Inquietudes

—Eres una maldita igualada —vuelve a intentar a darme una cachetada y otra vez la detengo, pero no me quedo ahí, así como ella me falta el respeto, me siento con derecho de hacer lo mismo y sin pensarlo le suelto una cachetada que la dejó paralizada—, no intentes tocarme en lo que te resta de tu puta vida, te lo advertí, no me dejaré humillar y menos que una desgraciada como tú venga a ponerme la mano encima, ¡no te debo nada! No te debo ni mierda, y te diré algo, tu hijo disfruta el sexo conmigo, él me sigue, quiere estar conmigo y tú ni nadie le quitará eso.

—¡Maldita! Te juro que esto me lo pagarás, iras presa, maldita, me acabas de pegar —grita eufórica, y les resto importancia a ello porque la que está interrumpiendo mi paz mental es ella—. Tienes que alejarte de mi pequeño, eres una puta y no te quiero cerca de él, me das asco, eres una mujer sucia y probablemente tenga “VIH”.

Esta vieja no me deja de sorprender, primero me discrimina, me dice puta barata, a los minutos me dice
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