Elena despertó al amanecer, cuando los primeros rayos de sol penetraban por las cortinas de su modesta habitación. Había pasado la noche en vela, como tantas otras veces, sumida en sus pensamientos, repasando los recuerdos de un pasado que no lograba dejar atrás. Sus padres, su esposo, todo lo que había perdido se repetía una y otra vez en su mente, como una vieja película que no podía apagar. Cada mañana, al abrir los ojos, sentía el mismo vacío, un hueco en su pecho que se había convertido en una parte más de su ser.
Se levantó con lentitud, arrastrando los pies hasta la cocina. Preparó un café fuerte, el único consuelo que se permitía en esos momentos. Mientras observaba cómo el líquido oscuro llenaba la taza, trató de no pensar demasiado en la monotonía de su vida. Las horas en la librería eran lo único que la mantenía en pie, lo único que la obligaba a salir de casa, a interactuar, aunque fuera mínimamente, con el mundo exterior.
Ese día no era diferente. Se vistió con ropa sencilla, unos vaqueros gastados y una blusa ligera, y se dirigió a la librería. El aire fresco de la mañana la envolvió cuando salió de casa, y por un momento, respiró hondo, tratando de encontrar en esa brisa marina algo que la reconfortara. Pero el sentimiento pasó rápidamente, dejándola con la misma sensación de siempre.
La librería era un pequeño refugio, un lugar tranquilo en una esquina olvidada del pueblo. No muchos clientes pasaban por allí, y eso a Elena le venía bien. Prefería la soledad, la calma que le ofrecía el silencio de los libros apilados en las estanterías. Eran sus únicos amigos, sus confidentes. Entre esas páginas, encontraba una paz que el mundo real le había negado.
Sin embargo, ese día, su rutina se vería interrumpida por una presencia inesperada.
Alejandro había llegado a la ciudad hacía un par de días. Su vida en la ciudad había estado llena de éxitos, logros profesionales y una agitada vida social. Pero últimamente, todo eso lo había empezado a agotar. Había alcanzado todo lo que se había propuesto, pero, en el proceso, había perdido algo de sí mismo. La presión constante, las interminables reuniones, los negocios que nunca dormían… Todo eso lo había hecho sentir vacío.
Necesitaba escapar, encontrar un lugar donde pudiera respirar, donde pudiera desconectar y reflexionar sobre su vida. Y esa pequeña ciudad costera, con sus calles empedradas y su atmósfera tranquila, le había parecido el lugar perfecto para hacerlo.
Aquella mañana, mientras caminaba por el centro del pueblo, se sintió atraído por la pequeña librería. No era un lector ávido, pero algo en el escaparate lo invitó a entrar. Tal vez era la promesa de un rato de calma, o simplemente el hecho de que no tenía nada más que hacer.
Elena estaba reorganizando unos libros cuando escuchó el suave tintineo de la campanilla en la puerta. Alzó la vista, sorprendida de ver a alguien entrar tan temprano. No esperaba a nadie a esa hora, y mucho menos a alguien como él.
Alejandro cruzó la puerta con la seguridad de quien está acostumbrado a moverse por el mundo con confianza. Era alto, bien vestido, con un aire de éxito que parecía contrastar con la simplicidad del lugar. Sus ojos recorrieron la librería, observando los detalles, hasta que finalmente se posaron en Elena.
Por un momento, sus miradas se encontraron, y ambos sintieron una ligera incomodidad. Elena no estaba acostumbrada a recibir miradas directas, y menos aún de alguien como él. Alejandro, por su parte, se sorprendió al encontrar a una mujer cuya expresión reflejaba tanta tristeza y al mismo tiempo, tanta fortaleza.
—Buenos días —saludó Alejandro con una sonrisa cordial, rompiendo el silencio.
—Buenos días —respondió Elena, con una voz suave y un tanto distante. Había algo en la forma en que él la miraba que la hacía sentirse vulnerable, como si pudiera ver más allá de su fachada.
—¿Alguna recomendación? —preguntó él, acercándose a una estantería cercana.
Elena se tomó un momento para responder. No estaba segura de qué tipo de libros podría interesarle a alguien como él, pero decidió guiarse por una intuición repentina.
—Depende de lo que busque —respondió—. ¿Le interesa algo ligero para pasar el rato o algo que lo haga reflexionar?
La pregunta sorprendió a Alejandro. Esperaba una sugerencia más directa, algo como “este libro es popular”, pero no una pregunta tan personal.
—Creo que un poco de ambas cosas no estaría mal —respondió finalmente, intrigado por la respuesta que recibiría.
Elena lo observó por un instante, tratando de descifrarlo. No era común que los clientes le pidieran recomendaciones, y menos aún que entablaran una conversación con ella. Tomó un libro de una estantería cercana y se lo ofreció.
—Este es un buen comienzo —dijo, entregándole una novela que hablaba sobre la superación personal, pero contada a través de una historia de amor y redención.
Alejandro tomó el libro, sus dedos rozando los de Elena brevemente. Aquel contacto fugaz hizo que ambos sintieran una ligera descarga, una sensación que ninguno de los dos supo identificar en ese momento.
—Gracias —dijo él, con una sonrisa que parecía sincera, algo que Elena no esperaba—. Lo leeré y te diré qué me pareció.
El “te” en su frase la descolocó un poco. No estaba acostumbrada a que la trataran con tanta familiaridad. Asintió sin decir nada más, y volvió a su trabajo mientras él se dirigía a la caja para pagar.
Al salir, Alejandro se dio cuenta de que algo en aquella mujer lo había intrigado profundamente. No era solo su apariencia o su actitud reservada. Había algo más, una especie de misterio que lo llamaba a descubrirlo. Y mientras se alejaba de la librería, supo que esa no sería la última vez que entraría en ese pequeño refugio de palabras.
Elena, por su parte, se quedó con una sensación extraña en el pecho. Algo en aquel hombre la había perturbado, removiendo sentimientos que creía muertos. Pero, fiel a su costumbre, trató de apartar esos pensamientos, volviendo a su rutina, sin saber que ese encuentro marcaría el comienzo de un cambio que ni siquiera podía imaginar.
Elena estaba en la librería, observando la lluvia caer desde la ventana. Cada gota era un recordatorio de las lágrimas que no había derramado, de las emociones que había enterrado bajo una capa de indiferencia forzada. Su mente estaba nublada, como si la tormenta que se desataba fuera una extensión de su propio estado emocional. Recordó una cita de Bukowski que había leído en uno de sus libros: “Encuentra lo que amas y deja que te mate”. Se preguntaba si eso era lo que había pasado con ella. Había amado y había sido destruida, lentamente, hasta quedar en ruinas.El sonido de la campanilla en la puerta la sacó de su ensoñación. Alzó la vista y vio a Alejandro, nuevamente. Esta vez no hubo sorpresa, sino una extraña expectativa. Algo en él le recordaba a Lionel, su difunto esposo. La misma mirada segura, la misma forma de moverse por el mundo como si todo estuviera a su alcance. Pero había una diferencia. Lionel había sido un hombre atrapado por su propio éxito, consumido por las expect
Elena estaba sentada detrás del mostrador de la librería, la lluvia golpeando suavemente los cristales de la ventana. En el silencio de la tienda, podía oír el eco de su respiración y el susurro de los recuerdos que siempre acechaban en los rincones más oscuros de su mente. Mientras organizaba unos libros en la estantería, su pensamiento vagaba, viajando a un pasado que había tratado de olvidar, pero que, como en los intrincados juegos de poder de Juego de Tronos, siempre volvía para reclamar su lugar.Elena recordaba los días cuando Lionel estaba vivo, cuando su vida estaba llena de esperanza y sueños compartidos. Lionel había sido un hombre ambicioso, un estratega en su propio derecho. En el pequeño mundo que compartían, él había sido su rey, y ella, su reina. Juntos habían enfrentado desafíos, pero como en los Siete Reinos, el poder y la ambición eran fuerzas peligrosas. Lionel había jugado su propio juego, tratando de avanzar en un mundo que devoraba a los débiles, y en ese proces
El sol matutino bañaba la pequeña ciudad costera con una luz dorada, y las olas del mar, normalmente implacables, susurraban suavemente contra la orilla. Elena, como todos los días, se dirigía hacia la librería, dejando que el calor del sol acariciara su rostro. El día prometía ser uno de esos raros momentos de calma, una tregua en la rutina de su vida marcada por la soledad y los recuerdos del pasado.Mientras abría la librería, sus pensamientos viajaban inevitablemente hacia Alejandro. Desde su encuentro en la tienda, había algo en él que la inquietaba. Elena no era una mujer que se dejara impresionar fácilmente, pero Alejandro, con su combinación de carisma y vulnerabilidad, había conseguido derribar algunas de las barreras que ella había construido a su alrededor. Sin embargo, había una sombra que nublaba su creciente afecto: Collete.El regreso de Collete era como un torbellino en la vida de Elena. La llegada de su antigua amiga, que había pasado los últimos años viajando y vivie
La tormenta de la tarde anterior había dejado la pequeña ciudad costera cubierta de una ligera neblina, que se levantaba como un susurro entre las calles empedradas. Elena, al despertar, sintió un peso en el aire, una sensación de inquietud que no pudo sacudirse mientras se preparaba para otro día en la librería. Los recuerdos de su encuentro con Collete, de las miradas compartidas con Alejandro, y la persistente presencia de Samuel se entrelazaban en su mente, formando un nudo difícil de deshacer.Samuel había regresado al pueblo de forma repentina, sin previo aviso, y su presencia había despertado sospechas en algunos. No era común que alguien con su perfil, un hombre de negocios con éxito, permaneciera tanto tiempo en un lugar tan apartado y tranquilo. Elena había intentado no pensar demasiado en ello, prefiriendo creer que Samuel estaba allí solo por negocios o por la tranquilidad que el pueblo ofrecía. Pero ahora, con Collete de vuelta y los hilos del destino enredándose a su alr
El sonido de las campanas de la puerta al abrirse resonó en la librería, una melodía metálica que parecía marcar el inicio de algo inevitable. Elena se giró lentamente hacia Alejandro, su mente aún atrapada en el torbellino de revelaciones que Samuel había traído consigo. Alejandro se acercó con una expresión tensa, y aunque intentaba mantener la calma, Elena podía ver la inquietud en sus ojos.—Elena, hay algo que necesito decirte —comenzó Alejandro, su voz un susurro cargado de peso—. No puedo seguir adelante sin que lo sepas.Elena asintió, sintiendo la presión del momento como una corriente imparable. A su lado, Samuel permanecía inmóvil, su presencia una sombra silenciosa que añadía una capa extra de tensión al ambiente.—Antes de que hables —intervino Samuel, rompiendo el silencio con una frialdad calculada—, debes saber que ya no es solo sobre ti, Alejandro. Esto es más grande de lo que imaginas.Alejandro frunció el ceño, su mirada oscureciéndose mientras se dirigía a Samuel.