Vientos de Cambio

El sol matutino bañaba la pequeña ciudad costera con una luz dorada, y las olas del mar, normalmente implacables, susurraban suavemente contra la orilla. Elena, como todos los días, se dirigía hacia la librería, dejando que el calor del sol acariciara su rostro. El día prometía ser uno de esos raros momentos de calma, una tregua en la rutina de su vida marcada por la soledad y los recuerdos del pasado.

Mientras abría la librería, sus pensamientos viajaban inevitablemente hacia Alejandro. Desde su encuentro en la tienda, había algo en él que la inquietaba. Elena no era una mujer que se dejara impresionar fácilmente, pero Alejandro, con su combinación de carisma y vulnerabilidad, había conseguido derribar algunas de las barreras que ella había construido a su alrededor. Sin embargo, había una sombra que nublaba su creciente afecto: Collete.

El regreso de Collete era como un torbellino en la vida de Elena. La llegada de su antigua amiga, que había pasado los últimos años viajando y viviendo la vida al máximo, sacudió los cimientos de la pequeña rutina que Elena había construido. Collete no solo traía consigo historias de sus aventuras por el mundo, sino también su antiguo encanto y magnetismo, cualidades que Elena temía podrían atraer la atención de Alejandro.

Collete había llegado al pueblo la tarde anterior, su entrada tan dramática como siempre. Traía consigo el aroma de tierras lejanas y un aire de sofisticación que contrastaba fuertemente con la vida sencilla de Elena. No fue una sorpresa para Elena cuando Collete le habló de Alejandro. Ella lo había conocido en el pasado, en un evento social exclusivo en la ciudad, y había quedado impresionada por su éxito y presencia imponente. Para Collete, Alejandro era un trofeo por conquistar, un desafío que la emocionaba.

—Alejandro… Es un hombre fascinante, ¿verdad? —dijo Collete mientras se acomodaba en el sofá de la casa de Elena, tomando un sorbo de vino.

Elena sintió una punzada de celos. Asintió, intentando ocultar la inquietud en su voz.

—Sí, lo es. Pero parece tener una vida muy complicada. No sé si alguien como yo podría encajar en ese mundo.

Collete la miró con una sonrisa, casi condescendiente.

—Elena, no seas tonta. Cualquier hombre se sentiría afortunado de tenerte a su lado. Pero Alejandro… él es especial, diferente. Un hombre como él necesita a una mujer fuerte, capaz de manejar el tipo de vida que lleva.

Elena no respondió. Collete siempre había sido así, directa y sin reservas. Aunque en el fondo sabía que su amiga no tenía malas intenciones, la idea de que Collete estuviera interesada en Alejandro la perturbaba profundamente.

Al día siguiente, la lluvia comenzó a caer inesperadamente, cubriendo la ciudad con un manto gris. La librería de Elena se convirtió en un refugio del mal tiempo, y los pocos clientes que entraban lo hacían para escapar del diluvio. Entre ellos estaba Samuel, quien había desarrollado una rutina de visitas frecuentes desde que conoció a Elena. Aunque Samuel había llegado al pueblo por negocios, encontró en Elena algo que no había esperado: una sensación de paz y normalidad que no había sentido en años.

Samuel había sido un hombre de acción durante toda su vida, moviéndose de un proyecto a otro, de una ciudad a otra, sin detenerse a considerar lo que realmente deseaba. Pero en Elena había descubierto algo diferente. Se sentía atraído por su calma, su serenidad, y por la forma en que su tristeza y fortaleza coexistían en un equilibrio delicado. Cada vez que la veía, Samuel sentía que quería ser el hombre que la sacara de su soledad, que la ayudara a ver el mundo más allá de su dolor.

Pero la presencia de Alejandro complicaba las cosas. Aunque Samuel y Alejandro eran amigos, competidores amistosos en muchos aspectos, ambos sabían que estaban interesados en la misma mujer. Samuel, pragmático como siempre, decidió no dejar que sus sentimientos interfirieran en su amistad, pero no podía ignorar el hecho de que Alejandro también había caído bajo el hechizo de Elena.

Esa tarde, mientras la lluvia arreciaba, Collete decidió ir a visitar a Alejandro. Lo encontró en el café donde él solía refugiarse durante las tormentas. No había sido casualidad que lo encontrara; Collete había planeado cada paso con la precisión de un general en una campaña militar. Su objetivo era claro: Alejandro. Se sentó frente a él con una sonrisa que irradiaba confianza.

—Qué sorpresa verte aquí, Alejandro. No esperaba encontrar a alguien como tú en un lugar tan tranquilo.

Alejandro la observó, con esa mezcla de curiosidad y cautela que siempre reservaba para los desafíos más complejos. Collete era atractiva, sin duda, y su energía era contagiosa. Pero algo en su interior lo mantenía distante, como si hubiera una barrera invisible entre ellos que no podía atravesar. Sus pensamientos, para su sorpresa, volvían una y otra vez a Elena, a su tranquilidad y a la forma en que lo hacía sentir cada vez que la veía.

—El pueblo tiene su encanto —respondió Alejandro, sonriendo ligeramente—. Y he encontrado algunas razones para quedarme más tiempo.

Collete inclinó la cabeza, analizando sus palabras. Sabía que Alejandro no era fácil de conquistar, pero eso solo aumentaba su interés. Al fin y al cabo, ella también jugaba su propio juego, y perder no era una opción.

Mientras la lluvia seguía cayendo, los corazones de estos cuatro personajes se entrelazaban en un juego complejo de emociones y deseos. Elena luchaba con sus sentimientos por Alejandro, temiendo tanto perderlo como abrirse a él. Alejandro, por su parte, se encontraba dividido entre la atracción que sentía por Elena y el encanto persistente de Collete. Samuel, que deseaba proteger a Elena de su propia tristeza, se enfrentaba a la posibilidad de que sus sentimientos no fueran correspondidos. Y Collete, decidida a conquistar a Alejandro, estaba dispuesta a jugar todas sus cartas para conseguir lo que quería.

La tormenta que rugía afuera era solo un reflejo de las tormentas que se gestaban en sus corazones, y ninguno de ellos sabía cómo o cuándo terminaría el juego que acababan de comenzar.

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