Sus palabras enfurecieron a Leandro una vez más. Su rostro palideció. Estiró la mano para alcanzar a Julieta y estrangular su cuello.—¡Julieta, no te atrevas a decir eso otra vez!La cara de Julieta enrojeció por el estrangulamiento. Le costaba respirar y el sabor ferroso de la sangre mezclándose en su garganta le daba ganas de vomitar.—¡Leandro, suéltala!Ismael levantó la mano y le dio un puñetazo a Leandro, lo que lo obligó a soltarla. Ismael sujetó a Julieta, que estaba débil y colgaba solo de un aliento.—¿Quieres matarla? No sabes que ella…Julieta no lo dejó terminar. De repente tiró de su camisa y movió la cabeza hacia él, indicando que dejara de hablar.Entonces, usando una voz que solo Ismael podía oír, le suplicó: —Vámonos…Ella solo quería salir de ahí, de ese lugar que le estaba impidiendo respirar bien.Realmente no tenía fuerzas para discutir con Leandro, estaba muy cansada…Julieta no duró lo suficiente como para salir de la Península antes de desmayarse. Sus ojos se
Después de preguntar, Ismael se quedó paralizado. ¿Cómo podía haber hecho semejante pregunta? Acababa de decirle que no le importaban en absoluto sus asuntos personales…—En realidad, señor Soto, iba a pedirle que me ayudara a redactar los papeles del divorcio.—¿Ahora?Ismael se puso nervioso, aunque aparentemente no había una razón para ello. Incluso albergaba en su corazón una pequeña esperanza de que Julieta y Leandro se divorciaran.Julieta resopló.—Solía pensar que ya que tres personas estamos tan cansadas de llevarnos bien, lo mejor es que nos devolviéramos la libertad. Ya vio cómo están las cosas. Leandro no quiere darme mi libertad, pero tampoco quiere vivir bien conmigo.»Pero Dalila sí quiere que me divorcie. No quiero cumplir sus esperanzas ahora y, de todos modos, podría morir en cualquier momento. Lo mejor sería que la haga sentir incómoda hasta que me muera.Cuando terminó de hablar giró la cabeza para mirar a Ismael, apretando los labios.—Tercera rueda, voy a dejar qu
De pie junto a la ventana, Leandro estaba de espaldas a la puerta, con una mano en el bolsillo. Aunque no se podía ver su expresión, sentía el escalofrío que emanaba de él.Julieta palmeó ligeramente a Ismael y le hizo señas para que la dejara en el suelo. Se paró apoyándose en la puerta y después de respirar hondo, gritó: —Leandro ¿qué más quieres saber? —Su voz temblaba; tenía miedo.Ismael estaba un poco triste sin motivo. Seguramente le había pasado muchas veces.Al oírla, Leandro se dio vuelta y la miró fríamente con sus ojos profundos. La mueca en sus labios era evidentemente de desprecio.—Julieta, pensé que serías más obediente al tener una herida tan grave, pero me decepcionas.Tomada del brazo de Ismael, Julieta entró cojeando.Vio a Leandro caminar hacia ella y no pudo evitar contener la respiración esperando su "castigo". Después de unos instantes, en lugar de que la mano del hombre fuera tras de ella, tiró de Ismael hacia un lado y lo sacó de la habitación del hospital.J
Leandro no se detuvo. Abrió la puerta y salió.¿Julieta se estaba muriendo? ¿Quién lo creería? ¿No había tenido solamente una neumonía? ¿La neumonía podría matarla?Ahora su fiebre había desaparecido, estaba llena de energía e incluso tenía fuerzas para seducir a Ismael. ¿Y se iba a morir?¿¡Quién lo iba a creer!?Leandro estaba furioso cuando irrumpió en la sala. Se encontró a Julieta sentada en la cama, esperando intranquila su llegada.Levantó la vista y miró a Leandro con cierta alarma. —Leandro, no pasó nada entre el señor Soto y yo, esa es la verdad.Aunque sabía que era inútil, se tomó la molestia de volver a explicarlo.—Ja, ¿no pasó nada? ¿Entonces qué estaban haciendo en la Península a mitad de la noche? ¿No me digas que es para buscar a alguien?Leandro se acercó a Julieta a zancadas, pellizcó con fuerza su delicada mandíbula y se mofó: —¡Ya comprobé la vigilancia y hoy no ha ido nadie a la Península!Era imposible, cómo podía ser…Pero Julieta reaccionó rápidamente. Dalil
La mano de Leandro se detuvo y sus ojos obsidiana miraron fríamente a Julieta. Ella no pudo evitar soltar un suspiro frío.Todo había terminado, Leandro estaba enojado.Cerró los ojos y apretó el cuello mientras se protegía instintivamente la cabeza con las manos. Esperó mucho tiempo. Sin embargo, Leandro no hizo nada.Abrió los ojos con cautela y miró a través del hueco de sus manos; la figura oscura que estaba delante de ella había desaparecido.Bajó las manos y miró alrededor de la habitación. Sorprendentemente, Leandro ya no estaba ahí.Julieta no lo podía creer. Primero humilló a Dalila, que luego la demandó falseando los hechos; después hizo enojar a Leandro y finalmente lo abofeteó y lo maldijo, ¿y él se fue sin decir una palabra?¿Cómo era posible?Antes de eso, él había sido muy malo con ella y aunque estaba cubierta de moratones, no le había mostrado la más mínima piedad en el pasado.¿Podría ser que, el que ella lo hubiera regañado, sirvió para aclarar su mente?Bajando las
Ismael sacó un teléfono móvil y se lo entregó. —Cuando volví de comprar anoche, estabas dormida, por lo que me encargué de recoger tu teléfono. El tuyo no estaba roto, pero ya no funcionaba tan bien, así que te compré uno nuevo y te transferí todos los mensajes.Lo dijo despreocupadamente, pero en el fondo de su mente temía que ella pensara que no tenía sentido de los límites, así que levantaba los ojos para mirarla de vez en cuando.Sin embargo, Julieta solo se quedó un poco inmóvil.Casi nadie se había preocupado por ella de esta manera desde que Leandro había cambiado y Ramón había muerto. Especialmente cuando la preocupación era tan gentil y sutil como la de Ismael. Por alguna razón, ella se sentía cómoda con él.Al ver a Julieta congelada en su lugar, Ismael pensó que era porque le preocupaba que su propia intimidad quedara expuesta y se apresuró a explicarle:—No te preocupes, no leí nada del contenido.—No, no estaba pensando en eso. Estaba… quería darte las gracias.—Por ciert
Julieta se incorporó de la cama, con los ojos hundidos, mientras gritaba: —¡Dalila, no hagas nada!Desde el otro lado del teléfono se escuchó la engreída voz de Dalila.—Julieta, sé que llevas dos días buscando a don Camilo y, la verdad, me sorprende que hayas llamado a la policía. Te voy a dar esta única oportunidad. Si fallas, ¡solo podrás recoger su cadáver!Julieta apretó los dientes y trató de calmarse.—Está bien, dilo ya.—Nos vemos en Villa del Oeste a las siete de la tarde —luego Dalila se mofó y enfatizó—: Julieta, tienes que venir sola. Si te atreves a llamar a la policía o a Ismael, te garantizo que no lo verás con vida.Después de colgar el teléfono, Julieta dejó caer su mano derecha con impotencia.Conocía los riesgos.Pero no podía ver morir a don Camilo. Tenía que ir, aunque supiera que el otro lado traía malas intenciones.A las seis, al final de la última ronda de la tarde, Julieta sacó la ropa que le había prestado la enfermera, corrió al baño y se cambió. Luego se
—¡Don Camilo! ¡Está herido! Rápido, déjeme ayudarle a levantarse.Sin embargo, Julieta ya estaba malherida y no se había curado, además de que estaba débil por la falta de sangre. No podía ayudar en nada a don Camilo.Poniendo su mano sobre el pecho de don Camilo, se sentía tan angustiada que estaba a punto de llorar.¡No podía pasarle nada a don Camilo! ¡No le podía pasar absolutamente nada!Sacó su celular y llamó al 911 pero no había señal alguna. Se levantó y trató de ir por señal cuando don Camilo le jaló la mano.—Señorita, cuidado con Dalila…Julieta lloró y asintió:—¡Ya lo sé, ya lo sé, don Camilo, no diga una palabra! ¡Conseguiré a alguien que te salve!—La carta del señor decía que la señora… no murió en un accidente…Mamá no había muerto en un accidente, lo que significaba que Dalila dijo la verdad. ¡Mamá fue asesinada por ella!—¿Entonces papá no se suicidó tampoco?Don Camilo frunció el ceño y negó con la cabeza. —No. El señor sí se suicidó, pero… fue forzado.¿Forzado?