Elena estaba en la librería, observando la lluvia caer desde la ventana. Cada gota era un recordatorio de las lágrimas que no había derramado, de las emociones que había enterrado bajo una capa de indiferencia forzada. Su mente estaba nublada, como si la tormenta que se desataba fuera una extensión de su propio estado emocional. Recordó una cita de Bukowski que había leído en uno de sus libros: “Encuentra lo que amas y deja que te mate”. Se preguntaba si eso era lo que había pasado con ella. Había amado y había sido destruida, lentamente, hasta quedar en ruinas.
El sonido de la campanilla en la puerta la sacó de su ensoñación. Alzó la vista y vio a Alejandro, nuevamente. Esta vez no hubo sorpresa, sino una extraña expectativa. Algo en él le recordaba a Lionel, su difunto esposo. La misma mirada segura, la misma forma de moverse por el mundo como si todo estuviera a su alcance. Pero había una diferencia. Lionel había sido un hombre atrapado por su propio éxito, consumido por las expectativas y la presión, hasta que no pudo más. Un accidente en una carretera mojada había terminado con su vida y con el futuro que habían soñado juntos.
Alejandro, por otro lado, parecía llevar el peso de su éxito con más ligereza. Aun así, Elena no podía evitar sentir un nudo en el estómago al verlo, como si su presencia trajera de vuelta todos esos recuerdos que tanto se esforzaba por olvidar.
—Hola —dijo él, con una sonrisa cálida que parecía encender algo en la frialdad de su día.
—Hola —respondió ella, tratando de mantener la compostura.
Alejandro se acercó a la estantería, donde había dejado el libro que compró el día anterior.
—Lo terminé anoche —comentó, sacando el libro de su bolso. Lo había leído en una sola sesión, algo que no hacía desde hacía años. La historia lo había atrapado, pero también había algo más, algo que lo hacía querer regresar a esa pequeña librería y a la mujer que la atendía.
—¿Te gustó? —preguntó Elena, tratando de sonar casual, aunque por dentro algo le decía que esta conversación podría llevarla a lugares que no quería visitar.
—Mucho. Especialmente la forma en que el autor describe cómo los personajes lidian con el dolor. Me recordó un poco a Bukowski, ¿lo has leído?
Elena asintió. “Sí, lo he leído,” pensó, recordando noches solitarias en las que las palabras de Bukowski parecían hablarle directamente. Su brutal honestidad sobre la vida, el dolor, y el amor resonaban profundamente en ella. En cierto modo, le habían enseñado a aceptar su propia miseria sin adornarla, sin tratar de convertirla en algo que no era.
—Algunas personas lo encuentran deprimente, pero yo creo que es honesto —dijo, sin darse cuenta de que su tono había cambiado, volviéndose más personal.
—Exactamente —respondió Alejandro, sorprendido por la conexión que sintió en ese momento—. Es como si dijera las cosas que todos sentimos pero que nadie se atreve a decir en voz alta.
Mientras hablaban, Elena no pudo evitar recordar a Collete, su mejor amiga de la infancia. Collete había sido todo lo que Elena no era: extrovertida, llena de vida, siempre buscando la próxima aventura. Habían sido inseparables hasta que la tragedia golpeó la vida de Elena. La muerte de sus padres en un accidente automovilístico fue el primer golpe. Collete había tratado de estar ahí para ella, pero Elena se había cerrado, empujándola lejos, incapaz de soportar la idea de perder a otra persona que amaba. Collete se fue a vivir al extranjero, y aunque trataron de mantener el contacto, la distancia y el dolor las separaron irremediablemente.
Alejandro, por su parte, no podía dejar de pensar en su propio pasado. Lionel había sido su mentor, el hombre que lo había enseñado todo sobre el mundo de los negocios. Habían trabajado juntos durante años, y Lionel lo había tratado como a un hermano. La muerte de Lionel lo había golpeado duro, pero más que la pérdida, lo había marcado la forma en que Lionel había vivido sus últimos años. Atrapado por su éxito, incapaz de disfrutarlo, como si estuviera persiguiendo algo que nunca podría alcanzar. Alejandro había jurado no dejarse consumir de la misma manera, pero a veces sentía que estaba siguiendo el mismo camino, que el vacío dentro de él se hacía cada vez más grande, a pesar de todos sus logros.
—¿Te importa si hojeo un poco? —preguntó Alejandro, interrumpiendo el hilo de sus propios pensamientos.
—Por supuesto, siéntete como en casa —respondió Elena, haciendo un gesto hacia las estanterías.
Mientras él caminaba por la librería, observando los libros con un interés genuino, Elena lo observaba de reojo. Había algo en él que le recordaba tanto a Lionel, pero también había algo diferente, algo que la atraía de una manera que no podía explicar.
El pasado de ambos personajes estaba entrelazado de maneras que ninguno de los dos podía imaginar en ese momento. La figura de Lionel, el hombre que había sido el eje de sus vidas, aunque de maneras muy distintas, se alzaba como un fantasma entre ellos, un recordatorio de lo que habían perdido y de lo que tal vez podrían encontrar en el otro.
La lluvia seguía cayendo afuera, y mientras Alejandro hojeaba un libro de poesía, recordó otra cita de Bukowski: “A veces, simplemente, te despiertas y la vida te jode de nuevo”. Era cierto, pensó, pero tal vez, solo tal vez, en ese jodido caos, también se pudiera encontrar algo de belleza, algo por lo que valiera la pena seguir adelante.
Cuando salió de la librería, con otro libro en la mano y la promesa de volver, Alejandro no podía sacarse a Elena de la cabeza. Sentía que había algo en ella, una profundidad que lo intrigaba, una tristeza que reflejaba la suya propia.
Elena, por su parte, se quedó mirando la puerta después de que él se fue, sintiendo que algo había cambiado en su rutina. Bukowski le había enseñado que la vida era dura, pero también le había enseñado a no temerle al dolor. Y por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de curiosidad, una pequeña llama que iluminaba la oscuridad en la que había estado viviendo.
Y así, en medio de la lluvia y los recuerdos, dos almas marcadas por el pasado comenzaron a encontrar un nuevo camino, guiadas por palabras que hablaban de dolor, pero también de la belleza que se puede encontrar en medio del caos.
Elena estaba sentada detrás del mostrador de la librería, la lluvia golpeando suavemente los cristales de la ventana. En el silencio de la tienda, podía oír el eco de su respiración y el susurro de los recuerdos que siempre acechaban en los rincones más oscuros de su mente. Mientras organizaba unos libros en la estantería, su pensamiento vagaba, viajando a un pasado que había tratado de olvidar, pero que, como en los intrincados juegos de poder de Juego de Tronos, siempre volvía para reclamar su lugar.Elena recordaba los días cuando Lionel estaba vivo, cuando su vida estaba llena de esperanza y sueños compartidos. Lionel había sido un hombre ambicioso, un estratega en su propio derecho. En el pequeño mundo que compartían, él había sido su rey, y ella, su reina. Juntos habían enfrentado desafíos, pero como en los Siete Reinos, el poder y la ambición eran fuerzas peligrosas. Lionel había jugado su propio juego, tratando de avanzar en un mundo que devoraba a los débiles, y en ese proces
El sol matutino bañaba la pequeña ciudad costera con una luz dorada, y las olas del mar, normalmente implacables, susurraban suavemente contra la orilla. Elena, como todos los días, se dirigía hacia la librería, dejando que el calor del sol acariciara su rostro. El día prometía ser uno de esos raros momentos de calma, una tregua en la rutina de su vida marcada por la soledad y los recuerdos del pasado.Mientras abría la librería, sus pensamientos viajaban inevitablemente hacia Alejandro. Desde su encuentro en la tienda, había algo en él que la inquietaba. Elena no era una mujer que se dejara impresionar fácilmente, pero Alejandro, con su combinación de carisma y vulnerabilidad, había conseguido derribar algunas de las barreras que ella había construido a su alrededor. Sin embargo, había una sombra que nublaba su creciente afecto: Collete.El regreso de Collete era como un torbellino en la vida de Elena. La llegada de su antigua amiga, que había pasado los últimos años viajando y vivie
La tormenta de la tarde anterior había dejado la pequeña ciudad costera cubierta de una ligera neblina, que se levantaba como un susurro entre las calles empedradas. Elena, al despertar, sintió un peso en el aire, una sensación de inquietud que no pudo sacudirse mientras se preparaba para otro día en la librería. Los recuerdos de su encuentro con Collete, de las miradas compartidas con Alejandro, y la persistente presencia de Samuel se entrelazaban en su mente, formando un nudo difícil de deshacer.Samuel había regresado al pueblo de forma repentina, sin previo aviso, y su presencia había despertado sospechas en algunos. No era común que alguien con su perfil, un hombre de negocios con éxito, permaneciera tanto tiempo en un lugar tan apartado y tranquilo. Elena había intentado no pensar demasiado en ello, prefiriendo creer que Samuel estaba allí solo por negocios o por la tranquilidad que el pueblo ofrecía. Pero ahora, con Collete de vuelta y los hilos del destino enredándose a su alr
El sonido de las campanas de la puerta al abrirse resonó en la librería, una melodía metálica que parecía marcar el inicio de algo inevitable. Elena se giró lentamente hacia Alejandro, su mente aún atrapada en el torbellino de revelaciones que Samuel había traído consigo. Alejandro se acercó con una expresión tensa, y aunque intentaba mantener la calma, Elena podía ver la inquietud en sus ojos.—Elena, hay algo que necesito decirte —comenzó Alejandro, su voz un susurro cargado de peso—. No puedo seguir adelante sin que lo sepas.Elena asintió, sintiendo la presión del momento como una corriente imparable. A su lado, Samuel permanecía inmóvil, su presencia una sombra silenciosa que añadía una capa extra de tensión al ambiente.—Antes de que hables —intervino Samuel, rompiendo el silencio con una frialdad calculada—, debes saber que ya no es solo sobre ti, Alejandro. Esto es más grande de lo que imaginas.Alejandro frunció el ceño, su mirada oscureciéndose mientras se dirigía a Samuel.
Elena despertó al amanecer, cuando los primeros rayos de sol penetraban por las cortinas de su modesta habitación. Había pasado la noche en vela, como tantas otras veces, sumida en sus pensamientos, repasando los recuerdos de un pasado que no lograba dejar atrás. Sus padres, su esposo, todo lo que había perdido se repetía una y otra vez en su mente, como una vieja película que no podía apagar. Cada mañana, al abrir los ojos, sentía el mismo vacío, un hueco en su pecho que se había convertido en una parte más de su ser.Se levantó con lentitud, arrastrando los pies hasta la cocina. Preparó un café fuerte, el único consuelo que se permitía en esos momentos. Mientras observaba cómo el líquido oscuro llenaba la taza, trató de no pensar demasiado en la monotonía de su vida. Las horas en la librería eran lo único que la mantenía en pie, lo único que la obligaba a salir de casa, a interactuar, aunque fuera mínimamente, con el mundo exterior.Ese día no era diferente. Se vistió con ropa senci