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Alba se alejó al instante, Evan esbozó una sonrisa tierna, pensó que se debía su timidez. —Ya me voy, pero mañana volveré para verte, te extrañaré, duerme tranquila. Él tocó su mejilla con sus dedos, en una suave caricia, apenas lo hizo, un rubor cubrió las mejillas de Alba, él se alejó, lo vio irse. Cuando se giró a mirar por el portón vio a ese hombre asqueroso, era Pedro Blanco, que le lanzaba besos desde otra esquina de la calle. Alba sintió desprecio solo de verlo, lo odió, era su culpa, y de Antonella y Francisco, todos ellos la querían casar a fuerza con un hombre que ella no conocía, ni amaba, y que ahora la besaba. Corrió adentro, hasta su habitación, su corazón dolía, pensando en que nunca sería la misma. Se miró al espejo, tocó sus labios, recordó esos besos. ¿Por qué la había besado? Pensó en Rhys, sus besos dulces y tiernos, siempre tan bueno: «¿Por qué me dejaste con tanta crueldad? No parecías tú mismo, Rhys, ¿Cuándo apareció esa mujer? ¿Antes de que fueras al fre
Bajaron del auto, y entraron a esa casa, era una preciosa mansión. Alba ya la conocía, Marisa estaba impresionada. La empleada les indicó cuales serían sus habitaciones, una a lado de la otra. —Gracias, señor Evan, es usted muy bueno —dijo Marisa, ella dio un ligero codazo a Alba, quien lo miró. —Gracias —dijo con suavidad. Cada una entró en su habitación. Alba miró alrededor. «¿Acaso no le he pagado con ese beso?», Alba tuvo que limpiar su boca al recordar, sus ojos se abrieron y se cerraron, se miró al espejo, pensó en Rhys, si cerraba los ojos aún podía recordarlo, como si su rostro estuviera ante ella. Alba se puso su vestido de dormir, lo intentó, no pudo dormir, se levantó de la cama, caminó de un lado a otro, no podía respirar, necesitaba aire puro, abrió la ventana hacia el balcón, pudo respirar de nuevo, miró la noche estrellada, su mirada era nostálgica, perdida en la nada. —¿Alba? Esa voz la sacó del trance en que estaba, abrió ojos enormes, se asustó y lo vio, era
Al día siguiente, fueron a desayunar. Evan las esperaba. Tenía una sonrisa feliz, miraba a Alba que le desviaba su mirada.—Bueno, no vamos a detener los planes de boda de ninguna manera, así que, hoy iré a la iglesia, Marisa, ¿Podría ayudarme a ir con Alba a comprar el vestido de novia?—¡Claro que sí!—Maravilloso.Alba no dijo nada parecía como un zombi. Raúl la miró severo.—Raúl, ¿Podrías llevarlas, por favor? Antes de que llegues a la oficina, y dales una tarjeta de crédito, pueden comprar lo que sea, no importa el costo.Alba lanzó una mirada de rabia contra Evan, que él no pudo ver, incluso sus manos se volvieron un puño de ira, solo Raúl lo notó, y frunció el ceño con duda.Antonella se quejaba de una falsa jaqueca, mientras se hacía la inocente.—¡Ese hombre se vengará de nosotros! ¡estoy seguro! dijo Francisco—¡Claro que no!—¡Cállate, Antonella! Es por tu culpa, ¿Cómo has podido vender a la virginidad de Alba al maldito Pedro Blanco?—¡¿Qué dicen?! ¿Hiciste algo así, madr
Alba se alejó, la puerta se abrió, y Marisa entró angustiada. —¡Mi niña! —corrió a abrazarla, Marisa vio su ropa desgarrada—. ¿Qué pasó? Alba la llevó consigo a la habitación. Evan estaba ahí de pie, con ojos severos. —¿Por qué no me avisaste cuando Alba salió de la tienda de novias? Raúl se quedó perplejo. —¿Cómo lo supiste? —¿Acaso crees que después de lo que pasó estaría sin vigilarla? —Evan, ¡Estás obsesionado con esa mujer! Y déjame decirte que… ¡Ella no te ama! Los ojos de Evan se abrieron enormes, pudo ver como sus pupilas brillaban de rabia. —¡No te metas en mis asuntos, Raúl! —exclamó Evan con fastidio—. Me caso el próximo viernes —sentenció. Evan subió la escalera. Raúl corrió al despacho, tomó el teléfono, llamó con rapidez, escuchó que las llamadas eran desviadas, luego llamó de nuevo al crucero. —¡Me urge localizar a la señora viuda de Santori! Avísenle que la llamó Raúl Santori. Colgó la llamada, se sintió desesperado —¡Miranda, Piama! ¿Dónde carajos están?
Los días pasaron rápido. Pronto, Alba se encontró en la noche antes de la boda. Evan la invitó a salir con él, y se negó, dijo que estaba muy nerviosa, y más tarde él salió con Raúl. Alba no podía creer que estaba ahí, justo en medio de la noche, mañana sería la esposa de otro hombre, uno que no conocía, uno que no amaba. Rhys estaba muerto, como sus sueños. Miró su reflejo, sintió un dolor que no soportaba. Tocaron a la puerta, tuvo miedo de abrir, ¿Y si era él? —¿Alba? Esa voz no era de Evan, limpió las lágrimas de sus mejillas, y abrió. El hombre entró rápido. —¡¿Qué hace?! ¿Qué es lo que quiere? —Escucha, ¿Quieres irte? Sé que no quieres casarte con Evan, sé que te está obligando. Alba lo miró incrédula, el hombre sacó un fajo de billetes, se los puso en la mano. Ella le miró sorprendida. —Pero… —¡Vete! lárgate, sé libre, ¿No es lo que quieres? —Pero, mi nana… —¿Tu nana? ¡Qué importa! Tonta, nadie va a vivir por ti, ¿Prefieres casarte con un hombre que no amas? Quizas
Su silencio fue una larga agonía que duró por lo menos un minuto para todos, y una vida para Evan Santori, pero con dos palabras ella logró disipar su miedo y fue en ese momento que supo que era ella, quien ahora lo hacía feliz. —Sí, acepto. Una sonrisa se formó en los labios de Evan. —Por el poder que se me ha otorgado, los declaro marido y mujer, el hombre puede besar a la novia. Evan retiró el velo, miró sus ojos, que estaban llorosos, eso lo desconcertó, pero pensó que las novias lloraban de felicidad, rozó sus labios con suavidad. Escucharon algunos aplausos y él tomó su mano, caminando para salir de la iglesia. Luego de firmar el acta de matrimonio fueron hasta ese restaurante lujoso, tomaron asiento. Evan las observó, trajeron la carta, y Marisa nerviosa, le susurró al oído «No sé qué ordenar» Alba sonrió, y Evan no perdió detalle de su hermoso rostro, ella ordenó pro las dos. Comieron en paz, Raúl parecía genuinamente alegre, pero Alba ya no confiaba en él, no después
Al llegar a la villa, Marisa abrió ojos enormes, era un lugar hermoso, lujoso, y grande; una gran mansión, en medio de un bosque.—Lo llaman el bosque negro, por los árboles de ébano, y tiene muchas leyendas que temer, dicen que quien entra al bosque solo sale muerto —dijo Laura, ama de llaves de la gran mansión.—Como sea es un lugar hermoso.Raúl estaba en la sala, cuando las mujeres entraron, parecían felices, emocionadas.—¡Raúl! —exclamó Piama y lo abrazó, la mujer lucía tantas joyas en su cuello, y manos, pero Raúl tenía un gesto enfadado—. ¡Qué cara! ¿Quién se murió?—Nadie, tal vez tú, cuando te enteres.Piama furnció el ceño, Miranda que recién llegaba le miró con duda—Habla ya, Raúl, no te hagas del rogar.—Vengo de una boda.—¿Boda? ¿Quién se casó? ¿Acaso la tonta hija del exgeneral? ¿Por qué no me invitó?—Evan Santori se casó.Los ojos de las mujeres se abrieron enormes, parecía que les iba a dar un ataque cardiaco.A la mañana siguienteEvan despertó estaba tumbado en el
Alba Los besos de Rhys siempre fueron suaves y dulces, un simple roce de terciopelo. Pero, estos labios son como quemarse en el fuego, a veces parecen dulces, casi tiernos como una caricia, luego parecen poseídos de una prisa, como si quisiera dejarme sin aliento. Me estremezco, y tiemblo, mi rostro cubierto de rubor, siento vergüenza de la reacción de mi cuerpo, algo late más fuerte que mi corazón y se siente tan bien, cuando debía sentirme mal. Su lengua se abre paso por mi boca, acaricia la mía, llenándome de su humedad, sus manos estrechan mi cintura, su aliento cálido me domina, es como si perdiera la razón, cuando quisiera empujarlo lejos de mí, me encuentro incrédula de mis acciones, abrazada a su cuerpo. Se despega de mis labios solo un poco, aún me mira con las pupilas grandes, y oscurecidas, por instinto mis labios van tras los suyos, pero el beso ha terminado, creo que lo olvidé. Sonríe, y vuelve a besarme, esta vez tan despacio, que me hace temblar. —Debemos dormir. N