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Capítulo 4: Alba del corazón

—Yo… no sabía que usted trabajaba aquí.

Evan frunció el ceño confuso.

«¿Ella cree que soy solo un empleado? Bueno, veamos cómo actúa si soy un simple empleado», pensó, estaba ansioso por conocer un poco más de ella, su mirada lo delataba, ella le gustaba, pero Alba tan ensimismada, ni siquiera podía notarlo.

—Sí, aquí trabajo, y bien, ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso viniste a agradecerme?

La mirada de la chica de pronto se endureció, sonrió al notarlo.

—He venido a vender esto.

Ella abrió su mano y puso sobre la mesa esos objetos. Evan arrugó el ceño, pero cambió su gesto, no quería dar a notar nada que pudiera ofenderla, porque a simple vista notó que eran solo unas baratijas, no era algo que el banco Santori pudiera comprar.

Aunque eran de oro, no eran nada importantes, y a lo mucho podría valer menos de cien euros.

Evan titubeó, sin que ella pudiera darse cuenta, ofreció una cantidad al aire, no era tan despreciable, menos para los objetos que la chica traía, sin embargo, la vio dudar.

—El banco Santori no suele hacer estos tipos de compras, está haciendo una excepción por ti, no creo que en otra parte pudieran aceptarlo —se maldijo al decirlo, pues los ojos de Alba lo miraron con firmeza, sus mejillas enrojecieron, apretó los labios en una mueca de enojo contenido. Evan sonrió, le gustó que, por primera vez, aquella mujercita le dirigía atención completa.

—Está bien, voy a venderlo —dijo Alba con un aire orgulloso en sus palabras que casi lo hizo reír.

«Con que es muy digna, ¿Eh?» pensó.

Él le entregó el dinero y ella lo tomó, estuvo a punto de irse, cuando Evan tomó su mano y la detuvo, sorprendiéndola.

—Ayer vi a su primo en el casino, parece que perdió mucho dinero, lo vi en problemas, espero que eso no la afecte a usted.

Alba sintió que temblaba, sus mejillas volvieron a enrojecer, solo quería alejarse.

—Estamos bien.

Ella soltó su agarre, y salió tan rápido como pudo, pero Evan no dejó de mirarla hasta perderla de su visión.

Al llegar a casa, Alba subió a su habitación, ocultándose de Antonella. Marisa estaba ahí, cuando la vio entrar, limpió sus lágrimas, pero Alba la descubrió.

—¿Nana? ¿Por qué lloras?

—¿Por qué no me lo dijiste, Alba? ¡Qué te quieren obligar a casar con ese malnacido hombre!

Alba hundió la mirada.

—¡Debes irte, mi niña! Huye de todo esto, yo tengo un poco de dinero, no es mucho.

Alba acunó su rostro y la miró bien.

—Nana, nunca me iré sin ti, ¡Nunca! Eres todo lo que tengo.

Marisa la abrazó.

—¿Qué haremos? —exclamó desesperada

—Conseguiré dinero, mira, conseguí algo, pronto tendré para nuestros pasajes, nos iremos al campo, o a donde sea, pero lejos de aquí.

—¡No irás a ningún lado!

Antonella abrió la puerta, sorprendiéndola, su tío Francisco entró también.

—¡Dame ese dinero, ahora mismo, Alba! —exclamó

Ella lo tomó con fuerzas. Pero su tío forcejeó con ella, no pudo hacer nada, le quitó el dinero.

—¿Quién te crees para tener dinero, Alba? ¡Me debes todo lo que eres y más! —gritó Francisco

Ella le miró con odio y con los ojos cubiertos de llanto.

—¡Usted se gastó todo el dinero de mi padre! ¿Aún se atreve a decir que yo le debo algo? —exclamó con la rabia en su voz.

Marisa miró con miedo, deseó que Alba se quedara callada. Francisco la miró con rabia, levantó la mano, iba a golpearla, pero fue Marisa quien se atravesó para recibir el golpe.

Alba gritó.

—¡Te casarás con Pedro Blanco! Así que, a partir de ahora, ¡hazte a la idea! Te venderé y sacaré provecho por todo lo que gasté en ti.

Alba abrazó a Marisa, miró su mejilla lastimada, lloró por ella.

—Estoy bien, mi niña, no te preocupes.

—Te juro que un día, ellos pagarán por todo lo malo que nos han hecho, lo que me han hecho a mí, lo pagarán con su sangre —exclamó llena de rabia

—No tengas odio en el corazón, Alba, sé fuerte, mantente digna.

—Nana, no podemos rendirnos, debemos escapar, ¡Por favor!

—Sí, mi niña, pero será difícil.

—Mañana iré a vender el anillo de mamá.

—¿Estás segura? Amas ese anillo, es ya lo único que te queda de tu madre.

Alba sintió una lágrima recorrer su rostro.

—Estoy segura, nana.

Al día siguiente, Alba y Marisa lograron salir de casa, ella llevaba ese anillo, sin embargo, antes de ir al banco se detuvieron en la iglesia.

—Iré a rezar, nana, ¿Entras conmigo?

—No, ya sabes que no me gusta mucho.

Alba sonrió, y entró. Marisa se quedó ahí, cuando un hombre se acercó a ella.

—Buenos días.

—Buen día, caballero —dijo la mujer, notando que ese hombre parecía un tipo elegante.

—¿Está buscando trabajo? —preguntó el hombre, la mujer se sorprendió

—Mi señor, ya trabajo en la casa de los señores Bertolli.  

—Entiendo. La joven que estaba con usted, ¿Es una Bertolli? —preguntó con intriga, la mujer se mostró confusa.

—Sí, es Alba Bertolli era la hija del señor Calixto Bertolli, por desgracia murió hace diez años.

—¡Qué triste! Pobre Alba.

—Sí, mi pobre niña sufre mucho, ha tenido una vida desgraciada y no lo merece, es muy buena.

Evan estaba compasivo.

—¿Por qué no me cuenta? —la mujer se mostró suspicaz, Evan sonrió y le ofreció algo de dinero. La mujer estaba desconcertada, no podría vender a Alba por dinero, luego miró a ese hombre de pies a cabeza, parecía un caballero, no tan viejo como Pedro Blanco, era atractivo, maduro, y parecía tener algo de dinero, pensó con claridad, después de todo, cualquier tipo valía más que ese desgraciado maltratador, pensó que era una señal del destino y habló.

Evan estaba frustrado con lo que Marisa le contó, era tan doloroso saber la trágica vida de esa pobre chica.

«Nunca pensé que sufriera tanto, ¡Pobre Alba!»

Escuchó que tocaron la puerta y la vio a través del cristal, no pudo evitar sonreír, ella tenía un efecto sobre él, haciéndolo sentir como un adolescente emocionado, abrió la puerta, la dejó entrar.

Ella tomó asiento frente a él.

—Quería vender este anillo.

Evan lo miró, de nuevo supo que no tenía mucho valor, pero esta vez se encargó de ofrecer más dinero de lo esperado, incluso ella se negó, argumentando que quería pedir menos, porque quería recuperar el anillo.

—Cuando quieras, aquí tengo tus objetos, los cuidaré por ti, así que no te preocupes por ellos —dijo él, la joven alzó el rostro, tenía el ceño fruncido, con una mueca de conmoción, sus ojos brillaron como si fuera a llorar, tragó saliva, bajó la mirada. Alba sintió su corazón palpitar, nadie era tan amable con ella, no sabía si agradecer, o si ese hombre se burlaba, su mente estaba confusa

—¿Por qué? —atinó a decir, esta vez fue el turno de Evan de sorprenderse

—«No conseguirás conmover otros corazones, si del corazón nada te sale» —dijo con orgullo, la joven arrugó la frente

—Esa frase no es suya, ya la he escuchado antes —dijo preocupada, Evan sonrió.

—«Fausto de Goethe». Parece que también te gusta leerlo.

—No —dijo moviendo con su cabeza—. Mi padre leía ese libro, y esa frase la dijo alguna vez —la mente de Alba revivió aquellos recuerdos

Evan sonrió, supo por su gesto que la joven no estaba prestando atención.

Luego le dio el dinero y se marchó. Evan sintió una victoria en su interior, creía haberla impresionado, por lo menos pudo demostrar que era culto. Y eso le gustó.

«Alba de mi corazón» pensó. Raúl estaba contemplándolo

—¿Evan?

—No te había visto, ¿Desde cuando estás ahí?

—Aquí estoy desde la salida de esa niña, y estaba viendo por la ventana desde que ella entró —dijo Raúl, Evan lo miró confundido

—¿Por qué?

—Porque, Evan, estás regalando dinero a una jovencita, ¿Qué es lo que sucede?

Evan lo miró con ojos empequeñecidos de rabia

—¡Yo no tengo que darte explicaciones! Primero porque no es cierto, y segundo, porque si así fuera, es mi dinero, y puedo hacer con él lo que me venga en gana —Evan no dio pie a réplica, salió enfurecido

Raúl cedió el paso, se quedó molesto, ofendido. Su mente no paraba de pensar, sintió rabia, creyó que era injusto, creía en los chismes del pueblo, aquellos que decían que él era hijo bastardo del padre de Evan, porque esté fue amante de su madre, pero nunca fue reconocido.

«Me darás algo de tu fortuna, Evan, no permitiré que una mujerzuela ambiciosa venga y me robe lo que también debe ser mío» pensó con rabia y frustración.

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