LLAMADA DENEGADA.

—En realidad no comprendo cómo me pudieron juzgar en este país sin tener un abogado que me defienda.

—Así es en mi país —dijo Graciela— ¡Aquí la justicia solo sirve cuando hay dinero de por medio! Si eres pobre y no tienes a nadie, te aplastan como cucaracha, más si te metiste con un poderoso, como los Heredia. Pero estate tranquila, estoy segura de que en menos de lo que piensas saldrás de aquí —La mujer inhaló del tabaco y soltó el humo— Ya verás que la justicia llegará —Maite se quedó viendo a la mujer que hablaba con tanta seguridad, como si en realidad eso pudiera suceder.

—¿Por qué lo dices? —cuestionó sin contener la curiosidad.

—Por nada, solo pienso que, si eres inocente como dices, tarde o temprano saldrás.

—Graciela Ramírez… tienes visita—, informó una guardia. De inmediato, Graciela se dirigió a la sala de visitas.

Por otra parte, Emma se había quedado con la intriga de lo que su amiga había dicho. Si eso era cierto, no podía permitir que ese secreto llegara a oídos de Marcos. Estaba completamente segura de que jamás le perdonaría. Sabía perfectamente que él no toleraba las traiciones y su padre lo había traicionado.

—Hola—, se escuchó la voz masculina al otro lado del teléfono.

—Padre.

—¡Hola, hija!, ¿cómo estás? Que me estés llamando es todo un milagro.

—Estoy bien—, dijo con frialdad —Solo llamaba para preguntarte algo.

—¿Qué quieres saber, mi niña?

—¿Es cierto que el padre de Maite tenía pruebas que te involucran en desfalcos a la empresa de los Heredia? — Después de esa pregunta, el silencio perduró. Aquel hombre de mediana edad se había quedado sin palabras —Habla padre…

—Hija, lo siento, yo… yo lo hice pensando en tu bienestar y en el de tu madre que en paz descansé.

—¡Mierda, padre! Por tu estupidez estás a punto de arruinar mis planes de casarme con Marcos—, llena de rabia colgó. Luego, agarró su cartera y se dirigió a prisión.

—Maite Ferri, tienes visita—, dijo una policía. Maite se levantó y sonrió de medio lado. A continuación, se dirigió a la sala de visitas para enfrentar a Emma.

Al llegar a la sala de visitas, se quedó parada en la puerta observando a su mejor amiga, que estaba sentada y mirando con asco a todas las personas a su alrededor. Luego, dirigió la mirada hacia la mujer de cicatriz, quien estaba hablando con un joven que tenía de espaldas, impidiendo que apreciara su rostro. Por la ropa que vestía, se podría decir que era de la alta sociedad, ya que su traje era de marca y de las mejores marcas del mundo. Soltando un suspiro, se dirigió a Emma. Caminó hasta llegar a ella y se sentó. Emma la miró con repudio y asombro, ya que Maite estaba herida en la frente, sus ojos miel estaban irritados y las ojeras al borde de ellos demostraban que había llorado mucho. Emma sonrió por dentro, ya que le complacía y le llenaba de dicha saber que Maite la estaba pasando mal y todo eso le hacía feliz.

—¿Qué quieres de mí, Maite? Te dije que no me vuelvas a llamar, porque no quiero saber nada más de ti. Me traes hasta aquí con amenazas, si Marcos se entera de que te visité, me traerá problemas.

—Tu padre es un ladrón y un sinvergüenza. Ha robado mucho dinero de la empresa de Marcos. ¡Eso sí que te traerá problemas!

Además, Em… ¿por qué te preocupa tanto tener problemas con Marcos?

—¿Eres estúpida o qué? Si Marcos se entera de esto, me echará de la hacienda y no podré volver jamás…

—¿Y cuál es el problema? Él sabe que soy tu mejor amiga y que no puedes dejarme sola, porque soy tu mejor amiga, ¿verdad?

Maite se aferraba a la idea de que Emma no tenía nada que ver, pero cuando recordaba lo que pasó aquella noche, en su mente se avivaban las ideas de que Emma la había traicionado. Con un nudo en la garganta, observó a su mejor amiga, quien puso los ojos en blanco.

—¿Qué pregunta es esa? Por supuesto que soy tu mejor amiga pe… pero sabes que no podré ayudarte.

—Sí puedes hacerlo, me lo debes—, Emma sonrió y arregló su cabello.

—No te debo nada y no entiendo por qué tendría que hacerlo… Si yo no te mandé a revolcarte con un estríper y peor aún, a atacar a Elisa hasta el punto de dejarla inconsciente en el momento en que te encontró con ese hombre.

—¡Eres hipócrita, Emma! Sabes perfectamente que no lo hice, fuiste tú quien planeó todo para separarme de Marcos.

Emma sonrió y volvió a arreglar su cabello. —¡Estás loca! ¿Por qué haría algo así?

Llena de ira, Maite le apretó la mano y gruñó —¿Por qué Marcos es el hombre del que tanto me hablabas en la universidad… ¿Dime si me equivoco? Emma tragó saliva al escuchar a Maite, se preguntaba cómo había descubierto que fue ella. Bueno, tenía que admitir que Maite era muy inteligente y seguro sacó sus propias conclusiones, ya que fue ella la última persona que vio aquella noche.

—No sé de qué hablas, Maite.

—No sigas negando más, ya descubrí tu careta.

Emma soltó una risita. —Está bien, como quieras. Sí, yo lo hice —dijo sin arrugar el rostro, la mujer sonreía como si lo que ocurrió hubiera sido un chiste. —Yo pagué al stripper para que se acostara contigo, también grabé el video, lástima que llegara la vieja metiche de Elisa y lo arruinó todo, por eso tuve que golpearle hasta que muriera, pero la vieja ha sido bien fuerte, mírala, sigue respirando cuando debería estar muerta y enterrada.

Cada palabra que Emma soltaba caía como cuchillas afiladas en el corazón de Maite. Soltando un suspiro, esta última cuestionó —¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué me odias tanto? ¿Qué te he hecho yo?

—Todo —expresó Emma con desprecio—. Todos te adoraban en la universidad, tu padre tenía un puesto más importante que el de mi padre en la empresa, Elisa te adora, y lo que hizo estallar mi ira fue que robaste el amor de Marcos. Porque tenías que poner tus ojos en él… siempre eras tú y luego yo, ¿comprendes por qué te aborrezco?

Maite dejó rodar una lágrima, nunca imaginó que Emma sintiera tanto odio por ella. —Yo lo conocí primero, yo tenía que ser su novia, conmigo era con quien debía casarse, pero no, tuviste que cruzarte en su camino y robarme su amor. Y con tu cara de mosca muerta lograste engatusarlo… yo no podía permitir que se casara contigo, por eso ideé ese plan, por eso hice todo, y te juro Maite que no me arrepiento de nada… maté dos pájaros de un solo tiro, me deshice de ti y de la aburrida de Elisa.

A medida que escuchaba a su amiga, Maite dejaba de sentir dolor por la traición de Emma y lo reemplazaba por ira, rabia. Por ello, se levantó y su mente se cegó. —¡Cállate! ¡Ya! —gritó Maite eufórica, al segundo siguiente agarró a Emma de los pelos y la arrastró por toda la sala de visitas. Todos los presentes voltearon para ver el espectáculo que se había suscitado entre las dos mujeres.

Mientras Maite la arrastraba por el pasillo, Emma pedía ayuda y clemencia a los policías. Una vez que escucharon las súplicas de la mujer, fueron en su rescate. Dos mujeres policías agarraron a Maite, una de cada lado. Entonces, cuando por fin quedó liberada, Emma se levantó y arregló su cabello. A pesar de haber sido arrastrada por todo el salón de visitas, no estaba satisfecha y quiso lanzar más veneno.

—Sabes, Maite, anoche Marcos me hizo suya, me hizo el amor. Fui su mujer. Marcos fue mi primer hombre, y estoy segura de que después de lo que pasó anoche me pedirá matrimonio —lo que Emma estaba diciendo rompió en dos el corazón de Maite. Marcos se había acostado con su mejor amiga, o ex mejor amiga, porque después de todo lo que esa mujer había hecho no podía seguirla considerando su amiga. Las palabras de Emma de alguna u otra forma afectaban su roto corazón, y cada una de ellas lastimaba las heridas que había dentro de sí. Pero luego pensó que su amiga mentía, por eso soltó una carcajada. —Tú virgen, eso sí que nadie te lo creerá, porque toda la universidad sabía que has sido más usada que un baño público.

Emma apretó sus puños y se llenó de ira, al segundo siguiente intentó abofetear a Maite, sin embargo, esta última fue rápida y con su pierna golpeó la barriga de Emma, provocando que la mujer se quedara sin aliento.

Después de que Maite le metiera la patada, las policías la agarraron fuerte y la sacaron del lugar. Antes de eso, Maite le dijo a Emma que algún día saldría de prisión y cuando eso sucediera la buscaría y le haría pagar cada momento amargo que le hizo pasar.

—Tendrás que esconderte bajo las piedras, Emma, porque te juro que me lo pagarás —todos los presentes se quedaron observando la discusión de las mujeres. Sin embargo, entre todos los curiosos había uno que no se movió ni volteó a ver. Y ese era el joven que había ido a visitar a Graciela.

Cuando Maite estaba por irse, pasó por el lado de él y le echó una mirada rápida. No obstante, este giró el rostro al otro lado como si tratara de esconderse de ella.

Maite no le dio mucha importancia, pensando que el hombre se avergonzaba de tener que visitar a su madre en prisión. Olvidó ese tema rápidamente cuando la volvieron a encerrar tras las rejas. Una vez sola, se tiró sobre la cama y cuestionó, con los ojos llenos de lágrimas. Emma había sido su amiga durante tantos años, y nunca imaginó que le haría eso. Si tan solo hubiera sabido, si tan solo Emma le hubiera dicho que el hombre que amaba era Marcos, ella nunca lo habría aceptado en su vida. Perdida en sus pensamientos, escuchó las rejas abrirse y vio a la mujer de cicatrices acercarse. Secó sus lágrimas y se sentó.

—No lo mereces—, dijo la mujer tratando de consolar a Maite. Pero ¿cómo sanar un corazón destrozado por las dos personas que más quería en el mundo? Las lágrimas no dejaban de brotar de los ojos de Maite, y su corazón seguía doliendo. —Amigas como ella no merecen tus lágrimas—, aconsejó Graciela, acercándose y abrazándola. Ese abrazo solo hacía que Maite llorara aún más. Pero, al mismo tiempo, ese cálido abrazo aliviaba su corazón destrozado.

—Marcos tiene que saberlo, tengo que llamar a Marcos—, dijo Maite, levantándose y llamando a un policía.

—No—, escupió el policía —No tienes permitidas las llamadas. El señor Marcos nos dejó claro que se te denegara el acceso a cualquier tipo de llamadas.

Maite se sintió desdichada al enterarse de que Marcos había dado esa orden. Por lo que podía apreciar, Marcos no quería saber nada de ella, y eso acababa de destrozar aún más su corazón. Tristemente, se acomodó en la cama y, cuando estaba a punto de acostarse, Graciela le ofreció su teléfono. Sin pensarlo dos veces, Maite lo tomó y marcó el número de Marcos, quien se encontraba en su oficina tratando de concentrarse en el trabajo. Frunció el ceño al oír el teléfono sonar y vio que era una llamada de un número desconocido. Ignoró la llamada, pensando que no era importante. Sin embargo, al segundo siguiente, volvieron a insistir. Con un suspiro, Marcos llevó el teléfono a su oreja.

—¿Quién? —, se escuchó la fuerte voz de Marcos al otro lado del teléfono.

Maite tragó saliva y suspiró —Marcos, soy yo—. El rostro de Marcos se encendió y se puso rojo como un tomate al escuchar esa voz. Sin dejarle hablar, colgó la llamada. Al segundo siguiente, llamó a la oficina del director de la prisión y lanzó algunas amenazas.

El director de prisión se dirigió a la celda de Maite —¿Qué hacen aquí plantados? —, dijo al ver a los policías inmóviles. No comprendían por qué les insultaba. Cuando el director abrió la celda, se acercó rápidamente a Maite y exigió —Entrégame el celular.

—¿De qué estás hablando? —, Maite no entendía por qué el director le pedía el celular, y se preguntó cómo lo había descubierto.

—Revisen la celda y encuentren el celular—, ordenó el director. Los policías empezaron a revisar cada rincón de la celda, incluso las revisaron a ellas. Sin poder evitarlo, encontraron el celular en posesión de Graciela.

—Nunca más se te ocurra llamar al señor Marcos, porque si no, te matarán a ti y a mí también—, dijo el hombre al salir de la celda.

Maite se disculpó con Graciela por el teléfono que había perdido y le prometió que le compraría uno nuevo cuando saliera de prisión. Luego recordó que estaría encerrada durante muchos años y se sintió apagada.

—No te preocupes—, dijo Graciela —Me darán otro teléfono, porque sin él no podré estar informada—. Maite sonrió, quería preguntarle por el joven que estaba con ella en la sala de visitas, pero decidió guardar silencio.

Marcos estaba furioso en su oficina. Con la mirada perdida, se dejó llevar por sus pensamientos. Se preguntaba cómo esa mujer pudo atreverse a llamarlo. ¿Acaso quería provocarlo? Sentía tanto odio en su corazón que estaba seguro de que no se hubiera detenido si la hubiera tenido frente a él.

Desde la llamada, no pudo concentrarse más. Decidió salir de la oficina y dirigirse a la hacienda. Una vez allí, Emma se acercó ansiosa, esperándolo todo el día con ilusión. Al verla, Marcos le lanzó una mirada de disgusto y se dirigió hacia su habitación. Pero Emma no iba a dejarlo ir tan fácilmente, por lo que lo detuvo y cuestionó.

—Marcos, te estaba esperando.

—¿Para qué? —, preguntó él sin voltear a verla. Ella suspiró y dijo.

—Para hablar sobre lo…

La fuerte voz de Marcos la interrumpió. “Alto, no sigas”, dijo él.

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