A la hora de almuerzo, Adhara se encontró merodeando la cafetería de la empresa, mientras buscaba un rostro en particular. Volvió a mirar su teléfono celular y visualizo por vigésima vez la foto de Esteban Belov, director de tecnología automotriz.Se suponía que aquel iba a ser un encuentro casual, había averiguado que solía venir aquí por su café favorito. Ella hacía diez minutos que había recibido su orden, pero no se despegó del mostrador, esperando por la entrada triunfal de Esteban.Estaba a punto de darse por vencida, cuando lo vio cruzar las puertas de la cafetería. Llevaba una camisa de rayas en tonos grises, mientras su saco estaba colgado de su hombro de manera muy casual. Cabello castaño, ojos marrones y unas cejas pobladas que le daban una apariencia de ferocidad. Seguramente rondaba sus cuarenta y tantos, pero era un hombre bastante apuesto.Adhara respiró profundamente y se despegó del mostrador finalmente. Sacó su teléfono celular, aparentando revisar sus notificaciones
Sus ojos verdes se encontraron con los grises en una batalla de voluntades. Odiaba a Oliver Volkov y odiaba haber olvidado cerrar la puerta con seguro. ¿Por qué ese hombre entraba como Pedro por su casa? No tenía ningún derecho a invadir su espacio.—Nuestra —la corrigió—. No olvides que sigues viviendo bajo mi techo.—¿Y acaso eso tiene importancia? —lo miró con rabia—. Usted sabe perfectamente que no tiene nada que hacer aquí… ¡Así que márchese!—Me iré. Pero si he venido aquí no ha sido por gusto —habló despectivamente, como si el hecho de tener que verla fuera algo que detestaba.—Entonces vaya al punto. ¿Qué es lo que quiere?—se cruzó de brazos, esperando con impaciencia por su respuesta. Respirar el mismo aire que Oliver Volkov le resultaba demasiado tóxico.—¿Qué estás tramando? —la acusó sin rodeos—. Sé que esta idea de trabajar en la empresa no ha sido una idea inocente, Adriana. Antes pensaba que sí, pensaba que lo hacías porque realmente querías progresar y surgir. Recuerdo
Doce años antes…—Anastasia, por favor, no llores. ¡Te prometo que será la última vez que me burle de tus trenzas! —suplicó un desesperado Oliver, viendo a su mejor amiga llorar, mientras se escondía detrás de un árbol para que su padre no la descubriera.—No es por eso que lloro, tonto —respondió Anastasia entre hipidos, mirando ansiosamente hacia todos lados. Estaban en el patio del colegio.—¿Entonces por qué es?La mente de Anastasia viajo a lo ocurrido esa mañana, cuando su padre se enteró de la citación puesta en su cuaderno por la maestra el día anterior: “He encontrado a Anastasia, fijándose de los resultados de sus compañeros en el examen de álgebra.”Su padre, Giovanni Sidorov había explotado en cólera, comparándola con su hermano mayor y diciéndole que por esa razón hubiese preferido tener solamente hijos varones. Según su padre, ella únicamente servía para maquillarse y para hacer esas inútiles pasarelas en las que la había inscrito su madre desde los ocho años. Lo peor er
Apenas lo había conocido, pero necesitaba poner en marcha su plan. Esteban Belov era su objetivo, la información que le podía revelar le ayudaría a comenzar con el declive de las empresas Volkov. Justo lo que quería. Quería ver como Oliver caía en la desesperación día tras día, al ver como su preciada empresa comenzaba a perder prestigio.—¡Esteban! —lo llamó Adhara, acercándose con un pequeño trote.El hombre en cuestión, se giró bastante sorprendido al verla acercarse a él por voluntad propia. Aparentemente, Esteban seguía arrepentido de haber besado a su hermana sin su permiso y de haber iniciado una pelea que los hizo terminar con su amistad y, casi, perder también su puesto en la empresa.—Adriana, ¡hola! —la miró, apenado. Se notaba nervioso, al parecer no sabía ni qué decir.Así que Adhara decidió tomar el rumbo de la conversación. Luego de haber leído el diario de su hermana la noche anterior y, de haber descubierto que tan complicada había sido la relación de ambos, ya tenía u
Ese sábado, Adhara se despertó temprano y se miró al espejo antes de elegir un hermoso vestido de verano. Era de algodón con un estampado floral de delicadas margaritas en tonos pasteles. A simple vista era sencillo, pero muy cómodo, justo lo requerido para la ocasión. Su salida con Esteban no necesitaba de algo más elegante, se suponía que irían a comer algo al parque, mientras miraban la laguna cubierta de patos. Era un plan sencillo. Un plan de amigos. O eso esperaba.—Señora…Adhara abrió la puerta justo cuando Greta llegaba con el desayuno. No pudo evitar mirar la bandeja con aversión nada disimulada. —Hoy desayunaré afuera —informó sin deseos de invertir parte de su tiempo en botar aquello. —Pero, señora, no debería salir sin comer —insistió haciendo que Adhara sintiera una oleada de rabia apoderarse de su cuerpo.«¿Cómo se atrevía…?», pensó, conteniéndose apenas de jalarla del cabello.—Comeré afuera —replicó con más dureza de la esperada. Pero le sacaba de quicio su insiste
—Es muy complicado… —trató de evadir el tema, pero era evidente que Esteban no tenía pensado dejarlo pasar. —Siento que algo grave te está sucediendo —soltó entonces, convencido de esa realidad—. Y estoy casi seguro de que ese algo tiene que ver con Oliver —de repente su voz adoptó un tono más firme—. Dime, Adriana, ¿te hizo algo? ¿Te lastimó? Si es así, entonces voy a matarlo.—Ya es tarde —las palabras salieron sin que pudiera evitarlo. —¿Qué? —Ya es tarde para Adriana —repitió, mientras sus ojos se humedecían de nuevo.—¿De qué estás hablando, Adriana? No entiendo. Esteban parecía realmente confundido. Adhara, sabiendo que lo que estaba a punto de decir, no era algo fácil de digerir, lo invitó a tomar asiento. Ahora estaban frente a la laguna, los patos revoloteaban por el lugar, igual que otros visitantes. Todos demasiado sumergidos en sus propias cosas como para notar la tensa conversación que estaba a punto de surgir. —Adriana murió —las palabras se sintieron como estacas
Cuando Adhara regresó a casa ese día, lo último que esperaba era encontrarse con Oliver Volkov en la entrada de la casa; sin embargo, una cosa eran sus deseos y otra muy distinta lo que el destino le tenía preparado. —¿Dónde estabas? —Su pregunta la tomó por sorpresa en el vestíbulo. —No veo por qué eso debe ser de tu incumbencia —lo esquivó, mientras enfocaba su mirada en las escaleras. Necesitaba evitar la confrontación, luego de un día tan tenso sentía que sería capaz de gritarle sus verdades a la cara y eso únicamente arruinaría sus planes.—Por supuesto que es de mi incumbencia —la agarró del brazo, alcanzándola con gran facilidad.—¡No, no lo es! —se soltó dándole un empujón en el pecho—. Estamos separados, ya no te debo explicaciones. Además, tú tampoco me las das a mí, así que no pidas algo que no ofreces. Ahora, si me disculpas, estoy muy cansada y quiero irme a dormir. Oliver se quedó en medio del pasillo con la palabra en la boca y sintiéndose de muy malhumor. Era eviden
Esa mañana Adhara llegó tarde al trabajo. Luego de que Greta se marchara, se sentó en el sofá de la habitación y revisó el diario de su hermana. “He estado colocando anticonceptivos en su jugo de manzana”, las palabras de Greta se repetían en su mente. «¿Realmente Adriana había querido embarazarse de Oliver?», se preguntó por enésima vez. Eso no parecía tener sentido alguno, al menos no para ella.Pero entonces, luego de casi una hora de revisar su diario, no encontró ningún título alusivo a su obsesión por el embarazo. Así que no le quedó más opción que continuar con la historia por dónde la había dejado, pero eso sería al regresar a casa más tarde. En ese mismo instante, necesitaba continuar con su plan y eso incluía colocar su mejor fachada. Cuatro meses era el tiempo que había negociado con Oliver y, prácticamente su primer mes, estaba a punto de ser lanzado a la basura, cosa que la hacía sentir muy frustrada. —No puedo darme el lujo de fallar —murmuró para sí misma, conscien