Evan estaba sentado sobre su escritorio en su despacho, esa casa era suya, pero no era su domicilio permanente, bebió un trago de licor, y escuchó aún el grito de la chica.
Una sonrisa se formó en la comisura de sus labios.
«¿Así que no se cansará de gritar?» sonrió malicioso, sabiendo que debía estar asustada, se preguntó por lo que hacía, y cuando sintió que recuperaba la conciencia, fue de nuevo a la habitación.
Había que reconocer que Evan Santori era muy orgulloso, y egocentrista, odiaba los agravios a su persona, perdonar no le era nada fácil.
Cuando abrió la puerta, la chica estaba furiosa, se lanzó contra él, casi intentó arañarlo, pero su fuerza la superó, él tomó sus manos, poniéndolas contra su espalda, mientras su cuerpo se pegó al de él, pudo ver su rápida respiración, Alba vio su rostro en todo su esplendor; tenía ojos grandes y celestes, sus labios eran gruesos, y una quijada cuadrada, barba espesa, oscura como sus cabellos, era un hombre atractivo, sí, debía reconocerlo, pero también insoportable, eso pensó.
—¡Aléjese! ¡Suélteme!
Él sonrió al verla, no pudo evitar mirarla de esa forma, admirando cada rasgo delicado de su dulce rostro, miró sus labios gruesos, y deseo conocer su sabor.
—¡Déjame ir! ¡Es un acosador!
Evan la soltó, y respiró profundo.
—Tu primo viene en camino.
—¿Román?
—Sí, viene por ti y te llevará a casa, pero de ninguna manera te dejaré ir sola.
—¡¿Y por qué no?
—¡Es muy tarde! Tuviste un accidente, podría sucederte algo malo.
—¿Es eso? ¿O piensa que soy una mujer tonta que no podría andar en la calle sola?
—Mira, lo de que seas mujer, no tiene nada que ver, y lo de tonta —sonrió divertido, y ella le miró con rabia, enrojeció hasta las raíces—. ¿Por qué no te fijaste al caminar? Si no hubiese frenado a tiempo, pude matarte, Alba, ¿Acaso eso querías?
Ella abrió ojos enormes, recordó a Rhys y sus palabras horribles, abandonándola a su suerte.
—Yo… ¡Lo siento! No me di cuenta.
—Promete que la próxima vez tendrás cuidado al cruzar la calle —dijo y su voz fue tan dulce como una caricia, que la sorprendió.
—¿Señor? —exclamó la empleada—. Ha llegado el señor Román Bertolli.
—Bien. Si estás lista, te llevaré con tu primo, para que vayas a casa.
Ella asintió, ambos caminaron por el pasillo, ella miró ese lugar
—¿Vives con tu primo?
—Sí… —dijo nerviosa.
Al llegar al salón, encontraron a Román.
—Buenas noches.
—Buenas noches, señor Santori, ¿Es usted algo del banco Santori?
—No —dijo con rapidez—. Es mi primo el dueño del banco, yo solo soy su familia.
—Ah, claro —dijo el hombre
Evan intuyó que aquel chico era demasiado ambicioso, además odiaba que la gente lo tratara bien solo por su estatus económico.
—Le agradezco haber salvado a mi prima, ahora ya debemos irnos, aunque, me temo que si usted fue quien casi la arrolló, ella necesitará medicinas y visitas al hospital, eso es mucho dinero, no podemos costearlo, con esta crisis…
—Entiendo —dijo Evan, claro que entendía que ese joven solo quería dinero.
—No es necesario…
—¡Tú cállate! Hablamos entre hombres, no seas entrometida.
Alba bajó la mirada. Evan sintió rabia de escuchar como le hablaba, tomó un fajo de billetes, y se lo tendió.
—Espero sea suficiente, pero, cualquier cosa que necesites, Alba, házmelo saber.
Román frunció el ceño confuso, no le pasó desapercibido ese interés del hombre en Alba.
Luego decidieron marcharse, Alba subió al auto y Román condujo hacia casa.
Había un silencio en el auto, mientras Román conducía.
—¿Notaste el interés de ese hombre en ti? ¡Vaya, primita! Parece que has dejado de ser la simple Alba, y comienzas a gustarle a los hombres.
—¡Déjame en paz, Román! —exclamó rabiosa
Román la miró con mofa.
—Bueno, ese tipo no tiene buen gusto, quizás tenga unos treinta o más años, claro le puede gustar una jovencita, porque pronto será viejo.
—¡Tú también serás viejo, Román! La diferencia es que eres pobre, nadie te querrá por feo y pobre.
—¡Bruja!
Alba rodó los ojos con enojo. Román detuvo el auto a medio camino.
—¡Bájate y ve a casa!
—¿Y qué harás tú? Ah, ¡Ya sé! Gastarte el dinero que el hombre te dio.
—¡Fuera!
Ella bajó del auto, estaba a medio camino, respiró profundo, estaba mareada, pudo recordar la voz gruesa y profunda de ese hombre aún en su mente, y ni siquiera supo por qué lo recordaba.
Miró al cielo azul oscuro, recordó a Rhys.
«¡Rhys! ¿Dónde estás?», pensó con tristeza, sin encontrar ninguna respuesta.
Román llegó al casino, sacó el fajo de billetes y compró suficientes fichas, quería apostar, quería ganarlo todo, se sentía con suerte.
Luego sus amigos de siempre lo invitaron a jugar póquer.
Evan y su primo Raúl llegaron al lugar, miraron a todos lados, eran solo dos forasteros en aquel lugar.
El padre de Evan había muerto hace unos meses, Evan era el único heredero, por ser su hijo, mientras su viuda y su hermanastra recibieron algo de dinero. Ahora a él le tocó dirigir la cadena de bancos Santori que lo convirtió en millonario.
Evan escuchó un bramido de rabia, cuando alzó la vista observó a Román, estaba ahí, jugando póquer, y perdiéndolo todo. Él no dijo nada, pero pensó en Alba, no pudo evitar recordar su hermoso rostro, su figura grácil, sus ojos color ámbar.
Revisó la jugada, pronto Román perdió mucho dinero, hasta quedar sin un centavo, el joven estaba asustado, suplicando por una tregua, pero uno de los hombres tomó su cuello, lo apretó con fuerza.
—¡Tienes hasta mañana o sabes que estarás en graves problemas! —Román tragó saliva, sintió miedo, salió corriendo de ahí, temiendo por su vida.
Evan lo miró intrigado, pensando si conseguiría el dinero de su deuda.
—¡Madre, tienes que ayudarme, por favor! ¡te lo suplico! ¡van a matarme! —chilló Román a su madre, en cuánto llegó a casa. Antonella escuchaba los ruegos de Román, mirándolo con rabia, con frustración, pero sobre todo con temor. —¡Cállate! Si despiertas a tu padre, nos matará a los dos, algo se me ocurrirá, ¿Cuánto dinero es? —Cincuenta mil euros. Antonella casi se desmayaba, era demasiado dinero para una simple apuesta. —¡Eres un imbécil! Mira lo que has hecho. —Mami, ¡Por favor, sálvame! Antonella sintió el abrazo de su hijo, y se conmovió, sabía que debía ayudarlo, lo haría porque si algo malo le llegaba a suceder, no lo podría soportar. —Llamaré al señor Sáenz, él podrá prestarnos el dinero. —¿Y cómo se lo pagaremos? La mujer pensó. —Alba, ya va siendo hora de que esa carga rinda algo de frutos, la hemos criado estos años, ahora solo es un peso para nosotros, será mejor que ella nos sirva para librar deudas. —¿Qué harás, madre? —exclamó Román, confuso. —Se casará con
—Yo… no sabía que usted trabajaba aquí. Evan frunció el ceño confuso. «¿Ella cree que soy solo un empleado? Bueno, veamos cómo actúa si soy un simple empleado», pensó, estaba ansioso por conocer un poco más de ella, su mirada lo delataba, ella le gustaba, pero Alba tan ensimismada, ni siquiera podía notarlo. —Sí, aquí trabajo, y bien, ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso viniste a agradecerme? La mirada de la chica de pronto se endureció, sonrió al notarlo. —He venido a vender esto. Ella abrió su mano y puso sobre la mesa esos objetos. Evan arrugó el ceño, pero cambió su gesto, no quería dar a notar nada que pudiera ofenderla, porque a simple vista notó que eran solo unas baratijas, no era algo que el banco Santori pudiera comprar. Aunque eran de oro, no eran nada importantes, y a lo mucho podría valer menos de cien euros. Evan titubeó, sin que ella pudiera darse cuenta, ofreció una cantidad al aire, no era tan despreciable, menos para los objetos que la chica traía, sin embargo, la v
Alba salió con el dinero, se lo dio a Marisa. —Debo ir a un encargo, por favor, ve a casa, volveré más tarde. Marisa la miró incrédula. —¡No! Mi niña, si anda sola por ahí, su tía me mata. —¡Obedece, nana! Por favor. Marisa respiró y asintió. Luego la vio partir. Alba caminó hasta el cuartel, fue difícil que pudiera entrar, pero ella conocía a algunos miembros, Rhys era un cadete, estaba por volver al frente en la guerra del Mediterráneo contra Catalia. Ella nunca quiso que volviera a la guerra, ahora quería verlo, solo una vez más, convencerse de que ya no la amaba, que no le importaba. Un joven se acercó a ella. —¡Alba! Estás aquí por la noticia. Ella se quedó perpleja. —¿Noticia? ¿De qué hablas? El joven comprendió su ignorancia, y lamentó ser él quien diría esa mala noticia. —Quiero ver a Rhys, por favor, dile que estoy aquí. Ella sabía que Rhys amaba el ejército, habían peleado porque él desertara, ella temía que algo malo le sucediera, pero Rhys nunca la obedeció.
Alba retrocedió, sintió que un nudo apretaba su garganta. —Quiero dos millones de euros, es mucho dinero, ¿Estará dispuesto a pagar tanto por Alba? Evan se levantó y lo miró —Yo estoy dispuesto a pagarlo por Alba. Ni en sus sueños más salvajes, Francisco, creyó que su sobrina valdría tanto, ahora supo que pudo pedir más. Alba dio la vuelta, sentía que temblaba, lágrimas corrían por su rostro. «¡Soy una mujer! ¡Soy un ser humano! ¿Comprarme? ¡Maldito! Yo no soy un animal o un objeto que comprar» —¡Mi niña! —exclamó Marisa al verla en el jardín sollozando. —Esta vida es un infierno, la odio. —No digas eso, por favor, Alba. —¡Rhys ha muerto! Marisa se quedó perpleja, sus ojos se abrieron enormes, luego se llenaron de lágrimas. —¡Dios mío! —la abrazó. —Murió en la guerra, ¡Me dejó sola! Y, además, ese hombre, ese maldito loco vino a comprarme, me quiere como su esposa, ¡Solo por ser millonario me comprará como si fuera un objeto! ¡Quisiera estar muerta antes que ser su esposa!
Alba entró a la casa, su tía tomó su mano con fuerzas, ella miró su rostro. —¿Así que te casas con un millonario? ¡Por lo visto eras una falsa mosquita muerta! En realidad, eras una trepadora. ¿Y el noviecito que tanto decías amar? Alba se liberó de su agarre, que le recordara Rhys dolía en su corazón. —¡Cállese! ¡No hable de él! ¡Él está muerto! Antonella la miró impactada. —Mira que ventajoso, muere y caes en las manos del hombre más rico de la ciudad, miserable arribista. ¡No te lo creo! —¡Cállate! —gritó Alba con rabia La mujer golpeó su rostro, Alba sollozó. —¡Aún vives en mi techo, rebelde! Y mientras así sea, seguirás respetándome. Alba se levantó, la miró con odio y se fue. Francisco detuvo a su mujer cuando iba tras Alba. —¡Déjala! ¿Acaso no dije que debíamos llevarnos bien con Alba y su marido? Si ella le habla mal de nosotros a ese hombre, en un futuro, podría no ayudarnos en nada. —¿Acaso no la compró por una gran fortuna? —¿Crees que dos millones de euros serv
Llamaron a la puerta, y Marisa abrió, suspiró aliviada al ver a ese hombre llegar.—Hola, Marisa, ¿Cómo está?—Bienvenido señor Evan, estoy feliz de verlo aquí. Adelante.—Le presento a mi primo Raúl. Ella es la nana de mi prometida.—Un placer —dijo Raúl, pero Marisa pudo ver su mirada altiva, algo vio en ese hombre, algo que no era positivo.Pronto apareció Francisco Bertolli, saludándolos con gran familiaridad, también apareció Román.—¡Bienvenido, cuñado! Bueno, ya que, para mí, Alba es mi hermana, tú serás mi cuñado.Evan sonrió, pero con falsedad, él no creía que considerara a Alba una hermana, menos sabiendo el tormento que la hacían pasar.Antonella apareció y les indicó que la cena estaba lista.Fueron al comedor, y Alba estaba ahí, ayudando a poner la mesa, ella no quería mirar a ese hombre, sintió que era demasiado para su corazón verlo, sobre todo cuando no dejaba de pensar en Rhys. Alba se sentía como atrapada por un mundo irreal, donde todo le salía mal.—Siéntate, Alba,
Alba se alejó al instante, Evan esbozó una sonrisa tierna, pensó que se debía su timidez. —Ya me voy, pero mañana volveré para verte, te extrañaré, duerme tranquila. Él tocó su mejilla con sus dedos, en una suave caricia, apenas lo hizo, un rubor cubrió las mejillas de Alba, él se alejó, lo vio irse. Cuando se giró a mirar por el portón vio a ese hombre asqueroso, era Pedro Blanco, que le lanzaba besos desde otra esquina de la calle. Alba sintió desprecio solo de verlo, lo odió, era su culpa, y de Antonella y Francisco, todos ellos la querían casar a fuerza con un hombre que ella no conocía, ni amaba, y que ahora la besaba. Corrió adentro, hasta su habitación, su corazón dolía, pensando en que nunca sería la misma. Se miró al espejo, tocó sus labios, recordó esos besos. ¿Por qué la había besado? Pensó en Rhys, sus besos dulces y tiernos, siempre tan bueno: «¿Por qué me dejaste con tanta crueldad? No parecías tú mismo, Rhys, ¿Cuándo apareció esa mujer? ¿Antes de que fueras al fre
Bajaron del auto, y entraron a esa casa, era una preciosa mansión. Alba ya la conocía, Marisa estaba impresionada. La empleada les indicó cuales serían sus habitaciones, una a lado de la otra. —Gracias, señor Evan, es usted muy bueno —dijo Marisa, ella dio un ligero codazo a Alba, quien lo miró. —Gracias —dijo con suavidad. Cada una entró en su habitación. Alba miró alrededor. «¿Acaso no le he pagado con ese beso?», Alba tuvo que limpiar su boca al recordar, sus ojos se abrieron y se cerraron, se miró al espejo, pensó en Rhys, si cerraba los ojos aún podía recordarlo, como si su rostro estuviera ante ella. Alba se puso su vestido de dormir, lo intentó, no pudo dormir, se levantó de la cama, caminó de un lado a otro, no podía respirar, necesitaba aire puro, abrió la ventana hacia el balcón, pudo respirar de nuevo, miró la noche estrellada, su mirada era nostálgica, perdida en la nada. —¿Alba? Esa voz la sacó del trance en que estaba, abrió ojos enormes, se asustó y lo vio, era