pero Matías apenas la escuchó.Se dejó caer en una de las sillas de la sala de espera y enterró el rostro entre sus manos. Nunca en su vida había sentido tanto pánico.***Dentro de la habitación, Fernanda abrió los ojos de golpe, sintiendo un dolor pu
—¡Annia! —gritó Mateo, su voz quebrada por la incredulidad y la desesperación que lo ahogaban.La mujer delante de él no reaccionó. O tal vez no escuchó, o peor aún, simplemente lo ignoró.Cada segundo que pasaba, Mateo sentía que el aire se le escapaba, y un escalofrío recorría su espalda.Todo en ella era tan inconfundiblemente Annia: el cabello oscuro cayendo en ondas suaves sobre sus hombros, el brillo misterioso en sus ojos, los labios delicados que tantas veces había besado con fervor en el pasado.Pero algo no encajaba.Había algo en su mirada, algo frío, distante, que desbordaba la calidez que alguna vez había conocido.Era como si la mujer frente a él estuviera hecha de hielo, ajena a todo lo que alguna vez compartieron. Mateo titubeó, sin poder comprender.El corazón le martilleaba en el pecho con fuerza, como si quisiera escapar de su cuerpo.Con cada paso que daba hacia ella, su mente gritaba que algo no estaba bien, que aquello que veía no era posible.—¿Me hablas a mí? —
Beth empujó al hombre con todas sus fuerzas, pero él la sujetó con más brutalidad, atrapándola contra la pared.—¡Aléjate de mí! —gritó con furia, su voz quebrándose de indignación—. ¡No quiero nada de ti, imbécil! ¡Ni dinero, ni favores, ni absolutamente nada! ¡Nunca voy a traicionar a Mateo Savelli!Los ojos del hombre brillaron con una mezcla de burla y desprecio.—Eres una tonta si crees que ese hombre te dará un lugar en su vida —soltó con veneno—. ¡Solo eres su amante! No eres nada. Créeme, harás lo que yo diga… quieras o no.El sonido de unos pasos apresurados interrumpió el tenso momento.—¡Voy a llamar a la policía! —la voz del conserje tronó en el pasillo.Bruno soltó a Beth al instante, sus ojos oscuros evaluando la situación. Gruñó algo entre dientes antes de girar sobre sus talones y largarse.Beth dejó escapar un tembloroso suspiro, sus piernas cediendo por un momento.—Gracias… —susurró al conserje antes de dirigirse a su habitación, con el pecho oprimido y el miedo aun
Los ojos de Matías se endurecieron con una frialdad que jamás antes había mostrado.Su mirada se clavó en la mujer frente a él con un desprecio que la hizo estremecer.—¡Maldita sea, Laura! —rugió, con la voz cargada de furia y desdén—. ¿No he terminado contigo? ¿No te ha quedado claro que entre tú y yo todo acabó? ¡Déjame vivir en paz!Laura sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies. Nunca había imaginado escuchar esas palabras de los labios de Matías.Sus ojos se llenaron de lágrimas, reflejando desesperación y agonía.—¡Matías, no seas cruel! —suplicó, con la voz quebrada—. Soy una mujer al borde de la muerte, ¿por qué eres tan despiadado conmigo? ¡Te amo, te he amado siempre! Soy tuya, Matías...Desesperada, Laura dirigió su mirada a Fernanda y cayó de rodillas junto a la camilla donde ella reposaba.—Por favor, Fernanda —imploró, con los ojos llenos de lágrimas—, deja a mi hombre en paz. Déjame ser feliz con él. Matías me ama, lo sabes bien. Solo se casó contigo por despech