Capítulo 3: Yo, siempre

—¡Madre, tienes que ayudarme, por favor! ¡te lo suplico! ¡van a matarme! —chilló Román a su madre, en cuánto llegó a casa.

Antonella escuchaba los ruegos de Román, mirándolo con rabia, con frustración, pero sobre todo con temor.

—¡Cállate! Si despiertas a tu padre, nos matará a los dos, algo se me ocurrirá, ¿Cuánto dinero es?

—Cincuenta mil euros.

Antonella casi se desmayaba, era demasiado dinero para una simple apuesta.

—¡Eres un imbécil! Mira lo que has hecho.

—Mami, ¡Por favor, sálvame!

Antonella sintió el abrazo de su hijo, y se conmovió, sabía que debía ayudarlo, lo haría porque si algo malo le llegaba a suceder, no lo podría soportar.

—Llamaré al señor Sáenz, él podrá prestarnos el dinero.

—¿Y cómo se lo pagaremos?

La mujer pensó.

—Alba, ya va siendo hora de que esa carga rinda algo de frutos, la hemos criado estos años, ahora solo es un peso para nosotros, será mejor que ella nos sirva para librar deudas.

—¿Qué harás, madre? —exclamó Román, confuso.

—Se casará con el señor Pedro Blanco, así, tendremos algo de dinero extra, pero, antes, él pagará tu deuda.

Román abrió ojos enormes.

—¡¿Qué?! Pero, ¡Ese viejo es un abusivo, una de sus esposas murió por sus golpes! Y la otra huyó por lo mismo.

—¿Y qué? Alba necesita algo de golpes para que madure, y deje sus sueños absurdos de ser una pintora, y bla, bla, bla.

—Madre, a veces, eres cruel.

—¿Quieres pagar tu deuda o no? —exclamó con firmeza

Román bajó la mirada, asintió, pero sintió pena por Alba.

Alba estaba en su habitación, su nana Marisa estaba a su lado, le ponía una pomada en la espalda, donde tenía un moretón debido a su caída.

—¡Mi pobre niña!

Alba lloraba, las lágrimas corrían por sus mejillas, como un río, la tristeza estrujaba su corazón.

—¡¿Qué hice mal, nana?! ¿Por qué me ha dejado?

—¡No puedo creerlo de Rhys! Parecía tan buen chico, creí que se casaría contigo, que vivirían felices en París, como te lo prometió.

—¿Por qué me dejó?

Marisa dejó el masaje, y se levantó como un resorte, se puso ante ella, mirándola con gran seriedad, Alba abrió ojos intrigados, mirándola con gran duda.

La mujer tenía un temor oculto.

—Alba, debes decirme la verdad, ¿Tú… te entregaste a él?

Alba la miró incrédula, y supo a lo que se refería.

—¡No! —exclamó repentina—. Te prometí que no lo haría, te juré que esperaría hasta que estuviéramos casados, ¡No lo hice, nana! ¿Acaso crees que sea por eso que me dejó? ¿Por qué no lo hice? Él habló de otra mujer.

Alba no evitó un sollozo, Marisa la abrazó con fuerza.

—¡No, mi niña, no llores! Él no merece tus lágrimas, olvídalo para siempre, pronto llegará un buen hombre, él que te ame de verdad.

—¡Nunca! Nunca volveré a amar.

Marisa acunó su rostro.

—Mi niña, escucha el consejo de una vieja, siempre volvemos a amar.

Alba lo dudó, se recostó en la cama, y Marisa la arropó.

—¿Y el hombre que casi te mata? ¿Le agradeciste porque te cuidó?

Alba miró a Marisa con desconcierto.

—¡No! Lo odio, era un tipo como todos los demás, engreído, prepotente, y millonario, creyendo que puede comprar a todo el mundo, sin saber que no puede comprar lo más importante; el amor.

—Eres muy idealista, Alba, en el fondo, Rhys era como tú, los polos iguales, nunca han nacido para estar juntos, tal vez necesitas a alguien que te dé un poco de verdad.

—No necesito nada, nana, siempre estoy sola.

—¿Acaso no me tienes a mí?

Ella sonrió.

—Sola contigo.

Alba cerró los ojos y se quedó dormida.

Al día siguiente, Alba fue a la biblioteca, su tía Antonella la esperaba, se odiaban mutuamente, pero Alba le fingía respeto, ella tenía las manos en la espalda, intentando no volverlas un puño amenazador.

—Escucha bien, Alba, todo este tiempo, he hecho mucho por ti, igual que tu tío Francisco. Pero, no más, es hora de que seas tú quien nos retribuya.

Alba frunció el ceño.

—¿Qué es lo que necesitas, tía?

—Quiero que te cases.

Alba retrocedió un paso, sintió un frío en su corazón.

—¿Acaso me estás echando de casa?

—Quiero que te cases con Pedro Blanco.

Los ojos de Alba se abrieron tan grandes, casi saliendo de sus orbitas, negó.

—¡Nunca!

Antonella se levantó, la miró con rabia, y caminó hacia ella.

—¿Nunca? ¡He hecho demasiado por ti! ¿Qué crees que harás? Si no te casas con Pedro, tu primo Román morirá, así que no tienes opción.

—¡Me iré tan lejos, nunca podrás encontrarme! —exclamó con dolor

Antonella la abofeteó con tal fuerza, que la chica cayó al suelo, la miró incrédula,

—Si lo haces, entonces, enviaré a Marisa a la cárcel, ¿Quién dudará de que robó algo? ¡Ella no es ni siquiera de este país! Como está la guerra, le irá tan mal, que acabará ¡Muerta!

Alba no pudo evitar llorar, salió tan rápido, asustada.

Antonella bajó la mirada, respiró profundo, luego siguió como si nada.

Alba fue a su habitación, Marisa la siguió, pero no quiso decirle nada, sabía que Marisa era capaz de irse con tal de no ser una carga para ella, sin embargo, para Alba, ella era toda su familia, buscó en su caja de joyas, y encontró aquel brazalete y los aretes, eran de oro, todo lo que le quedaba de su madre, le dolía tener que deshacerse de ellos.

—¿Qué harás, mi niña?

—Espera aquí, por favor, iré al banco Santori, venderé esto.

—Pero, ¿Por qué? ¿Qué te dijo la señora Antonella?

—Solo obedece, nana, espera aquí —dijo con desesperación.

Raúl había terminado su reunión con unos inversionistas, cuando salió de la sala, encontró a Evan en su oficina, se quedó estupefacto, era tan difícil hacerlo venir al banco y de pronto verlo ahí, sin obligarle, era extraño, Evan prefería vivir en Santa Rosa, en la gran mansión, donde además tenía una producción de manzanas.

—No sabía que vendrías.

—Bueno, quise venir y ver como estaba todo, ¿Hay pendientes? —Raúl negó—. Dime cualquier cosa que ocupes, estaré toda la jornada aquí.

Raúl frunció el ceño confundido. Evan actuaba diferente.

—Tengo una junta con unas personas que quieren invertir, ¿Quieres asistir?

—No. Hazlo tú, yo me quedaré y… —Evan desconocía el negocio, no sabía que hacer—. Yo me quedaré aquí, y supervisaré.

Raúl estaba sorprendido, contuvo una risa y asintió, luego fue a su reunión.

Evan no tenía ganas de estar en casa, no tenía ganas de nada, pensó en ella, la había imaginado antes de dormir, no la podía sacar de su cabeza, era extraño, nunca le pasó antes, ni siquiera con Leonor, la mujer que fue su primer amor, pero era algo diferente, esa chiquilla lo había impresionado, y ni siquiera supo exactamente como fue.

«Es como si la conociera de antes, como si la hubiese visto en otra parte»

Alzó la vista por el cristal de la ventana, y se quedó estupefacto, ¿Acaso era su fantasía prohibida? ¡No! Era ella, y estaba ahí, un empleado entró a su oficina.

—¿Qué hace esa chica ahí?

—Ah… ya la vamos a atender, señor.

—¡No! Yo la voy a atender.

El empleado le miró confuso, ¿Un CEO millonario atendiendo a una simple cliente?

—Está bien, si así lo quiere —dijo su empleado.

—Hazla pasar.

El empleado fue hasta la sala, y le dijo a Alba que pasara, ella sintió que temblaba, llevando en sus manos los objetos, entró y tomó asiento, su mirada estaba hundida, y él luchaba porque lo viera, sonrió al verla de nuevo, sintió como su corazón se aceleraba.

—Hola, Alba, me da gusto volverte a ver.

Ella levantó la vista, incrédula.

—¿Usted?

—Yo… siempre… —dijo mirándola fijamente, con un aire seductor que ella detestó.  

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