Elena estaba sentada detrás del mostrador de la librería, la lluvia golpeando suavemente los cristales de la ventana. En el silencio de la tienda, podía oír el eco de su respiración y el susurro de los recuerdos que siempre acechaban en los rincones más oscuros de su mente. Mientras organizaba unos libros en la estantería, su pensamiento vagaba, viajando a un pasado que había tratado de olvidar, pero que, como en los intrincados juegos de poder de Juego de Tronos, siempre volvía para reclamar su lugar.
Elena recordaba los días cuando Lionel estaba vivo, cuando su vida estaba llena de esperanza y sueños compartidos. Lionel había sido un hombre ambicioso, un estratega en su propio derecho. En el pequeño mundo que compartían, él había sido su rey, y ella, su reina. Juntos habían enfrentado desafíos, pero como en los Siete Reinos, el poder y la ambición eran fuerzas peligrosas. Lionel había jugado su propio juego, tratando de avanzar en un mundo que devoraba a los débiles, y en ese proceso, se había convertido en una víctima de sus propias maquinaciones.
Collete, su amiga de la infancia, había sido como Arya Stark: independiente, desafiante, y siempre con una chispa de rebeldía en sus ojos. Habían sido inseparables, soñando con conquistar el mundo, hasta que la tragedia golpeó. La muerte de los padres de Elena fue como la caída de Winterfell, dejándola sola y vulnerable en un mundo que no tenía piedad. Collete había intentado ser su escudo, su espada en la batalla contra el dolor, pero la distancia, como una larga travesía por tierras desconocidas, las había separado. Collete ahora vivía en algún lugar lejano, convertida en una mujer de mundo, lejos de los fantasmas del pasado que aún atormentaban a Elena.
Mientras tanto, Alejandro paseaba por la librería, observando los libros con un interés renovado. Su mente estaba en otro lugar, en las grandes ciudades que había conquistado, en las salas de juntas que había dominado como un Tywin Lannister moderno, un hombre que entendía que el poder no se pide, sino que se toma. Pero a pesar de todo su éxito, Alejandro se sentía atrapado en una red invisible, similar a la de Varys, el Maestro de los Susurros. Sabía que en el mundo de los negocios, como en los reinos, todos estaban siempre al borde de la traición, y eso lo había dejado vacío, buscando algo que el poder y el dinero no podían comprar.
Alejandro recordó a Lionel, su mentor, un hombre que había jugado su propio juego de tronos en el despiadado mundo de las finanzas. Lionel le había enseñado todo lo que sabía, pero también le había mostrado el costo de ese juego: la soledad, el aislamiento, y una muerte prematura. Lionel había sido como un Eddard Stark, honorable hasta el final, pero traicionado por un mundo que no entendía su bondad.
Cuando Elena y Alejandro cruzaron miradas en la librería, ambos sintieron que estaban en medio de una partida de ajedrez cuyas piezas apenas empezaban a moverse. Alejandro no podía sacarse de la cabeza el paralelo entre Elena y Sansa Stark. Había en ella una mezcla de tristeza y fortaleza, como alguien que había sobrevivido a demasiadas traiciones, pero que aún tenía la capacidad de sorprender a todos, incluso a sí misma.
Elena, por otro lado, veía en Alejandro una complejidad que le recordaba a Jon Snow. Alguien que había ascendido en el mundo, pero que no podía escapar de sus propios demonios, que cargaba con un vacío que nada parecía poder llenar. Sentía que él también era un hombre dividido, entre lo que quería y lo que debía hacer, entre el deber y el deseo.
Mientras los dos intercambiaban palabras, la atmósfera en la librería cambió. Las palabras entre ellos eran como espadas que se cruzaban, probándose, midiendo la fuerza del otro. Alejandro sentía la necesidad de conocer más a esta mujer, de descubrir sus secretos, mientras Elena intentaba mantener sus defensas en alto, sabiendo que en ese juego, cualquier muestra de debilidad podía ser fatal.
En ese momento, la puerta de la librería se abrió de nuevo, dejando entrar a un hombre alto y de aspecto severo. Era Samuel, un viejo amigo de Alejandro, un hombre que había estado a su lado en muchas batallas empresariales, un Tyrion Lannister en su círculo, siempre listo con un consejo astuto y una palabra de advertencia. Samuel se acercó a Alejandro, dándole una palmada en el hombro, pero sus ojos pronto se posaron en Elena, analizando la situación con la misma astucia que lo había mantenido vivo en un mundo de tiburones.
—Así que aquí estás, escondiéndote en una pequeña librería —dijo Samuel con una sonrisa irónica—. ¿Qué has encontrado?
—Tal vez algo que no esperaba —respondió Alejandro, sin apartar la vista de Elena.
Elena, que había estado escuchando en silencio, sintió una chispa de desconfianza. Sabía que los hombres como Samuel, como Lionel, como Alejandro, siempre estaban jugando algún tipo de juego. Pero también sabía que en este tablero, todos tenían algo que perder. Y aunque había pasado años protegiéndose, sintió que tal vez, solo tal vez, estaba lista para hacer su propia jugada.
Mientras la lluvia seguía cayendo, y el día se volvía cada vez más oscuro, los tres se encontraron en medio de un juego de sombras, donde el pasado y el presente comenzaban a mezclarse, y donde las verdaderas intenciones aún estaban por revelarse.
El sol matutino bañaba la pequeña ciudad costera con una luz dorada, y las olas del mar, normalmente implacables, susurraban suavemente contra la orilla. Elena, como todos los días, se dirigía hacia la librería, dejando que el calor del sol acariciara su rostro. El día prometía ser uno de esos raros momentos de calma, una tregua en la rutina de su vida marcada por la soledad y los recuerdos del pasado.Mientras abría la librería, sus pensamientos viajaban inevitablemente hacia Alejandro. Desde su encuentro en la tienda, había algo en él que la inquietaba. Elena no era una mujer que se dejara impresionar fácilmente, pero Alejandro, con su combinación de carisma y vulnerabilidad, había conseguido derribar algunas de las barreras que ella había construido a su alrededor. Sin embargo, había una sombra que nublaba su creciente afecto: Collete.El regreso de Collete era como un torbellino en la vida de Elena. La llegada de su antigua amiga, que había pasado los últimos años viajando y vivie
La tormenta de la tarde anterior había dejado la pequeña ciudad costera cubierta de una ligera neblina, que se levantaba como un susurro entre las calles empedradas. Elena, al despertar, sintió un peso en el aire, una sensación de inquietud que no pudo sacudirse mientras se preparaba para otro día en la librería. Los recuerdos de su encuentro con Collete, de las miradas compartidas con Alejandro, y la persistente presencia de Samuel se entrelazaban en su mente, formando un nudo difícil de deshacer.Samuel había regresado al pueblo de forma repentina, sin previo aviso, y su presencia había despertado sospechas en algunos. No era común que alguien con su perfil, un hombre de negocios con éxito, permaneciera tanto tiempo en un lugar tan apartado y tranquilo. Elena había intentado no pensar demasiado en ello, prefiriendo creer que Samuel estaba allí solo por negocios o por la tranquilidad que el pueblo ofrecía. Pero ahora, con Collete de vuelta y los hilos del destino enredándose a su alr
El sonido de las campanas de la puerta al abrirse resonó en la librería, una melodía metálica que parecía marcar el inicio de algo inevitable. Elena se giró lentamente hacia Alejandro, su mente aún atrapada en el torbellino de revelaciones que Samuel había traído consigo. Alejandro se acercó con una expresión tensa, y aunque intentaba mantener la calma, Elena podía ver la inquietud en sus ojos.—Elena, hay algo que necesito decirte —comenzó Alejandro, su voz un susurro cargado de peso—. No puedo seguir adelante sin que lo sepas.Elena asintió, sintiendo la presión del momento como una corriente imparable. A su lado, Samuel permanecía inmóvil, su presencia una sombra silenciosa que añadía una capa extra de tensión al ambiente.—Antes de que hables —intervino Samuel, rompiendo el silencio con una frialdad calculada—, debes saber que ya no es solo sobre ti, Alejandro. Esto es más grande de lo que imaginas.Alejandro frunció el ceño, su mirada oscureciéndose mientras se dirigía a Samuel.
Elena despertó al amanecer, cuando los primeros rayos de sol penetraban por las cortinas de su modesta habitación. Había pasado la noche en vela, como tantas otras veces, sumida en sus pensamientos, repasando los recuerdos de un pasado que no lograba dejar atrás. Sus padres, su esposo, todo lo que había perdido se repetía una y otra vez en su mente, como una vieja película que no podía apagar. Cada mañana, al abrir los ojos, sentía el mismo vacío, un hueco en su pecho que se había convertido en una parte más de su ser.Se levantó con lentitud, arrastrando los pies hasta la cocina. Preparó un café fuerte, el único consuelo que se permitía en esos momentos. Mientras observaba cómo el líquido oscuro llenaba la taza, trató de no pensar demasiado en la monotonía de su vida. Las horas en la librería eran lo único que la mantenía en pie, lo único que la obligaba a salir de casa, a interactuar, aunque fuera mínimamente, con el mundo exterior.Ese día no era diferente. Se vistió con ropa senci
Elena estaba en la librería, observando la lluvia caer desde la ventana. Cada gota era un recordatorio de las lágrimas que no había derramado, de las emociones que había enterrado bajo una capa de indiferencia forzada. Su mente estaba nublada, como si la tormenta que se desataba fuera una extensión de su propio estado emocional. Recordó una cita de Bukowski que había leído en uno de sus libros: “Encuentra lo que amas y deja que te mate”. Se preguntaba si eso era lo que había pasado con ella. Había amado y había sido destruida, lentamente, hasta quedar en ruinas.El sonido de la campanilla en la puerta la sacó de su ensoñación. Alzó la vista y vio a Alejandro, nuevamente. Esta vez no hubo sorpresa, sino una extraña expectativa. Algo en él le recordaba a Lionel, su difunto esposo. La misma mirada segura, la misma forma de moverse por el mundo como si todo estuviera a su alcance. Pero había una diferencia. Lionel había sido un hombre atrapado por su propio éxito, consumido por las expect