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Capítulo 5: Vendida y comprada

Alba salió con el dinero, se lo dio a Marisa.

—Debo ir a un encargo, por favor, ve a casa, volveré más tarde.

Marisa la miró incrédula.

—¡No! Mi niña, si anda sola por ahí, su tía me mata.

—¡Obedece, nana! Por favor.

Marisa respiró y asintió. Luego la vio partir.

Alba caminó hasta el cuartel, fue difícil que pudiera entrar, pero ella conocía a algunos miembros, Rhys era un cadete, estaba por volver al frente en la guerra del Mediterráneo contra Catalia. Ella nunca quiso que volviera a la guerra, ahora quería verlo, solo una vez más, convencerse de que ya no la amaba, que no le importaba.

Un joven se acercó a ella.

—¡Alba! Estás aquí por la noticia.

Ella se quedó perpleja.

—¿Noticia? ¿De qué hablas?

El joven comprendió su ignorancia, y lamentó ser él quien diría esa mala noticia.

—Quiero ver a Rhys, por favor, dile que estoy aquí.

Ella sabía que Rhys amaba el ejército, habían peleado porque él desertara, ella temía que algo malo le sucediera, pero Rhys nunca la obedeció.

—Lo siento mucho, Alba, ayer nos dieron la noticia, Rhys y otros chicos fueron en un convoy rumbo a la frontera, fueron alcanzados por una bomba, Rhys no sobrevivió.

Ella negó asustada, lágrimas calientes rodaron por sus ojos, sintió que tenía un hueco en el estómago, un dolor golpeando su corazón.

El hombre fue llamado, y tuvo que dejarla, disculpándose.

Alba sentía que no podía más, tal vez Rhys le rompió el corazón con su desamor, pero, ella no podía creer que ahora ya nunca más volvería a verlo, que estuviera muerto.

«Nunca más lo veré en esta tierra», pensó sollozando.

Caminó de vuelta a casa, una lluvia comenzó a caer, empapó su cuerpo, aún no era de noche, zigzagueó, sintió que ya habái perdido el rumbo.

De pronto, escuchó un auto pasar a su lado, se detuvo y escuchó una voz.

—¡Alba!

Esa voz le era familiar, cuando se giró, era él.

Evan no pudo creer que era ella, hasta que se detuvo.

—Alba, ¿Estás bien? —dijo al ver su rostro tan pálido.

Ella sollozó, él se acercó, de pronto sintió como ella se abrazó a su cuerpo, no pudo evitarlo, la sostuvo con todas sus fuerzas, escuchó su llanto.

La lluvia ligera refrescaba sus cuerpos.

El corazón de Evan se sintió pequeño, enternecido por ella. La abrazó a su pecho.

—Tranquila, estarás bien, estoy aquí —acunó su rostro para verla, estaban tan cerca.

Se miraron fijamente, él deseaba besarla, fue un impulso de su instinto, besó sus labios, en un ligero roce, sublime, estremeció el cuerpo de Evan, nunca se sintió de esa forma, como si por fin perteneciera a un lugar en el mundo.

Detuvo el beso, y Alba se desvaneció, era la segunda vez que ella caía en sus brazos.

—¿Acaso es una señal de que eres mía, Alba?

Evan llevó a Alba hasta su casa, se había informado a discreción de donde vivía, y de todo sobre ella.

Cuando llegaron ella despertó.

—¡¿Qué me pasó?! —exclamó, parecía estar en pánico.

—Tranquila, Alba, te encontré a medio camino, te veías tan mal, te traje a casa.

Ella miró y asintió.

—Gracias… —se sintió como una tonta cuando no recordó su nombre.

—Evan —dijo él recordándoselo, y de pronto, en ese instante, supo, con decepción, que él no era nada para ella.

—Gracias, Evan, por salvarme por segunda vez.

Sus palabras fueron como un aliciente en su pecho, ella no podía saberlo.

Bajaron del auto y él la acompañó, entraron a casa, pero, apenas entró, Francisco la sujetó de los cabellos, gritando y lastimándola.

—¡Déjala! —gritó Evan enfurecido, el hombre se detuvo

—¡¿Y tú quién eres?! —exclamó Francisco rabioso

—Evan Santori, soy el dueño del banco Santori.

El hombre palideció, y titubeó.

—Bienvenido, señor, lamento esto, estamos en un problema familiar.

—Sí, pero, no puedo permitir que lastime a su sobrina.

—No sucede nada, es que tengo a una sobrina muy rebelde —dijo Francisco mirándola—. Ve a tu habitación, Alba.

Ella hundió la mirada, subió de prisa.

—Lo siento, esto no volverá a repetirse.

Evan no creyó en el hombre, pero supo que no podía hacer más.

Se despidió y salió de ahí, irse le pesaba, angustiado por Alba.

Marisa corrió tras él, deteniéndolo al instante.

—¡Mi señor!

Se detuvo al mirarla tan desesperada.

—Marisa, dígame.

—¡Por favor, se lo suplico! —la mujer se arrodilló ante él. Evan la miró incrédulo—. ¡Salve a mi niña Alba!

—¿Qué…? ¡¿Qué es lo que pasa con ella?!

—Mi niña será vendida a un miserable hombre maltratador de mujeres, la obligarán a casarse, ¡Tenga piedad de ella!

Evan ayudó a la mujer a erguirse.

—¿Cuándo? ¿Cómo? —exclamó desesperado

—Mañana la llevarán al registro civil, por favor, ¡Ayúdela! Yo sé que ella no le es indiferente, ella será una buena esposa, ¡por favor, cásese con ella!

Los ojos de Evan se abrieron enormes, ¿Cuántas veces esa idea no pasó por su mente? Era como una fantasía efímera, pero ahora, esa mujer la volvía realidad en su mente.

—Pero, ella no me ama…

—¡Lo amará, usted será su salvador! ¿Cómo no podría amarlo? ¡Lo amará en cuánto lo conozca!

Alba se miró frente al espejo, recordó que Rhys Norman, su amor, estaba muerto. Sintió que algo en su interior también estaba muerto, no se reconocía.

Bajó la escalera, estaba decidida, iría al despacho de su tío, le diría cosas horribles, todo lo que calló, buscaba que la golpeara, incluso hasta la muerte, ya nada le importaba. Pensó que cualquier cosa era mejor que su oscuro destino.

Pero, al llegar al filo de la puerta entreabierta, escuchó esa voz y vio a ese hombre de pie, frente a su tío.

—¿Está sugiriendo que yo estoy vendiendo a mi propia sobrina?

—Conmigo no finja sus escrúpulos, ambos sabemos que el dinero es lo único que le importa.

—¿Qué es lo que quiere?

—Póngale un precio —dijo Evan con voz severa y fría.

—La venderé por mucho dinero, comprenderá que no puedo perder este buen negocio —aseveró perverso.

Evan sintió asco de él.

—¡Ponga el precio! ¡Yo compraré a Alba! La compraré como mi esposa, no me importa cuánto dinero sea, lo pagaré —sentenció.

Alba escuchó esas palabras, sintió miedo de saber que sería la esposa comprada de ese millonario.

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