—Hemos terminado, Alba, he dicho que ya no te quiero —sentenció Rhys con soberbia, tenía la barbilla altiva y los ojos severos.
Alba tenía los ojos llenos de lágrimas, eso debía ser una broma, él no podía terminar con su amor.
—Pero, ¿Qué dices, Rhys? ¡No puedes dejarme!
—¡Ahora mismo lo estoy haciendo! —exclamó
—¿Por qué? Merezco una explicación por todo el tiempo que te he amado —sentenció,
Rhys miró sus ojos con firmeza.
—Porque… he conocido a otra mujer y me enamoré de ella con locura, te dejé de amar solo con verla —dijo con un titubeo en su voz.
Los ojos de Alba se abrieron tan grandes y una decepción se formó en su rostro, Rhys supo que le rompió el corazón.
—¡Te odio, Rhys! Juro que ya no te quiero, ni hoy, ni nunca —sollozó furiosa y se fue corriendo, él bajó la mirada, cuando la alzó para verla su figura se alejaba entre los campos verdes, mientras sus ojos se empañaban entre sus propias lágrimas.
Alba corría de prisa, con el dolor en su corazón, corría como si fuera perseguida, no podía creer que Rhys Norman el chico que amaba desde hace un año, con el que soñó casarse, la hubiese abandonado, ella sólo tenía veintiún años, pero se ilusionó al imaginar ser su esposa, ni siquiera miró al cruzar la carretera, hasta que el auto lujoso que venía en camino se detuvo abrupto con un chirrido en las llantas, iba a arrollarla, y ella solo atinó a cerrar sus ojos, con un pánico atroz, sintió un ligero golpe en la espalda.
—¡Niña! ¡¿Qué crees que haces?! —exclamó esa voz gruesa y masculina, cuando ella abrió los ojos por fin pudo verlo, era un hombre muy alto, con los cabellos azabache, y unos ojos grandes y celestes—. ¿Qué miras? —exclamó al sentir su escrutinio, ella solo balbuceó palabras sin sentido.
—Yo...
—Mira lo que has hecho, si no hubiese frenado, esto sería una ¡Tragedia! ¿Qué sucede contigo? —exclamó con furia
Ella sintió que temblaba, ese hombre era alguien feroz, intimidante, se sintió muy pequeña ante él, se sintió enferma, casi mareada, él tocó su brazo y ella no resistió.
—Rhys... —dijo con voz débil
—¿Qué dices? —exclamó—. Dime tu nombre, ahora mismo —sentenció
—Soy... soy Alba... —dijo con voz débil y de pronto cayó en sus brazos desvanecida.
Aquel hombre la cargó como si fuera un bebé, y la subió al auto, llevándola con él.
Durante todo el camino que Alba estaba inconsciente, balbuceaba el nombre de Rhys, mientras la mirada del hombre se posaba en ella.
Pronto llegaron a una casa en el centro de la ciudad. Cuando la empleada observó llegar a su jefe, se puso pálida, conocía de sobra su severidad, pero sus ojos se abrieron enormes cuando observó que traía entre sus brazos a una dama, ella se apuró a abrir la puerta y permitir que entrara.
—Señor, ¿Necesita algo?
—Quiero paños y agua tibia, agua fresca —dijo y su voz fue una orden absoluta, ella sabía que una orden de Evan Santori se seguía inmediatamente.
Evan recostó a la joven y la observó, era muy hermosa, su piel era suave como el toque de seda, y recordaba el color de sus ojos parecido a rayos de sol, la empleada le dio las cosas solicitadas, él se alejó, evitando ser visto, se apuró a colocar un paño tibio en la frente.
Luego se recargó contra la pared y la observó, con la mirada gélida.
—Alba, pequeña traviesa, casi te atropello —dijo con un susurro, al recordar su nombre.
Evan Santori observó por su ventana, ya llegaba el atardecer.
De pronto, Alba abrió los ojos, y él se acercó, por un instante ella no supo en dónde estaba, miró alrededor y entonces, el ocaso llegó, la habitación se volvió penumbras, ella se irguió y ante sus ojos solo vio una figura alta, que no reconoció, soltó un grito.
—¡Socorro! —Alba se lanzó contra Evan, manoteando con fuerza, pero él tomó sus manos, y la dejó inmovilizada.
—Calma, Alba, ¿Qué haces?
—¿Quién es usted? ¿Qué hago aquí?
—Te desmayaste, te he traído aquí...
—¡Me ha secuestrado! —gritó exaltada
—¡No! Solo he querido curarte.
—¿Y con qué derecho me trajo a su casa y no a un hospital?
Evan la miró severo, no tenía una respuesta clara a su pregunta, pero tampoco se la iba dar, la soltó con desdén.
—Mira, niña, deberías estar agradecida, otro en mi lugar te deja en medio del camino, sin importar nada.
—Gracias, que, considerado, salvarme y traerme hasta su lecho, es demasiado generoso —espetó furiosa.
Él sonrió de una forma que le pareció irónica, pensó que era peculiar, y Alba se enfureció más, ella siempre fue una sumisa con alma rebelde, pero debía callar en casa, ahora ahí no era su casa, y se sentía liberada.
Ella intentó salir, pero sintió la mano del hombre tomar su brazo, ella lo miró extrañada.
—¿Qué pasa?
—¿A dónde crees que vas?
—Pues, me voy.
—¿A dónde? —recriminó con ojos severos
—¡Me voy a casa!
—De ninguna manera —dijo con firmeza—. De aquí no te vas, hasta que alguien de tu familia venga por ti.
—¡¿Qué ha dicho?! Pero, ¿Quién se cree que es usted? ¿Acaso es la ley y justicia?
Él volvió a sonreír de esa forma que ella ya detestaba, luego la hizo caminar unos pasos atrás al sentir su imponente presencia.
—No soy ley y justicia, pero puedes llamarme Evan Santori.
Esa voz era tan gruesa, y tenía un efecto raro en ella que nunca sintió, él tendió su mano, como si fuera a presentarse, y ella se encogió de hombros dejándolo con la mano estirada, una sonrisa por fin clara se enmarcó en su rostro. Evan dio la vuelta, salió de la habitación dejándola atónita, ella corrió a salir de ahí, pero encontró la puerta cerrada con llave, estaba perpleja, gritó con fuerza, pero nadie le hizo caso.
Evan estaba sentado sobre su escritorio en su despacho, esa casa era suya, pero no era su domicilio permanente, bebió un trago de licor, y escuchó aún el grito de la chica.Una sonrisa se formó en la comisura de sus labios.«¿Así que no se cansará de gritar?» sonrió malicioso, sabiendo que debía estar asustada, se preguntó por lo que hacía, y cuando sintió que recuperaba la conciencia, fue de nuevo a la habitación.Había que reconocer que Evan Santori era muy orgulloso, y egocentrista, odiaba los agravios a su persona, perdonar no le era nada fácil.Cuando abrió la puerta, la chica estaba furiosa, se lanzó contra él, casi intentó arañarlo, pero su fuerza la superó, él tomó sus manos, poniéndolas contra su espalda, mientras su cuerpo se pegó al de él, pudo ver su rápida respiración, Alba vio su rostro en todo su esplendor; tenía ojos grandes y celestes, sus labios eran gruesos, y una quijada cuadrada, barba espesa, oscura como sus cabellos, era un hombre atractivo, sí, debía reconocerl
—¡Madre, tienes que ayudarme, por favor! ¡te lo suplico! ¡van a matarme! —chilló Román a su madre, en cuánto llegó a casa. Antonella escuchaba los ruegos de Román, mirándolo con rabia, con frustración, pero sobre todo con temor. —¡Cállate! Si despiertas a tu padre, nos matará a los dos, algo se me ocurrirá, ¿Cuánto dinero es? —Cincuenta mil euros. Antonella casi se desmayaba, era demasiado dinero para una simple apuesta. —¡Eres un imbécil! Mira lo que has hecho. —Mami, ¡Por favor, sálvame! Antonella sintió el abrazo de su hijo, y se conmovió, sabía que debía ayudarlo, lo haría porque si algo malo le llegaba a suceder, no lo podría soportar. —Llamaré al señor Sáenz, él podrá prestarnos el dinero. —¿Y cómo se lo pagaremos? La mujer pensó. —Alba, ya va siendo hora de que esa carga rinda algo de frutos, la hemos criado estos años, ahora solo es un peso para nosotros, será mejor que ella nos sirva para librar deudas. —¿Qué harás, madre? —exclamó Román, confuso. —Se casará con
—Yo… no sabía que usted trabajaba aquí. Evan frunció el ceño confuso. «¿Ella cree que soy solo un empleado? Bueno, veamos cómo actúa si soy un simple empleado», pensó, estaba ansioso por conocer un poco más de ella, su mirada lo delataba, ella le gustaba, pero Alba tan ensimismada, ni siquiera podía notarlo. —Sí, aquí trabajo, y bien, ¿Qué te trae por aquí? ¿Acaso viniste a agradecerme? La mirada de la chica de pronto se endureció, sonrió al notarlo. —He venido a vender esto. Ella abrió su mano y puso sobre la mesa esos objetos. Evan arrugó el ceño, pero cambió su gesto, no quería dar a notar nada que pudiera ofenderla, porque a simple vista notó que eran solo unas baratijas, no era algo que el banco Santori pudiera comprar. Aunque eran de oro, no eran nada importantes, y a lo mucho podría valer menos de cien euros. Evan titubeó, sin que ella pudiera darse cuenta, ofreció una cantidad al aire, no era tan despreciable, menos para los objetos que la chica traía, sin embargo, la v
Alba salió con el dinero, se lo dio a Marisa. —Debo ir a un encargo, por favor, ve a casa, volveré más tarde. Marisa la miró incrédula. —¡No! Mi niña, si anda sola por ahí, su tía me mata. —¡Obedece, nana! Por favor. Marisa respiró y asintió. Luego la vio partir. Alba caminó hasta el cuartel, fue difícil que pudiera entrar, pero ella conocía a algunos miembros, Rhys era un cadete, estaba por volver al frente en la guerra del Mediterráneo contra Catalia. Ella nunca quiso que volviera a la guerra, ahora quería verlo, solo una vez más, convencerse de que ya no la amaba, que no le importaba. Un joven se acercó a ella. —¡Alba! Estás aquí por la noticia. Ella se quedó perpleja. —¿Noticia? ¿De qué hablas? El joven comprendió su ignorancia, y lamentó ser él quien diría esa mala noticia. —Quiero ver a Rhys, por favor, dile que estoy aquí. Ella sabía que Rhys amaba el ejército, habían peleado porque él desertara, ella temía que algo malo le sucediera, pero Rhys nunca la obedeció.
Alba retrocedió, sintió que un nudo apretaba su garganta. —Quiero dos millones de euros, es mucho dinero, ¿Estará dispuesto a pagar tanto por Alba? Evan se levantó y lo miró —Yo estoy dispuesto a pagarlo por Alba. Ni en sus sueños más salvajes, Francisco, creyó que su sobrina valdría tanto, ahora supo que pudo pedir más. Alba dio la vuelta, sentía que temblaba, lágrimas corrían por su rostro. «¡Soy una mujer! ¡Soy un ser humano! ¿Comprarme? ¡Maldito! Yo no soy un animal o un objeto que comprar» —¡Mi niña! —exclamó Marisa al verla en el jardín sollozando. —Esta vida es un infierno, la odio. —No digas eso, por favor, Alba. —¡Rhys ha muerto! Marisa se quedó perpleja, sus ojos se abrieron enormes, luego se llenaron de lágrimas. —¡Dios mío! —la abrazó. —Murió en la guerra, ¡Me dejó sola! Y, además, ese hombre, ese maldito loco vino a comprarme, me quiere como su esposa, ¡Solo por ser millonario me comprará como si fuera un objeto! ¡Quisiera estar muerta antes que ser su esposa!
Alba entró a la casa, su tía tomó su mano con fuerzas, ella miró su rostro. —¿Así que te casas con un millonario? ¡Por lo visto eras una falsa mosquita muerta! En realidad, eras una trepadora. ¿Y el noviecito que tanto decías amar? Alba se liberó de su agarre, que le recordara Rhys dolía en su corazón. —¡Cállese! ¡No hable de él! ¡Él está muerto! Antonella la miró impactada. —Mira que ventajoso, muere y caes en las manos del hombre más rico de la ciudad, miserable arribista. ¡No te lo creo! —¡Cállate! —gritó Alba con rabia La mujer golpeó su rostro, Alba sollozó. —¡Aún vives en mi techo, rebelde! Y mientras así sea, seguirás respetándome. Alba se levantó, la miró con odio y se fue. Francisco detuvo a su mujer cuando iba tras Alba. —¡Déjala! ¿Acaso no dije que debíamos llevarnos bien con Alba y su marido? Si ella le habla mal de nosotros a ese hombre, en un futuro, podría no ayudarnos en nada. —¿Acaso no la compró por una gran fortuna? —¿Crees que dos millones de euros serv
Llamaron a la puerta, y Marisa abrió, suspiró aliviada al ver a ese hombre llegar.—Hola, Marisa, ¿Cómo está?—Bienvenido señor Evan, estoy feliz de verlo aquí. Adelante.—Le presento a mi primo Raúl. Ella es la nana de mi prometida.—Un placer —dijo Raúl, pero Marisa pudo ver su mirada altiva, algo vio en ese hombre, algo que no era positivo.Pronto apareció Francisco Bertolli, saludándolos con gran familiaridad, también apareció Román.—¡Bienvenido, cuñado! Bueno, ya que, para mí, Alba es mi hermana, tú serás mi cuñado.Evan sonrió, pero con falsedad, él no creía que considerara a Alba una hermana, menos sabiendo el tormento que la hacían pasar.Antonella apareció y les indicó que la cena estaba lista.Fueron al comedor, y Alba estaba ahí, ayudando a poner la mesa, ella no quería mirar a ese hombre, sintió que era demasiado para su corazón verlo, sobre todo cuando no dejaba de pensar en Rhys. Alba se sentía como atrapada por un mundo irreal, donde todo le salía mal.—Siéntate, Alba,
Alba se alejó al instante, Evan esbozó una sonrisa tierna, pensó que se debía su timidez. —Ya me voy, pero mañana volveré para verte, te extrañaré, duerme tranquila. Él tocó su mejilla con sus dedos, en una suave caricia, apenas lo hizo, un rubor cubrió las mejillas de Alba, él se alejó, lo vio irse. Cuando se giró a mirar por el portón vio a ese hombre asqueroso, era Pedro Blanco, que le lanzaba besos desde otra esquina de la calle. Alba sintió desprecio solo de verlo, lo odió, era su culpa, y de Antonella y Francisco, todos ellos la querían casar a fuerza con un hombre que ella no conocía, ni amaba, y que ahora la besaba. Corrió adentro, hasta su habitación, su corazón dolía, pensando en que nunca sería la misma. Se miró al espejo, tocó sus labios, recordó esos besos. ¿Por qué la había besado? Pensó en Rhys, sus besos dulces y tiernos, siempre tan bueno: «¿Por qué me dejaste con tanta crueldad? No parecías tú mismo, Rhys, ¿Cuándo apareció esa mujer? ¿Antes de que fueras al fre