Nueva Casa.

Narra Adriana:

Le veo salir de la habitación con ojos llorosos y es inevitable no llorar también. Nadie está listo para despedir a un ser querido, menos a uno tan buena persona como lo es el señor George.

—¿Cómo está? —pregunto, ayudándole a quitarse la ropa de quirófano.

—Delicado, no respondió, aunque asumo a que se debe a los medicamentos.

Asiento y me cruzo de brazos por el frío. En el afán de regresar, hemos tomado lo primero que encontramos en la maleta, no pensando que el octubre del caribe no es el mismo que en Georgia, que, aunque no es frío que pela, definitivamente no es como para andar en vestido playero y bermudas.

—Mañana podrás volver a verle —añado, queriendo ser optimista.

Él asiente y me toma de la mano.

—Vamos a casa, a menos que quieras pasar por

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