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Condenada sin compasión.

Capitulo 2

Maite reía con asombro y lloraba al mismo tiempo, no podía creer todo aquello. Sin embargo, un video comprobaba lo promiscua que era ella. Se rehusaba a creer lo que había pasado.

“Te pudrirás en prisión, Maite. Te lo juro”, dijo Marcos mientras se dirigía hacia la salida. No podía soportar un momento más con esa mujer.

“No me dejes aquí”, gritó Maite desesperada, corriendo hacia él y aferrándose a su espalda. Lo apretó con fuerza mientras lágrimas rodaban por sus mejillas.

Al sentir las manos temblorosas y las lágrimas mojando su espalda, el corazón de Marcos se estremeció. Maite lo debilitaba.

Maite era solo una joven de veinte años, estaba sola en el mundo y él había prometido cuidar de ella. Pero no podía perdonar su engaño y el daño que le había causado a su abuela.

Cerró los ojos y por un instante quiso abrazarla y decirle que todo estaría bien, que intentaría solucionarlo. Pero recordó que la persona en coma era su abuela, su única familia. ¿Cómo podría perdonar lo que Maite le había hecho a su abuela?

Apretó con fuerza las manos de Maite que lo sujetaban y se soltó de su agarre, lanzándola al suelo con fuerza.

“No quiero que vuelvas a tocarme, ni mucho menos que me digas ‘amor’. ¡Puedes morir si quieres!”, dijo Marcos antes de darse la vuelta y caminar hacia la salida.

Maite, que estaba en el suelo, se aferró fuertemente a su pierna.

“Por favor… Por favor, amor, no me dejes aquí, te lo suplico”, lloraba desgarradamente. Su corazón estaba en agonía, sentía pánico de pensar en quedarse sola y perder para siempre al hombre de su vida.

“¡Quítenmela de encima!”, gritó Marcos, haciendo que los policías cercanos agarraran a Maite de ambas manos para soltarlo y poder marcharse.

Sin mirar atrás, aferrado a mantener el odio en su corazón, Marcos se alejó del lugar mientras Maite lloraba y pedía que no la abandonara. Cuando Marcos se fue, los policías cerraron la reja y también desaparecieron.

Maite quedó sola, tendida en el suelo y mirando las cuatro paredes que la rodeaban. Lloró hasta que sus ojos se irritaron, sentía miedo. Estaba completamente sola en un país y una ciudad que eran dominados por Marcos.

Nadie la conocía, ¿quién querría ayudarla? Seguro todos temían enfrentarse al hombre de rostro amargado.

Se sintió tan sola como un perro abandonado. Su padre había muerto y su madre la había abandonado hace años. Pero se llenó de satisfacción al recordar a su padre, porque había sido el mejor padre del mundo. Nunca le faltó amor ni atención, él hacía todo lo posible para que ella fuera feliz. Si él estuviera vivo, nadie la lastimaría y no estaría en prisión.

Abrazó sus piernas con sus brazos y se quedó en el frío suelo, recordando a su amado padre y el amor que le brindaba.

“Papito, ¿por qué me dejaste?”, sollozó en el suelo.

Marcos se dirigió a la mansión y en el camino, el teléfono de Maite sonó con un mensaje de Emma que decía: “¡Lo siento, cariño! No podré estar presente en tu boda, pero prometo estar en la fiesta. ¡Mi vuelo se retrasó!”. Marcos apretó con fuerza el teléfono. Quiso lanzarlo, pero lo guardó como evidencia. No descansaría hasta hundir a Maite en prisión.

Al llegar, vio cómo sus empleadas deshacían todos los arreglos que habían llegado a la mansión. Pasó de largo sin mirar a nadie. Todos recogieron sus cosas cuando Marcos lanzó la enorme tarta al suelo.

“¡No habrá boda! ¡Desaparezcan de mi hacienda!”, dijo antes de entrar y dirigirse a la sala. Sacó una botella de whisky y empezó a beber sin parar.

Pasó toda la tarde bebiendo, perdido en sus pensamientos de por qué había sido tan estúpido en enamorarse de una mujer como Maite. Juró nunca más amar a nadie.

“Mi corazón estará muerto, Maite, como un día te lo prometí”, murmuró con la lengua pesada.

Por la noche, Emma llegó y sonrió al ver que no había nada en la mansión. Cuando las empleadas abrieron la puerta, ella mostró sorpresa y preocupación.

—¿Qué sucedió? ¿Por qué no hay nada aquí? —las empleadas dieron la vuelta y se marcharon, ellas no eran quiénes para hablar de lo que había sucedido, y además, Emma no les caía bien.

Al ver la actitud de las empleadas, Emma sintió rabia, pero decidió dejarlo pasar, ya que estaba feliz de haber logrado su cometido.

Entró a la sala y encontró a Marcos sentado con la cabeza inclinada, murmurando una y otra vez el nombre de Maite.

—Marcos, ¿estás bien? —preguntó Emma—. ¿Qué sucedió? ¿Por qué estás así y borracho? —Marcos rió debido a su estado de ebriedad— ¿Y Elisa, dónde está con Maite?

Cuando Marcos escuchó el nombre de Maite, se levantó y empujó a Emma contra el sillón, agarrando su cuello y presionándolo mientras rechinaba los dientes.

—Nunca vuelvas a mencionar a Maite en esta casa ni en ningún otro lugar —al soltarla, Emma se quedó tosiendo, y comprendió cuánto odio sentía Marcos por Maite.

Ella sonrió sin que él se diera cuenta, se disculpó aunque desconocía lo que había ocurrido. Después de eso, Marcos se desplomó sobre el mueble, exhausto por la cantidad de alcohol que había consumido.

Emma pidió ayuda a las empleadas para llevar a Marcos a su habitación. Él pesaba como una piedra, pero entre todas lograron llevarlo y lo acostaron en su cama antes de salir. Emma se quedó dentro de la habitación, se sentó a un costado de Marcos, lo miraba y suspiraba. Comenzó a acariciarlo, besó su cuello y desabrochó su camisa, tocando sus musculosos brazos. Se acercó a él y, excitada, bajó su mano hasta el miembro de Marcos. Al darse cuenta de que él no estaba excitado, se enfureció aún más, especialmente cuando en su estado de ebriedad mencionó a Maite.

Maldijo a Maite en su interior, apretando los puños con fuerza. Esa mujer se había metido en el corazón de Marcos y, parece ser, no había salido a pesar de todo lo que ella había hecho. Salió furiosa de la habitación, dejando a Marcos tal como estaba.

Al día siguiente, él despertó con resaca, encontró su camisa desabotonada, pero no le dio importancia y se metió en la ducha. Tenía un olor desagradable y una expresión facial que mostraba que no había dormido en años.

Al bajar, encontró a Emma en el comedor, su estómago se relajó al ver la comida sobre la mesa, pero dio la vuelta y salió sin saludar a Emma.

Cuando Emma intentó decir algo, Marcos dio la vuelta y se marchó. Mientras apretaba los puños, se dejó caer en la silla. Perdida en sus pensamientos, se preguntaba cómo podría enamorarlo. El hombre ni siquiera la volteaba a ver.

Ese día, Marcos se dirigió al hospital y luego iría a prisión, ya que Maite sería juzgada. La prensa estaba frenética, la boda anunciada por el hombre más importante de la ciudad había sido cancelada. Una sola llamada de Marcos hizo que la prensa dejara de publicar cosas sobre él y las televisoras no dieron noticias sobre los hechos. Todos los fanáticos de Marcos Heredia querían saber por qué ya no se casaría con la hermosa Maite.

—Maite Ferri, tienes que llamar a un abogado —dijo el oficial, ella tenía los ojos hinchados e irritados; había llorado toda la noche.

Regresando a la realidad, ella preguntó con voz débil:

—¿Acaso en este país no hay abogados de defensoría pública?

—Sí, los hay —dijo el oficial—, pe… pero… —hizo una pausa, tragó saliva y continuó— nadie quiere enfrentarse al señor Heredia, así que el teléfono está listo para que llames a alguien del extranjero. Tu juicio es esta tarde.

Ella sintió un nudo en la garganta, pero caminó vacilante hacia el teléfono pensando en quién llamar. Podría llamar a sus amigos de París, pero ¿a quién? Todos eran universitarios. Llamó a Emma, pero esta vez no respondió.

Recuerdos vinieron a la mente de Maite, Emma había estado allí esa noche, ella podría saber qué había ocurrido en realidad.

Volvió a llamarla y esta vez sí contestó.

—¿Em? Soy Maite —dijo, y la persona al otro lado del teléfono se quedó en silencio—. ¿Em, estás ahí? —preguntó Maite.

—¡Sí, aquí estoy! —respondió Emma.

—Tienes que ayudarme —su voz estaba llena de tristeza, se sentía impotente y perdida sin saber qué había sucedido—. ¡Estoy en prisión!

—Sí, ya lo sé —respondió la mujer del otro lado del teléfono—. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Marcos? ¡Eres una zorra! No quiero volver a saber de ti nunca más —dichas esas palabras, Emma cortó la llamada.

Maite se dejó caer en el asiento cerca del teléfono, ni siquiera su amiga quería ayudarla. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sintió ganas de gritar, pero suspiró y contuvo el grito en su garganta.

Marcos estaba en el hospital, mirando el cuerpo de su abuela tendido en la cama sin poder moverse ni abrir los ojos. En un momento, recordó a Maite y su rostro triste se llenó de rabia y odio. Esa mujer había destruido su vida y su familia. ¿Cómo pudo ser tan ingenuo al intentar formar una vida con ella?

Después de visitar a su abuela, se dirigió al juzgado. El juicio de Maite estaba a punto de comenzar y él nunca permitiría que quedara libre de culpabilidad. Era imposible, las pruebas mostraban que Maite era una asesina y una traidora.

Llegó y se sentó a esperar que comenzara. Con el ceño fruncido, miró con desdén cómo traían a Maite esposada. Sus miradas se cruzaron y él le lanzó una mirada de desprecio, mientras que la mirada de Maite era temerosa.

Se sentó en el lugar del juez y al no ver a un abogado a su lado, rió con disgusto.

- ¡Increíble que en este país me juzguen sin abogado! -dijo en voz alta, para que todos escucharan.

- Silencio -dijo el juez-. ¡No tiene derecho a hablar aún! -El abogado de Marcos presentó todas las pruebas encontradas, además del video, había un arma con las huellas de Maite, e incluso el bastón con el que Elisa fue atacada tenía sus huellas.

- ¡Que hable la acusada! -dijo el juez. Maite se quedó en silencio por un momento, y luego respondió- ¡Soy inocente, necesito un abogado! -su voz se quebró y las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas. Tras escuchar las palabras de Maite, nadie en la sala dijo nada, solo la mirada oscura de Marcos se dirigió hacia ella.

El juez observó al hombre de rostro amargado y con firmeza levantó el martillo y vociferó -Dadas todas las pruebas presentadas por la parte acusadora, se declara a Maite Ferri culpable y se le condena a 60 años de prisión-. Satisfecho, Marcos se levantó de la sala del juzgado y salió.

Con los ojos llenos de lágrimas y la voz agónica, Maite gritó -Un día te arrepentirás de lo que has hecho, te juro Marcos Heredia que el día en que te des cuenta de que soy inocente y vengas arrepentido, te aborreceré.

Al escucharla, Marcos se detuvo en seco y dio grandes pasos hacia ella. Todos los presentes lo miraron con temor, ya que era un hombre sin escrúpulos que no le importaba herir o lastimar a quien se metiera con su familia. Una vez que estuvo frente a ella, esperaba verla temer, pero a pesar de que Maite mantenía sus ojos llenos de lágrimas, no bajó la mirada.

-¿Me estás amenazando? -preguntó con desdén, y con una sonrisa de satisfacción dijo- ¿Acaso no escuchaste al juez? Pasarás 60 años en prisión por asesina y por lastimar a mi abuela, y todavía tienes la osadía de decir que me aborrecerás. Marcos apretó los dientes y presionando el rostro de Maite, musitó- No creo que me aborrezcas más de lo que yo te desprecio. Te desprecio y maldigo el día en que te conocí. Escucha bien, niña tonta, saldrás cuando tengas 80 años, y eso si es que lo permito, porque si mi abuela muere, la horca te espera.

Maite sentía cómo su corazón se encogía. Miró asombrada al hombre de rostro perfecto enfrente de ella. ¿Era realmente el hombre del que se había enamorado? ¡No! No podía ser él. Por supuesto que no, el Marcos que tenía delante era despreciable y arrogante, el cual no le importaba herir y lastimar a los demás. Era tan diferente a su Marcos. El hombre noble, bondadoso y cariñoso que ella había conocido. ¿Dónde estaba su Marcos? ¿Quién era esta persona que tenía delante?

Con un nudo en la garganta, sollozó.

-Te amé como nunca había amado a nadie, me entregué a ti por amor porque creí en tus palabras de amor. ¿Y así es como me pagas? -Ríos de lágrimas caían por sus mejillas.

Sonriendo de medio lado, Marcos replicó.

- No te obligué, tú quisiste. Así que no vengas a hacer de víctima, tus lágrimas no me convencen. ¿O acaso quieres que pague por tus servicios? -Tras estas palabras, Maite golpeó con su rodilla la entrepierna de Marcos.

-—Cobarde ¡Qué decepción! Pensé que eras un verdadero hombre, pero veo que eres un completo cabrón. Si Elisa estuviera aquí, estoy segura de que se avergonzaría de ti -Terminado de hablar, Maite se dirigió por el mismo camino por el que la habían sacado.

—Alto ahí -gritó Marcos enfurecido. Con una mirada oscura llena de odio y venganza, se acercó violentamente a Maite y la arrastró hacia él.

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