Capítulo 2: Una deuda

Evan estaba sentado sobre su escritorio en su despacho, esa casa era suya, pero no era su domicilio permanente, bebió un trago de licor, y escuchó aún el grito de la chica.

Una sonrisa se formó en la comisura de sus labios.

«¿Así que no se cansará de gritar?» sonrió malicioso, sabiendo que debía estar asustada, se preguntó por lo que hacía, y cuando sintió que recuperaba la conciencia, fue de nuevo a la habitación.

Había que reconocer que Evan Santori era muy orgulloso, y egocentrista, odiaba los agravios a su persona, perdonar no le era nada fácil.

Cuando abrió la puerta, la chica estaba furiosa, se lanzó contra él, casi intentó arañarlo, pero su fuerza la superó, él tomó sus manos, poniéndolas contra su espalda, mientras su cuerpo se pegó al de él, pudo ver su rápida respiración, Alba vio su rostro en todo su esplendor; tenía ojos grandes y celestes, sus labios eran gruesos, y una quijada cuadrada, barba espesa, oscura como sus cabellos, era un hombre atractivo, sí, debía reconocerlo, pero también insoportable, eso pensó.

—¡Aléjese! ¡Suélteme!

Él sonrió al verla, no pudo evitar mirarla de esa forma, admirando cada rasgo delicado de su dulce rostro, miró sus labios gruesos, y deseo conocer su sabor.

—¡Déjame ir! ¡Es un acosador!

Evan la soltó, y respiró profundo.

—Tu primo viene en camino.

—¿Román?

—Sí, viene por ti y te llevará a casa, pero de ninguna manera te dejaré ir sola.

—¡¿Y por qué no?

—¡Es muy tarde! Tuviste un accidente, podría sucederte algo malo.

—¿Es eso? ¿O piensa que soy una mujer tonta que no podría andar en la calle sola?

—Mira, lo de que seas mujer, no tiene nada que ver, y lo de tonta —sonrió divertido, y ella le miró con rabia, enrojeció hasta las raíces—. ¿Por qué no te fijaste al caminar? Si no hubiese frenado a tiempo, pude matarte, Alba, ¿Acaso eso querías?

Ella abrió ojos enormes, recordó a Rhys y sus palabras horribles, abandonándola a su suerte.

—Yo… ¡Lo siento! No me di cuenta.

—Promete que la próxima vez tendrás cuidado al cruzar la calle —dijo y su voz fue tan dulce como una caricia, que la sorprendió.

—¿Señor? —exclamó la empleada—. Ha llegado el señor Román Bertolli.

—Bien. Si estás lista, te llevaré con tu primo, para que vayas a casa.

Ella asintió, ambos caminaron por el pasillo, ella miró ese lugar

—¿Vives con tu primo?

—Sí… —dijo nerviosa.

Al llegar al salón, encontraron a Román.

—Buenas noches.

—Buenas noches, señor Santori, ¿Es usted algo del banco Santori?

—No —dijo con rapidez—. Es mi primo el dueño del banco, yo solo soy su familia.

—Ah, claro —dijo el hombre

Evan intuyó que aquel chico era demasiado ambicioso, además odiaba que la gente lo tratara bien solo por su estatus económico.

—Le agradezco haber salvado a mi prima, ahora ya debemos irnos, aunque, me temo que si usted fue quien casi la arrolló, ella necesitará medicinas y visitas al hospital, eso es mucho dinero, no podemos costearlo, con esta crisis…

—Entiendo —dijo Evan, claro que entendía que ese joven solo quería dinero.

—No es necesario…

—¡Tú cállate! Hablamos entre hombres, no seas entrometida.

Alba bajó la mirada. Evan sintió rabia de escuchar como le hablaba, tomó un fajo de billetes, y se lo tendió.

—Espero sea suficiente, pero, cualquier cosa que necesites, Alba, házmelo saber.

Román frunció el ceño confuso, no le pasó desapercibido ese interés del hombre en Alba.

Luego decidieron marcharse, Alba subió al auto y Román condujo hacia casa.

Había un silencio en el auto, mientras Román conducía.

—¿Notaste el interés de ese hombre en ti? ¡Vaya, primita! Parece que has dejado de ser la simple Alba, y comienzas a gustarle a los hombres.

—¡Déjame en paz, Román! —exclamó rabiosa

Román la miró con mofa.

—Bueno, ese tipo no tiene buen gusto, quizás tenga unos treinta o más años, claro le puede gustar una jovencita, porque pronto será viejo.

—¡Tú también serás viejo, Román! La diferencia es que eres pobre, nadie te querrá por feo y pobre.

—¡Bruja!

Alba rodó los ojos con enojo. Román detuvo el auto a medio camino.

—¡Bájate y ve a casa!

—¿Y qué harás tú? Ah, ¡Ya sé! Gastarte el dinero que el hombre te dio.

—¡Fuera!

Ella bajó del auto, estaba a medio camino, respiró profundo, estaba mareada, pudo recordar la voz gruesa y profunda de ese hombre aún en su mente, y ni siquiera supo por qué lo recordaba.

Miró al cielo azul oscuro, recordó a Rhys.

«¡Rhys! ¿Dónde estás?», pensó con tristeza, sin encontrar ninguna respuesta.

Román llegó al casino, sacó el fajo de billetes y compró suficientes fichas, quería apostar, quería ganarlo todo, se sentía con suerte.

Luego sus amigos de siempre lo invitaron a jugar póquer.

Evan y su primo Raúl llegaron al lugar, miraron a todos lados, eran solo dos forasteros en aquel lugar.

El padre de Evan había muerto hace unos meses, Evan era el único heredero, por ser su hijo, mientras su viuda y su hermanastra recibieron algo de dinero. Ahora a él le tocó dirigir la cadena de bancos Santori que lo convirtió en millonario.

Evan escuchó un bramido de rabia, cuando alzó la vista observó a Román, estaba ahí, jugando póquer, y perdiéndolo todo. Él no dijo nada, pero pensó en Alba, no pudo evitar recordar su hermoso rostro, su figura grácil, sus ojos color ámbar.

Revisó la jugada, pronto Román perdió mucho dinero, hasta quedar sin un centavo, el joven estaba asustado, suplicando por una tregua, pero uno de los hombres tomó su cuello, lo apretó con fuerza.

—¡Tienes hasta mañana o sabes que estarás en graves problemas! —Román tragó saliva, sintió miedo, salió corriendo de ahí, temiendo por su vida.

Evan lo miró intrigado, pensando si conseguiría el dinero de su deuda.

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