—Yo… no sabía que usted trabajaba aquí.
Evan frunció el ceño confuso.
«¿Ella cree que soy solo un empleado? Bueno, veamos cómo actúa si soy un simple empleado», pensó, estaba ansioso por conocer un poco más de ella, su mirada lo delataba, ella le gustaba, pero Alba tan ensimismada, ni siquiera podía notarlo.
—Sí, aquí trabajo, y bien, ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso viniste a agradecerme?
La mirada de la chica de pronto se endureció, sonrió al notarlo.
—He venido a vender esto.
Ella abrió su mano y puso sobre la mesa esos objetos. Evan arrugó el ceño, pero cambió su gesto, no quería dar a notar nada que pudiera ofenderla, porque a simple vista notó que eran solo unas baratijas, no era algo que el banco Santori pudiera comprar.
Aunque eran de oro, no eran nada importantes, y a lo mucho podría valer menos de cien euros.
Evan titubeó, sin que ella pudiera darse cuenta, ofreció una cantidad al aire, no era tan despreciable, menos para los objetos que la chica traía, sin embargo, la vio dudar.
—El banco Santori no suele hacer estos tipos de compras, está haciendo una excepción por ti, no creo que en otra parte pudieran aceptarlo —se maldijo al decirlo, pues los ojos de Alba lo miraron con firmeza, sus mejillas enrojecieron, apretó los labios en una mueca de enojo contenido. Evan sonrió, le gustó que, por primera vez, aquella mujercita le dirigía atención completa.
—Está bien, voy a venderlo —dijo Alba con un aire orgulloso en sus palabras que casi lo hizo reír.
«Con que es muy digna, ¿Eh?» pensó.
Él le entregó el dinero y ella lo tomó, estuvo a punto de irse, cuando Evan tomó su mano y la detuvo, sorprendiéndola.
—Ayer vi a su primo en el casino, parece que perdió mucho dinero, lo vi en problemas, espero que eso no la afecte a usted.
Alba sintió que temblaba, sus mejillas volvieron a enrojecer, solo quería alejarse.
—Estamos bien.
Ella soltó su agarre, y salió tan rápido como pudo, pero Evan no dejó de mirarla hasta perderla de su visión.
Al llegar a casa, Alba subió a su habitación, ocultándose de Antonella. Marisa estaba ahí, cuando la vio entrar, limpió sus lágrimas, pero Alba la descubrió.
—¿Nana? ¿Por qué lloras?
—¿Por qué no me lo dijiste, Alba? ¡Qué te quieren obligar a casar con ese malnacido hombre!
Alba hundió la mirada.
—¡Debes irte, mi niña! Huye de todo esto, yo tengo un poco de dinero, no es mucho.
Alba acunó su rostro y la miró bien.
—Nana, nunca me iré sin ti, ¡Nunca! Eres todo lo que tengo.
Marisa la abrazó.
—¿Qué haremos? —exclamó desesperada
—Conseguiré dinero, mira, conseguí algo, pronto tendré para nuestros pasajes, nos iremos al campo, o a donde sea, pero lejos de aquí.
—¡No irás a ningún lado!
Antonella abrió la puerta, sorprendiéndola, su tío Francisco entró también.
—¡Dame ese dinero, ahora mismo, Alba! —exclamó
Ella lo tomó con fuerzas. Pero su tío forcejeó con ella, no pudo hacer nada, le quitó el dinero.
—¿Quién te crees para tener dinero, Alba? ¡Me debes todo lo que eres y más! —gritó Francisco
Ella le miró con odio y con los ojos cubiertos de llanto.
—¡Usted se gastó todo el dinero de mi padre! ¿Aún se atreve a decir que yo le debo algo? —exclamó con la rabia en su voz.
Marisa miró con miedo, deseó que Alba se quedara callada. Francisco la miró con rabia, levantó la mano, iba a golpearla, pero fue Marisa quien se atravesó para recibir el golpe.
Alba gritó.
—¡Te casarás con Pedro Blanco! Así que, a partir de ahora, ¡hazte a la idea! Te venderé y sacaré provecho por todo lo que gasté en ti.
Alba abrazó a Marisa, miró su mejilla lastimada, lloró por ella.
—Estoy bien, mi niña, no te preocupes.
—Te juro que un día, ellos pagarán por todo lo malo que nos han hecho, lo que me han hecho a mí, lo pagarán con su sangre —exclamó llena de rabia
—No tengas odio en el corazón, Alba, sé fuerte, mantente digna.
—Nana, no podemos rendirnos, debemos escapar, ¡Por favor!
—Sí, mi niña, pero será difícil.
—Mañana iré a vender el anillo de mamá.
—¿Estás segura? Amas ese anillo, es ya lo único que te queda de tu madre.
Alba sintió una lágrima recorrer su rostro.
—Estoy segura, nana.
Al día siguiente, Alba y Marisa lograron salir de casa, ella llevaba ese anillo, sin embargo, antes de ir al banco se detuvieron en la iglesia.
—Iré a rezar, nana, ¿Entras conmigo?
—No, ya sabes que no me gusta mucho.
Alba sonrió, y entró. Marisa se quedó ahí, cuando un hombre se acercó a ella.
—Buenos días.
—Buen día, caballero —dijo la mujer, notando que ese hombre parecía un tipo elegante.
—¿Está buscando trabajo? —preguntó el hombre, la mujer se sorprendió
—Mi señor, ya trabajo en la casa de los señores Bertolli.
—Entiendo. La joven que estaba con usted, ¿Es una Bertolli? —preguntó con intriga, la mujer se mostró confusa.
—Sí, es Alba Bertolli era la hija del señor Calixto Bertolli, por desgracia murió hace diez años.
—¡Qué triste! Pobre Alba.
—Sí, mi pobre niña sufre mucho, ha tenido una vida desgraciada y no lo merece, es muy buena.
Evan estaba compasivo.
—¿Por qué no me cuenta? —la mujer se mostró suspicaz, Evan sonrió y le ofreció algo de dinero. La mujer estaba desconcertada, no podría vender a Alba por dinero, luego miró a ese hombre de pies a cabeza, parecía un caballero, no tan viejo como Pedro Blanco, era atractivo, maduro, y parecía tener algo de dinero, pensó con claridad, después de todo, cualquier tipo valía más que ese desgraciado maltratador, pensó que era una señal del destino y habló.
Evan estaba frustrado con lo que Marisa le contó, era tan doloroso saber la trágica vida de esa pobre chica.
«Nunca pensé que sufriera tanto, ¡Pobre Alba!»
Escuchó que tocaron la puerta y la vio a través del cristal, no pudo evitar sonreír, ella tenía un efecto sobre él, haciéndolo sentir como un adolescente emocionado, abrió la puerta, la dejó entrar.
Ella tomó asiento frente a él.
—Quería vender este anillo.
Evan lo miró, de nuevo supo que no tenía mucho valor, pero esta vez se encargó de ofrecer más dinero de lo esperado, incluso ella se negó, argumentando que quería pedir menos, porque quería recuperar el anillo.
—Cuando quieras, aquí tengo tus objetos, los cuidaré por ti, así que no te preocupes por ellos —dijo él, la joven alzó el rostro, tenía el ceño fruncido, con una mueca de conmoción, sus ojos brillaron como si fuera a llorar, tragó saliva, bajó la mirada. Alba sintió su corazón palpitar, nadie era tan amable con ella, no sabía si agradecer, o si ese hombre se burlaba, su mente estaba confusa
—¿Por qué? —atinó a decir, esta vez fue el turno de Evan de sorprenderse
—«No conseguirás conmover otros corazones, si del corazón nada te sale» —dijo con orgullo, la joven arrugó la frente
—Esa frase no es suya, ya la he escuchado antes —dijo preocupada, Evan sonrió.
—«Fausto de Goethe». Parece que también te gusta leerlo.
—No —dijo moviendo con su cabeza—. Mi padre leía ese libro, y esa frase la dijo alguna vez —la mente de Alba revivió aquellos recuerdos
Evan sonrió, supo por su gesto que la joven no estaba prestando atención.
Luego le dio el dinero y se marchó. Evan sintió una victoria en su interior, creía haberla impresionado, por lo menos pudo demostrar que era culto. Y eso le gustó.
«Alba de mi corazón» pensó. Raúl estaba contemplándolo
—¿Evan?
—No te había visto, ¿Desde cuando estás ahí?
—Aquí estoy desde la salida de esa niña, y estaba viendo por la ventana desde que ella entró —dijo Raúl, Evan lo miró confundido
—¿Por qué?
—Porque, Evan, estás regalando dinero a una jovencita, ¿Qué es lo que sucede?
Evan lo miró con ojos empequeñecidos de rabia
—¡Yo no tengo que darte explicaciones! Primero porque no es cierto, y segundo, porque si así fuera, es mi dinero, y puedo hacer con él lo que me venga en gana —Evan no dio pie a réplica, salió enfurecido
Raúl cedió el paso, se quedó molesto, ofendido. Su mente no paraba de pensar, sintió rabia, creyó que era injusto, creía en los chismes del pueblo, aquellos que decían que él era hijo bastardo del padre de Evan, porque esté fue amante de su madre, pero nunca fue reconocido.
«Me darás algo de tu fortuna, Evan, no permitiré que una mujerzuela ambiciosa venga y me robe lo que también debe ser mío» pensó con rabia y frustración.
Alba salió con el dinero, se lo dio a Marisa. —Debo ir a un encargo, por favor, ve a casa, volveré más tarde. Marisa la miró incrédula. —¡No! Mi niña, si anda sola por ahí, su tía me mata. —¡Obedece, nana! Por favor. Marisa respiró y asintió. Luego la vio partir. Alba caminó hasta el cuartel, fue difícil que pudiera entrar, pero ella conocía a algunos miembros, Rhys era un cadete, estaba por volver al frente en la guerra del Mediterráneo contra Catalia. Ella nunca quiso que volviera a la guerra, ahora quería verlo, solo una vez más, convencerse de que ya no la amaba, que no le importaba. Un joven se acercó a ella. —¡Alba! Estás aquí por la noticia. Ella se quedó perpleja. —¿Noticia? ¿De qué hablas? El joven comprendió su ignorancia, y lamentó ser él quien diría esa mala noticia. —Quiero ver a Rhys, por favor, dile que estoy aquí. Ella sabía que Rhys amaba el ejército, habían peleado porque él desertara, ella temía que algo malo le sucediera, pero Rhys nunca la obedeció.
Alba retrocedió, sintió que un nudo apretaba su garganta. —Quiero dos millones de euros, es mucho dinero, ¿Estará dispuesto a pagar tanto por Alba? Evan se levantó y lo miró —Yo estoy dispuesto a pagarlo por Alba. Ni en sus sueños más salvajes, Francisco, creyó que su sobrina valdría tanto, ahora supo que pudo pedir más. Alba dio la vuelta, sentía que temblaba, lágrimas corrían por su rostro. «¡Soy una mujer! ¡Soy un ser humano! ¿Comprarme? ¡Maldito! Yo no soy un animal o un objeto que comprar» —¡Mi niña! —exclamó Marisa al verla en el jardín sollozando. —Esta vida es un infierno, la odio. —No digas eso, por favor, Alba. —¡Rhys ha muerto! Marisa se quedó perpleja, sus ojos se abrieron enormes, luego se llenaron de lágrimas. —¡Dios mío! —la abrazó. —Murió en la guerra, ¡Me dejó sola! Y, además, ese hombre, ese maldito loco vino a comprarme, me quiere como su esposa, ¡Solo por ser millonario me comprará como si fuera un objeto! ¡Quisiera estar muerta antes que ser su esposa!
Alba entró a la casa, su tía tomó su mano con fuerzas, ella miró su rostro. —¿Así que te casas con un millonario? ¡Por lo visto eras una falsa mosquita muerta! En realidad, eras una trepadora. ¿Y el noviecito que tanto decías amar? Alba se liberó de su agarre, que le recordara Rhys dolía en su corazón. —¡Cállese! ¡No hable de él! ¡Él está muerto! Antonella la miró impactada. —Mira que ventajoso, muere y caes en las manos del hombre más rico de la ciudad, miserable arribista. ¡No te lo creo! —¡Cállate! —gritó Alba con rabia La mujer golpeó su rostro, Alba sollozó. —¡Aún vives en mi techo, rebelde! Y mientras así sea, seguirás respetándome. Alba se levantó, la miró con odio y se fue. Francisco detuvo a su mujer cuando iba tras Alba. —¡Déjala! ¿Acaso no dije que debíamos llevarnos bien con Alba y su marido? Si ella le habla mal de nosotros a ese hombre, en un futuro, podría no ayudarnos en nada. —¿Acaso no la compró por una gran fortuna? —¿Crees que dos millones de euros serv
Llamaron a la puerta, y Marisa abrió, suspiró aliviada al ver a ese hombre llegar.—Hola, Marisa, ¿Cómo está?—Bienvenido señor Evan, estoy feliz de verlo aquí. Adelante.—Le presento a mi primo Raúl. Ella es la nana de mi prometida.—Un placer —dijo Raúl, pero Marisa pudo ver su mirada altiva, algo vio en ese hombre, algo que no era positivo.Pronto apareció Francisco Bertolli, saludándolos con gran familiaridad, también apareció Román.—¡Bienvenido, cuñado! Bueno, ya que, para mí, Alba es mi hermana, tú serás mi cuñado.Evan sonrió, pero con falsedad, él no creía que considerara a Alba una hermana, menos sabiendo el tormento que la hacían pasar.Antonella apareció y les indicó que la cena estaba lista.Fueron al comedor, y Alba estaba ahí, ayudando a poner la mesa, ella no quería mirar a ese hombre, sintió que era demasiado para su corazón verlo, sobre todo cuando no dejaba de pensar en Rhys. Alba se sentía como atrapada por un mundo irreal, donde todo le salía mal.—Siéntate, Alba,
Alba se alejó al instante, Evan esbozó una sonrisa tierna, pensó que se debía su timidez. —Ya me voy, pero mañana volveré para verte, te extrañaré, duerme tranquila. Él tocó su mejilla con sus dedos, en una suave caricia, apenas lo hizo, un rubor cubrió las mejillas de Alba, él se alejó, lo vio irse. Cuando se giró a mirar por el portón vio a ese hombre asqueroso, era Pedro Blanco, que le lanzaba besos desde otra esquina de la calle. Alba sintió desprecio solo de verlo, lo odió, era su culpa, y de Antonella y Francisco, todos ellos la querían casar a fuerza con un hombre que ella no conocía, ni amaba, y que ahora la besaba. Corrió adentro, hasta su habitación, su corazón dolía, pensando en que nunca sería la misma. Se miró al espejo, tocó sus labios, recordó esos besos. ¿Por qué la había besado? Pensó en Rhys, sus besos dulces y tiernos, siempre tan bueno: «¿Por qué me dejaste con tanta crueldad? No parecías tú mismo, Rhys, ¿Cuándo apareció esa mujer? ¿Antes de que fueras al fre
Bajaron del auto, y entraron a esa casa, era una preciosa mansión. Alba ya la conocía, Marisa estaba impresionada. La empleada les indicó cuales serían sus habitaciones, una a lado de la otra. —Gracias, señor Evan, es usted muy bueno —dijo Marisa, ella dio un ligero codazo a Alba, quien lo miró. —Gracias —dijo con suavidad. Cada una entró en su habitación. Alba miró alrededor. «¿Acaso no le he pagado con ese beso?», Alba tuvo que limpiar su boca al recordar, sus ojos se abrieron y se cerraron, se miró al espejo, pensó en Rhys, si cerraba los ojos aún podía recordarlo, como si su rostro estuviera ante ella. Alba se puso su vestido de dormir, lo intentó, no pudo dormir, se levantó de la cama, caminó de un lado a otro, no podía respirar, necesitaba aire puro, abrió la ventana hacia el balcón, pudo respirar de nuevo, miró la noche estrellada, su mirada era nostálgica, perdida en la nada. —¿Alba? Esa voz la sacó del trance en que estaba, abrió ojos enormes, se asustó y lo vio, era
Al día siguiente, fueron a desayunar. Evan las esperaba. Tenía una sonrisa feliz, miraba a Alba que le desviaba su mirada.—Bueno, no vamos a detener los planes de boda de ninguna manera, así que, hoy iré a la iglesia, Marisa, ¿Podría ayudarme a ir con Alba a comprar el vestido de novia?—¡Claro que sí!—Maravilloso.Alba no dijo nada parecía como un zombi. Raúl la miró severo.—Raúl, ¿Podrías llevarlas, por favor? Antes de que llegues a la oficina, y dales una tarjeta de crédito, pueden comprar lo que sea, no importa el costo.Alba lanzó una mirada de rabia contra Evan, que él no pudo ver, incluso sus manos se volvieron un puño de ira, solo Raúl lo notó, y frunció el ceño con duda.Antonella se quejaba de una falsa jaqueca, mientras se hacía la inocente.—¡Ese hombre se vengará de nosotros! ¡estoy seguro! dijo Francisco—¡Claro que no!—¡Cállate, Antonella! Es por tu culpa, ¿Cómo has podido vender a la virginidad de Alba al maldito Pedro Blanco?—¡¿Qué dicen?! ¿Hiciste algo así, madr
Alba se alejó, la puerta se abrió, y Marisa entró angustiada. —¡Mi niña! —corrió a abrazarla, Marisa vio su ropa desgarrada—. ¿Qué pasó? Alba la llevó consigo a la habitación. Evan estaba ahí de pie, con ojos severos. —¿Por qué no me avisaste cuando Alba salió de la tienda de novias? Raúl se quedó perplejo. —¿Cómo lo supiste? —¿Acaso crees que después de lo que pasó estaría sin vigilarla? —Evan, ¡Estás obsesionado con esa mujer! Y déjame decirte que… ¡Ella no te ama! Los ojos de Evan se abrieron enormes, pudo ver como sus pupilas brillaban de rabia. —¡No te metas en mis asuntos, Raúl! —exclamó Evan con fastidio—. Me caso el próximo viernes —sentenció. Evan subió la escalera. Raúl corrió al despacho, tomó el teléfono, llamó con rapidez, escuchó que las llamadas eran desviadas, luego llamó de nuevo al crucero. —¡Me urge localizar a la señora viuda de Santori! Avísenle que la llamó Raúl Santori. Colgó la llamada, se sintió desesperado —¡Miranda, Piama! ¿Dónde carajos están?