EMBARAZO

—Marcos, era mi primera vez, ¿comprendes? —, Marcos recordó haber visto la sangre en las sábanas —Lo sé—, dijo con disgusto —Créeme que te lo recompensaré—. Emma estaba completamente feliz y a punto de saltar de alegría cuando escuchó a Marcos hablar —Pero no pidas que me case contigo, porque eso nunca sucederá—, dijo Marcos, continuando su camino hacia su habitación. 

La mujer, que hasta hace un momento sonreía, se llenó de disgusto. Escuchar que Marcos nunca se casaría con ella hizo que se pusiera a pensar. Tenía que buscar otra manera de atarlo a ella, porque Marcos debía ser suyo. Ahora que Maite no estaba, tenía que asegurarse de que no se enamorara de otra.

Marcos llegó a su habitación y lo primero que hizo fue darse una ducha. Minutos después salió y cuando estaba a punto de vestirse, Emma entró con una bata de dormir tan delgada que dejaba ver todo su cuerpo. Con sutileza, ella rozó los hombros de Marcos, quien se asustó al ser tocado. Levantó la mirada y se encontró con ella en el espejo. Emma se acercó a su oído y susurró algo, haciendo que el vello de Marcos se erizara. La mujer pensaba que podría seducirlo y quedarse embarazada, pero Marcos reaccionó rápidamente. Frunciendo el ceño, cuestionó —¿Qué crees que estás haciendo? 

La mujer se quedó perpleja, pues creyó que Marcos caería rendido ante su desnudez. Pero en lugar de eso, solo logró enfurecerlo más. —Sal de mi habitación, Emma. Puedes vivir en la hacienda si quieres, pero no vuelvas a entrar a mi habitación sin mi permiso. ¿Entendido? —dijo Marcos, envolviendo una toalla en su cintura. Luego, salió del vestidor, caminó hasta la puerta y la abrió bruscamente para que Emma saliera.

—Mar…cos… yo—, la mujer tartamudeó —Lo siento, disculpa, me dejé llevar.

—Que no vuelva a repetirse —dijo Marcos—. Pasó una vez y estaba borracho, pero no volverá a pasar dos veces —sentenció. Cerró la puerta tras la espalda de Emma, quien apretó los puños con fuerza. Luego, fue a su habitación y se tiró sobre la cama. Una vez allí, lloró con fuerza ahogando su grito en la almohada.

Mientras Emma lloraba, Marcos en su habitación pensaba en lo loca que estaba esa mujer. No le interesaba en absoluto, la única mujer que podría volverlo loco y seducirlo de esa forma era Maite. Sintió rabia al pensar en ella, pero luego la expulsó de sus pensamientos.

Tres semanas pasaron desde que Maite fue sentenciada y encarcelada sin piedad, y Elisa aún no despertaba del coma ni daba señales de querer despertar.

En la cárcel de mujeres, Maite caminaba en el patio cuando sintió que todo a su alrededor se movía. De repente, se desplomó en el suelo. Al verla caer, Graciela pidió ayuda a los policías y rápidamente la llevaron a la enfermería.

Una vez allí, la doctora de la prisión la revisó. Cuando Maite despertó, se sorprendió al estar en la enfermería. Miró su cuerpo preocupado por si le habían hecho algo.

—¿Qué me sucedió? —preguntó nerviosa.

—Nada malo, Maite. Solo te desmayaste, pero necesitas comer mejor —dijo la doctora.

—¿Comer mejor? —Maite esbozó una sonrisa mientras decía—. Como si aquí fuera posible comer mejor.

La doctora la miró con tristeza. —Lo sé, pero al menos trata de comer todo lo que te den. La criatura que llevas dentro lo necesita —dijo. Esa noticia fue como un balde de agua fría. Maite se preguntó qué había querido decir la doctora con “la criatura que llevas dentro”.

—¿Qué estás diciendo, doctora? —preguntó asombrada.

—Lo que acabas de escuchar. Estás embarazada —respondió la doctora. El corazón de Maite se llenó de alegría. Llevó sus manos al vientre y sonrió felizmente. Pero luego, pensamientos negativos invadieron su mente. ¿Su hijo nacería en prisión? ¿Y una vez que naciera, qué pasaría con él? Se llenó de tristeza y caminó hacia su celda con la mente perdida.

La habían condenado a 60 años de prisión. Saldría de ese lugar siendo una anciana, lo que significaba que nunca podría estar con su hijo. Volvió a llorar hasta que sus mejillas quedaron empapadas. La simple idea de pensar en aquello la deprimía. No tenía a nadie fuera de prisión que pudiera cuidar de su hijo, porque en prisión no podía tenerlo, y si Marcos se enteraba, lo más probable era que lo apartaría de su lado y jamás le permitiría estar con él.

—¿Y ahora tú?, ¿qué te pasó? — Cuestionó Graciela al verla llorando. Maite se dejó caer sobre la cama —Estoy embarazada y no sé qué va a pasar con mi bebé después de que nazca—. Sorprendida se quedó Graciela al enterarse de esa noticia, puesto que era grave la situación de Maite, aunque ella era una persona fría trató de consolarla, pero en ese instante le anunciaron una visita. 

—Tranquila, todo se solucionará, ten fe— dijo Graciela antes de irse, las palabras de la mujer siempre le hacían sentir mejor, así que Maite dejó a un lado los malos pensamientos y empezó a hablar con su diminuto hijo.

Por otra parte, Alex recibió una llamada importante.

—Dime Davis.

—Señor Smith, no se olvide de que hoy tenemos una reunión importante con los Heredia.

—No podré asistir, así que quiero que te ocupes tú.

El hombre detrás del teléfono asintió con un —Como usted ordene, señor—. Alex era el encargado de las empresas estadounidenses a las cuales Marcos les vendía los plátanos que exportaba. Llevarlo a la ruina era su plan, no descansaría hasta cobrarle a Marcos cada lágrima que derramó su hermana.

Alex se dirigió a la prisión y se sentó en la sala de visitas esperando que apareciera Graciela. Al verla llegar, le abrió la silla para que la mujer pudiera acomodarse.

—¿Qué noticias me tienes, Graciela?—, la mujer miró a varios lados asegurándose de que no estuvieran cerca los policías y dijo —Maite está embarazada, acaba de enterarse, así que está hecha un mar de lágrimas porque cree que no tiene a nadie que cuide de su hijo—, Alex sonrió —¿Me estás diciendo que voy a ser tío?— Graciela asintió —Bien, dile a mi hermana que no se preocupe, tarde o temprano la sacaré de este lugar, ya López está siguiendo el caso desde el extranjero, no pasará más de un mes y estará libre, y tú también—. La mujer sonrió y agradeció a Alex por todo lo que estaba haciendo por ella, él agradecido a ella por cuidar de su pequeña hermana y mantenerle informado de todo lo que a ella le sucedía dentro de la prisión.

….

PASADO.

Hace años, Albert Ferri, padre de Maite y Alex llegó a casa borracho como cada noche y golpeó a Rebeca hasta cansarse. Esta última, cansada de tanto maltrato, decidió divorciarse, pero Albert se negó a darle el divorcio y la amenazó con quitarle a los niños si continuaba con la idea del divorcio, incluso la amenazó de muerte.

A pesar de no ser dueño de una gran fortuna, Albert tenía el suficiente poder como para hacer y deshacer en el país del sur. Esto se debía a ser la mano derecha del padre de Marcos. Por ese motivo, Rebeca no se atrevía a escapar ni a denunciarlo.

Pero todo cambió cuando alguien le proporcionó información sobre una fundación extranjera que ayudaba y apoyaba a mujeres maltratadas. Fue entonces cuando planeó escapar con sus hijos. La fundación extranjera envió una avioneta privada para sacarla del país junto a sus dos hijos.

Aquella noche en la que decidió escapar se desató una tormenta. Minutos antes de que llegara la ayuda, Albert había salido de la mansión. Una vez que el hombre se fue, el auto que llevaría a Rebeca hasta la avioneta se estacionó a las afueras de la mansión.

Mientras tanto, Albert iba de camino a encontrarse con su amigo Marcos, hijo de Elisa. Concentrado en el volante, iba cuando de pronto un enorme árbol cayó frente a su auto, por lo que frenó rápidamente y evitó ser aplastado. Solo se llevó un susto. Después de reaccionar y salir del trance, llamó a su amigo y le contó lo ocurrido. Decidieron posponer la reunión que tenían.

Al segundo siguiente, Albert dio la vuelta y regresó a casa. No se había alejado mucho de la mansión, por lo que cuando estaba a punto de llegar a la entrada de su casa, vio a su mujer subirse a un auto desconocido. 

—¡No! —, el temor de que Rebeca lo abandonara invadió su cuerpo y empezó a pitar. Al ver el auto de su esposo, Rebeca sintió crecer el pánico. Albert comenzó a seguirlos y el auto en el que iba su esposa pisó más el acelerador. La lluvia que caía se intensificó aún más.

Minutos después de una carrera rápida y furiosa, el auto en el que iba Rebeca se estacionó en un extenso terreno, donde se encontraba la avioneta privada esperándolos. Tan pronto como el carro se detuvo, todos se bajaron. Alex, que tenía 8 años, corrió hacia la avioneta y Rebeca llevaba en sus manos a Maite. 

Todo el cuerpo de Rebeca temblaba y, a solo un metro de llegar a la avioneta, se cayó y soltó a su hija. En ese momento, Albert llamó a Maite y la pequeña corrió hacia él. El hombre que la había ido a recoger a Rebeca intentó detenerla, pero la niña corrió al llamado de su padre. Entonces, el hombre ayudó a la mujer a levantarse y cuando estaba de pie intentó ir por su hija, pero para ese momento Albert ya tenía a Maite en sus brazos.

—Debemos irnos.

—Déjame volver por mi hija —gritó Rebeca.

—Si regresas, él te matará. ¿Quieres seguir en esta vida? Mi misión es sacarte de aquí, por eso sube a la avioneta. No podemos perder más tiempo —con el corazón roto en mil pedazos, Rebeca subió a la avioneta. Una vez que esta empezó a levantarse, Rebeca estiró su mano y sollozó—. Maite, mi niña, te prometo que un día volveré por ti, te lo juro.

Al ver la avioneta alzándose y ver que su esposa se estaba yendo a pesar de que Maite no estaba con ella, Albert llamó a su amigo para pedirle que haga lo posible por detener la avioneta en la que iba su esposa. Este se negó, puesto que era muy peligroso, incluso lo regañó y le exigió que dejara en paz a Rebeca, que si había decidido huir era por los constantes maltratos que recibía de su parte. Después de escuchar el regaño de su amigo, Albert lloró y abrazó a Maite, y luego regresó a casa. Al día siguiente, Marcos y Mer llegaron a visitarlo. Le aconsejaron que se olvidara de Rebeca y que se concentrara en Maite, que ahora Maite debía ser su prioridad.

Desde aquel día, Albert vivió para Maite. Ella era su vida. Borró todos los recuerdos que pudieran existir de Rebeca y Alex. Cuando todo eso sucedió, Maite contaba con tres años de edad. El resto de los años que vinieron nunca vio en fotografías a su hermano y madre. Solo tenía recuerdos de ellos que fueron olvidados con el paso de los años.

En ese mismo año, Albert dejó el país y construyó una nueva vida en el extranjero. Se unió a una fundación de alcohólicos anónimos. Años más tarde, regresó a su país natal debido a la trágica muerte de su gran amigo en un accidente de tránsito. Marcos, nieto de Elisa, quedó huérfano a una temprana edad y su única pariente era Elisa, su abuela. Por ello, Elisa se convirtió en la mujer y la persona más importante en la vida de Marcos Heredia. Por ella, él estaba dispuesto a matar y hacerle la vida miserable a cualquiera que intentara lastimarla.

Cuando los padres de Marcos fallecieron, Albert Ferri se hizo cargo de las bananeras. Durante todo ese tiempo que estuvo al frente, no regresó a vivir a su país natal, solo realizaba visitas de vez en cuando para supervisar el negocio. Una vez que Marcos cumplió los dieciocho años, se le entregó el cargo y Albert se fue de lleno a Europa, donde vivió con su hija hasta que enfermó.

Eso sucedió cuando Maite acababa de cumplir los dieciocho años y acababa de ingresar a la universidad, la misma universidad en la que estudiaba Emma, hija de la mano derecha de Albert. Emma y Maite eran amigas desde muy pequeñas, pero el cariño que Emma decía sentir por Maite no era sincero. Lo único que sentía era odio, desprecio y una infinita envidia. Emma odiaba que el padre de Maite diera órdenes al suyo y envidiaba la forma en que Albert sobreprotegía a Maite.

A diferencia de Maite, Emma sí viajaba a su país natal y cuando lo hacía se quedaba en la hacienda de los Heredia. A Elisa le encantaba que ella se quedara, pues le era agradable tener más gente en su casa, ya que solo eran ella y Marcos, y este último pasaba de viaje en viaje.

Los viajes de Emma eran frecuentes, pues se había enamorado de Marcos y cada fin de mes viajaba para verlo. Cada vez que volvía, le contaba a Maite sobre el amor que tenía en el extranjero, con el cual se casaría apenas terminara la universidad, pero nunca especificaba quién era o de quién se trataba.

Cuando Albert enfermó, Marcos, nieto de Elisa, tuvo que hacerse cargo de la empresa europea. Viajó a París antes de que Albert muriera y al llegar a Europa visitó varias veces a Albert, ya que el hombre no solo fue el mejor amigo de su padre, sino que también fue alguien importante para su familia.

Antes de su muerte, Albert le pidió a Marcos que cuidara de Maite, y Marcos hizo la promesa de que siempre la protegería. Desde el día en que la conoció, se enamoró perdidamente de ella, ya que la bondad y dulzura de aquella joven le hicieron palpitar el corazón por primera vez.

Albert fue un padre excepcional para Maite, algo que Rebeca no creería si lo viera.

Cuando Albert cerró los ojos, el dolor que Maite sintió la dejó devastada. Sentirse sola en el mundo la aterraba, ya que era frágil y le temía a todo. Su padre la sobreprotegió tanto que jamás imaginó que cuando partiera y la dejara sola, Maite sentiría tanto miedo de continuar sin él. Ella estaba acostumbrada a ser amada, ya que todo aquel que la conocía le decía que parecía un ángel frágil y bello.

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