—¡Madre, tienes que ayudarme, por favor! ¡te lo suplico! ¡van a matarme! —chilló Román a su madre, en cuánto llegó a casa.
Antonella escuchaba los ruegos de Román, mirándolo con rabia, con frustración, pero sobre todo con temor.
—¡Cállate! Si despiertas a tu padre, nos matará a los dos, algo se me ocurrirá, ¿Cuánto dinero es?
—Cincuenta mil euros.
Antonella casi se desmayaba, era demasiado dinero para una simple apuesta.
—¡Eres un imbécil! Mira lo que has hecho.
—Mami, ¡Por favor, sálvame!
Antonella sintió el abrazo de su hijo, y se conmovió, sabía que debía ayudarlo, lo haría porque si algo malo le llegaba a suceder, no lo podría soportar.
—Llamaré al señor Sáenz, él podrá prestarnos el dinero.
—¿Y cómo se lo pagaremos?
La mujer pensó.
—Alba, ya va siendo hora de que esa carga rinda algo de frutos, la hemos criado estos años, ahora solo es un peso para nosotros, será mejor que ella nos sirva para librar deudas.
—¿Qué harás, madre? —exclamó Román, confuso.
—Se casará con el señor Pedro Blanco, así, tendremos algo de dinero extra, pero, antes, él pagará tu deuda.
Román abrió ojos enormes.
—¡¿Qué?! Pero, ¡Ese viejo es un abusivo, una de sus esposas murió por sus golpes! Y la otra huyó por lo mismo.
—¿Y qué? Alba necesita algo de golpes para que madure, y deje sus sueños absurdos de ser una pintora, y bla, bla, bla.
—Madre, a veces, eres cruel.
—¿Quieres pagar tu deuda o no? —exclamó con firmeza
Román bajó la mirada, asintió, pero sintió pena por Alba.
Alba estaba en su habitación, su nana Marisa estaba a su lado, le ponía una pomada en la espalda, donde tenía un moretón debido a su caída.
—¡Mi pobre niña!
Alba lloraba, las lágrimas corrían por sus mejillas, como un río, la tristeza estrujaba su corazón.
—¡¿Qué hice mal, nana?! ¿Por qué me ha dejado?
—¡No puedo creerlo de Rhys! Parecía tan buen chico, creí que se casaría contigo, que vivirían felices en París, como te lo prometió.
—¿Por qué me dejó?
Marisa dejó el masaje, y se levantó como un resorte, se puso ante ella, mirándola con gran seriedad, Alba abrió ojos intrigados, mirándola con gran duda.
La mujer tenía un temor oculto.
—Alba, debes decirme la verdad, ¿Tú… te entregaste a él?
Alba la miró incrédula, y supo a lo que se refería.
—¡No! —exclamó repentina—. Te prometí que no lo haría, te juré que esperaría hasta que estuviéramos casados, ¡No lo hice, nana! ¿Acaso crees que sea por eso que me dejó? ¿Por qué no lo hice? Él habló de otra mujer.
Alba no evitó un sollozo, Marisa la abrazó con fuerza.
—¡No, mi niña, no llores! Él no merece tus lágrimas, olvídalo para siempre, pronto llegará un buen hombre, él que te ame de verdad.
—¡Nunca! Nunca volveré a amar.
Marisa acunó su rostro.
—Mi niña, escucha el consejo de una vieja, siempre volvemos a amar.
Alba lo dudó, se recostó en la cama, y Marisa la arropó.
—¿Y el hombre que casi te mata? ¿Le agradeciste porque te cuidó?
Alba miró a Marisa con desconcierto.
—¡No! Lo odio, era un tipo como todos los demás, engreído, prepotente, y millonario, creyendo que puede comprar a todo el mundo, sin saber que no puede comprar lo más importante; el amor.
—Eres muy idealista, Alba, en el fondo, Rhys era como tú, los polos iguales, nunca han nacido para estar juntos, tal vez necesitas a alguien que te dé un poco de verdad.
—No necesito nada, nana, siempre estoy sola.
—¿Acaso no me tienes a mí?
Ella sonrió.
—Sola contigo.
Alba cerró los ojos y se quedó dormida.
Al día siguiente, Alba fue a la biblioteca, su tía Antonella la esperaba, se odiaban mutuamente, pero Alba le fingía respeto, ella tenía las manos en la espalda, intentando no volverlas un puño amenazador.
—Escucha bien, Alba, todo este tiempo, he hecho mucho por ti, igual que tu tío Francisco. Pero, no más, es hora de que seas tú quien nos retribuya.
Alba frunció el ceño.
—¿Qué es lo que necesitas, tía?
—Quiero que te cases.
Alba retrocedió un paso, sintió un frío en su corazón.
—¿Acaso me estás echando de casa?
—Quiero que te cases con Pedro Blanco.
Los ojos de Alba se abrieron tan grandes, casi saliendo de sus orbitas, negó.
—¡Nunca!
Antonella se levantó, la miró con rabia, y caminó hacia ella.
—¿Nunca? ¡He hecho demasiado por ti! ¿Qué crees que harás? Si no te casas con Pedro, tu primo Román morirá, así que no tienes opción.
—¡Me iré tan lejos, nunca podrás encontrarme! —exclamó con dolor
Antonella la abofeteó con tal fuerza, que la chica cayó al suelo, la miró incrédula,
—Si lo haces, entonces, enviaré a Marisa a la cárcel, ¿Quién dudará de que robó algo? ¡Ella no es ni siquiera de este país! Como está la guerra, le irá tan mal, que acabará ¡Muerta!
Alba no pudo evitar llorar, salió tan rápido, asustada.
Antonella bajó la mirada, respiró profundo, luego siguió como si nada.
Alba fue a su habitación, Marisa la siguió, pero no quiso decirle nada, sabía que Marisa era capaz de irse con tal de no ser una carga para ella, sin embargo, para Alba, ella era toda su familia, buscó en su caja de joyas, y encontró aquel brazalete y los aretes, eran de oro, todo lo que le quedaba de su madre, le dolía tener que deshacerse de ellos.
—¿Qué harás, mi niña?
—Espera aquí, por favor, iré al banco Santori, venderé esto.
—Pero, ¿Por qué? ¿Qué te dijo la señora Antonella?
—Solo obedece, nana, espera aquí —dijo con desesperación.
Raúl había terminado su reunión con unos inversionistas, cuando salió de la sala, encontró a Evan en su oficina, se quedó estupefacto, era tan difícil hacerlo venir al banco y de pronto verlo ahí, sin obligarle, era extraño, Evan prefería vivir en Santa Rosa, en la gran mansión, donde además tenía una producción de manzanas.
—No sabía que vendrías.
—Bueno, quise venir y ver como estaba todo, ¿Hay pendientes? —Raúl negó—. Dime cualquier cosa que ocupes, estaré toda la jornada aquí.
Raúl frunció el ceño confundido. Evan actuaba diferente.
—Tengo una junta con unas personas que quieren invertir, ¿Quieres asistir?
—No. Hazlo tú, yo me quedaré y… —Evan desconocía el negocio, no sabía que hacer—. Yo me quedaré aquí, y supervisaré.
Raúl estaba sorprendido, contuvo una risa y asintió, luego fue a su reunión.
Evan no tenía ganas de estar en casa, no tenía ganas de nada, pensó en ella, la había imaginado antes de dormir, no la podía sacar de su cabeza, era extraño, nunca le pasó antes, ni siquiera con Leonor, la mujer que fue su primer amor, pero era algo diferente, esa chiquilla lo había impresionado, y ni siquiera supo exactamente como fue.
«Es como si la conociera de antes, como si la hubiese visto en otra parte»
Alzó la vista por el cristal de la ventana, y se quedó estupefacto, ¿Acaso era su fantasía prohibida? ¡No! Era ella, y estaba ahí, un empleado entró a su oficina.
—¿Qué hace esa chica ahí?
—Ah… ya la vamos a atender, señor.
—¡No! Yo la voy a atender.
El empleado le miró confuso, ¿Un CEO millonario atendiendo a una simple cliente?
—Está bien, si así lo quiere —dijo su empleado.
—Hazla pasar.
El empleado fue hasta la sala, y le dijo a Alba que pasara, ella sintió que temblaba, llevando en sus manos los objetos, entró y tomó asiento, su mirada estaba hundida, y él luchaba porque lo viera, sonrió al verla de nuevo, sintió como su corazón se aceleraba.
—Hola, Alba, me da gusto volverte a ver.
Ella levantó la vista, incrédula.
—¿Usted?
—Yo… siempre… —dijo mirándola fijamente, con un aire seductor que ella detestó.
—Yo… no sabía que usted trabajaba aquí. Evan frunció el ceño confuso. «¿Ella cree que soy solo un empleado? Bueno, veamos cómo actúa si soy un simple empleado», pensó, estaba ansioso por conocer un poco más de ella, su mirada lo delataba, ella le gustaba, pero Alba tan ensimismada, ni siquiera podía notarlo. —Sí, aquí trabajo, y bien, ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso viniste a agradecerme? La mirada de la chica de pronto se endureció, sonrió al notarlo. —He venido a vender esto. Ella abrió su mano y puso sobre la mesa esos objetos. Evan arrugó el ceño, pero cambió su gesto, no quería dar a notar nada que pudiera ofenderla, porque a simple vista notó que eran solo unas baratijas, no era algo que el banco Santori pudiera comprar. Aunque eran de oro, no eran nada importantes, y a lo mucho podría valer menos de cien euros. Evan titubeó, sin que ella pudiera darse cuenta, ofreció una cantidad al aire, no era tan despreciable, menos para los objetos que la chica traía, sin embargo, la v
Alba salió con el dinero, se lo dio a Marisa. —Debo ir a un encargo, por favor, ve a casa, volveré más tarde. Marisa la miró incrédula. —¡No! Mi niña, si anda sola por ahí, su tía me mata. —¡Obedece, nana! Por favor. Marisa respiró y asintió. Luego la vio partir. Alba caminó hasta el cuartel, fue difícil que pudiera entrar, pero ella conocía a algunos miembros, Rhys era un cadete, estaba por volver al frente en la guerra del Mediterráneo contra Catalia. Ella nunca quiso que volviera a la guerra, ahora quería verlo, solo una vez más, convencerse de que ya no la amaba, que no le importaba. Un joven se acercó a ella. —¡Alba! Estás aquí por la noticia. Ella se quedó perpleja. —¿Noticia? ¿De qué hablas? El joven comprendió su ignorancia, y lamentó ser él quien diría esa mala noticia. —Quiero ver a Rhys, por favor, dile que estoy aquí. Ella sabía que Rhys amaba el ejército, habían peleado porque él desertara, ella temía que algo malo le sucediera, pero Rhys nunca la obedeció.
Alba retrocedió, sintió que un nudo apretaba su garganta. —Quiero dos millones de euros, es mucho dinero, ¿Estará dispuesto a pagar tanto por Alba? Evan se levantó y lo miró —Yo estoy dispuesto a pagarlo por Alba. Ni en sus sueños más salvajes, Francisco, creyó que su sobrina valdría tanto, ahora supo que pudo pedir más. Alba dio la vuelta, sentía que temblaba, lágrimas corrían por su rostro. «¡Soy una mujer! ¡Soy un ser humano! ¿Comprarme? ¡Maldito! Yo no soy un animal o un objeto que comprar» —¡Mi niña! —exclamó Marisa al verla en el jardín sollozando. —Esta vida es un infierno, la odio. —No digas eso, por favor, Alba. —¡Rhys ha muerto! Marisa se quedó perpleja, sus ojos se abrieron enormes, luego se llenaron de lágrimas. —¡Dios mío! —la abrazó. —Murió en la guerra, ¡Me dejó sola! Y, además, ese hombre, ese maldito loco vino a comprarme, me quiere como su esposa, ¡Solo por ser millonario me comprará como si fuera un objeto! ¡Quisiera estar muerta antes que ser su esposa!
Alba entró a la casa, su tía tomó su mano con fuerzas, ella miró su rostro. —¿Así que te casas con un millonario? ¡Por lo visto eras una falsa mosquita muerta! En realidad, eras una trepadora. ¿Y el noviecito que tanto decías amar? Alba se liberó de su agarre, que le recordara Rhys dolía en su corazón. —¡Cállese! ¡No hable de él! ¡Él está muerto! Antonella la miró impactada. —Mira que ventajoso, muere y caes en las manos del hombre más rico de la ciudad, miserable arribista. ¡No te lo creo! —¡Cállate! —gritó Alba con rabia La mujer golpeó su rostro, Alba sollozó. —¡Aún vives en mi techo, rebelde! Y mientras así sea, seguirás respetándome. Alba se levantó, la miró con odio y se fue. Francisco detuvo a su mujer cuando iba tras Alba. —¡Déjala! ¿Acaso no dije que debíamos llevarnos bien con Alba y su marido? Si ella le habla mal de nosotros a ese hombre, en un futuro, podría no ayudarnos en nada. —¿Acaso no la compró por una gran fortuna? —¿Crees que dos millones de euros serv
Llamaron a la puerta, y Marisa abrió, suspiró aliviada al ver a ese hombre llegar.—Hola, Marisa, ¿Cómo está?—Bienvenido señor Evan, estoy feliz de verlo aquí. Adelante.—Le presento a mi primo Raúl. Ella es la nana de mi prometida.—Un placer —dijo Raúl, pero Marisa pudo ver su mirada altiva, algo vio en ese hombre, algo que no era positivo.Pronto apareció Francisco Bertolli, saludándolos con gran familiaridad, también apareció Román.—¡Bienvenido, cuñado! Bueno, ya que, para mí, Alba es mi hermana, tú serás mi cuñado.Evan sonrió, pero con falsedad, él no creía que considerara a Alba una hermana, menos sabiendo el tormento que la hacían pasar.Antonella apareció y les indicó que la cena estaba lista.Fueron al comedor, y Alba estaba ahí, ayudando a poner la mesa, ella no quería mirar a ese hombre, sintió que era demasiado para su corazón verlo, sobre todo cuando no dejaba de pensar en Rhys. Alba se sentía como atrapada por un mundo irreal, donde todo le salía mal.—Siéntate, Alba,
Alba se alejó al instante, Evan esbozó una sonrisa tierna, pensó que se debía su timidez. —Ya me voy, pero mañana volveré para verte, te extrañaré, duerme tranquila. Él tocó su mejilla con sus dedos, en una suave caricia, apenas lo hizo, un rubor cubrió las mejillas de Alba, él se alejó, lo vio irse. Cuando se giró a mirar por el portón vio a ese hombre asqueroso, era Pedro Blanco, que le lanzaba besos desde otra esquina de la calle. Alba sintió desprecio solo de verlo, lo odió, era su culpa, y de Antonella y Francisco, todos ellos la querían casar a fuerza con un hombre que ella no conocía, ni amaba, y que ahora la besaba. Corrió adentro, hasta su habitación, su corazón dolía, pensando en que nunca sería la misma. Se miró al espejo, tocó sus labios, recordó esos besos. ¿Por qué la había besado? Pensó en Rhys, sus besos dulces y tiernos, siempre tan bueno: «¿Por qué me dejaste con tanta crueldad? No parecías tú mismo, Rhys, ¿Cuándo apareció esa mujer? ¿Antes de que fueras al fre
Bajaron del auto, y entraron a esa casa, era una preciosa mansión. Alba ya la conocía, Marisa estaba impresionada. La empleada les indicó cuales serían sus habitaciones, una a lado de la otra. —Gracias, señor Evan, es usted muy bueno —dijo Marisa, ella dio un ligero codazo a Alba, quien lo miró. —Gracias —dijo con suavidad. Cada una entró en su habitación. Alba miró alrededor. «¿Acaso no le he pagado con ese beso?», Alba tuvo que limpiar su boca al recordar, sus ojos se abrieron y se cerraron, se miró al espejo, pensó en Rhys, si cerraba los ojos aún podía recordarlo, como si su rostro estuviera ante ella. Alba se puso su vestido de dormir, lo intentó, no pudo dormir, se levantó de la cama, caminó de un lado a otro, no podía respirar, necesitaba aire puro, abrió la ventana hacia el balcón, pudo respirar de nuevo, miró la noche estrellada, su mirada era nostálgica, perdida en la nada. —¿Alba? Esa voz la sacó del trance en que estaba, abrió ojos enormes, se asustó y lo vio, era
Al día siguiente, fueron a desayunar. Evan las esperaba. Tenía una sonrisa feliz, miraba a Alba que le desviaba su mirada.—Bueno, no vamos a detener los planes de boda de ninguna manera, así que, hoy iré a la iglesia, Marisa, ¿Podría ayudarme a ir con Alba a comprar el vestido de novia?—¡Claro que sí!—Maravilloso.Alba no dijo nada parecía como un zombi. Raúl la miró severo.—Raúl, ¿Podrías llevarlas, por favor? Antes de que llegues a la oficina, y dales una tarjeta de crédito, pueden comprar lo que sea, no importa el costo.Alba lanzó una mirada de rabia contra Evan, que él no pudo ver, incluso sus manos se volvieron un puño de ira, solo Raúl lo notó, y frunció el ceño con duda.Antonella se quejaba de una falsa jaqueca, mientras se hacía la inocente.—¡Ese hombre se vengará de nosotros! ¡estoy seguro! dijo Francisco—¡Claro que no!—¡Cállate, Antonella! Es por tu culpa, ¿Cómo has podido vender a la virginidad de Alba al maldito Pedro Blanco?—¡¿Qué dicen?! ¿Hiciste algo así, madr